Sobre el libro 'Valle-Inclán y el carlismo'

 

Luis Hernando de Larramendi
Presidente de la Fundación Ignacio Larramendi

 

valle-inclán-retratoMucho se ha escrito sobre Valle-Inclán, y más todavía sobre el marqués de Bradomín, su alter ego, y no poco, aunque quizá no tanto, sobre el carlismo y Valle-Inclán.

Sobre todo ello versa esta obra, que no va a aportar descubrimientos sensacionales sobre ninguno de esos aspectos, pero sí va a reunir por primera vez, en una relación que se pretende exhaustiva, todos los reflejos carlistas existentes en la obra de Valle, así como los ecos de Bradomín, junto con una biografía que profundiza en lo que hubo de significar en la vida de don Ramón María el sentimiento tradicional y el movimiento político que, bajo una misma figura, es el más antiguo de Europa, el carlismo.

El origen de esta biblioteca virtual, así como de la obra Tierra, tinta y tradición, Ramón María del Valle-Inclán y el carlismo[1], ha sido, como tantas cosas ocurren en la vida, fruto del azar y de la casualidad: mi amistad con Rafael Fontoira, prestigioso arquitecto pontevedrés, conocedor como nadie del románico gallego, y de familia amiga de la de Valle-Inclán, que me llevó un día a compartir una larga tarde de evocaciones carlistas con Carlos del Valle-Inclán, marqués de Bradomín, a comienzos de este siglo XXI, cuando se cumplían cien años de la primera aparición pública, en letra impresa, del marqués que dio origen a su título.

Aquella tarde lejana me llevó a recordar las referencias que en ocasiones mi padre me hacía a la vinculación que mantuvieron su padre, mi abuelo, don Luis Hernando de Larramendi Ruiz, con don Ramón María del Valle-Inclán en las primeras decenas del siglo XX, vinculadas a su común pertenencia al mundo del tradicionalismo carlista, que son, desde luego, más amplias que las escuetas que se recogen en las dos más recientes biografías publicadas de don Ramón, la debida a la pluma de Manuel Alberca, La espada y la palabra: Vida de Valle-Inclán[2], y la surgida de la mano de su nieto Joaquín, Ramón del Valle-Inclán: genial, antiguo y moderno[3].

valle-inclan-biografia-joaquin-valle-inclanPasados unos años de aquella visita al marqués de Bradomín, preparé un artículo breve recordando aquella conversación, publicado en el número uno de 2007 de la revista Aportes (En conversación con el Marqués de Bradomín) y tras haberlo hecho me pareció que sería un proyecto que se incardinaba ya perfectamente en los objetivos de la Fundación Ignacio Larramendi; no sólo el realizar un estudio más amplio que, sin pretender sentar cátedra en relación con los temas tratados, Valle-Inclán, el carlismo y Bradomín, hiciera una suerte de florilegio de escenas carlistas en los libros de Valle-Inclán y siguiera la guadianesca figura del marqués de Bradomín por sus escritos, de manera que resultara omnicomprensiva, sino además acercar al lector de hoy de manera muy accesible a su obra, cosa que pretendemos con esta Biblioteca Virtual.

Se ha utilizado siempre, de manera encomiástica, la frase «un hombre de una pieza» para referirse a personalidades cabales, sin doblez, cuya trayectoria es predecible por su íntimo respeto a unas convicciones asumidas como propias que le marcan el camino. Y yo, que he conocido a uno de esos hombres de una pieza, mi padre, Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano, me sumo a la opinión de aquellos que consideran que esos hombres son merecedores del máximo respeto, merecedores de admiración, compártase o no el ideal que marcó su itinerario vital.

Pero volvamos a don Ramón María, porque debo decir que lo que me resulta difícil de creer es que esa pieza única con que algunos hombres grandes se muestran al exterior no sea el resultado de un rompecabezas interior, que no solo agrupa piezas diferentes para formar un conjunto, sino que literalmente rompe cabezas en aquellos aspectos o inclinaciones que podrían descollar por sí solos y romper la unidad del conjunto. Es decir, que todos los que compartimos la honrosa y dura condición de hombres, albergamos más de un único yo en nuestro interior y que, el que afloren esos otros yo, depende de muchos factores, no el menor la determinación por primar o no un determinado aspecto.

Y, además, esos otros yos que viven en el interior de cada hombre, crecen o menguan con la edad, no siempre en proporción directa a los años, pues los hay que decrecen con el paso del tiempo, mientras que otros se afianzan y ganan envergadura.

Y de ahí que, a lo largo de la vida, nos ofrezcamos al exterior, la mayor parte de los hombres, no como piezas acabadas de un retrato, sino como una pintura que continuamente se rehace y se retoca conservando solo el tema central, la condición de hombre protagonista de la obra.

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Y así, creo, ha ocurrido en esa personalidad diamantina —por lo brillante y por lo multifacetada— de Valle-Inclán, donde han relucido públicamente, a través de su vida, y a través de sus obras, caras diferentes, y todas ellas preciosas, de su personalidad más honda, donde su afición épica por las gestas heroicas e históricas es el sustento de su visión tradicionalista del mundo; donde por el carlismo quiere traer de nuevo las grandes virtudes e instituciones que hicieron grande a España; donde la realidad propia del carácter español le hace oponerse siempre a quienes están en el poder, presentándose como carlista, revolucionario o antiliberal, o reivindicando el legitimismo cuando la II República; donde la atracción de un mundo aristocrático, del que le hubiera gustado formar parte, le hace ser a la vez el Bradomín refinado y el Montenegro feudal; y donde todo ello no le impide dejar de tener en cuenta las prosaicas realidades de la vida, el pane lucrando, el tener que ocuparse de familia y de hacienda.

Y si en todos los hombres se da esa multiplicidad de personajes dentro de un mismo ser, a Valle-Inclán, escritor, su pluma le permite jugar a ser todos ellos, mezclando ficción y realidad, tuteándose con el marqués de Bradomín, de quien se ve que es su otro yo, pero de quien dice que es sobrino, recreándose en las resonancias épicas y legendarias de las guerras carlistas, y expresando su desdén por las mezquindades del mundo en el que vive, que no le hurta estrecheces económicas, a través del decadentismo del marqués, que le eleva por encima de esas pequeñeces.

Y todo ello envuelto en ese halo seductor del más arquetípico de los personajes españoles, el Don Juan que, de una manera hasta entonces no vista en España, se refleja en la agitada vida sentimental de Bradomín, donde, al modo que luego recogería Manuel Machado —besos, pero no darlos—, acepta lánguidamente las pasiones que sin parecer buscarlas suscita, aun en sus años de vejez, como ecos de romances pretéritos.

Y basta ya de divagaciones, que nada de lo que yo diga añade nada a lo que en realidad fue y, probablemente, tampoco aclara su porqué, aunque mi reflexión sobre ello me ha hecho pensar sobre cosas mías en las que antes no me había detenido…

Carlos María Isidro de Borbón, Carlos V para los carlistas.Aunque para muchos que lean estas líneas las referencias que a continuación incluyo resulten innecesarias, me parece útil insertarlas porque vienen a rematar la presentación y explicación de esta obra, el hacer mi particular repaso histórico de esa mancha de agua que inunda toda la obra y vida de Valle-Inclán, el carlismo.

El carlismo es un movimiento político que surge, como tal, tras la muerte de Fernando VII en 1833, alzándose su hermano, el Infante Don Carlos, Carlos V para los carlistas, so pretexto de una cuestión sucesoria, contra el gobierno liberal que asumía la regencia de su sobrina menor Isabel II, y que fue apoyado desde el principio, y a lo largo de tres guerras durante el siglo XIX, fundamentalmente en las regiones campesinas más prósperas de España, donde junto con una mejor distribución de la riqueza y con la cobertura que daban bienes comunales y eclesiásticos al servicio del pueblo, se vivían más las instituciones políticas tradicionales, que otorgaban libertades reales frente a las libertades abstractas de los gobernantes liberales de la época, y donde se percibía más el influjo benéfico, en almas y cuerpos, de la Iglesia.

El movimiento adquirió pronto, por sus lances y personajes, una aureola romántica, de leyenda, que lo singularizó frente a movimientos legitimistas aparentemente próximos de otros lugares de Europa.

El sentimiento religioso, el apego a los fueros y a las tradiciones locales, la existencia de una dinastía purificada del estigma del poder por su continuo sufrimiento en el exilio y en la pobreza, vertebraron un movimiento antisistema, extraordinariamente arraigado en el pueblo, que periódicamente se levantaba en armas, que tuvo como último coletazo bélico el levantamiento en armas de más de cien mil voluntarios en la Guerra Civil en 1936, que son los que dieron carácter popular y cruzado a la contienda, y del que hoy son herederos pocos cientos de seguidores, sin el esqueleto ya de una línea dinástica por todos ellos aceptada, sin la pervivencia de una vida rural hidalga, y tras la asfixia que para el movimiento supuso el largo período del franquismo, en el que se agudizaron las rencillas internas de sus herederos.

Don Ramón María del Valle-Inclán, sin duda el genio literario de mayor altura creativa y estética del siglo XX, dominó con su presencia el primer tercio de ese siglo, proyectándose su figura, sin antecesores directos ni seguidores concretos, como faro modernista, excelente y singular, en el panorama literario español. Sus obras puede decirse que son todas ellas una sola obra, pues los personajes, Bradomín, Montenegro, Cara de Plata, circulan por ellas y aparecen y desaparecen produciendo todo ello la impresión de una magna sinfonía donde las notas se evocan y se repiten en pasajes concretos, sin dejar de formar parte de una gran obra sinfónica, genial contribución de Valle-Inclán a la literatura en lengua española que, no en vano, su paso por México, y el situar la acción en aquel país de algunas de sus obras, dotan al conjunto de una proyección ultramarina para una España que él aún conoció con provincias en Asia y en América.

Su vinculación aparente con el carlismo —aparente en el sentido etimológico, que aparece a la vista— se centra en su afiliación al partido, los avatares para su presencia como candidato en 1910 en la circunscripción de Monforte de Lemos, que finalmente no se produjo, sus obras sobre la trilogía carlista, las referencias al carlismo en las Sonatas, de la mano del marqués de Bradomín, los nombres de dos de sus hijos, Carlos y Jaime, la Cruz de la Orden de la Legitimidad Proscrita que, en su condición de Rey de los Carlistas, le otorga Don Jaime de Borbón en el advenimiento de la República, y, quizá, hasta ese extraño calambur de la Providencia que, como la monarquía carlista, siempre en víspera de reinar, le hace morir en la víspera del día de Reyes de 1936.

Mayo de 2021


Notas

[1] Comesaña Paz, Alfredo, Tinta, tierra y tradición. Ramón María del Valle-Inclán y el carlismo. Introducción de Luis H. de Larramendi y prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Reino de Cordelia, 2021. Este libro está en preparación y será presentado, dentro de los actos que se están celebrando del centenario del nacimiento de Ignacio Hernando de Larramendi, el 29 de noviembre del mismo año.

[2] Alberca, Manuel, La espada y la palabra: Vida de Valle-Inclán, Tusquets Ediciones, 2015.

[3] Valle-Inclán, Joaquín del, Ramón del Valle-Inclán: genial, antiguo y moderno. Espasa-Calpe, 2015.