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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > I : PARTE PRIMERA : LA... > ADVERTENCIA

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Como prólogos a una «Antología de Poetas líricos Castellanos» que el editor señor Navarro inició en 1888 y, comenzó a publicarse en 1890 en la Biblioteca Clásica , fué apareciendo a retazos, y entremezclada con el correspondiente ejemplario poético, esta obra que a pesar de su externa disposición está concebida y desarrollada con unidad absoluta de plan y método, y es más como parte acabada y la más significativa, de un todo orgánico que había de ser la Historia de la Literatura Española que Menéndez Pelayo tuvo siempre el propósito de escribir.

Ya en el mes de abril de 1883 decía en carta a Laverde y refiriéndose a la noticia de que cierto escritor proyectaba dar a la estampa una nueva Literatura: «Quizá diga la gente que yo, que por obligación la enseño, no la he escrito todavía, o por pereza, o por no servir para el caso. Y la verdad es que no he puesto mano en ella por deseo de hacerla buena y completa, y por los enormes trabajos e investigaciones preliminares que exige. Quizá no se ha hecho cargo —añadía refiriéndose al aludido autor—de todas las dificultades de la empresa. La Historia de la Literatura Inglesa, de Taine, que es, sin duda, el modelo mejor en su línea, se ha edificado sobre una serie innumerable de monografías. En España no hay nada de esto, y aún muchos de los monumentos literarios son de difícil acceso. Mientras no estén analizados todos, es imposible el trabajo de síntesis y de conjunto. Yo creo, sin jactancia, haber visto tanto número de libros españoles raros, como el que haya visto más en esta generación, y, así y todo, tiemblo antes de escribir la historia, y, cuando lo haga lo haré a pedazos.»

Con el presente estudio de la lírica castellana y el que había [p. VI] de seguirle sobre la poesía épica, [1] con la «Historia de la Poesía Hispano-Americana desde sus Orígenes hasta 1892» y los «Orígenes de la Novela», introducción para un amplio tratado acerca de nuestro género novelistico, con los trabajos sobre el teatro —La Celestina, Torres Naharro, Lope, Tirso, Calderón, etc.—aislada y ocasionalmente emprendidos muchos de ellos, hubiera quedado casi completo, y sirviéndole como de grandioso basamento la «Historia de las Ideas Estéticas en España», el gran monumento a nuestras letras con que soñaba el genial crítico. ¡Por designios inexcrutables de Dios quebrósele el tiempo, mas no el aliento para llevar a cabo tan grande obra!

Íntegra nos proponemos reproducir en éste y los tomos que sigan la primitiva «Antología de Poetas Líricos Castellanos». Además de complacer con ello a doctos catedráticos y a algunos hispanistas que desean tener a mano en cualquier momento la ya rara colección de sus poesías, hay en este florilegio un gusto tan personal de selección y un trabajo directo de recogida de romances de la boca del pueblo y anotación de otros antes publicados, que sería injusticia notoria dejar fuera de las Obras Completas de Menéndez Pelayo este apartado de la Serie que hoy publicamos.

La obra, dentro del título general que le da unidad, va dividida en tres partes: 1.ª   «Historia de la Poesía Española en la Edad Media». 2.ª «Tratado de los Romances Viejos». [2]   3.ª «Boscán». A cada una de ellas, menos a «Boscán», corresponde, y sigue a continuación [p. VII] del texto—que damos no disgregado en prótogos, como estaba, sino en capítulos de tratado—, la antología a que éste se refiere constantemente. El Comentario por un lado y las composiciones poéticas agrupadas por otro y en nuevos tomos, facilitarán sin duda la consulta y manejo de ambos.

Así es probablemente cómo se propuso Menéndez Pelayo reeditar esta obra, de la que solamente vió tirados los doce primeros pliegos, que corrigió y aumentó con preciosas notas, incorporadas también a esta edición, que por lo demás se atiene al texto primero.

El término de esta historia de la poesía lírica había de fijarse en la generación con que su autor convivía. Si Menéndez Pelayo se ocupó algunas veces de escritores coetáneos, como puede verse en los siete volúmenes de «Estudios y Discursos de Crítica Histórica y Literaria», que llevamos publicados, fué siempre algo a desgana y por compromisos oficiales o amistosos. Allí había de detenerse su pluma, que en las lides juveniles aprendió pronto que si difícil es que en la crítica de escritores contemporáneos, aún ejercida imparcial y serenamente, posea el autor esa madurez y sedimentación de criterio, ese fino tamiz de acontecimientos, actitudes y tendencias, que se ha llamado perspectiva histórica y constituye como una pátina moral que sólo el tiempo va depositando en espíritus selectos y cultivados; dificilísimo por no decir imposible resulta que el público acoja estos estudios de literatura contemporánea en aquel ambiente sereno, en aquel templado clima que es necesario para que las ideas germinen sin que las ahoguen la cizaña de las discordias y los apasionamientos políticos del momento.

Quedó suspendida la Antología en el tomo XIII, que trata de Boscán y lleva la fecha de 1908; pero no dejó de trabajar Menéndez Pelayo en la preparación del volumen siguiente, en el que había de estudiar a Garcilaso. En 16 de agosto del mismo año 1908, escribía a su íntimo Farinelli:

«Como la preparación de un libro sobre Garcilaso me ha de ocupar todo el año próximo, hay tiempo para ir recogiendo todo lo que sea menester.» Por esta misma época mantiene correspondencia con Mele, Croce, Percopo y Flamini, que le envían folletos, noticias bibliográficas y documentos sobre el autor de las Églogas y su estancia en Italia. Todos éstos y algún que otro más elemento de trabajo se encuentran hoy reunidos en una carpeta en la Biblioteca de [p. VIII] Menéndez Pelayo y con ellos hasta 74 galeradas de imprenta—que darían algo más de cien páginas de la Antología—con notas de variantes y alguna interpretación del texto de las Églogas.

¿Es que cuando falleció, cuatro años después de la fecha en que comienza a ocuparse de este tema, tenía ya redactado el autor de la Antología parte al menos del tratado sobre Garcilaso? No lo sabemos con certeza, pues solamente poseemos el dato que el señor Bonilla, testamentario y continuador de la impresión de las Obras Completas (Edición Suárez) nos da en su estudio biográfico: «Al morir Menéndez Pelayo, tenía reunidos bastantes materiales para el tomo XIV que había de tratar sobre Garcilaso, como él mismo dice en la página 472 del tomo XIII. [1] Los que en la Biblioteca se conservan no se pueden calificar, en verdad, de bastantes materiales, y por otra parte el estar ya corrigiendo don Marcelino galeradas de las Églogas parece indicar que el, sin duda, largo estudio preliminar, debía ir avanzando. ¿Dónde fueron a parar esas cuartillas?

La casa editora se propuso continuar la Antología después de muerto Menéndez Pelayo, y a uno de los más entrañables amigos y admiradores del Maestro, al ingenioso, castizo y eruditísimo Rodríguez Marín, le ofreció la grave tarea de llevar a término esta obra. El tiro no iba mal dirigido; pero él, con la modestia que le caracterizaba, dió la siguiente ejemplar respuesta que oímos referir de sus mismos labios poco antes de su sentida muerte: «La Antología de Poetas Líricos es una hermosa columna comenzada a labrar por un gran artista: ¿cómo voy a atreverme yo a añadir el cemento de mi prosa a aquel mármol pentélico? Truncada y todo quedará más airosa.»

Unas breves notas para terminar esta Advertencia, que sale ya más larga de lo que deseamos.

Los textos poéticos de la presente han sido revisados con arreglo a las últimas y más autorizadas ediciones y reformada su grafía y modificados algunos versos conforme a la nueva interpretación.

Siguiendo la norma trazada para las anteriores series, las referencias a textos de Menéndez Pelayo publicados ya por nosotros, van concordadas también con nuestra Edición Nacional.

Con diferentes títulos se anticiparon en forma de artículos para [p. IX] la revista «la España Moderna» algunos de los prólogos de esta Antología, y también pertenecen a ella las cuartillas que Menéndez Pelayo leyó el 6 de febrero de 1903 en el Circulo Patronato de San Luis Gonzaga de Madrid que después se publicaron en folleto con el siguiente título: «Asociación de Conferencias, La epopeya castellana en la Edad Media. El Cid, por D. Marcelino Menéndez Pelayo», Madrid, Tip. de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. 1906.

Como estos no son casos únicos ni raros y algunos escritores que nos han honrado con sus notas bibliográficas sobre la presente edición, han echado de menos trabajos que, o no hay por qué repetirlos o irán en otro lugar más apropiado, nos parece momento oportuno para hacer constar nuevamente [1] que todos los estudios publicados por Menéndez Pelayo, los conocidos y otros que están olvidados, y aun varios que aún permanecen inéditos, irán apareciendo en los volúmenes que sigan al presente.

MIGUEL ARTIGAS FERRANDO.                                ENRIQUE SÁNCHEZ REYES.

Notes

[p. VI]. [1] . «Nuestra Antología—escribe Menéndez Pelayo en la página 31 del Prólogo de esta obra— abarca únicamente, como su título lo manifiesta, la poesía lírica, entendida esta palabra en su sentido más lato; esto es, comprendiendo todos los poemas menores (odas, elegía, égloga, sátira, epístola, poemitas descriptivos, didácticos, etc.). La poesía épica en sus varias manifestaciones, desde el Poema del Cid hasta nuestros días, dará materia a una colección subsiguiente, análoga a la Musa Épica de Quintana.»

[p. VI]. [2] . «Los romances viejos y populares—dice Menéndez Pelayo en la página 32 del Prólogo de esta Antología— tampoco figuran en nuestro Museo. Su importancia y belleza y su especial carácter mixto de épico y lírico, exigen que se les conozca todos y que formen serie aparte.» Tal vez ese carácter mixto a que alude el Maestro, o el temor de que los múltiples estudios en que entonces se ocupaba (las Ideas Estéticas, Lope, Orígenes de la Novela) no le dejasen vagar suficiente para comenzar la proyectada musa épica, le inclinó a introducir en la Antología de Líricos este Tratado de Romances Viejos y Populares.

[p. VIII]. [1] . Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), por Adolfo Bonilla y San Martín. Madrid, 1914. Página 232.

[p. IX]. [1] . Vid. Advertencia Preliminar, pág. V de «Estudios y Discursos de Crítica Histórica y Literaria».