Montero real, tratadista cinegético. Agustín Calvo Pinto y Velarde fue montero de “a caballo” de Felipe V (1683-1746) y Fernando VI (1712-1759), tal como menciona en su obra Silva venatoria. Modo de cazar todo género de aves y animales, su naturaleza, virtudes y noticias de los temporales, que escribió en 1754, fruto de las observaciones y conocimientos que, como montero real, poseía de la caza en los tiempos de los primeros Borbones. Dedica dicha obra a su protectora la “Excma. Señora Doña María Francisca Teresa Alfonsa de Silva, Hurtado y Mendoza, Ríos y Zapata, Haro, Guzmán, Sandoval, Cerda, de la Vega y Luna, Duquesa del Infantado” (1707-1770), de quien resalta sus aptitudes venatorias y cualidades personales: “[...] y concurriendo en V.E. todas las circunstancias y requisitos que constituyen la más insigne Heroína, y executoria de Bella Cazadora, Ilustrante Diana, Juno Patrocinante, Silva más Florida y Gloriosa en las selvas [...]”. La obra se ajusta a las pautas de didáctica venatoria y de concisión, propias del manual, que inicia Juan Manuel de Arellano con El cazador instruido y arte de cazar en 1745. Consta el libro de cinco partes bien diferenciadas: una primera, sobre la caza y las condiciones y carácter que han de tener los partícipes en la misma: monteros, ballesteros y arcabuceros, mozos de traílla y ojeadores. A continuación hace referencia al campo y la forma de proteger a los reyes y señores en caso de viento u otros contratiempos debidos al tiempo. Después se refiere a caza de aves (codornices, perdices, faisanes, garzas, grullas, águilas, alcotanes, búhos, cornejas, quebrantahuesos y otras piezas minúsculas como agachadizas, avefrías, zorzales, mirlos, abejarucos y vencejos) y a la caza mayor (ciervo, gamo, corzo, lobo e incluso oso). Y, finalmente, aconseja sobre el modo de organizar las cacerías reales y las batidas. De todo destaca lo relativo a la disposición y ejecución de las batidas y sacadillas, la calidad de los monteros de a pie y a caballo, así como de los ballesteros, y la caza de ánades, que supone un histórico antecedente en la literatura española de caza.