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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > VI : PARTE SEGUNDA :... > CAPÍTULO XXXII.—LOS CICLOS HISTÓRICOS.— c) LOS CONDES DE CASTILLA.—FERNÁN GONZÁLEZ Y SUS SUCESORES.

Datos del fragmento

Texto

Antes de erigirse Castilla en estado independiente y soberano, estuvo regido por condes, que eran meros gobernadores o adelantados de frontera, elegidos por el rey de León, y de ningún modo hereditarios, como tampoco lo habían sido en la monarquía visigótica, [1] de la cual pretendía ser continuación la asturo-leonesa. Este primitivo condado tampoco recaía en una sola persona: hubo varios condes simultáneamente, que quizá gobernaban diversas porciones del territorio, y consta históricamente el suplicio de cuatro de ellos sacrificados en un mismo día por mandado del rey de León Don Ordoño II. Sus nombres eran Nuño Fernández, Almondar el Blanco, su hijo Diego y Fernando Ansúrez; el lugar de la tragedia, el palacio de Tejares, a orillas del río Carrión.

El Cronicón del obispo de Astorga, Sampiro, hijo de Bermudo II y primer autor que refiere este hecho, llama rebeldes a los Condes y parece considerar como acto de justicia el del Rey. [2] No [p. 192] declara en qué consistió la rebeldía; pero es muy verosímil que el poder de aquellos grandes vasallos tendiera ya a ensancharse a costa de la Corona y a recabar una especie de independencia, que al cabo consiguió, por términos más o menos legales, Fernán González, de quien data la verdadera emancipación del Condado.

Ni en Sampiro ni en otro ningún documento anterior al siglo XIII consta que los castellanos se levantaran en armas después de la muerte de sus Condes, ni menos que rompiesen la obediencia a los reyes de León y eligiesen jueces para su gobierno. Todas estas especies, evidentemente muy sospechosas, proceden de don Lucas de Túy y del arzobispo D. Rodrigo, escritores del siglo XIII, influídos ya por el prestigio de la hegemonía castellana, que acabó por absorber el elemento leonés en tiempo de San Fernando. El Tudense empieza por copiar el texto de Sampiro, pero suprimiendo el inciso «et erant ei rebelles», y al llegar al reinado de Don Fruela II (era 961) añade que los castellanos se levantaron contra su tiránica dominación y emanciparon toda su tierra hasta el Pisuerga, eligiendo para que los gobernase a un simple caballero (simplicem militem) llamado Nuño Rasura, y no a ningún noble, para que no aspirara a convertirse en rey. D. Rodrigo atribuye el levantamiento de los castellanos, no sólo a la muerte de sus Condes, sino a las vejaciones, tiranías e injusticias de que eran víctimas en el tribunal de León. La forma de gobierno que establecieron fué nombrar dos jueces, Nuño Rasura y Laín Calvo, elegidos, no de entre los más poderosos, sino de entre los más prudentes (non de potentioribus sed de prudentioribus) para que oyesen las querellas de los litigantes y sentenciasen sus causas. El Tudense dice que Laín Calvo no quiso aceptar la judicatura; el Toledano afirma que sí, pero que atendió principalmente a las cosas de la guerra, y poco o nada a las judiciales, por ser de condición brava e iracunda, más de lo que conviene a un juzgador. Por lo demás, el personaje parece histórico, y ya en la crónica latina del Cid (siglo XII) se le menciona entre sus ascendientes, aunque sin calificarle de juez.

No sólo por la fuerza del argumento negativo, sino por las dificultades cronológicas que todo el relato envuelve, y en que ya repararon Ambrosio de Morales y el P. Yepes, la tradición de los jueces de Castilla, aunque defendida doctamente por [p. 193] Berganza contra Ferreras, ha sido abandonada por la mayor parte de nuestros historiadores, que a lo sumo admiten la existencia de tales jueces, no como supremos magistrados de un pueblo libre, sino como árbitros componedores. El Cronicón de Cardeña los llamó alcaldes, y alcaldes cibdadanos nuestra poesía popular, en la Crónica Rimada de las mocedades de Rodrigo, cuyo texto actual no es anterior al siglo XIV y pertenece a la forma épica degenerada. En la introducción en prosa (no sin rastros de versificación) que lleva este informe poema se cuenta así la elección:

«E porque los Castellanos yvan a Cortes, al Rey de Leon con fijas e mujieres, por esta razón fisieron en Castilla dos alcaldes, e cuando fuesse el uno a la corte, que el otro manparasse la tierra. ¿Quáles fueron estos alcaldes? El uno fue Nuño Rasura, e el otro Layn Calvo. ¿E por qué dixieron Nuño Rasura este nombre? Porque cogió de Castilla señas (?) e migas de pan...» (V . Ad. 13).

En el cuerpo del poema se vuelve a hablar de Laín Calvo y de su familia (V. 190):

           É vedes por qual rrason: porque era Leon cabesa de los rreynados
       Alçosele Castilla, e duró bien dies e siete años;
       Alçaronsele los otros linajes donde venien los fijosdalgo.
       ¿Donde son estos linajes? Del otro alcalde Layn Calvo.
       ¿Dónde fué este Layn Calvo? Natural de Monte de Oca.
       E vino a Sant Pedro de Cardeña a poblar este Layn Calvo
       Con quatro fijos que llegaron a buen stado,
       Con seysientos cavalleros a Castilla manpararon.
       ........................................................................................................................

El rey de León dice a los cuatro hijos de Lain Calvo:

           Oytme, cavalleros, muy buenos fijosdalgo
       Del más onrado alcalde que en Castilla fué nado...

Y el Conde de Gormaz increpa en son de vituperio a Diego Láinez, hijo de Laín Calvo:

       Dexat mis lavanderas, fijo del alcalde cibdadano ...

La Crónica General, [1] aunque compuesta desde el punto de [p. 194] vista de unidad monárquica, dió cabida a estas tradiciones castellanas y antileonesas, con el mismo sentido algo democrático en que las habían interpretado D. Rodrigo y D. Lucas:

«En aquel año se alçaron contra él (D. Fruela) los altos omnes de Bardulia, la que agora disen Castiella vieia, e desde entonce assi fue llamada, ca nol queríen por su señor nin por su rey. Et porque vieran que el rey don Ordoño, su hermano, prisiera otrossí los condes et los cabdiellos et los matara tan fieramente, llamándolos a fabla... et que recebíen ellos muchos males e muchas desonras quando yvan a juysio a la corte de León... Et ovieron su conseio et fisieron dos iuezes, non de los más poderosos, assi commo dise el arçobispo don Rodrigo en su coronica, mas de los que eran más sessudos e de mayor e de meior entendimiento, que iudgassen la tierra, et apasiguasen las contiendas e los desacuerdos et que quedassen las querellas por iuysio dellos. Et temiéronse que si de los más altos omnes tomasen, que los querrien aseñoiear commo rey. Pero, con todo esto, dize don Lucas de Tuy eran muy fijosdalgo e de alto linaje» (nobiles milites los llama a secas el Tudense).

Todavía encontraron mejor acogida estas narraciones en la Castilla monástica, en Cardeña y en Arlanza, venerables santuarios donde la tradición épica y la eclesiástica se fundieron en una.

El Mester de clerecía de Fernán González, compuesto en la segunda de estas dos célebres casas religiosas, y destinado principalmente a hacer el panegírico de Castilla la Vieja, como cimiento de la nacionalidad, da a la leyenda los últimos toques; supone la independencia del Condado en tiempos remotísimos, después de Alfonso el Casto, «cuando fyncó toda la tierra sin señor», y los castellanos, no pudiendo avenirse para alzar rey, eligieron, no condes que los gobernasen, sino alcaldes que les administrasen justicia:

   (V. 164)      Todos los castellanos en una se acordaron,
       Dos omnes de gran guisa por alcaldes los alçaron,
       Los pueblos castellanos por ellos se guiaron
       E non pusieron rrey, gran tiempo duraron.
            Decir vos he los alcaldes, los nombres que ovyeron,
       Dende adelante diremos de los que dellos venieron
       Muchas buenas batallas con los moros ovieron,
       Con su fiero esfuerço gran tierra conquirieron.
            [p. 195] Don Nunno ovo nombre, omne de gran valor:
       Vyno de su linaie el buen Emperador,
       El otro don Layn un buen guerreador,
       Vino de su linaie el buen Cid Campeador.
       ................................................................................
           Estonces era Castilla un pequeño rryncon,
       Era Montesdoca de Castylla moion,
       Moros tenían a Caraço en aquesta saçon...
       Y de la otra parte Fitero moion... [1]
           Estonces era Castylla toda una alcaldya,
       Magüer que era pobre, essa poco valia,
       Nunca de buenos omnes fuera Castilla vaçia,
       De quales ellos fueron paresce oy en dia.
           Varones castellanos, este fué su cuydado
       De llegar su señor al más alto estado: [2]
       De una alcaldya pobre, ficiéronla condado,
       Formáronla despues cabeça de rreynado...

¿De dónde nació la idea de esta magistratura popular? ¿Cuál puede ser el sentido de toda esta historia? El nombre de jueces. usado por el Tudense y el Toledano, es sin duda una interpretación erudita, en que sus autores tuvieron presente la institución de los jueces o sofetim del pueblo de Israel, que a veces fueron dos, y que asumían, juntamente con la potestad judicial, la autoridad política y el cuidado de la paz y de la guerra. No negaremos tampoco que con esto se mezclasen confusas reminiscencias de los tribunos de la plebe y del duumvirato romano. Pero los alcaldes cibdadanos del Rodrigo son evidentemente alcaldes indígenas, jueces de albedrío; y lo que representa ese mito (aun suponiendo que lo sea del todo) es la protesta de la costumbre contra la ley escrita, la reivindicación del derecho tradicional, primitivo acaso o vetustísimo, que retoña entre los descendientes de los antiguos iberos y celtíberos, merced al fraccionamiento y anarquía de la Reconquista, y se levanta contra la restauración del Fuero Juzgo y de las instituciones visigóticas, intentada por la monarquía leonesa. El mismo movimiento que acaba por engendrar o [p. 196] renovar las behetrías, y que se difunde triunfante por nuestra legislación municipal de los tiempos medios, es el que aclara los orígenes profundamente históricos de los jueces de Castilla. Exprésase esto de un modo parabólico en la introducción del Fuero de albedrío o de las Fazañas: «Et los castellanos que vivían en las montañas de Castilla, facíales muy grave de ir a Leon, porque era muy luengo... e quando allá llegaban, asorviaban (esto es, se ensoberbecían) los Leoneses, e por esta razon ordenaron dos omes buenos entre sí, los quales fueron éstos Munyo Rasuella e Layn Calvo, e éstos que aviniesen los pleytos, porque non oviesen de ir á Leon, que ellos non podían poner Jueces sin mandado del Rey de Leon. E quando el Conde Fernan Gonzalez e los Castellanos se vieron fuera del poder del Rey de Leon se tovieron por bien andantes, e fueronse para Burgos, et fallaron que pues non devíen obedecer al Rey de Leon, que non les cumplía aquel Fuero. Et enviaron por todos los libros de este Fuero que habia en todo el Condado, e quemáronlos en la iglesia de Burgos, et ordenaron que «alcaldes en las comarcas librasen por albedrío». [1]

Nadie cree hoy en esta quema de libros; pero el relato es muy significativo, y no lo es menos la persistencia de las tradiciones locales relativas a Laín Calvo y Nuño Rasura, de quienes se decía en Castilla que habían puesto su tribunal en tierra de Medina de Pomar, en el lugar de Fuente Zapata, que después se llamó Bijueces. «La sala del tribunal (dice Berganza) era un soportal enlosado, y en él un poyo de piedra para que se sentasen los Jueces cuando las causas eran de consideración. Las de menos monta se decretaban estando en pie, y las llamaban de juicio levato... En la puerta de la iglesia de Bijuezes están las estatuas enteras y sentadas de estos dos memorables caballeros, con ropas talares, con tocaduras en la cabeza, y en la mano izquierda de cada uno la vara de juez estribando en el brazo de la silla... De bajo de las estatuas tiene cada uno su rótulo». [2]

[p. 197] No hay romances sobre los jueces de Castilla; [1] pero era imposible omitir la leyenda de estos magistrados populares, porque sus nombres suenan repetidas veces en nuestra poesía popular como antepasados del Cid y de Fernán González, de quien paso a tratar inmediatamente.

En el famoso Conde de Castilla hay que distinguir dos personalidades: la histórica y la épica. La primera nos es conocida, aunque de un modo muy imperfecto, por un corto número de privilegios y escrituras y por algunas referencias en los cronicones, especialmente en el de Sampiro, donde sus hechos aparecen mezclados con la historia general del reino de León. D. Lucas de Túy y el arzobispo D. Rodrigo amplían algo estas secas noticias, pero ni uno ni otro parecen haber hecho aprecio de la tradición poética, la cual, sin embargo, existía ya en su tiempo, y no tardó mucho en penetrar en la historia, realzando la figura, un tanto equívoca, del libertador de Castilla, que en los documentos auténticos resulta más afortunado y sagaz que heroico, más hábil para aprovecharse de las discordias de León y de Navarra que para ampliar su territorio a costa de los moros. Emancipó de hecho, antes que de derecho, su pequeño condado, que con el tiempo había de ser núcleo poderosísimo de la España cristiana; y además del logro de esta cuasi independencia, origen de tan grandes cosas, la tradición le supuso gran legislador foral, juntando en él los méritos de su hijo y de su nieto. Eclipsó a todos los héroes castellanos, excepto el Cid, y no faltó quien le pusiera en parangón con él y aun le diese la preferencia; pero, más generoso el entusiasmo popular, los juntó en una misma admiración y los hizo inseparables hasta por sus genealogías, puesto que al uno se le suponía descendiente de Nuño Rasura y al otro de Laín Calvo. [2]

[p. 198] Según el natural proceso épico, las hazañas de Fernán González hubieron de ser primitivamente celebradas en uno o en varios cantares de gesta, que no han llegado a nosotros, ni siquiera prosificados en la Crónica General, porque entre la épica primitiva y la forma histórica se interpuso en este caso una forma poética erudita, un Mester de clerecía que, naturalmente, los compiladores de la General prefirieron como texto más autorizado que las canciones populares. La existencia de éstas, sin embargo, no es mera conjetura, sino un hecho probado, no sólo por los muchos elementos genuinamente épicos que el Poema conserva, sino porque los vemos renacer en la forma épica degenerada o secundaria del siglo XIV, representada aquí, no solamente por la Crónica Rimada, como se había creído, sino por un documento más autorizado y probablemente más antiguo, por la segunda Crónica General de 1344.

Tuvo, pues, Fernán González el privilegio, no alcanzado por Bernardo ni por el Cid (si se exceptúa un fragmento latino de índole lírica), de ser cantado juntamente por la musa popular y por la erudita, por los juglares y por los clérigos. Había para esto particulares razones: el monasterio de Arlanza y otros menos famosos le veneraban como fundador o como gran bienhechor suyo; y además existía un documento apócrifo, el Privilegio de los votos de San Millán, que valía y significaba en Castilla tanto como el Voto de Santiago en el reino de León.

Berceo versificó ya este privilegio [1] como apéndice a su Vida de San Millán, contando de qué suerte «el duc Fernan Gonsalves, Conde muy valido», había quitado de Castilla el feo tributo de [p. 199] las sesenta doncellas, venciendo al rey Abderrahmán con la sobrenatural ayuda de «dos personas fermosas e lucientes... más blancas que las nieves recientes», es a saber, Santiago y San Millán:

(438)        Vinien en dos caballos pus blancos que cristal,
       Armas quales non vió nunqua omne mortal.
       El uno tenie croza, mitra pontifical,
       El otro una cruz, omne no vió tal.
(439)        Avien caras angélicas, celestial figura,
       Descendien por el aer a una grant pressura,
       Catando a los moros con turva catadura,
       Espadas sobre mano, un signo de pavura...

De este modo, como dice Berceo, «ganó San Millán los votos», es decir, las espléndidas donaciones que el privilegio enumera, y que transcribe con ingenuo regocijo el poeta clerical adscrito a uno de los opulentos monasterios de la Rioja.

Muy poco posterior a Berceo, como el estilo y la versificación lo indican, debe de ser el Poema de Fernán González, y posterior también, como ha demostrado D. Ramón Menéndez Pidal, a 1236, año en que terminó D. Lucas de Túy su Chronicon Mundi, del cual viene a ser un resumen bastante fiel la introducción histórica, de más de 170 versos, que el Poema lleva, y a la cual, hasta ahora, por no haberse reparado en su origen, se ha concedido excesivo valor para las leyendas de D. Rodrigo y de Bernardo.

Mucha más importancia tiene el Poema propiamente dicho. Calcado en su mayor parte sobre tradiciones de indudable origen popular, que habían sido ya, no sólo cantadas, sino escritas, como lo persuaden las referencias que hace al dictado, a la escriptura, al escripto, conserva muchos rasgos propios de los cantares de gesta, ya en el brío de la narración, ya en el ímpetu bélico, [1] ya en el ardiente entusiasmo por la pequeña patria castellana o burgalesa, ya en la repetición de los epítetos sacramentales y [p. 200] épicos: el de los fechos granados, el de las buenas mañas. Pero al mismo tiempo las continuas reminiscencias del estilo de Berceo y del Libro de Alexandre; la erudición eclesiástica de que el autor hace alarde, declarando con ello su profesión y estado; el uso frecuente de largos discursos llenos de reflexiones morales; el conocimiento que muestra de los héroes de la epopeya francesa, sin duda a través de la Crónica de Turpín, [1] y , por último, cierta mayor lentitud en la narración, muestran, aun sin contar con la prueba decisiva del metro, el verdadero carácter, no popular, sino erudito y monástico de este poema. Pero de todos los Mesteres de clerecía es, sin duda, el más análogo y próximo a los cantos de los juglares, en los cuales se inspiró y a los cuales vino a sustituir en cierto modo; lo cual, si por una parte es de lamentar, puesto que debió de contribuir mucho a que las gestas primitivas de Fernán González se perdiesen, quizá fué la razón de que la leyenda del primer Conde soberano de Castilla llegara a nosotros con cierta integridad relativa y mayor desarrollo poético que otras, aunque en molde distinto del original.

Este poema fué escrito, sin género de duda, en Arlanza y por persona identificada con los recuerdos y aun con los intereses de aquel monasterio, tan inseparable de la gloria de Fernán González, como el de Cardeña de la del Cid. No es posible dudar de que fuese castellano viejo: lo prueban las continuas e hiperbólicas ponderaciones de su país natal; y aun podemos sospechar que no era de la tierra llana, sino de la montaña de Burgos puesto que la concede primacía entre las comarcas de España:

           Sobre todas las tierras meior es la montanna,
       
De vacas e de oveias non hay tierra tamanna,
       Tantos hay de puercos, que es fyera fazanna.
                                                                      (Copla 148.)

Y en la Montaña supone que se crió Fernán González y que de allí salió para reconquistar el Condado:

        [p. 201] Furtóle un pobrecyllo que labrava carbón,
       Tóvolo en la montanna una grand sason.
                                                                      (Copla 178.)

Íntegro pasó este poema a la prosa de la Crónica General, la cual sirve, por tanto, para completarle en la parte final, que falta en el solitario y muy incorrecto códice escurialense. [1]

No sabemos si el poeta aprovechó todas las narraciones cantadas u orales acerca de su héroe, y es evidente que añadió varias de índole erudita y monacal, sugeridas unas por la lectura de la Biblia y de las historias profanas, y otras por la tradición de Arlanza: sirvan de ejemplo el prodigio de la sierpe sangrienta y luminosa que apareció en los aires para alumbrar el triunfo de los cristianos en la batalla de Hacinas; el otro fuerte y no visto signo de abrirse la tierra y tragarse a dos caballeros en presagio de la victoria (portento enteramente romano, que recuerda la voluntaria inmolación de Curcio arrojándose a la sima abierta en medio del Capitolio); la apacible y mística leyenda del monje Pelayo, de cuyos labios oye el Conde la revelación de su destino cuando entra en la ermita de San Pedro persiguiendo a un jabalí; la aparición del Apóstol Santiago y de San Millán, cantada ya por Berceo; las arquetas de marfil depositadas por el Conde en Arlanza, y otros rasgos semejantes en que se ve la mano del hombre de iglesia. Lo que de seguro pertenece al primitivo fondo épico no son las victorias de Fernán González contra los moros, sino las que obtiene sobre el Rey de Navarra y el Conde de Tolosa, que mueren a sus manos; el llamamiento del Conde a las Cortes; el trato con el Rey de León sobre la venta del caballo y del azor, cuyo precio crecía en progresión geométrica, hasta que por él fué rescatada la independencia de Castilla; las dos prisiones de Fernán González, de que su heroica mujer le liberta disfrazada de romera de Santiago; la aventura del libidinoso Arcipreste, que quiere forzar a D.ª Sancha en el monte; el juramento de los [p. 202] castellanos que conducen al frente de su hueste la estatua de su señor cautivo; toda la parte original y heroica de la leyenda de aquel grande y afortunado rebelde que, por fuerza y por maña, sacó a los castellanos de premia et de servidumbre del Rey de León, logrando su propósito de non besar mano a omne del mundo nin moro nin cristiano. Esto era de fijo lo que cantaban por tierra de Burgos los juglares, a quienes la Crónica General hace concurrir a los regocijos de las bodas de D.ª Sancha: «Et los castellanos al un cabo alançaban los tablados, al otro corrien los toros, et los ioglares andavan fasiendo muchas alegrías, et avíen todos, tan bien los grandes como los menores, muy grant plaser con su sennor». [1] El Fernán González vencedor de la morisma; el Fernán González piadoso fundador de iglesias y monasterios, vinieron después, y todavía más tardíamente el Fernán González filántropo y demócrata; que de todo hubo, como veremos, en la historia poética del héroe.

El poema arlantino de Fernán González fué enteramente olvidado después de incorporarse en la Crónica General, [2] pero no terminó con ésta la elaboración épica, ni es posible explicar [p. 203] por el solo texto de Don Alfonso el Sabio los principales romances viejos relativos al héroe castellano. Aquí, como en los demás ciclos históricos, hay que reconocer la existencia de una forma poética intermedia entre los primeros Cantares de gesta y los romances. Milá, que trabajaba con muy pocos medios bibliográficos, dió excesiva importancia en esta cuestión de orígenes al informe centón de la Crónica Rimada, en que antecede al relato de las mocedades de Rodrigo de Vivar un largo proemio mixto de verso y prosa, según que el rudo compilador copió o extractó los originales poéticos que imperfectamente recordaba. Nadie duda hoy que esta compilación pertenece al siglo XIV (muy probablemente a su segunda mitad) y que no fué ni pudo ser utilizada en la Crónica General, aunque a veces coincida con lo que ésta tomó de fuentes más antiguas. Así, en lo tocante a Fernán González (donde, como queda dicho, los redactores de la Crónica no aprovecharon más que un solo texto, y éste no popular), las invenciones juglarescas transmitidas por el Rodrigo varían en cuanto a la genealogía del héroe, y en el nombre de su mujer, a quien llaman Constanza, y no Sancha. Y omiten, por supuesto, toda la leyenda claustral del monje Pelayo y de la reedificación de Arlanza; pero guardan perfecta conformidad en los temas capitales de contiendas de Fernán González con los reyes de Navarra y de León, quebrantamiento de la cárcel por la Condesa, aventura del Arcipreste, juramento y estatua, venta del azor y el caballo al gallarin (precio doblado cada día, después que venciese el plazo). Lo que tiene de más peculiar este fragmento del Rodrigo es la entrevista del vado de Carrión, que da precisamente [p. 204] asunto al más bello y famoso de los tres únicos romances viejos de Fernán González, al que comienza Castellanos y leoneses (número 16 de la Primavera). Para Milá, este romance era una ingeniosa y elegante paráfrasis del episodio correspondiente del Rodrigo, una serie de lindas variaciones ejecutadas por algún poeta culto del siglo XVI sobre aquel tema. Uno solo de los informes versos


       Vos estades sobre buena mula gressa—e yo sobre buen caballo...

se habría desarrollado en una serie de antítesis elegantes e in geniosas:


       Vos venís en gruesa mula—yo en ligero caballo;
       Vos traeys sayo de seda,—Yo traigo un arnés tranzado;
       Vos traeis alfange de oro,—yo traigo lanza en mi mano;
       Vos traeis cetro de rey,—yo un venablo acerado;
       Vos con guantes olorosos,—yo con los de acero claro;
       Vos con la gorra de fiesta,—yo con un casco afinado;
       Vos traeis ciento de mula,—yo trescientos de caballo...
       ..............................................................................................

Todo esto parecía verosímil, aun reconociendo la enorme distancia que hay entre la arrogante y lozana inspiración del romance, y la sequedad y pobreza del texto de donde se le suponía derivado. Pero hoy, gracias al mucho saber y penetrante crítica de D. Ramón Menéndez Pidal, que va renovando por completo la historia de nuestra poesía de la Edad Media con los descubrimientos más inesperados y las inducciones más felices, conocemos la verdadera fuente del romance, que fué un cantar de gesta, del cual se conservan largos fragmentos prosificados en la segunda Crónica General, la de 1344. [1] Fué ésta como una ampliación de la de Don Alfonso el Sabio, y muchas veces la sigue a la letra, pero engloba nuevos materiales poéticos, como el cantar del rey Don Fernando el Magno y el segundo de los Infantes de Lara. Y de la misma suerte, aunque en la biografía de Fernán González copia con ligeras variantes la versión del poema de clerecía, [p. 205] autorizada por la primera crónica regia, dilata complacido el nuevo cronista la historia de la compra del azor y del caballo en dos largos capítulos donde abundan los asonantes a-o y todos los caracteres exteriores del diálogo y de la narración épica. La parte que corresponde al romance Castellanos y leoneses dice de esta manera:

«Vinosse (el Rey) con todos sus poderes contra Carrion onde el Conde era, para le fazer mal en la tierra e tomar prenda por aquello que le el Conde robara e para lidiar con él si lo fallase. E el Conde otrosí tenía ayuntadas todas sus conpañas para yr a rrescebyrlo . E estando ansy aguisados el rrey de Leon e el Conde Ferrnant Gonçales para mover uno contra otro para aver su batalla, el abad de Sant Fagun que era ombre de santa vida e muy fidalgo ayuntose con algunos otros perlados que y eran, a quien pessaua mucho desto, e fueron al rrey e pidieronle por mercet que fiziese treguas con el Conde por tres dias e que ellos yrian al Conde e que farian con él en guisa que las otorgase e que oviese y vistas. E el rrey a rruego del abad diolas e entonces fué el abad al Conde e dixole la rrazon que oviera con el rrey e en como ganara dél tregua por tres dias e que él que lo otorgase asy. E el Conde otorgolo e pusieron luego que en otro día fuessen juntados en aquella vega de Carrion e que fiziesen vistas, e ansy lo fizieron ca en otro día por la mañana fueron y.

Quando el Conde don Ferrnant Gonçalez llegó al rey fizo senblante de le besar la mano, e el rrey non gela quiso dar e dixole ansy: Conde, la mi mano non vos la daré a besar, ca me vos alçastes con Castilla, ansy como vos ya otra vez dixe en Leon, quando vos mandé prender; e sy non fuese por las treguas que de mí tiró el abad de Sant Fagunt e los otros perlados, tomar vos ía por la garganta, e lanzar vos ía en las torres de Leon onde ya guardar vos ían mejor que de la primera, ca non vos podrian sacar por engaño como vos sacaron otra vez». El Conde quando le oyó dezir esto e que le tañia de mala verdat, fue muy sañudo e dixole: «Callat, rrey Sancho Ordoñez, non digades palabras atan vanas, ca en lo que deziades daríades poco recabdo quando cunpliese, e digo vos verdat que sy non fuese por las treguas que entre nos metió el abad de Sant Fagunt con los otros onbres buenos así como vos dezides, yo vos cortaria la cabeça e de la [p. 206] sangre de vuestro cuerpo yria esta agua tinta, e tenialo muy bien guisado para lo fazer, sy las treguas non fuesen, ca yo ando encima deste cauallo e tengo esta espada en cinta, e vos andades en esa mula e traedes ese açor en la mano». E pues que le el Conde dixo esto tornó la rrienda al cauallo, e diole de las espuelas, e el cauallo del apretada que dió en el agua mojó el rrostro al rrey, e entonçe se tornó el rey para Sant Fagunt e el Conde para Carrion.»

Fácil es reconocer aquí las principales circunstancias y hasta frases enteras del romance:

           El Rey, como era risueño,—la su mula revolvió;
       El Conde con lozanía—su caballo arremetió;
       Con el agua y el arena—al buen Rey ensalpicó.
       Allí hablara el buen Rey,—su gesto muy demudado:
       «Buen Conde Fernán González—mucho soys desmesurado.
        Sino fuera por las treguas —que los monjes nos han dado,
       La cabeza de los hombros—yo vos la oviera quitado.
       Con la sangre que os sacara—yo tiñera aqueste vado».

En la Crónica de 1344 está casi todo lo que Milá consideraba como libre invención del romancerista por no encontrarlo en otros textos: la intervención de los monjes en las treguas, el nombre de Sancho Ordóñez dado al Rey, la salpicadura del caballo del Conde, etc. Las antítesis de la mula y el caballo, de la espada y el azor, están mejor traídas y más desenvueltas en la Crónica que en el único verso del Rodrigo. Y como, por otra parte, nada hay en el romance de anacrónico ni de excesivamente culto, no hay para qué traerle a época tan avanzada como el siglo XVI. Puede ser del XV, como los mejores de su clase.

En cuanto al cantar de gesta, de que mediata o inmediatamente procede, todo induce a creer que fué compuesto en el primer tercio del siglo XIV, o a lo sumo a fines del XIII, es decir, en el período intermedio entre las dos primeras Crónicas generales. Su espíritu y sentido es el de la epopeya degenerada, análogo en gran manera al romance de Bernardo Las cartas y mensajeros, y al cantar de Don Fernando el Magno, obras en que la potestad regia queda ofendida y malparada, y triunfante el espíritu de insurrección.

[p. 207] El cantar perdido es fuente común del romance, de los versos del Rodrigo y de los dos capítulos de la Crónica de 1344; pero no por eso se ha de ver relación directa entre los tres textos. Prescindiendo del segundo, que es un descarnado resumen, hecho de memoria sin duda, y en que faltan los pormenores más poéticos, no se puede admitir que el autor versificase la prosa de la Crónica, no sólo por la libertad y grandeza con que su inspiración se mueve, sino por los muchos detalles en que el cronista y el poeta no concuerdan. En el romance las treguas son por quince días; en la Crónica por tres no más. En el romance es el Rey quien amenaza al Conde con quitarle de los hombros la cabeza y teñir con su sangre el vado; en la Crónica es el Conde quien pronuncia tan desaforadas palabras. Son, por consiguiente, versiones diversas de un mismo original, y, dado el servilismo con que los historiadores de la Edad Media transcribían sus documentos, la Crónica debe representar mucho más fielmente a su prototipo. El cantar sería probablemente refundido, [1] y algunas diferencias pueden explicarse así; pero algo hay que conceder a la fantasía del anónimo poeta capaz de componer tan maravilloso romance.

Dignamente competiría con él si estuviese íntegro el que comienza

       Buen Conde Fernán González,—el Rey envía por vos...
 
                                                       (Núm. 17 de la «Primavera».)

[p. 208] Pero no es más que un precioso fragmento que no debe estimarse como continuación del de Castellanos y leoneses, aunque los primitivos editores del siglo XVI los mezclaran, sino como principio de otro romance en que se refería el llamamiento del Conde a las Cortes antes o después de la entrevista del vado de Carrión. La parte que tenemos se reduce al mensaje del Rey y a la altanera respuesta del Conde, muy lejana de las mesuradas y sentenciosas palabras que la primera Crónica, siguiendo al poeta de clerecía, hace pronunciar al héroe en esta situación u otra análoga. El Sr. Menéndez Pidal conjetura, con buenas razones, que tenemos aquí otro episodio de la gesta popular perdida. Acaso hubo otra posterior; a no ser que debamos atribuir al autor del romance el espíritu profundamente democrático del final, en que el victorioso Conde rebelde se presenta con el carácter de protector de los humildes y desvalidos, y especialmente de los labradores:

       Villas y castillos tengo;—todos a mi mandar son;
       De ellos me dejó mi padre;—de ellos me ganara yo.
       Los que me dejó mi padre—poblelos de ricos hombres;
       Los que yo me hube ganado—poblelos de labradores:
       Quien no tenía más que un buey,—dábale otro, que eran dos;
       Al que casaba su hija,—doile yo muy rico don;
       Al que faltaban dineros,—también se los presto yo;
       Cada día que amanece,—por mí hacen oración;
       No la hacían por el Rey,—que non la merece, non;
       Él les puso muchos pechos,—e quitáraselos yo.

Este Fernán González, filántropo y, como ahora diríamos, socialista de Estado, no debe de ser anterior al siglo XVI, y quizás el primer esbozo de su figura haya de buscarse en aquella voluminosa Chrónica de Fernán González que en 1514 dedicó a Carlos V el Abad de Arlanza, Fr. Gonzalo de Arredondo y Alvarado (natural del valle de Ruesga), procurando imitar, como dice el P. Berganza, la Cyropedia de Xenofonte. [1] En esta historia [p. 209] novelesca, que no llegó a darse a la estampa, pero que corrió profusamente en copias manuscritas, se propuso Arredondo presentar en Fernán González el dechado del príncipe perfecto y del sabio legislador, a la vez que el espejo de todas las virtudes teologales, cardinales y caballerescas, llegando a dar el texto de una especie de Código, que le atribuye, cuya ley cuarta ordena que los señores, los infanzones y caballeros traten como a hijos a sus colonos, vasallos y criados, y que todo el que se vea aquejado de pobreza acuda al Conde para que le remedie, como padre común de todos.

Los otros dos romances que Wolf admitió por viejos en este ciclo (a los cuales puede añadirse otro de la Segunda parte de la Silva, núm. 5 de mi primer Apéndice [Ed. Nac. Antolog. vol. IX.]), no merecen tal nombre, porque son meras abreviaciones de las Crónicas, [1] sin valor poético alguno. Pero en cambio, la tradición popular de Asturias nos ha conservado el muy interesante de La Peregrina, recogido en varias versiones por Amador de los Ríos y Menéndez Pidal (D. Juan). Este romance, aunque muy desfigurado y convertido ya en novelesco por el olvido de los nombres de los personajes (fenómeno tan característico de la transmisión oral en este género de poesía), nos conserva un lejano recuerdo de la prisión del Conde de Castilla, en León, y de su libertad lograda por industria de la Condesa doña Sancha. Sólo algunos versos de esta canción pertenecen al tema épico: lo demás es impertinente y moderno; [p. 210] pero el hallazgo es tanto más de estimar cuanto que no se conoce forma poética intermedia entre el Mester de clerecía del siglo XIII y esta humilde rapsodia de origen juglaresco.

El estudio, no sólo de estos romances populares, sino de todos los eruditos y artísticos que se refieren a Fernán González, ha sido hecho de un modo magistral y definitivo por D. Ramón Menéndez Pidal en la admirable monografía ya citada, que sería temerario retocar, aunque lo permitiesen los límites en que hemos de encerrarnos. Hay entre estos romances algunos sacados pedestremente del texto de las Crónicas, como los de Alonso de Fuentes, del inevitable Sepúlveda y de sus émulos Juan de la Cueva y Gabriel Lobo; pero otros tienen vida poética propia, como los del «Caballero Cesáreo, cuyo nombre se guarda para mayores cosas» (¿Pero Mexía?), y los del famoso glosador Juan Sánchez Burguillos, si bien algo degeneran en verbosos y prolijos. Otros hubo que, sin ser populares en su origen, se popularizaron muy luego, y ciertamente lo merecían, como aquel de tan valiente principio y noble entonación:

       Juramento llevan hecho—todos juntos a una voz
       De no volver a Castilla—sin el Conde su señor.
       La su imagen llevar quieren—subida en un carretón,
       Dando obediencia a una piedra—para más señal de amor.
       Convocar quieren la gente—y mover a compasión:
       Los niños entre los pechos,—las hembras en la labor,
       Los hidalgos en la plaza,—los monjes en religión,
       Los viejos en los gobiernos,—los mozos en su afición,
       En la tienda el oficial,—en el campo el labrador.

Este bello romance, que Dozy, sin parar mientes al estilo, a lo artificioso y elegante de la composición y al primor de las asonancias, creyó antiguo y citó como fuente histórica, apareció en el Romancero general de 1604, cuyas composiciones son todas artísticas; y puede muy bien ser obra de Lope de Vega, que hizo resonar en el teatro algunos de sus versos en su comedia la libertad de Castilla por Fernán González. El mismo Lope, criado a los pechos de la poesía popular, de la cual no renegó nunca y a la cual debe gran parte de su gloria, hizo una refundición del romance Buen Conde Fernán González, que va inserta en el diálogo de la misma comedia, y le acompañaron o siguieron en este [p. 211] oportuno empleo de canciones familiares a su público, el autor anónimo de otra comedia, De la libertad de Castilla por Fernán González en lengua antigua (impresa en Lisboa en 1603), y D. Francisco de Rojas en La más hidalga hermosura (1645).

Además de los romances y del teatro, prueban la vitalidad y difusión de la leyenda del Conde soberano de Castilla las varias crónicas particulares de aquel héroe, que se extrajeron de las generales, honor solamente otorgado al Cid y a los Infantes de Lara. Uno de estos extractos era la que Berganza llama Historia antigua de Arlanza por conservarse en aquel Monasterio, donde sirvió de principal fuente al P. Arredondo. Esta historia, que fué impresa dos veces en Burgos por Juan de Junta en 1537 y 1546, procede, según las doctas investigaciones del Sr. Menéndez Pidal, de la Crónica de 1344, y no de la primitiva del Rey Sabio. [1] En cambio, otra pequeña Estoria de Fernán González, que fué mucho más popular, y de la cual existen numerosas aunque rarísimas ediciones [2] del siglo XVI (y quizás alguna del XV), presenta mucha más semejanza con el texto de Ocampo, aunque no se sacó de él y está mucho más abreviada. El libro de cordel, que hoy anda en manos de nuestro vulgo, no tiene tan nobles fuentes, ni se remonta más allá del siglo XVIII, [3] pero el mero hecho de su existencia es digno de consignarse. Tampoco en la literatura moderna faltan obras inspiradas por este grupo de tradiciones castellanas. [4]

[p. 212] Sobre los Condes de Castilla, sucesores de Fernán González, Garci Fernández, Sancho García, el infante Don García, y sobre los hijos de Don Sancho el Mayor, en quien se reunieron los estados de Navarra y Castilla, existen tradiciones poéticas que en dos casos, por lo menos, proceden de cantares de gesta perdidos. Casi todas estas narraciones son de carácter trágico y sombrío, y parecen inspiradas por la torva musa de la venganza. Familia de Atridas debió de ser la de aquellos Condes, si hay algo de verdad en las tremebundas historias que de ellos se narran.

El Cantar de Garci Fernández puede restaurarse casi por completo con la prosificación de la Crónica General, que en tres capítulos (división que acaso corresponda al poema primitivo) refiere la historia de los dos matrimonios del Conde. [1] Aunque la General no cita los cantares como otras veces, es tal la abundancia de pormenores novelescos y el carácter de la narración, que ni por un momento puede creerse que proceda de una fuente latina, ni tampoco de una simple conseja oral. Transcribo a la letra tan interesante relato, prefiriendo el texto de mi códice al impreso por Ocampo, aunque en esta parte no varían mucho.

I. «Este conde Garci Ferrandes de que vos fablamos era grant cauallero et cuerdo et muy apuesto, et avie las más fermosas manos que nunca fallamos que otro omme ovo, en manera que muchas vegadas avie verguença de las veer descobiertas por ello, et tomaba y embargo. Et cada día que entrava o [2] [p. 213] estava muger de su amigo siempre metie unas luvas [1] en las manos. Este conde Garci Ferrandes fué casado dos vegadas. La primera con una condesa de Francia que ovo nombre doña Argentina, et casó con ella en esta guisa. El padre e la madre de aquella condesa yban en romería a Sanctiago, et llevabanla consigo: moza muy fermosa, et el conde pagóse della, e desque sopo que era muger de buen lugar demandóla a su padre e a su madre para casamiento e casó con ella e visco con ella VI años et non ovieron fijo nin fija. Et ella salió mala muger.

II. «Yasiendo el conde doliente, vino a veer a esta dueña Argentina un conde de su tierra que yva en romería a Sanctiago, et aquel conde era casado et muriósel la muger et avie una fija muy fermosa que avie nombre doña Sancha. La condesa doña Argentina muger del conde Garci Ferrandes fuesse con aquel conde. Et cuando su marido el conde Garci Ferrandes lo sopo eran ya ellos fuera de la tierra. Et desque el conde fué guarido de aquella enfermedat, con grant pesar que ovo daquel fecho fisose commo que yva en romería a Sancta María de Rocamador. Et metiose por el camino de pie con un escudero a manera de omes pobres desconocidos, et anduvo tanto fasta que llegó a aquella tierra de aquel condado o morara aquel conde et la su muger que lleuara. Et sopo y toda la fasienda del conde et en commo avie aquella fija doña Sancha que era muy fermosa muger, et asmó que para acabar aquella demanda en que andaua quél convinie aver priuança, et fabló con aquella doña Sancha fija de aquel conde. Et doña Sancha estaua mal con el conde su padre, et aquella su madrastra metie mucho mal entre él et ella, et queríe ante ser muerta que vevir aquella vida que vivie. Et andaua buscando carrera por do saliesse de premia de su padre, et por esto fabró con una su manceba e dixol: «amiga, sepas que yo non puedo ál faser esta vida que fago. Et por ende te ruego que los pobres que comen a la puerta de mi padre et mía que me pienses dellos et que cates y si hay algun ome fidalgo apuesto et fermoso, quel trayas ante mí ca quiero fabrar con él. Et la manceba metió mientes en ello assi commo su señora mandó, et vió un día entre todos los otros estar al conde Garci Ferrandes [p. 214] pobre e mal vestido porque era grant cauallero et mucho apuesto et muy fermoso. Et entre todas las fermosuras que vió en él, viól las más fermosas manos que nunca viera a omme nin a muger, et dixo en su coraçon: si aquel omme es fidalgo, aquel es tal commo mi señora demanda, et llamól la manceba et díxol que querie con él fablar aparte, et desque se vieron en apartado, conjuról et rogól por Dios quel dixesse verdat si era omme fidalgo. Et el conde le respondió: «¿amiga, por qué me lo demandades?, ca no os cumple a vos saber de mi fidalguía nada». Et ella le respondió: «por aventura más cumple a vos et a mí que vos non cuedades». Et el conde respondió: «Cuando yo vea por qué o seades en lugar que lo deuades saber, yo vos mostraré en commo só más fidalgo que el sennor desta tierra». Quando la donzella aquello oyó maravillose mucho de aquellas palabras, et dixol: «Amigo, estad aquí quedo et esperat me en este lugar, ca yo verné ayna por vos». Et fué a su señora et contól todo lo quel acaesciera con aquel omme. La señora desque lo ovo todo oydo, mandól quel metiessen antella. Et él a manera de ome pobre fincó los hinoios ante ella quando la vió, Et doña Sancha le dixo: «Amigo, desidme qué ome seedes et de qué linage venides». Et él le respondió: «Señora yo só aquí en vuestro poder et vos me podedes matar o dar vida si quisieredes. Por ende si vos quisieredes que vos diga mi fasienda, prometed me tener poridat». Et iuró lo en sos manos que lo farie assi. Et él le dixo: «Señora, yo só el conde Garci Ferrandes de Castilla, et vuestro padre que aquí es non me catando fizome muy gran tuerto, et llevóme mi muger con quien estaua casado, la qual es esta que él aquí tiene por muger. Et yo con vergüença deste fecho prometí de non tornar a mi tierra fasta que fuesse vengado dél et della, et por esso só aquí venido en esta manera que veedes por tal que non me conosca ninguno et que pueda acabar aquello en pos que ando». Cuando doña Sancha la fija del conde esto oyó, plogol mucho, ca tovo que Dios le daua carrera qual ella non sabie buscar nin demandar, et dixol assi: «Conde, quien vos diesse lugar porque vos acabassedes lo que queredes, ¿quél fariedes?» El conde respondió: «Señora, si me vos esto guisassedes casaría con vusco, et lleuar vos ia conmigo para Castilla, et faser vos ia condesa et señora de la tierra»; et ella prometió que gelo guisarie, et dixol la manera [p. 215] commo. De si mandó pensar dél et metiole en su cámara, et aquella noche allegaron amos en uno et recibieron se por marido et muger.

III. «Quando vino después a la tercera noche guisó doña Sancha que se echase el conde su padre con la condesa su madrastra et metió al conde Garci Ferrandes armado de un lorigon et de un grant cuchillo en la mano so el lecho en que amos avien de yaser, et defendiol que non se meciesse nin tosiesse fasta que ella él tirasse por una cuerda quél ató al pié. Et doña Sancha estudo al echar de su padre et de su madrastra, et fizose que por amor de su padre que querie essa noche albergar y en la casa con ellos. [1] Et desque vió que durmien su padre et su madrastra, tiró por la cuerda et sallió el conde Garci Ferrandes de so el lecho, et vió commo yasien amos a dos durmiendo et degollolos et desi tiroles las cabeças. Et tomó a doña Sancha su muger et las cabeças dellos et cogió luego su camino et vinosse quanto más pudo para Castiella. Commo otro día los de la tierra sopieron la muerte de su señor, eranse los otros mucho alongados que se non recellauan de ninguna cosa. Commo el conde Garci Ferrandes et su muger doña Sancha llegaron a Castilla enbiaron por todas sus gentes que viniesen de Burgos, et contóles el conde todo lo quél avie contescido et en commo por todo passara. Entonces les dixo el conde: «Agora soy yo para seer vuestro señor, ca só vengado, ca non mientra estaua desonrrado». Et mandó entonces que fisiessen omenaje, et rescibiessen por señora a donna Sancha su muger, et los castellanos fisieronlo assi et plogoles mucho con la venida del conde et de quán bien se sopiera vengar. Et en esta donna Sancha fiso el conde Garci Ferrandes al conde don Sancho. Et esta donna Sancha començó de primero a ser buena muger et a tenerse con Dios, et a ser amiga de su marido et faser muchas buenas obras, mas esto duról poco. Et después començó a fazer lo aviesso dello, como quier que en quanto [p. 216] maldat de su cuerpo non se osaua descobrir por miedo de su marido el conde Garci Ferrandes, et començó a aver malquerencia con él en guisa que cobdiciaua mucho veer la su muerte, et a la fin guisóse la muerte assi commo adelante oyredes en esta estoria en su lugar o fabla dello.»

Fácil es reconocer en este trozo versos enteros de Cantar de gesta, y gran copia de asonancias y consonancias revueltas, especialmente terminaciones verbales:

       Et el conde le respondió:—«¿Porqué me lo demandades?
       ...............................................................................................
       «Más cumple a vos et á mi—que vos non cuidades».
       Et el conde respondió:—«Cuando yo vea porqué o seades
       En logar que saberlo devades...
       Et doña Sancha le dixo:—«Amigo, ¿qué ome seedes
       Et de qué linaje venides...
       Et él le respondió:—«Vos matarme podedes,
       Cá só aquí en vuestro poder,—o darme vida si quisierdes...

Esta feroz leyenda, que recuerda hasta cierto punto la venganza de Agamenón consumada por Orestes, ayudado por su hermana Electra, en los adúlteros Egisto y Clitemnestra, debe pertenecer al fondo común de los cuentos primitivos, y nada de peculiarmente castellano se advierte en ella. Pero no por eso creemos, como Durán, que se trate de «una tradición puramente caballeresca nacida en Francia, y luego adoptada por nosotros para aplicarla a un héroe castellano». El hecho mismo de estar ya incluída en libro tan viejo como la Crónica general que, salvo el Mainete, no aceptó ningún asunto forastero, es indicio de mayor antigüedad; y el espíritu que en ella predomina, lejos de ser francés, es de aversión y odio a los enlaces de nuestros condes y reyes con princesas del otro lado del Pirineo. No quiso declarar la General el apellido de ninguna de las dos supuestas mujeres de Garci Fernández; pero la Crónica Rimada dice el linaje de la segunda:

Con fija de Almerique de Narbona—el conde Garci Ferrandes fue casado,

Con ella fiso un fijo que don Sancho llamaron...

Verosímil parece que este nombre fuese sugerido por la poesía juglaresca del ciclo carolingio que tanto celebró el conde [p. 217] Almenique (Aimerí) de Narbona, padre de Guillermo de Orange. Pero de todos modos, la familia de los vizcondes narbonenses es histórica, y aparece ya en Castilla desde el tiempo de Alfonso VII. Por cualquiera de ambos caminos pudo penetrar este apellido en la poesía épica de decadencia, puesto que el silencio de la General nos induce a creer que no estaba en el cantar primitivo, a no ser que supongamos que el rey Sabio lo omitió adrede para no infamar con el cuento a su parentela.

No ha quedado romance viejo sobre este argumento, pero es apreciable el del Caballero Cesáreo, tanto, que Durán le creyó de mediados del siglo XV, error que fácilmente hubiera evitado fijándose en los asteriscos que llevan los romances del Cesáreo en el libro de Sepúlveda, y haciendo la comparación con la Crónica General, de donde el romance está sacado. Por lo mismo que la admirable colección de Durán anda en manos de todo el mundo, conviene notar estos ligeros descuidos.

Creemos que algún vestigio de la tragedia doméstica de Garci Fernández puede vislumbrarse en los romances novelescos sueltos y en los tradicionales, que por lo común son fragmentos o centones de otros más antiguos. En el romance del conde Lombardo (núm. 136 a de la Primavera), que por lo demás es una variante del tema de la esposa adúltera, leemos estos dos versos:

       Apead, conde don Grifos—porque hace gran calor.
        ¡Lindas manos teneis, conde! —Ay cuán flaco estais, señor..

El detalle de las lindas manos es tan característico de la le yenda de Garci Fernández, que no parece casual la repetición.

El extraño y desvergonzado romance de la esposa de don García, recogido de la tradición popular asturiana, no tiene a primera vista relación con la historia del conde de Castilla; pero adviértase que coinciden en ser el infante don García marido burlado y escarnecido a quien roban su mujer y que camina en su seguimiento.

Aunque el final de la leyenda de Garci Fernández en la General anuncia la de Sancho García, no creemos que formasen parte de un mismo cantar: acaso la relación entre ambas fué establecida por los compiladores de la Crónica, más ganosos de la ejemplaridad moral que el viejo rapsoda, para el cual acaso [p. 218] no fuese grave pecado la parricida y bárbara intervención de Doña Sancha. El mayor indicio de que ambas tradiciones eran independientes al principio, es que el Arzobispo D. Rodrigo trae la segunda y no la primera, y no llama a la condesa Sancha, sino que la desinga con el nombre familiar de Mionia. Le siguió al pie de la letra la Crónica General, como puede juzgarse por la comparación de los dos textos. Ponemos al pie el del Arzobispo. [1]

«E la madre del conde don Sancho cobdiciando casar con un moro, asmó de matar a su fijo por tal que se alçasse ella con los castiellos e con las fortalezas de la tierra, e assi casarie ella luego con el moro. E ella destemplando una noche las yerbas que le diesse a beuer con que lo matasse, vino una su cobigera al conde, e descubriól todo el fecho. Mas quando su madre le quiso dar aquellas yerbas en el vino que beuiesse, rogó él a la madre que beuiesse primero ella, e ella le dixo que lo non querie nin ferie, ca lo non havie menester, e el conde rogól muchas vezes que beuiesse, e quando vió que la non podía vencer, por fuerça gelo fizo beuer. E quando ella lo houo beuido, cayó luego muerta. E agora sabed que desde aquí adelante fué tomado uso en Castiella de dar a beuer primeramente a las mugeres.»

Hasta aquí la impresión de Ocampo. El final está más dilatado en la Crónica primitiva, y ya le publicó Milá: «Empos esto el conde D. Sancho con pesar e crebanto porque matara a su madre en aquella guisa, fizo por ende un Monasterio muy noble, e pusol nombre Onna por el nombre de su madre en la guisa que aquí agora departiremos. Et en Castiella solien llamar Mionna por la sennora. Et porque la condesa donna Sancha era tenida por señora en todo el condado de Castiella, mandó el conde toller [p. 219] deste nombre Mionna aquella mi que viene primero en este nombre. Et esta palabra que finca tollida dend mi, que llamasen por nombre a aquel monasterio Onna. Et assi le llaman oy en día Onna.»

Aquí, como en otros casos, la preferencia dada al texto latino sobre el popular, hizo que no quedasen vestigios del cantar de gesta en la prosa de la Crónica General. Pero no alcanzó a borrar enteramente su recuerdo, pues sólo por él se explican los detalles que con rara uniformidad se leen en libros muy posteriores, como el Valerio de las historias, de Diego Rodríguez de Almela, que es del siglo XV. Este laborioso y elegante escritor, que recogió muy curiosas tradiciones de origen épico, tuvo a la vista el sucinto resumen de la General, pero le completa y desarrolla con ciertos incidentes novelescos, que acaso estarían ya en la Crónica de 1344. Ante todo, la criminal pasión de la condesa no nace principalmente de ambición, sino de amor vicioso, «con gran apetito de luxuria y deseo carnal». [1] La doncella, camarera o cobijera de la condesa, «ussaba con un escudero del conde, y descubrióle este fecho, el qual lo dixo al conde, y la manera cómo se guardasse». El conde, para obligar a su madre a beber,«sacó la espada, y le dixo que si no bebiese que le cortaría la cabeza». Agradecido al escudero que «por su avissamiento y lealtad le avía librado de muerte, perdonóle el yerro que avía fecho con la doncella, y cassólos en uno, y fizoles muchas mercedes, y por quanto él era natural de Espinossa de los Monteros, sintiendo que de la naturaleza donde era nascido procedía tan gran lealtad, sintió que los de aquel lugar eran leales, y en tanto que él vivió enfiósse en la guarda de este escudero y de otros de Espinossa. [p. 220] E los Reyes de Castilla despues so su guarda de los Monteros de Espinossa están hoy en la cámara y guarda cada noche». [1]

El conde Sancho García, llamado tradicionalmente el de los buenos fueros, mereció ser celebrado en cantos de más noble argumento, y es cierto que los hubo, y todavía nos queda de ellos un fragmento perdido entre el fárrago preliminar de la Crónica Rimada. (Versos 45-65.)

       Morió el conde Garci Fernandes—cortés infanzon castellano.
       [Regió a castellanos] [2] —el buen conde don Sancho
       E dexóles buenos previllejos—e buenos fueros con su mano,
       E fué reçebir reina de Leon—nieta de don Suero de Casso,
       Et en ella fiso un fijo—quel' dixieron por nombre Sancho:
       Atanto salió de casador nel monte—quel non cogia el poblado.
       .........................................................................................................
       Desque vió [el padre] que era de edat—a Burgos fué llegado,
       A los treynta dias conplidos—ayuntanse y los castellanos;
       Desque los vió el conde—en pie fué levantado:
       —«Oytme, castellanos,—a buen tiempo só llegado,
       Por vos faser más merced—que nunca vos fiso omme nado.
       El conde Fernand Gonçales—sacóvos de tributario;
       El conde Garci Fernandes—vos tuvo libres e salvos,
       E yo divos [fueros] e previllejos—confirmados con mi mano;
       De condado que es Castilla—fágovosla reynado.
       Fagamos mi fijo rey—si vedes que es guissado;
       Nieto es del rey de León—non ha quel diga ombre nado.
       Que non sea rey de Castilla—ninguno no será ossado;
       Sy non [a] quel quien lo dixiesse—bien sabrá [mi fijo] vedarlo.
       Mucho plugo a castellanos—quando oyeron este mandado;
       A Sancho Abarca bessan les manos—e ¡rreal, rreal! llamando
       Por Castilla van los pregones—por tan buen rey que alçaron.

Los primeros versos tienen la traza de un seco resumen hecho por el compilador y acomodado al facilísimo asonante a-o, pero las palabras del conde son reliquia indudable de un cantar de gesta, cuyo asunto puede presumirse que fuera la conversión del condado de Castilla en reino por obra de Don Sancho el Mayor [p. 221] de Navarra, a quien el tardío e ignaro zurcidor de estos fragmentos confundió con D. Sancho Abarca. [1]

[p. 222] La tragedia del conde de Castilla D. García, asesinado en León por los Velas cuando iba celebrar sus desposorios con doña Sancha, hija del rey Don Bermudo III, tiene ya en la historia gran interés poético, y dió argumento además a un cantar de gesta, del cual todavía quedan muchos rasgos en nuestras crónicas. La verdad del hecho está consignada en términos substancialmente conformes por D. Lucas de Túy y por el arzobispo D. Rodrigo, a quienes traduce combinados la Crónica General, según su sistema, pero ampliando el relato con muchos pormenores dramáticos tomados de un texto que expresamente cita con el título de Estoria del rromanz del Inffant García. Esta importante referencia falta en el texto impreso de Ocampo, donde aparecen torpemente involucradas ambas versiones, y se abrevian, hasta reducirlos a uno solo, los tres capítulos que la Crónica genuina dedica a este asunto, y que tanto pueden servir para la reconstrucción aproximada del referido poema. Publiqué estos capítulos en 1898 [1] y a su contexto me remito. Los trozos de origen épico son principalmente tres, y se destacan con toda claridad del fondo de la narración. Comprende el primero las engañosas palabras y fingido homenaje de los Velas al Infante, la ciega y noble confianza de éste y el vago terror que embarga el ánimo de doña Sancha.

«E Ruy Vela e Diego Vela e Yéñego, los fijos del conde don Vela, quando lo sopieron salieron a él a recebirle muy bien e besáronle la mano, assi commo es costumbre en España, e [p. 223] tornáronse sus vasallos, e dixol estonces el conde Yéñego Vela: «Infante García, rogamos te que nos otorgues la tierra que tenemos de tu primo cormano, e servir te hemos en ella commo a señor cuyos naturales somos». Et ell infante otorgó gela estonces, et ellos besaron le la mano otra ves. [1] Allí vinieron a él otrossy a rescebirle quantos altos ommes avie en Leon. El obispo don Pascual vino y con toda su cleresía, e rescibiól mucho onrradamiente con grant procession, et levól para Sancta María de Rregla, et oyó y missa estonces; et pues que la missa fue dicha, et seyendo él ya seguro de los fijos del conde don Vela por el omenage quel fizieran, fuesse para su esposa et vióla et fabló con ella quanto quiso a so sabor, et pues que ovieron fablado en uno una grant pieça del día, amaron se tanto uno a otro, que solamientre non se podien fartar dessí. [2] Et dixol ella: «Infante, fezistes mal que non troxistes con vusco vuestras armas, ca non sabedes quién vos quiere mal o bien». Respondiól ell Infante et dixol: «Donna Sancha, yo nunca fis mal nin pesar a omme en todo el mundo, et non sé qui fuesse el que me quisiesse matar nin faser otro mal». Et dixol estonces donna Sancha, que omes avie en la tierra que sabie ella quel querien mal. Et el infante García, quando aquello oyó, pesól mucho de coraçon.»

En el cuadro del asesinato, la versión histórica y la poética son esencialmente diversas en casi todos los pormenores. Según D. Lucas y D. Rodrigo, mataron al Infante los Velas a traición y sobre seguro ante la puerta de la iglesia de San Juan Bautista, siendo el que le hirió primero su padrino de bautismo, que el Tudense llama Diego, y el Toledano Rodrigo. La narración del [p. 224] cantar era mucho más bárbara y grandiosa: antes de D. García sucumben todos sus caballeros en medio de los regocijos de las bodas. Los pormenores de la muerte están recargados también con espantosa ferocidad, y todo el trozo recuerda en gran manera la escena de las bodas de Doña Sancha en la leyenda de los In fantes de Lara:

«Esto dicho, salieron los fijos del Conde don Vela del palacio, et fueronse para la posada de Iñigo Vela, et ovieron y su conseio malo et falso, de commo matassen al infante García. Et dixo Iniego Vela: «Yo sé bien en qué guisa podemos levantar rason e achaque por quel matemos. Alcemos un tablado en medio de la Rua, e los cavalleros castellanos, commo son ommes que se prescian desto, querrán y venir solasar se: nos bolveremos con ellos estonces pelea sobrel alcançar, e matar los hemos a todos por guysa». E assy fué fecho. Los traydores, luego que movieron aquella pelea, mandaron cerrar las puertas de la cibdat, que non pudiese entrar ninguno nin salir, e desi salieron e mataron quantos cavalleros andavan y delant con el Infant.»

Aquí la General corta el hilo del poema, para intercalar la versión erudita, pero le reanuda pocas líneas más abajo:

«En la Estoria del Romance del Infante García dice desta otra manera, que el Infante seyendo en el palacio fablando con su esposa e non sabiendo nada de su muerte, quando oyó demandar armas a grant priesa, que salió fuera a la Rua por veer qué era, e quando vió todos sus cavalleros muertos, pesól muy de coraçon e lloró mucho por ellos. Los Condes, quando vieron al Infante estar en la Rua, fueron para él, los venablos en las manos por matarle, e leváronle mal e desonrradamientre fastal conde Rodrigo Vela, que era su padrino. El Infante, quando se vió antél, començó de rogar que nol matassen, e que les daríe grandes tierras et heredades en su condado. El Conde ovo estonces duelo, et dixo a los otros que non era bien de matarle assy, mas que serie meior de tomar aquello que él les dava. Et a él quel echasen de tierra. Iniego Vela fué muy sannudo contra él e dixo: «Don Rodrigo, ante quel matássemos fuera eso de veer, mas ya agora non es tiempo de dexarle assy». La infanta donna Sancha, quando sopo que el infante García era preso, fue para allá, e quandol vió començó a meter grandes boses, e dijo: «Condes, non [p. 225] matedes all Infante, ca vuestro señor es, e ruego vos que antes matedes a mí que a él». El conde Ferrant Flayno fué muy sannudo contra la Infanta por lo que disie, e diól una palmada en la cara. El infante García, quando lo vió, con el grant pessar que ende ovo porquel tenien preso, començó de maltratarlos e desirles canes e traydores. Ellos, quando vieron que assy los denostava, dieron en él grandes feridas con los venablos que tenien, e matáronle. La infanta doña Sancha, con la gran cueyta que avie dél, echósse sobrél, e Ferrant Flayno tomóla por los cabellos e derribóla por unas escaleras ayuso. El rey Don Sancho de Navarra, que posava fuera de la cibdat, quando lo sopo, mandó armar toda su companna e vino fasta las puertas de la villa, mas quando vió que eran cerradas e non podrien iuvar al Infante, dixo que gele diessen ya siquier muerto. Los Condes fizieron gele echar delante por somo del muro, mal e desonrradamientre. Tomól estonces el rey Don Sancho, e mandól meter en un ataud e leváronle a Oña et enterráronle cerca de su padre. Pero dis el arçobispo D. Rodrigo que en León fué enterrado en la yglesia de Sant Johán cercal padre de doña Sancha, su esposa, e que se quisiera meter con él en la fuesa aquella su esposa; tan grant era la cueyta que por él prisiera.»

La tercera parte del cantar, que la Crónica abrevia mucho sin duda, refería cómo los reyes de Castilla y Navarra hicieron justicia de los matadores del infante, que se habían refugiado en el castillo de Monzón, «prisiéndolos e quemándolos en el fuego», y cómo doña Sancha se reservó el bárbaro placer de matar a Ferrant Flayno por sus propias manos con todo género de espantosos suplicios.

Reprodujo esta lúgubre historia el rey Don Sancho el Bravo, en el libro de los Castigos e documentos a su fijo (cap. 43, «de como se non debe home pagar del home traidor y falso»), siguiendo paso a paso la letra de la General, si bien añade algún detalle poético que no encuentro ni en mi códice, ni en la crónica impresa, ni en otras manuscritas que he visto, pero que seguramente procede de la gesta primitiva, y estará acaso en el códice escrurialense que se considera como prototipo de la obra histórica del Rey Sabio. Mi códice propende a abreviar, y sospecho que éste es uno de los puntos en que lo hace. La adición principal [p. 226] del Libro de los Castigos se refiere al llanto de doña Sancha: «E el conde Ferrand Flayno fué muy sañudo contra ella por lo que había dicho, e diole una palmada en la cara, et el infante don García, que estaba presente, desque lo vió, con el grand pesar que ende hobo, aunque estaba preso en poder dellos, díjoles: «¡Oh, perros, canes traidores! ¿Por qué maltraedes esa doncella que vos non fizo porque fuese maltraida e deshonrada?» E ellos, quando vieron que así los denostaba, dieron en él muy grandes feridas con los venablos que tenían en las manos, e asi lo mataron. Et desque la infanta doña Sancha lo vió, con el grand pesar que ende hobo, echóse sobre él, poniendo la su cara con la suya, faciendo muy esquivo llanto, deciendo muchas cosas doloridas que serían largas de contar, que non había home en el mundo que el coraçón non quebrase. E el conde Ferrand Flayno tomóla por los cabellos e derribóla por las escalas ayuso, de que se sintió muy mal.» [1]

Este fragmento pertenece, sin disputa, al juglar primitivo, y aun parece sentirse un eco de sus rudos metros en la culta prosa latina del arzobispo D. Rodrigo:

«Sponsa vero sponsi dulcedine vix gustata, ante vidua quam traducta, fletu lugubri semiviva lacrimas cum occisi sanguine admiscebat, se occisam ingeminans cum occiso.»

La musa castellana no ha sacado hasta ahora gran partido de este magnífico argumento, en que todo contribuye a acrecentar el terror y la compasión: la floreciente edad del Conde de Castilla, el contraste entre la alegría de sus bodas y la fermentación de la venganza; las flores de un amor casi infantil, que nacen para marchitarse antes de un día; los fatídicos temores que cruzan por la mente de la desposada; la sacrílega traición del que había tenido a D. García en las fuentes bautismales; la braveza de leona acosada que doña Sancha muestra junto a su marido exánime, y en el feroz castigo de sus matadores, tomado por su propia mano. No hubo romances sobre este asunto, ya que no pueden contarse por tales los de la colección de Sepúlveda, que [p. 227] no son más que la misma prosa de la Crónica distribuída en líneas de a ocho sílabas, enlazadas por un monorrimo en ado.

El rey de Navarra, Don Sancho el Mayor, a título de último conde de Castilla, debe cerrar este ciclo tradicional. Prescindiendo de la historia del hallazgo del cuerpo de San Antolín y restauración del obispado de Palencia, que no creemos de origen juglaresco, sino monacal, a pesar de ser una de las incluídas en la Crónica Rimada; hallamos en el arzobispo D. Rodrigo y en la General (que en este capítulo no hace más que traducirle) la sabida leyenda de la falsa acusación de la reina de Navarra infamada de adúltera por sus hijos D. García y D. Fernando, y defendida en juicio de Dios por su entenado D. Ramiro, hijo ilegítimo de Don Sancho.

Este cuento, aunque torpemente inverosímil, y nada honroso para los desalmados infantes a quienes se atribuía tan atroz y estúpida vileza, como la de calumniar y querer llevar a la hoguera a su madre porque había negado a D. García el capricho de pasearse en un caballo «muy recio, e muy fermoso, e muy corredor e complido de todas buenas maneras» que tenía el rey Don Sancho, [1] fué dócilmente aceptado por los primeros cronistas aragoneses y navarros, tales como el anónimo de San Juan de la Peña y el Príncipe de Viana, cuya narración es curiosa por las formas dialectales en que abunda, y también porque añade algunos detalles, entre ellos la complicidad del tercer hijo D. Gonzalo, personaje de muy dudosa existencia. [2]

Ni la primitiva Crónica general, ni el Príncipe de Viana, dicen que la Reina adoptase por hijo a D. Ramiro, ni mucho menos [p. 228] traen la famosa fórmula de la adopción, que, sin embargo, es antigua, pues se encuentra ya en la Crónica de 1344, y puede creerse derivada del segundo cantar de los Infantes de Lara, donde Mudarra es legitimado de igual manera por su madrastra doña Sancha. La reina de Navarra se presentó al rey «vestida con una piel, segunt era costumbre en aquel tiempo», y desheredó a su hijo D. García de sus arras y de las tierras de Aragón y Castilla, que eran suyas, «e estonce llamó a D. Ramiro, e díxole: «Vos sodes mio entenado, e segunt rrason, más me deviérades buscar daño que non pro, e por vuestra bondat me librastes de muerte, e por esto vos tomo por fijo, e vos heredo por todo siempre en el reyno de Aragón a vos e a todos los que de vos venieren, e otrosi de las mis arras, e eso mismo vos faría de Navarra si myo fuese.» E entuençe lo tomó e lo metió por una manga de la piel e sacólo por la otra, segunt que era costumbre en aquel tiempo de tomar los fijos adoptivos.» A este símbolo jurídico, que se remonta a la antigüedad clásica no menos que a la germánica, y que estuvo en uso durante toda la Edad Media dentro y fuera de España, se refiere el antiguo refrán: «Meteldo por la manga y salirseos ha por el cabezón.»

No sabemos cuándo ni dónde se inventó esta fábula del caballo, que, gracias a la autoridad del arzobispo D. Rodrigo, continuó pasando por verdadera historia hasta el siglo XVII; y esto, no sólo en crédulos cronistas como Beuter, sino en las mismas severísimas páginas del gran analista Jerónimo Zurita, quien añade (tomándolo de otro autor aragonés que no expresa) el nombre del caballero acusado juntamente con la reina, D. Pedro de Sessé. El primero que puso algunos reparos a todo el cuento fué un historiador mucho menos crítico que Zurita, Esteban de Garibay, a quien siguió con más resolución Ambrosio de Morales, alegando, entre otras razones, los numerosos privilegios en que aparece confirmando la reina doña Mayor (a quien la General llama doña Elvira) durante el tiempo en que se supone su fabulosa acusación. Al P. Mariana le pareció también que «tenía color de invención»; pero según su costumbre, prefirió dejarse ir al hilo de la leyenda, y aun se entretuvo en aderezarla retóricamente con un discurso que pone en boca del rey Don Sancho.

Lo primero que ocurre pensar es que esta tradición es de [p. 229] origen poético, y que sería formulada en algún Cantar de gesta antes de penetrar en los textos históricos, conforme al proceso habitual de las ficciones de su especie. Pero la verdad es que ni D. Rodrigo ni la General aluden a tal poema, ni se encuentra rastro de él tampoco en las posteriores refundiciones de la Crónica, ni en los romances viejos, ni en parte alguna. Pudo ser muy bien una conseja oral, que reprodujo uno de los tópicos más frecuentes de la poesía caballeresca degenerada: la falsa acusación de una reina salvada de la hoguera por intervención de un santo monje o por el denuedo de un paladín. Sin salir de España tenemos tres o cuatro leyendas análogas: la de la emperatriz de Alemania y el conde de Barcelona, en la Crónica de Desclot; la de la duquesa de Lorena amparada por el rey Don Rodrigo, en la Crónica Sarracina de Pedro del Corral, que todavía repitió la misma situación aplicándosela a la princesa doña Luz y a su encubierto esposo D. Favila; la defensa de la sultana de Granada por cuatro caballeros cristianos, en las Guerras civiles de Ginés Pérez de Hita. [1]

Suponen algunos que el cuento de la reina de Navarra se inventó para explicar por qué D. García, hijo mayor de Don Sancho, no sucedió a su padre en los estados de Castilla, y por qué al hijo natural, Don Ramiro, cupo el reino de Aragón. Pero, a la verdad, ninguna de ambas cosas necesitaban explicación, aun dada la oscuridad que envuelve todo lo relativo al testamento de Don Sancho el Mayor. Él era Rey de Navarra antes que Conde de Castilla, y el primero de dichos estados tenía entonces más importancia política que el segundo: por eso le heredó el mayor de sus hijos legítimos. En cuanto a la ilegitimidad de Don Ramiro, que con demasiado calor y no bien entendido celo provincial, [p. 230] niegan algunos historiadores aragoneses, no sólo tiene apoyo muy antiguo y autorizado en el Silense, que expresamente le llama «hijo de concubina» (quem ex concubina habuerat), sino que tampoco lo contradice el Ordo numerorum regum Pampilonensium, pues contrapone la uxor legitima de Don Sancho, hija del Conde de Castilla, a la ancilla quaedan nobilissima et pulcherrima de valle Aybar, que fué madre de Ramiro. Y aquí advertiré de paso que la voz ancilla, ni en la latinidad clásica, ni en la de la Edad Media, quiso nunca decir doncella, como en este pasaje interpretan algunos, sino criada, y principalmente sierva o cautiva; condición que no excluye la de nobilísima. Fué, pues, Don Ramiro hijo natural, pero no adulterino, o bastardo, fijo de barragana, como dice muy bien la Crónica general, y siendo además el primogénito, pudo su padre, conforme al derecho consuetudinario de la Edad Media, darle parte en la herencia. [1]

Notes

[p. 191]. [1] . In quibusdam civitatibus Comites a Rege fuerant constituti (Pauli Diaconi, de vitis PP. Emeritensium, 17, España Sagrada, XIII, 375).

[p. 191]. [2] . Et quidem rex Ordonius, ut erat providus et perfectus, direxit nuntios Burgos, pro Comitibus, qui tunc eandem terram regere videbantur, et erant ei rebelles. Hi sunt Nunnius Fredenandi, Abolmondar Albus et ejus filius Didacus, et Fredenandus Ansuri filius, et venerunt ad palacium Regis in rivulo qui dicitur Carrion et... nullo sciente, exceptis consiliariis propriis, cepit eos, et vinctos, catenatos ad Sedem Regiam Legionensem secum adduxit, et ergastulo carceris trudi, et ibi eos necari jussit (España Sagrada, XIV, 463-64).

[p. 193]. [1] . En la Crónica General impresa por Ocampo sólo se menciona por incidencia a los jueces (con nombre de alcaldes) al tratar de la genealogía del Cid; pero en el texto genuino de D. Alfonso la narración es más extensa y viene en su propio lugar, es decir, en el año primero del rey D. Fruela II.

[p. 195]. [1] . Este verso no está en las ediciones de Gallardo y Janer, ni estará en el códice escurialense, del cual la una y la otra son malas copias; pero estaba en otro códice que vió Argote de Molina, y del cual pone algunos versos en su Discurso sobre la poesía castellana.

[p. 195]. [2] . También en este verso prefiero la lección de Argote.

[p. 196]. [1] . Memorias de la Academia de la Historia, III, 269.

[p. 196]. [2] . Antigüedades de España propugnadas en las noticias de sus Reyes y Condes de Castilla la Vieja... Por el P. Maestro Fr. Francisco de Berganza, Madrid, 1719, t. I, págs. 187-192. El mismo Berganza volvió a tratar la cuestión de los jueces en su libro Ferreras convencido (Madrid, 1729), páginas 361-368).

[p. 197]. [1] . En el siglo XVI debía de cantarse todavía uno, cuyo principio consta en la Ensalada de Praga, que publicó Wolf: «En Castilla no había rey—ni menos gobernador».

[p. 197]. [2] . Una monografía crítica del Fernán González histórico falta todavía, y no es fácil de hacer ciertamente. Entretanto, lo más instructivo es leer cauta y reposadamente al P. Berganza, que, sobre la base de las crónicas arlantinas, pero tratando de armonizar sus datos y los de la General con lo que resulta de las escrituras, de los cronicones y de otros documentos fehacientes, y rechazando todo lo que manifiestamente era anacrónico e inverosímil, tejió en el primer tomo de su grande obra de las Antigüeades de España (1719) una extensa biografía del héroe castellano, mostrando en ella, como en todo el discurso de su libro, una mezcla singular de candor y de pericia, que hace apreciables y útiles hasta sus yerros y sus frecuentes confusiones entre la fábula y la historia.

[p. 198]. [1] . Valiéndose, como ya probó D. Tomás Antonio Sánchez (Poesías castellanas anteriores al siglo XV, II, 210), no del privilegio latino, que no hace mención de tributo ni de doncellas, sino de una paráfrasis o glosa romanceada, análoga a la que encontró Sandoval (inserta en un diploma de D Fernando IV) en el archivo de la villa de Cuéllar.

[p. 199]. [1] . Estos versos, por ejemplo, son dignos de cualquier canción heroica:

           Tan grande era la priessa que avyan en lidiar,
       Oye el omne a lo lexos las feridas sonar,
       Non oyrían otra voz si non astas quebrar,
       Spadas retenir e los yelmos cortar.
    
                                            (Copla 316.)

[p. 200]. [1] .           Carlos, Valdovino, Roldan e don Ogero,
                                  Terry e Guadalbuey, e Bernaldo, e Olivero,
                                  Torpyn e don Rynaldo, et el gascon Angelero,
                                  Estol e Salomon, e el otro compannero...

[p. 201]. [1] . El Poema de Fernán González fué ya conocido, pero no publicado, por Sánchez. Son muy imperfectas las reproducciones de Gallardo (Ensayo, I) y de Janer (Poetas anteriores al siglo XV), en la Biblioteca de Rivadeneyra. Sabemos que el profesor norteamericano C. Caroll Marden prepara una edición paleográfica y crítica de este venerable documento.

[p. 202]. [1] . Esta importante referencia a los juglares falta en el texto impreso de la Crónica, pero se halla en el códice de mi biblioteca, que varias veces he mencionado, por el cual publiqué íntegros los principales capítulos de la leyenda de Fernán González, en los prolegómenos al tomo VII de las Obras de Lope. En el poema de clerecía, que sirvió de base a la General, se habla sólo de los tañedores de viola y cítara:

           Alançaban en las tablas todos los caballeros,
       
E a tablas e castanes jugan los escuderos,
       De otra parte mataban los toros los monteros,
       Avya ay muchas de cítulas et muchos vyoleros.
                                                                      (Est. 682.)

[p. 202]. [2] . Hay indicios de que fué conocido e imitado en Francia, pero pudo serlo a través de la Crónica General, libro más importante y difundido. Débese esta curiosa observación al señor Menéndez Pidal, y con ella no es ya único el caso del Anseis de Cartago. Existe un poema de Hernaut de Beaulande, cuya primera redacción es del siglo XIV, según L. Gautier, Epopées françaises, tomo IV, pág. 203. El Sr. Menéndez Pidal nota de este modo las semejanzas ante ambos poemas: «Hernaut va a Beaulande para casarse con Frégonde, la hija del rey Florent, de igual modo que Fernán González va a Navarra para casarse con la Infanta; tanto Hernaut como el conde de Castilla son vendidos en esta empresa (el uno por el bastardo Hunaut; el otro por la Reina de León), que incitan al padre de la Infanta para que se apodere del héroe, a fin de vengar así la muerte de un pariente; en el poema castellano hay un Conde lombardo, y en el francés un gigante Robastro, que se avista con la Infanta para que trate de libertar al que está prisionero por su amor, y la hace ir al calabozo. Aunque Hernaut era héroe famoso desde el siglo XII, las aventuras referidas no se le atribuyeron sino muy tardíamente, en el siglo XIV, lo cual, a mi ver, convence de su procedencia del famoso episodio del poema castellano, que además es en todo más sobrio y menos fantástico». (Notas para el Romancero de Fernán González, pág. 472).

[p. 204]. [1] . Notas para el Romancero del Conde Fernán González. (En los Estudios de Erudición española, dedicados a Menéndez Pelayo en el año vigésimo de su profesorado, I, 429-507.)

[p. 207]. [1] . Fr. Gonzalo de Arredondo, en su Crónica de Fernán González, cita dos versos de un cantar (así le llama) que no corresponden exactamente a los del romance actual:

       Non le pueden poner treguas—caballeros nin ricos homes:
       Pónenlos por treinta días—los dos tan benditos monjes.

El romance dice:

       No les pueden poner treguas—quantos en la corte sone:
       Pónenselas dos hermanos:—aquessos benditos monjes.

Puede tratarse de una mera variante del romance, pero tampoco es imposible que en tiempo de Arredondo existiera todavía alguno de los cantares de gesta de Fernán González.

[p. 208]. [1] . Además de esta Crónica, que ofrece algunas invenciones nuevas, aunque no muy poeticas, el bueno de Arredondo, que suplía con el entusiasmo por su héroe lo que le faltaba de imaginación, no se hartó de encarecer sus hechos en todo género de infelices metros: primero en las coplas de arte mayor de su Arlantina, que contiene un paralelo entre Fernán González y el Cid; después en ciertas quintillas que intercaló en su Crónica, sin calificarlas jamás de rimos antiguos, como pretende Amador de los Ríos, que creyó encontrar en ellas fragmentos de un poema del siglo XIV, análogo al de Alfonso Onceno, y las imprimió con cierto barniz de ortografía arcaica que ha deslumbrado a algunos. Lo gue Arredondo llama repetidas veces rimos antiguos es el viejo Poema de Fernán González. Véase en la Revista de Baltimore, Modern Langage Notes. Jons Hopkins University, XII, Abril de 1897, un artículo de C. Marden definitivo sobre esta cuestión.

[p. 209]. [1] . No de la General, como se había creído, sino del libro popular titulado Estoria del noble caballero Fernán González con la muerte de los siete Infantes de Lara, según demuestra el señor Menéndez Pidal. Esta Estoria procede más o menos directamente de la Crónica de 1344, y en ella constan todas las circunstancias que Milá creyó inventadas por el poeta, como la de matar Fernán González al Arcipreste con su propio cuchillo:


       Quitado le ha al Arcipreste—un cuchillo que traía,
       Y con él le diera el pago—que su aleve merecía.

[p. 211]. [1] . La historia breve del muy excelente cavallero el Conde Fernán González, sacada del libro viejo que está en el Monasterio de Sant Pedro de Arlanza. Lleva al fin, como todas las crónicas parciales de Fernán González, la historia de los siete Infantes de Lara.

[p. 211]. [2] . La primera que citan los bibliógrafos es la de Sevilla, por Jacobo Cromberger, 1509. Otra de Toledo, acabada a once días del mes de enero de 1511, ha sido reproducida fotolitográficamente por el Sr. Sancho Rayón. Sus reimpresiones alcanzan hasta la de Madrid, por Antonio Sanz, 1733.

[p. 211]. [3] . La edición más antigua que se cita de este libro popular, que vino a sustituir al anterior con grandísima desventaja, es de Córdoba, 1750, con el título de Historias verdaderas del Conde Fernán González, su esposa Doña Sancha y los siete Infantes de Lara, sacadas de los más insignes historiadores españoles, por Juan Rodríguez de la Torre. La que lleva el nombre de Manuel José Martín, librero de Madrid, parece ser esta misma.

[p. 211]. [4] . Tales son la leyenda de Trueba y Cosío, The Count ot Castile (1830); la de D. José Joaquín de Mora, El primer Conde de Castilla (1840); la novela portuguesa del archivero y economista Oliveira Marreca, O conde soberano de Castella Ferrao Gonçalves. Sobre estas y otras composiciones análogas puede verse lo que escribí en la ya mencionada introducción al tomo 7.º de las comedias de Lope.

[p. 212]. [1] . En la General impresa aparecen involucrados en un solo capítulo los cinco que la primitiva Crónica dedica a Garci Fernández. Los tres que nos interesan tienen los epígrafes siguientes:

Cap. V (del reinado de Don Ramiro III). De commo el conde Garci Ferrandes casó con la primera muger de las dos que ovo.

Cap. VI. De commo un conde de Francia llevó a doña Argentina, muger del conde Garci Ferrandes, et en commo los fue buscar.

Cap. VII . De commo doña Sancha, fija del conde de Francia, guisó commo matasse el conde Garci Ferrandes a su padre e a su madrastra doña Argentina.

[p. 212]. [2] . O por do: forma frecuentísima en la Crónica.

[p. 213]. [1] . Guantes.

[p. 215]. [1] . Parece que en vez de casa el sentido exige cama, aunque todavía resulte más horrible y repugnante la situación. La General impresa confirma esta lección: «et fizose que por amor de su padre querie essa noche allí dormir con ellos». Hay que resignarse a la barbarie característica de la verdadera Edad Media.

[p. 218]. [1] . Huius mater optans commercium cuiusdam Principis Sarraceni, proposuit filium interficere, ut sic cum munitionibus et oppidis optatis nuptiis potiretur. Cumque quodam sero letali poculo virus mortiferum miscuisset, filius revelatione pedissequæ, hoc praesensit, et matri, ut prius biberet, supplicavit. Quod ipsa renuens, demum coacta, quod male miscuerat, degustavit, et parricida mater hausit, et meruit mortem in poculo quod paravit. Et tandem Comes Sancius, contriti cordis poenitentia stimulatus, construxit monasterium nobile quod Oniam nouminavit, eo quod matrem viventem Mioniam more hispanico appellabat. (De rebus Hispaniæ, libro V, cap. II, pág. 99 del tomo 3.º de los Padres Toledanos).

 

[p. 219]. [1] . Algunos cronistas del último tiempo exageran brutalmente el capricho de la condesa, entrando en detalles que escandalizaban a Ambrosio de Morales: «Garibay da una causa de los amores de la triste condesa con el Moro, harto deshonesta, sin decir dónde la halló escrita, y así yo no entiendo qué autoridad pueda tener, y aun quando la tuviera muy grande era cosa de harta consideración si se había de decir tan en particular». (Lib. XVII, cap. 37.)

El autor de donde tomó Garibay esta explicación fisiológica, fué, según creo, Lope García de Salazar en sus Bienandanzas y fortunas, pero acaso estuviera en algún cantar de decadencia, donde no faltaban groserías análogas.

[p. 220]. [1] . Valerio de las historias de la Sagrada Escritura y de los hechos de España. Recopilado por el Arcipreste Diego Rodríguez de Almela... Madrid, 1793. Lib. IX, tít. I, cap. V.

[p. 220]. [2] . Este primer hemistiquio es restitución conjetural de Milá.

[p. 221]. [1] . Ciertos hechos históricos recopilados por Dozy en la primera edición de sus Recherches (1849), págs. 23 y siguientes, pueden dar algún indicio para explicar la formación de la leyenda del parricidio de Sancho García.

Cuando en el año 989 Almanzor puso cerco a San Esteban de Gormaz, su hijo Abdalá, acompañado de seis pajes suyos, desertó del ejército musulmán, y fué a refugiarse en las tierras de Garci Fernández, conde de Castilla y de Álava, que le prometió ayudarle contra su padre. Apenas lo supo Almanzor marchó contra García y le intimó que le entregase su hijo. El Conde se negó a ello, y Almanzor invadió sus estados, derrotó sus tropas, y se apoderó de las fortalezas de Osma y Alcoba. La guerra continuó durante la primavera del año siguiente, y sólo en otoño consintió Garci Fernández en la entrega de Abdalá, con esperanza de que su padre le perdonaría. Pero Almanzor había dado orden de que le matasen en el camino, y la ejecución se verificó a orillas del Duero, en 9 de Septiembre de 990. Da estos pormenores Aben Adhari, (tomándolos probablemente de Aben Hayyán), y habla también de la campaña, aunque menos extensamente, Aben Jaldún.

Habiendo permanecido Abdalá cerca de un año en Castilla, entonces pudo nacer la especie de sus amores con la Condesa, y es de notar que en algunas versiones, a la verdad modernas y literarias de la leyenda, se llama Almanzor al moro.

Es cierto, además, y consta por los Anales Complutenses y por los Toledanos (España Sagrada, 33, págs. 312 y 383) que en junio de aquel mismo año 990, es decir, tres meses antes de la entrega de Abdalá, se rebeló Sancho García con la tierra (es decir, con los castellanos) contra su padre. Ignóranse las causas de esta desavenencia doméstica y de la guerra civil que la sucedió, merced a la cual una formidable hueste de sarracenos destruyó a Ávila, que comenzaba a poblarse, ocupó a Clunia y a San Esteban de Gormaz y llevó el incendio y la desolación por todas partes, sucumbiendo heroicamente Garci Fernández, eligens mori pro patria cum Arabibus, según dice el Arzobispo D. Rodrigo (De rebus Hispaniæ, lib. V, Cap. XVIII). Añade Dozy en la tercera edición de su obra (1881, t. I, pág. 191), que Sancho fué apoyado por Almanzor en la sublevación contra su padre, y que quizá era hija de nuestro Conde, más bien que de D. Sancho de Navarra, la segunda princesa del Norte con quien casó Almanzor (además de D.ª Teresa, la hija de D. Bermudo II de León) y de la cual fué hijo el desdichado Abderrahmán Sanchol, así llamado por escarnio («derisorie Sanciolus dicebatur», según el Arzobispo D. Rodrigo).

Cotejando estos datos, me parece entrever un núcleo histórico en la leyenda: discordias en la familia de los condes de Castilla: un príncipe sarraceno refugiado entre los cristianos: una princesa cristiana casada con un moro.

De todas suertes, se comprende que el tercer conde soberano de Castilla no dejase gran reputación de ternura filial, aunque como guerrero y legislador fué hombre verdaderamente extraordinario, de quien se hacen lenguas sus propios enemigos los árabes. Un testigo ocular citado por Aben Hayyán (apud Dozy , Recherches, 3.ª edición, págs. 203 y siguiente), dice: «No he visto entre los cristianos guerrero tal como Sancho, ni entre sus príncipes un hombre que le igualase en gravedad de aspecto, en firmeza varonil, en claridad de entendimiento, en sabiduría, en elocuencia; el único que podia serle comparado era su homónimo y deudo Sancho, hijo de García, el señor de los Vascos, que luego reinó también en Castilla»; (es decir, D. Sancho el Mayor).

Este mismo árabe contemporáneo del Conde, nos da algunos curiosos detalles acerca de su persona, diciendo entre otras cosas, que vestía al modo de los musulmanes y que hablaba con facilidad y elegancia su lengua.

[p. 222]. [1] . En los preliminares al tomo 8.º de las comedias de Lope de Vega.

[p. 223]. [1] . El Arzobispo D. Rodrigo, que probablemente conoció también el cantar, resume esta situación de la siguiente manera:

«Erant autem tunc temporis Legione filii Vegilae comites, Rosderirus Vegilae, Didacus Vegilae, et Enechus Vegilae, qui ob patris odium proditionis anheli in filium congesserant factionem, et ei obviam occurrentes, manus osculo (prout eligit mos Hispanus) se ejus dominio subjecerunt, quorum homínio jam securus, et paranymphis dulci alloquio persuasis, permissus est Infans optatis solatiis delectari». (De rebus Hispaniae , lib. V., cap. XXV, apud. Pat. Tolet. III, 115.)

[p. 223]. [2] . También este pormenor poético se halla en el Toledano (cumque se mutuo conspexissent, ita fuit uterque amore alteri colligatus, ut vix possent a mutuis aspectibus separari); pero no el diálogo que sigue.

[p. 226]. [1] . Edición de D. Pascual Gayangos (Escritores en prosa anteriorse al siglo XV Madrid, 1859, Biblioteca de Autores Españoles, t. 51, páginas 168-170)

[p. 227]. [1] . A propósito de este caballo recuerdan lo mismo Don Rodrigo que la General, una costumbre altamente épica: «E aquella sazon era la guerra de los moros muy grande, e assí los Reyes e Condes e los altos omes e todos los otros cavalleros que se preciavan de armas, todos paravan los cavallos dentro en las cámaras donde tenían sus lechos donde dormían con sus mujeres, porque luego que oyan dar el apellido toviesen prestos sus cavallos e sus armas e que cavalgasen luego sin otra tardança ninguna».

[p. 227]. [2] . Crónica de los Reyes de Navarra, escrita por D. Carlos, Príncipe de Viana, y corregida en vista de varios códices, e ilustrada con notas por don Josê Yanguas y Miranda... Pamplona, 1843, imprenta de D. Teodoro Ochoa, págs. 56-60.

[p. 229]. [1] . Entre las variantes del mismo tema fuera de Espada, la más célebre, y la que al parecer debe considerarse como matriz de todas las restantes, es la del Conde de Tolosa, que ha ilustrado con su habitual maestría Gastón París (Le Roman du Comte de Toulouse, en los Annales du Midi, tomo XII, 1900). Creo, como él, que la leyenda vino de Provenza, porque allí tiene un fondo histórico, y en Castilla y Cataluña no, pero hasta ahora el texto más antiguo que la consigna en cualquier literatura es el del Arzobispo D. Rodrigo, anterior casi en medio siglo a la Crónica General. A ella sigue en antigüedad la de Desclot, que es de fines del siglo XIII.

[p. 230]. [1] . Todas estas tradiciones novelescas relativas a los sucesores de Fernán González han aparecido varias veces en nuestro teatro, cuya historia es inseparable de la de nuestra poesía popular. Hurtado de Velarde, poeta alcarreño de principios del siglo XVII, compuso una comedia, El Conde de las manos blancas, que a juzgar por su título y por las aficiones del autor, que lo fué también de una tragedia de los Infantes de Lara, debía de tener por asunto la venganza del Conde Garci Fernández. Zorrilla trató dos veces este asunto: en una de las leyendas de los Cantos del Trovador (Historia de un español y dos francesas) y en un drama, El Eco del Torrente. Lope de Vega compuso Los Monteros de Espinosa, comedia que no ha llegado a nuestros días: la que anda anónima con el mismo título en ediciones sueltas por ningún concepto puede atribuírsele. Versan sobre el mismo argumento dos tragedias clásicas del siglo XVIII, Sancho García, del coronel Cadalso, y La Condesa de Castilla, de Cienfuegos, enteramente oscurecidas por el brillante y popular Sancho García, de Zorrilla. Sobre la muerte del infante Don García hay una infeliz tragedia del Marqués de Palacios, El Conde Don García de Castilla (1788) y un drama de García Gutiérrez, Las bodas de Doña Sancha, no de los más afortunados de su repertorio. De la leyenda de los hijos de D. Sancho el Mayor, se apoderó Lope de Vega en su hermosa comedia El testimonio vengado, que refundió Moreto en Cómo se vengan los nobles; renovando Zorrilla el argumento en El caballo del rey Don Sancho.