Ignacio Hernando de Larramendi, 'in memoriam'

Xavier Agenjo Bullón
Director de proyectos de la Fundación Ignacio Larramendi
ORCID: http://orcid.org/0000-0001-8338-8087

 

Cubierta de Mecenazgo cultural de Ignacio Hernando de LarramendiNo me habría atrevido yo a aceptar la invitación del Duque de Segorbe, promotor de este homenaje a la figura insigne de don Ignacio Hernando de Larramendi, si no supiera que mis páginas figurarán entre las de otros más conocedores que yo de la obra inmensa y proteica de aquel hombre que era capaz de crear, prácticamente de la nada, inmensas construcciones intelectuales que se materializaban en corporaciones enormemente realistas, eficaces e intuitivas.

Por lo tanto, y como es lógico, no voy a hablar yo ni de MAPFRE ni del carlismo, ni siquiera de las primeras fundaciones a las que don Ignacio dio vida, e incluso de MAPFRE América, con la que ya empecé a colaborar, sino fundamentalmente de la Fundación Histórica Tavera y sobre todo de la Fundación Hernando de Larramendi, quizá la última de sus iniciativas según un criterio cronológico. Tampoco rehuiré el relato de alguna anécdota, pues estas indudablemente humanizan el recuerdo del personaje, convirtiéndole en persona, y fueron muchas las que pude compartir con él a lo largo de una docena de años de amistad, quizá más.

Recuerdo que cuando don Ignacio todavía ocupaba la máxima responsabilidad ejecutiva en la gigantesca corporación MAPFRE quedó citado conmigo una tarde en el laboratorio de Inteligencia Artificial del Departamento de Lógica de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. En aquella ocasión yo llegué bastante antes de la hora prevista, lo que no es extraño en los impuntuales, que solemos llegar tarde la mayoría de las veces, y en la hora acordada don Ignacio entró en los despachos que ocupaba aquel departamento. Yo le había convencido días antes de que estudiase la posibilidad de utilizar técnicas de inteligencia artificial para abordar un proyecto que don Ignacio tenía entre manos y para el cual había solicitado mi colaboración: la realización de una base de datos en cederrón que recogiera los registros del Handbook of Latin American Studies. Aquello era indiscutiblemente una proeza a mis ojos y a los de cualquiera que estuviera más o menos enterado del estado en el que se encontraban los procesos de conversión retrospectiva de catálogos bibliográficos en España.

Ignacio, pues por aquella época me pidió que le tuteara, captó el posible interés de aquel procedimiento que yo le sugería y, naturalmente, quiso conocerlo por él mismo, tener información de primera mano, en suma. Y allí estábamos los dos, charlando con aquellos expertos en un intento de encontrar una solución equilibrada en cuanto a coste y calidad para resolver, nada menos, que un problema a la todopoderosa Library of Congress desde los modestos medios españoles. Hablamos, discutimos, nos informamos y a la postre se dio por finalizada la reunión. Bajamos en el ascensor juntos, charlando sobre lo que acabábamos de ver y ya le notaba poco convencido sobre la viabilidad de emplear aquellas técnicas para su proyecto de conversión. Él ya sabía que iba a ser demasiado caro y escasamente efectivo. Pero prosigo con mi anécdota: atravesamos el amplio vestíbulo de la facultad y salimos a la calle; yo miré a derecha e izquierda buscando un coche de grandes dimensiones, color oscuro y muy probablemente con un guardaespaldas vigilando. En aquel momento, escuche: Oye, Xavier, ¿aquí dónde se coge el autobús?.

Muchas veces más nos reunimos para tratar todo tipo de asuntos, vinculados fundamentalmente con la Colección Clásicos Tavera y tuve ocasión de elaborar, a petición suya, muchos informes que confío que fueran más acertados que mi recomendación de inteligencia artificial para reconvertir ficheros. En algo los debía considerar, pues cuando por fin se constituyó la Fundación Histórica Tavera (que, como todos saben, ha tenido varios nombres), tuvo la amabilidad de promoverme a su Patronato, a título personal.

Unos pocos años más tarde yo tomé la decisión de dejar la Biblioteca Nacional de España, pues era evidente que a pesar de los enormes esfuerzos realizados en su automatización, con la creación de la base de datos ARIADNA, o en la digitalización, de la que salieron productos tales como el Sistema Digital de Heráldica, el Videodisco Interactivo, los Sistemas de Autoinformación Digital con pantallas táctiles, y como resumen y esfuerzo final un Museo Interactivo del Libro, cuyo primer borrador yo redacté, así como un proyecto completo de digitalización (todo lo cual interesaba muchísimo a Larramendi) que acabaría llevando el nombre de Memoria Hispánica, quedaba claro, digo, que la Biblioteca Nacional estaba empezando a perder el ritmo y, para decirlo con una sola frase, confundía la gimnasia con la magnesia. Todo ello con las bendiciones de quien sabía que estaba tomando un curso equivocado.

Como digo, fui a Santander para ocupar, siguiendo la rigurosa oposición que estableció don Marcelino, el puesto de Director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Tuve que redactar un proyecto de digitalización que todavía no llevaba nombre y para el que conté con la ayuda de mi buena amiga Francisca Hernández, que a su vez estaba elaborando un proyecto similar para la Residencia de Estudiantes, donde había ido a parar por razones tal vez no muy diferentes que las que me habían movido a mí.

La idea seminal de aquel proyecto, tal y como se la expliqué en uno de aquellos agradabilísimos almuerzos a los que Ignacio tenía la amabilidad de invitarme, consistía fundamentalmente en seguir el pensamiento de Menéndez Pelayo, a quien Ignacio indiscutiblemente admiraba. Menéndez Pelayo se había embarcado desde muy joven en una polémica sobre la ciencia española y salió triunfante de ella por su enorme superioridad bibliográfica, que le permitía concretar en autores y obras perfectamente descritas lo que en otros polemistas no pasaban de ser afirmaciones generales, sin ningún apoyo positivo. Don Marcelino continuó toda su vida trabajando en esta linea, creando una obra verdaderamente magistral y corrigiéndose permanentemente en aras de una probidad intelectual y científica verdaderamente admirables. Nunca ninguneó a nadie y siempre fue el más riguroso de sus críticos. Un intelectual español tipo, vamos.

Pero al mismo tiempo que elaboraba esta obra monumental y era capaz de mantener un extraordinario epistolario, dirigir los métodos de la investigación histórica en la desde entonces muy prestigiosa Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos o establecer sustanciales cambios en la biblioteconomía española desde 1901, aunque estos sean muy poco conocidos o reconocidos, don Marcelino emprendió en paralelo una acción extraordinaria; reunir en una biblioteca, en su biblioteca, todos aquellos clásicos olvidados del pensamiento español que pudo conseguir. Y al final de su vida los legó al Ayuntamiento de Santander, pues consideraba que allí estaba reunida en gran parte la ciencia española, es decir, una de las raíces de la personalidad de España. De su biblioteca decía que era la única de sus obras de la cual no se declaraba completamente insatisfecho. Sin embargo, y pensando en el entorno del siglo XXI, era necesario dar un tercer paso en la metodología de don Marcelino, el primero había sido redactar una bibliografia, el segundo reunir las obras citadas en aquella bibliografía y el tercero...

Ahí me interrumpió Ignacio, que lo había comprendido instantáneamente: (dijo), hay que digitalizar todos esos fondos para hacerlos accesibles internacionalmente y de forma muy especial en Hispanoamérica y además, continuó, incluir una amplia bibliografía sobre cada uno de los temas y, por último, añadir la digitalización de libros modernos que aclarasen aquellos autores clásicos. Creo que después de aquello pedimos una copita de anís.

E inmediatamente manos a la obra. Quien haya trabajado conjuntamente con don Ignacio Hernando de Larramendi sabe que es imposible seguir su ritmo; yo desde luego no pude en muchas ocasiones, lo que motivaba su enfado y disgusto y me lo decía con toda claridad y a veces, lo que era peor, con algunas notas de ironía. Aun así fuimos capaces de diseñar el proyecto, que siguiendo la lógica del concepto antes expresado, se llamaría Biblioteca Virtual Menéndez Pelayo de Polígrafos Españoles. Escogimos la palabra polígrafos porque así la había utilizado en cierto momento don Marcelino y era lo bastante ambigua como para amparar a filósofos y científicos, a médicos y teólogos, a ensayistas y exploradores. Pronto empezamos a confeccionar amplias listas de lo que iba a ser aquella Biblioteca Virtual de Menéndez Pelayo: hasta 14 borradores distintos llegó a haber. Mientras tanto, desde DIGIBIS y con el apoyo de la Fundación Histórica Tavera y la financiación de la Caja de Ahorros de Cantabria y la propia Fundación Hernando de Larramendi, empezamos a preparar el Menéndez Pelayo Digital (1999), que no sólo era una edición en modo carácter de las Obras completas, el Epistolario y una amplia bibliografía sobre don Marcelino, sino que nada más proponérselo aceptó la estructuración en HTML, en un golpe de intuición. Un día, cuando íbamos por la lista 8 ó 9, quizá la 10, me dijo que nos quedábamos cortos con todo aquello y que él había concebido otras tres bibliotecas virtuales, la "Fernando de Melo" de Polígrafos Portugueses, la "Andrés Bello" de Polígrafos Hispanoamericanos y la "José Anchieta" de Polígrafos Brasileños, y que ya podía empezar a redactar las introducciones y a confeccionar las listas, pues él se estaba ya moviendo, visitando la Universidad de Coimbra, la Biblioteca Nacional de Lisboa, el Colegio de México..., y la verdad es que es imposible decir con cuántas instituciones y con cuántos especialistas fue capaz de ponerse en contacto en un par de años.

Visitó todas las Comunidades Autónomas y estableció convenios de colaboración con todo tipo de instituciones. Le he visto convencer en menos de media hora a Manuel C. Díaz y Díaz, con quien previamente no había cruzado más que una carta, para que se sumara al proyecto, y lo mismo puedo decir de los más eminentes estudiosos de la historia de España: Antonio Mestre, Antonio Pérez Martín, Martín de Riquer, el Padre Batllori, López Piñero, con quien en un año estrechó una amistad ejemplar, hasta concluir una reunión en julio de 2001 con la Sociedad Vascongada de Amigos del País que, con Tellechea Idígoras a la cabeza, se sumaron entusiasmados al proyecto.

En las últimas semanas de su vida recibió en su casa a todo tipo de especialistas. Recuerdo dos o tres semanas antes de su muerte una reunión con Francisco Asín para revisar el estado en el que se encontraba el proyecto sobre Rafael Altamira. Al mismo tiempo que esto (parece imposible sólo escribirlo), movió otros proyectos gigantescos como el de "Catedrales", dirigido por mi buen amigo José Andrés-Gallego, o el de "Comentaristas de Aristóteles" a cargo del profesor Rus o, cómo no, "Pensadores Tradicionalistas".bajo la dirección de Miguel Ayúso. A la vez, con tenacidad pasmosa, publicaba Iibros impresionantes como Así se hizo MAPFRE o Irreflexiones provocadoras, siempre agudas. En este su último libro, hablaba de la madre de todas las crisis. ¿Qué habría pensado del 11 de septiembre?, ¿la habría identificado con aquélla? Él, que tan acuerdo se mostraba conmigo, pues en último término no hacíamos más que seguir a don Marcelino en esforzarnos por incluir a los polígrafos andalusíes y a los polígrafos sefardíes, pues no en balde en Al-Andalus y en Sefarad, -como sabe el lector ambos términos se refieren a España en las lenguas árabe y judía-, habían florecido los pensadores musulmanes y hebreos más racionales, más tolerantes, más sabios en suma. Y, tal vez, no todo lo conocidos en sus culturas de origen, a las que pertenecen, tanto como en la nuestra.

Tras la muerte de Ignacio, la Fundación Hernando de Larramendi, y seguramente Tavera o MAPFRE, y, sobre todo, la legión de sus muchos amigos, colaborarán para llevar a buen puerto el proyecto que se había fijado y que con el nombre de Bibliotecas Virtuales Fundación Hernando de Larramendi será cada día más conocido. Sin embargo, yo no puedo por menos de confesar que siento cierto desaliento ante la magnitud de la tarea y que se me hace enorme la ausencia de aquel hombre bueno y sabio que se divertía trabajando, siempre con un buen fin.

Texto escrito por Xavier Agenjo en el libro:

Mecenazgo cultural de Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano : crónica y testimonios
Madrid : Fundación Mapfre Tavera, [2002]
11 de noviembre de 2002

Madrid, 15 de marzo de 2017