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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > VI : PARTE SEGUNDA :... > CAPÍTULO XXXIII.—LOS CICLOS HISTÓRICOS.—d). LOS INFANTES DE LARA.

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Texto

En este ciclo nuestra tarea es muy fácil, se reduce a compendiar el libro magistral de D. Ramón Menéndez Pidal, La leyenda de los Infantes de Lara (1896), que es, sin disputa, el más poderoso esfuerzo que ha realizado la crítica española sobre nuestra epopeya de la Edad Media, desde 1874, fecha del memorable tratado de Milá y Fontanals acerca De la poesía heroico-popular castellana, con el cual puede decirse que empezó el período científico para este género de investigaciones. No pretendemos, en modo alguno, agotar el riquísimo contenido de la obra del señor Menéndez Pidal, ni menos discutir ninguno de los textos que con admirable rigor de método publica y restaura. Indicaremos sólo, tomándole por guía, las principales fases de la evolución épica, que hasta ahora resulta más completa en este tema que en otro alguno, por haberse perdido menos anillos intermedios.

No hay texto de la leyenda de los siete infantes anterior al muy detallado relato de la Crónica General; pero éste (basta leerle) es mera transcripción de un texto épico, quedando todavía huellas de versificación y muchos asonantes. Es la única forma en que conocemos el cantar primitivo, que fué seguramente el más grandioso, el más trágico, el más inspirado de todos: «Aquí vos diremos de los Siete Inffantes de Salas, de cuemo fueron traydos et muertos en el tiempo del rey Don Ramiro et de Garci Ferrández, cuende de Castiella.»

He aquí los puntos capitales de esta sombría epopeya de la [p. 232] venganza, compuesta seguramente en el siglo XII, como todas nuestras grandes gestas:

«Un alto ome del alfoz de Lara, llamado Roy Blasquez, Señor de Vilviestre, casó con una dueña de muy gran guisa, natural de la Bureva, prima cormana del conde Garci Ferrández, llamada Doña Lambra» (Llambla-flamula, en los textos más antiguos). Empezaba el poema con la descripción de las bodas, que se celebraron espléndidamente en Burgos, durante cinco semanas, con los acostumbrados regocijos de bofordar, quebrantar tablados, correr toros, juegos de tablas y de ajedrez, y cantos de juglares. Asisten a las bodas la hermana de Roy Blasquez, Doña Sancha, mujer de Gonzalo Gustios, y sus siete hijos, llamados los infantes de Salas, a quienes en un mismo día había armado caballeros el Conde de Castilla. Sobre un lance de quebrantar el tablado, trábase disputa entre Alvar Sánchez, primo de doña Lambra, y los hijos de doña Sancha. El menor de ellos, Gonzalo González, ofendido por una expresión jactanciosa de Álvaro («Si las dueñas de mí fablan, fazen derecho, ca entienden que valo más que todos los otros»), dale tan gran puñada en el rostro, quebrantándole dientes y quijadas, que le tiende muerto a los pies de su caballo. Doña Lamba «quando lo oyó, comenzó a meter grandes voces, llorando muy fuerte e diziendo que ninguna dueña así fuera desondrada en sus bodas cuemo ella fuera allí». Roy Blasquez, deseoso de vengar la afrenta de su mujer, hiere a Gonzalo, y éste, no hallando a mano otra arma, le afea horriblemente el rostro con el azor que traía en el puño su escudero. Encréspase la pelea entre los opuestos bandos: el Conde y Gonzalo Gustios se ponen por medio y consiguen separarlos. Hácese un simulacro de reconciliación, y la contienda queda, al parecer, apaciguada, yendo doña Sancha, sus hijos y su ayo a acompañar a doña Lambra en su heredad de Barbadillo, para darla placer cazando con sus azores por la ribera de Arlanza. Pero la vengativa dueña no olvida el cuidado de su deshonra, y hace que un criado suyo afrente a Gonzalo de la manera más injuriosa, arrojándole al pecho un cohombro hinchado de sangre, corriendo luego a refugiarse bajo el manto de doña Lambra, signo de protección que no respetan los infantes, matándole allí mismo, y salpicando con su sangre las tocas y los paños de su señora.

[p. 233] Terrible fué la desesperación de doña Lambra y extraordinarias las muestras de dolor que hizo después de tan feroz desacato. «Fizo poner un escaño en medio de so corral, guisado et cubierto de paños cuemo para muerto, et lloró ella et fizo tan grand llanto sobrél con todas sus dueñas tres días, que por maravilla fué, et rompió todos sos pannos, llamándose bibda et que non avie marido.» A persuasión de aquella furia urde su marido la más negra intriga contra su cuñado y sus sobrinos. Finge perdonarles el agravio, los halaga con palabras y ofrecimientos engañosos, logra la confianza de Gonzalo Gustios, y le envía a Córdoba con una carta suya, en lengua arábiga, para Almanzor, encargándole que descabece al mensajero, y que se acerque luego con su hueste a la frontera de Castilla, donde él le esperará para entregarle los siete infantes hijos de Gonzalo, «ca éstos son los omnes del mundo que más contrallos vos son acá en los christianos et que más mal vos vuscan, et pues que éstos oviésedes muertos, avredes la tierra de los christianos a vuestra voluntad, ca mucho tiene en ellos grand esfuerço el cuende Garci Ferrandez». Almanzor, más generoso que su pérfido amigo cristiano, se contenta con poner a Gustios en prisión no muy dura, dándole para su servicio una mora fijadalgo, de la cual tuvo un hijo, que fué con el tiempo el vengador Mudarra González. .

La segunda parte de la venganza tiene más cumplido y sangriento efecto que la primera. Roy Blasquez invita a sus sobrinos a hacer una entrada en tierra de moros. Parten los infantes con doscientos caballos, y al salir del alfoz de Lara y atravesar el pinar de Canicosa, ven temerosos presagios («Ovieron aves que les fizieron muy malos agüeros»), los cuales interpreta su ayo el anciano Nuño Salido, que era muy buen agorero. «Et con el grand pessar que ovo de aquellas aves, que le parescieron tan malas et tan contrallas, tornósse a los Infantes et díxoles: «Fijos, ruégoos que vos tornedes a Salas, a vuestra madre doña Sancha, ca non vos es mester que con estos agüeros vayades más adelante, et folgarédes y algund poco, et combredes et beuredes y alguna cosa, et por ventura camiarse os han estos agüeros.» Díxole estonces Gonçalvo Gonçalez, el menor de los hermanos: «Don Munno Salido, non digades tal cosa, ca bien sabedes vos que lo que nos aquí levamos non es nuestro, sinon daquel que [p. 234] faze la hueste, et los agüeros por él se deben entender, pues que él va por mayor de vos et de todos los otros; mas vos, que sodes ya omne grande de edat, tornat vos para Salas si quisiéredes, ca nos yr queremos toda via con nuestro sennor Roy Blasquez.» Díxoles estonces Munno Salido: «Fijos, bien vos digo verdad, que non me plaze porque esta carrera queredes yr, ca yo tales agüeros veo que nos muestran que con mengua tornaremos a nuestros logares. Et si vos queredes crebantar estos agüeros, enviad dezir a vuestra madre que cubra de paños siete escaños, e póngalos en medio de corral et llórevos y por muertos.» [1]

Los infantes desprecian los avisos de su ayo, y llegan a la vega de Febros, donde los esperaba su tío Roy Blasquez, quien, realizando su diabólico plan, los lleva a Almenar [2] y les manda a correr el campo, quedando él en celada con todos los suyos. De improviso se ven cercados los infantes por más de 10.000 moros, comprenden que su tío los ha vendido, se encomiendan a Dios y al apóstol Santiago, resisten heroicamente con sus 200 caballeros, matan gran muchedumbre de moros, y sucumben al fin bajo la pujanza del número. El ayo es el primero que se hace matar, por no tener el desconsuelo de ver la muerte de los que con tanto amor había criado. «Munno Salido, so amo, començóles estonces a esforzar, diciéndoles: «Fijos, esforzad, et non temades, ca los agüeros que vos yo dixe que vos eran contrallos, non lo fazien, antes eran buenos además, ca nos davan a entender que vençriemos et que ganariamos algo de nuestros enemigos, et digovos que yo quiero yr luego ferir en esta az primera, et daqui adelante acomiendo vos a Dios.» Et luego que esto ovo dicho, dió de las espuelas al cavallo, et fué ferir en los moros tan de rezio, que mató et derribó una gran pieça dellos...»

Muertos los 200 caballeros que acompañaban a los infantes, muerto también uno de éstos, Fernán González, suben sus hermanos a la cima de un otero, y piden treguas a los moros Viara y Galve, mientras envían un mensaje a su tío para que venga [p. 235] a socorrerlos. Los moros conceden la tregua, pero el implacable Don Rodrigo responde al mensajero: «Amigo, y a buena ventura; ¿cuemo cuedades que olvidada avia yo la desondra que me feciestes en Burgos, cuando matastes a Alvar Sanchez, et la que feziestes a mi mujer donna Llambra, quando le sacastes el omne de so el manto et gele matastes delant, et le ensangrentastes los pannos et las tocas de la sangre dél; et la muerte del cavallero que matastes otrossi en Febros? Buenos cavalleros sodes: pensat de anparar vos et defender vos, et en mí non tengades fiuza, ca non avredes de mí ayuda ninguna.» Viara y Galve se apiadan, por un momento, de los infantes, los llevan a sus tiendas y los confortan con pan y vino; pero el feroz Roy Blasquez se opone con todo género de amenazas a que los dejen con vida. Trábase de nuevo la pelea; los moros «fieren sus atambores, y vienen tan espessos como gotas de lluvia»; y los infantes, cansados ya de lidiar y de matar, cercados por todas partes, quebrantadas o perdidas todas las armas, caen en poder de los infieles, y son descabezados uno a uno, por el orden mismo de su edad, «assi cuemo nascieran». El menor de todos, Gonzalo González, mata todavía más de 200 moros antes de sucumbir. Roy Blasquez se vuelve a su lugar de Bilvestre, y los moros llevan como trofeo a Córdoba las cabezas de los siete infantes, y la de Nuño Salido su ayo. Almanzor las manda «lavar bien con vino, fasta que fuesen bien limpias de la sangre de que estaban untadas; et pues que lo ovieron fecho, fizo tender una sábana blanca en medio del palacio et mandó que pusiessen en ella las cabeças, todas en az et orden, assi cuemo los infantes nascieron, et la de Nunno Salido en cabo dellas».

Y aquí llegamos a la escena más bárbaramente sublime de esta negra epopeya. Almanzor saca de la prisión a Gustios y le muestra las cabezas, por si puede reconocerlas, «ca dizen mios adalides que de Alfoz de Lara son naturales...» «Et pues que las vió Gonçalo Gustios, et las connosció, tan grand ovo ende el pesar, que luego al ora cayó por muerto en tierra; et desque ovo entrado en acuerdo, començó de llorar tan fieramientre sobre ellas, que maravilla era. Desi dixo a Almançor: «Estas cabesas conosco yo muy bien, ca son de mios fijos, los inffantes de Salas, las siete; et esta otra es la de Nunno Salido, so amo que los crió.» [p. 236] Pues que esto ovo dicho, començó de fazer so duelo et so llanto tan grand sobrellos, que non ha omne que lo viese que se pudiese sofrir de non llorar; et desi tomara las cabeças una a una et retraye, e contara de los inffantes todos los buenos fechos que ficieron. Et con la grand cueyta que avie, tomó una espada, que vió estar y en el palacio, et mató con ella siete alguaciles, allí ante Almançor. Los moros todos travaron entonces dell, et nol dieron vagar de más danno y fazer; et rogó ell alli a Almançor quel mandasse matar; Almançor, con duelo que ovo dell, mandó que ninguno non fuesse osado dél fazer ningun pesar.»

Pero en este momento de suprema angustia surge un rayo de consuelo y esperanza: «Gonzalo Gustios, estando en aquel crebanto, faziendo so duelo muy grand, et llorando mucho de sos oios, veno a ell la mora que dixiemos quel sirvie, et dixol: «Esforçad, sennor don Gonçalvo, et dexad de llorar et de aver pesar en vos, ca yo otrossi ove doze fijos muy buenos cavalleros, et assi fue por ventura que todos doze me los mataron en un dia de batalla, mas pero non dexé por ende de conortarme y de esforçarme...» Y luego, muy en secreto le dice: «Don Gonçalvo, yo finco prennada de vos, et ha mester que me digades cuemo tenedes por bien que yo faga ende». Et él dixo: «Si fuese varón dar le hedes dos amas, quel crien muy bien, et pues que fuere de edat, que sepa entender bien et mal, dezir le hedes cuemo es mio fijo, et enviar me le hedes a Castiella, a Salas.» Et luego quél esto ovo dicho, tomó una sortija de oro que tenie en su mano, et partiola por medio, et dió a ella la meetat, et dixol: «Esta media sortija tenet vos de mí en sennal, et desque el ninno fuere criado, et me lo enviaredes, dárgela hedes, et mandar le hedes que la guarde et que la non pierda, et quando yo viere esta sortija connoscer le he luego por ella.»

Gonzalo Gustios, puesto en libertad por Almanzor, que se apiada de su inmensa desdicha, vuelve a su casa de Salas. Al cabo de pocos días nace en Córdoba el bastardo, a quien ponen por nombre Mudarra González. El noveno y último capítulo de los que la Crónica General consagra a este lúgubre episodio, cuenta sus aventuras. A los diez años le arma Almanzor caballero, y arma también y le da para su servicio 200 escuderos, que eran de su linaje por parte de su madre. Sabedor de su historia, se [p. 237] encamina con ellos a Castilla en busca de su padre, que le reconoce por la señal de la media sortija, y le confía el cuidado de su venganza. Desafía Mudarra a Roy Blasquez delante del conde Garci Fernández; pero el traidor se burla del reto y de los fieros y amenazas de su sobrino. Mudarra le asalta en el camino de Barbadillo y diciendo a grandes voces: «Morrás, alevoso, falso e traydor», le hiende con la espada hasta la cintura, matando además a 30 caballeros que iban en su compañía. «Empos esto, a tiempo despues de la muerte de Garci Ferrandes, priso a donna Llambra, mugier daquel Roy Blasquez, et fízola quemar, ca en tiempo del cuende Garci Ferrandez non lo quiso facer, porque era muy su pariente del cuende.»

Difícil, o más bien imposible, es averiguar lo que haya de cierto en el fondo de esta tradición. Algunos nombres de los que en ella figuran (Gonzalo Gustios, Ruy Velasquez, D.ª Lambra), suenan también en escrituras y otros documentos del siglo X; pero esta homonimia nada prueba por sí sola para identificar a los personajes que los llevan, exceptuando el primero, que parece ser realmente el Gustios señor de Salas. La leyenda, por otra parte, como todas las leyendas castellanas, tiene un carácter tan realista, tan profundamente histórico, tan sobrio de invenciones fantásticas, que parece imposible dejar de ver en ella el trasunto fiel de una tragedia doméstica que impresionó vivamente los ánimos en un siglo bárbaro, y que hubo de pasar a la poesía con muy leves alteraciones. La geografía es muy exacta y se contrae a un territorio muy pequeño; los hechos, a pesar de su bárbara fiereza, nada tienen de inverosímiles, exceptuando las enormes matanzas de moros, hipérbole obligada en este género de canciones, comenzando por la de Rollans. La parte de pura invención se distingue en seguida: el personaje del vengador Mudarra, imaginado para satisfacer la justicia poética. Su novelesco origen, el medio de su reconocimiento, pertenecen al fondo común de la poesía de los tiempos medios, y tienen equivalentes en la epopeya francesa. El señor Menéndez Pidal recuerda a este propósito el primitivo poema de Gallien, que se ha perdido, pero cuya substancia se encuentra en una compilación del siglo XV, titulada Viaggio di Carlo Magno in Spagna. Alguien objetará que tanto este Viaggio como el poema franco-itálico del cual este episodio [p. 238] inmediatamente procede, son muy posteriores a nuestra leyenda de Mudarra, que en el siglo XIII vemos ya, no sólo desarrollada del todo, sino reducida de verso a prosa y estimada como fuente histórica. Pero aunque puedan citarse algunos casos de influjo de la epopeya castellana en la francesa, siendo el más notable el de Ançeis de Cartago, es más verosímil la influencia contraria, por tratarse de una poesía más antigua y más universalmente difundida. Hemos de suponer, pues, que el primitivo Gallien, hoy desconocido, antecedió, si no a la gesta de los infantes, con la cual en el fondo no tiene la más remota analogía, a lo menos a la invención del bastardo Mudarra, que pudo muy bien ser añadida por algún juglar al tema épico ya existente.

¿Fué el cantar de los infantes que conocemos por la Crónica General el único poema antiguo sobre este argumento? ¿No habría ninguna forma de transición entre él y los romances? Gracias a las investigaciones del Sr. Menéndez Pidal, podemos contestar resueltamente que sí. Hubo, por lo menos, un segundo cantar, compuesto después de la Crónica de Alfonso el Sabio y antes del año 1344. Hubo, según vehemente probabilidad, un tercer cantar posterior a esta fecha. Uno u otro influyeron a su vez en las historias eruditas, y modificaron profundamente los datos de la leyenda.

Existe, como ya hemos tenido ocasión de advertir, una crónica particular del conde Fernán González, a la cual va unida la historia de los Siete Infantes de Lara (Burgos, 1537). Esta crónica, que se dice transcrita de un libro viejo del monasterio de Arlanza, no ha salido directamente de la General. Tiene con ella las mismas relaciones que la crónica particular del Cid, sacada por Fr. Juan de Velorado del archivo de Cardeña e impresa en 1512, también en Burgos. Estos dos grandes fragmentos son parte de una refundición total de la Crónica de don Alfonso el Sabio, hecha en 1344, probablemente por mandato de Don Alfonso XI, gran continuador de las empresas jurídicas y aun de algunas de las literarias de su bisabuelo. Esta segunda crónica se enriqueció con nuevos materiales poéticos, que no eran todavía los romances, pero que estaban ya muy próximos a ellos. Ésta es la que llamamos segunda fase épica o nueva generación de Cantares de gesta, todavía más extensos que los antiguos, de los cuales eran visible [p. 239] amplificación. Por lo que toca a los Infantes de Lara, conocemos el segundo cantar mucho más completamente que el primero, puesto que no sólo nos quedan de él reducciones en prosa en las dos Crónicas (segunda General y particular de Fernán González) ya mencionadas, sino también largos fragmentos versificados, en una refundición de la que el Sr. Menéndez Pidal llama tercera Crónica General, contenida en un manuscrito de la Biblioteca Nacional, F.-85; documento análogo a la famosa Crónica rimada, en que tanto espacio ocupan las mocedades de Rodrigo.

Las principales diferencias entre este segundo cantar y el primero se encuentran especialmente en la segunda parte de la leyenda, en las aventuras de Mudarra, tan sobriamente indicadas en la gesta antigua, y que aquí cobran gran desarrollo, y se enriquecen con accidentes novelescos, hasta el punto de constituir, no un mero desenlace o epílogo, sino una segunda parte, en la cual se observan todos los ingeniosos artificios de que se vale la épica decadente para mantener vivo el interés y excitar la curiosidad de los oyentes. Es, por decirlo así, el tránsito de la epopeya a la novela. Es el período en que se cantan las mocedades de Roldán, las del Cid, las de Mudarra. Éste empieza por ignorar su nacimiento; pero oyendo llamarse fijo de ninguno por el Rey de Segura, con quien jugaba al ajedrez, le mata con el tablero por no tener otra arma a mano, y sólo entonces descubre el enigma de su destino.

Adiciones del mismo género son la triste vida que pasan el ciego Gonzalo Gustios y su mujer en Salas, el sueño profético en que doña Sancha ve un azor gigantesco, los interesantes pormenores de la llegada de Mudarra a Castilla, los prodigios de soldarse las dos mitades del anillo que sirve para el reconocimiento, y recobrar Gustios instantáneamente la vista; la forma de adopción de Mudarra por su madrastra, la persecución de Ruy Velázquez por toda Castilla, y finalmente, los horribles detalles del suplicio de éste, que muere jugado a las cañas y bofordado, bebiendo doña Sancha la sangre de sus heridas, todo ello conforme con el depravado y bárbaro gusto del siglo XIV, en que no faltaban espectáculos como el suplicio del Rey Bermejo en los llanos de Tablada. El nuevo juglar, como el antiguo, conocía la epopeya francesa, y la explota en sus formas degeneradas, tomando de [p. 240] las últimas refundiciones de la canción de Roncesvalles la fuga del traidor Ganelón y su castigo, que aquí se repiten aplicados a Ruy Velázquez. [1]

Pero no todas las invenciones del nuevo poeta son de tan vulgar y desapacible carácter como esta última. Los detalles domésticos en que a veces entra tienen un sabor como de pequeña odisea, y no es despreciable el artificio con que lleva su cuento. Le falta ingenuidad, le falta la plena objetividad épica; pero como todavía está cerca de la fuente, cuando no se empeña en inventar cosas extraordinarias y se limita a refundir, consigue bellezas dignas de los mejores tiempos de la poesía heroica, si bien deslucidas un tanto por la amplificación verbosa y amanerada. Un ejemplo de esto hallamos en el magnífico trozo del llanto de Gonzalo Gustios sobre las cabezas de sus hijos, que es el más extenso e importante de los fragmentos que ha descubierto y restaurado el Sr. Menéndez Pidal.

No se puede afirmar con tanta resolución la existencia de un tercer cantar; pero induce a creer en él una cierta Estoria de los Godos (contenida en el manuscrito F.-182 de la Biblioteca Nacional) que presenta asonantes distintos de los que dominan en la crónica de 1344, y difiere de ella en algunas circunstancias de poca monta, acercándose más a los romances. De todos modos, esta refundición, si la hubo, fué muy ligera.

Por otra parte, basta con la primera gesta para explicar la generación de los romances viejos relativos a los infantes, incluso de los dos que se resistieron al análisis de Milá, por no haber conocido más texto que el de Ocampo. Uno es aquel de tan sombría y trágica belleza, que principia:

       Pártese el moro Alicante,—víspera de Sant Cebrián...

Este romance es un rápido y elocuente resumen del llanto de Gonzalo Gustios sobre las cabezas de sus hijos, en la gesta segunda, descubierta por el Sr. Menéndez Pidal. Pondremos algunos versos para que a simple vista pueda hacerse la comparación:

                                           [p. 241] ROMANCE
           Tomara otra cabeza—del hijo mayor de edad:
       «Sálveos Dios, Diego González—hombre de muy gran bondad,
       Del conde Fernán González—alférez el principal:
       A vos amaba yo mucho—que me habiades de heredar».
       Alipiándola con lágrimas—volviérala a su lugar,
       Y toma la del segundo,—Martín Gómez que llamaban:
       «Dios os perdone el mi hijo—hijo que mucho preciaba;
       Jugador era de tablas—el mejor de toda España,
       Mesurado caballero,—muy buen hablador en plaza».
       Y dejándola llorando,—la del tercero tomaba:
       «Hijo don Suero González,—todo el mundo os estimaba;
       Un rey os tuviera en mucho—sólo para la su caza;
       Gran caballero esforzado,—muy buen bracero a ventaja.
       ¡Ruy Velázquez, vuestro tío,—estas bodas ordenara!»
       Y tomando la del cuarto,—lasamente la miraba:
       «Oh hijo Fernán González—(nombre del mejor de España,
       Del buen conde de Castilla—aquel que vos baptizara),
       Matador del puerco espín,—amigo de gran compaña.
       Nunca con gente de poco —os vieran en alianza».
       Tomó la de Ruy González;—de corazón la abrazaba.
       «¡Hijo mío, hijo mío!—¿Quién como vos se hallara?
       Nunca le oyeron mentir,—nunca por oro nin plata;
       Animoso, gran guerrero,—muy gran feridor de espada,
       Que a quien dábades de lleno,—tullido o muerto quedaba».
       Tomando la del menor,—el dolor se le doblara:
       «¡Hijo Gonzalo González,—los ojos de doña Sancha!
       ¿Qué nuevas irán a ella—que a vos más que a todos ama?
       Tan apuesto de persona,—decidor bueno entre damas,
        Repartidor de su haber,—aventajado en la lanza!
       Mejor fuera la mi muerte—que ver tan triste jornada.»
       Al duelo que el viejo hace—toda Córdoba lloraba.

                                  CANTAR DE GESTA

           La cabeça de [don] Muño—tornóla en su lugar,
       E la de Diego Gonçalez—[en los braços] fue a tomar
       E mesando sus cabellos—e las barbas de su faz:
       «Señero so, e mezquino—para estas bodas bofordar!»
       Fijo Diego Gonçalez—a vos amava yo más,
       Fazíalo con derecho—ca vos naciérades ante.
       ......................................................................................
       La cabeça de don Diego—entonce fue a besar,
       E alimpiándola con lágrimas—volviérala a su lugar.
       Cada uno como nasció—así las yva tomar,
            [p. 242] La de [don] Martín Gonçalez—en [sus] braços la tomava:
       «O fijo Martín Gonçalez—persona mucho onrrada,
       ¡Quien podrie asmar—que en vos avie tan buena maña!
       Atal jugador de tablas—non lo avie en toda España,
       Bien e mesuradamiente—vos fablavades en plaça.
       .......................................................................................................
           La cabeça de Martin—luego llorando dexava
       E la de Suero Gonçalez—en [los] braços la tomava:
       .........................................................................................................
           «De aves erades maestro,—non avie vuestro par
       En caçar muy bien con ellas—e a su tiempo las mudar.
       Malas bodas vos guisó—el hermano de vuestra madre,
       A mi metio en cativo—a vos levó a descabeçar.»
       .............................................................................................................
           Desi besó la cabeça—e llorando la dexó:
       [El] la de Ferrant Gonçalez—en [sus] braços la tomó:
       «Fijo, cuerpo tan onrrado,—e nombre de buen señor,
       Del conde Ferrant Gonçalez,—aquel que vos bateó»:
        De las vuestras mañas, fijo,—pagar se ye un emperador:
       Matador de oso e de puerco,—de cavalleros señor,
       Quier de pie, quier de cavallo—que ningun otro meior:
       Nunca de rafez compaña—erades vos amador...
       .................................................................................................................
           Esa cabeça besando—en su lugar la dexava,
       E la de Gustios Gonçalez—en [los] braços la tomava,
       Del polvo e de la sangre—muy bien le [el rostro] alimpiava,
       Faziendo tan fiero duelo—por los ojos le besava:
       «[Ya] fijo Gustios Gonçalez—aviadas buena maña:
       Non dixerades mentira—por quanto avie en España;
       Cavallero de grant guisa—[muy] buen feridor de espada,
       Que a quien dávades de lleno—tollido o muerto quedava.
       ¡Malas nuevas yrán, fijo—de vos al alfoz de Lara!»
           Desi beso la cabeça—e pusola en su lugar,
       La de Gonçalo Gonçalez—en brazos la fue tomar,
       Remesando sus cabellos—faciendo duelo muy grande:
       «Fijo Gonçalo Gonçalez—a vos amava vuestra madre...
       E las vuestras buenas mañas—qui las podrie contar?
       Buen amigo para amigos,—e para señor leal,
       Conoscedor de derecho,—amavades lo judgar;
       En armas mucho esforçado—a los vuestros franquear;
       Alançador de tablado—nunca ome lo vido tal;
       En cámara con las dueñas—mesurado en el fablar,
       Davades les vuestras donas—muy de buena voluntad...

Como se ve, hay, no sólo parentesco inmediato, sino identidad casi completa en el orden de las ideas, en el giro de la [p. 243] lamentación, en el lenguaje (salvo la diferencia de los tiempos) y hasta en las asonancias. La ventaja suele estar del lado del romance, que resulta más nervioso, concentrado y ferozmente enérgico por su mayor concisión, pero también es lástima que falten en él algunos versos maravillosos del cantar como éste:

       ¡Malas nuevas irán, fijo—de vos al alfoz de Lara!

Por otra parte, el poeta moderno suprime, especialmente al hablar de la cabeza del primer hijo, algunos pormenores narrativos, de grande efecto épico, que había en el texto primitivo:

           Grant bien vos quería el conde—ca vos erades su alcalle,
       Tambien toviestes su seña—en el vado de Cascajar;
       A guisa de mucho ardido—muy onrrada la sacastes,
       Fizestes en ese día, fijo—un ensayo muy grande:
       Ca vos alçastes la seña—e metiste la en [la mayor] haz,
       Fué [la seña] tres vezes abaxada—e tres vezes la alçastes,
       E matastes con ella—dos reys e un alcayde.
       Desen arriba los moros—ovieronse de arrancar,
       Metiense por las tiendas—que non avien vengar;
       Muy bien sirviestes al conde—cayéndoles en alcançe,
       Bueno fuera Rui Velázquez—si ese dia finase!
       Trasnocharon los moros—fueronse para Gormaz;
       Dióvos ese dia el conde—a Caraço por heredat,
       La media poblada es—e la media por poblar:
       Desque vos moristes, fijo,—lo poblado se despoblará...

En cambio, las palabras que Gustios pronuncia sobre la cabeza del ayo Muño Salido, tienen en el romance una elocuencia solemne a la vez que familiar, que se echa de menos en el trozo correspondiente de la gesta:

           Dios os salve, el mi compadre,—el mi amigo leal;
       
¿Adónde son los mis hijos—que yo os quise encomendar?
       Muerto sois como buen hombre,—como hombre de fiar.

Con razón advertía Milá la dificultad de que un juglar de los últimos tiempos, por muy impregnado que estuviese del espíritu de la musa popular, hubiese podido llegar a tal grandeza de inspiración; y tanto esto como la imperfección de algunos versos y el cambio de asonante (á—aa) le hacían creer que el autor del [p. 244] romance había tenido presente en su integridad el cantar primitivo, que sólo en extracto nos presenta la Crónica General.

El feliz descubrimiento del Sr. Menéndez Pidal viene a poner en claro que la fuente única del romance fué el segundo cantar, lo cual no excluye, ni mucho menos, la posibilidad de que el llanto de Gonzalo Gustios sobre las cabezas estuviese ya, con más o menos extensión, en el poema primitivo. «Difícilmente se hallará otro romance que menos se desvíe del tronco de la gesta de donde procede; apenas hizo más que brotar, sin haber continuado su desarrollo, ni entrado en un período de elaboración más popular e independiente, quizá a causa de la escasez de elementos narrativos, pues su parte más esencial e interesante se reduce a un reiterado lamento.»

No es de tan directa procedencia el famoso y pequeño romance A cazar va don Rodrigo, que Víctor Hugo imitó en una de sus Orientales. [1] Pero aunque tratado con cierta libertad de fantasía lírica, que le asimila a los romances caballerescos, no puede negarse su enlace con el segundo poema, o con alguna de las refundiciones que de él pudieron hacerse, y de ningún modo con la Crónica, donde no se encuentra rastro del diálogo entre Ruy [p. 245] Velázquez y Mudarra. Este romancillo, pues, tan celebrado como es pontánea inspiración de la musa popular sobre un tema épico, no constituye ya una excepción a las leyes de nuestra poesía heroica, sino que antes bien las confirma, y puesto en parangón con el anterior, nos muestra dos momentos distintos en la evolución del género, enteramente narrativo al principio, episódico, fragmentario y con tendencias lírico-dramáticas después. Redúcese el romance a un breve diálogo entre Mudarra y D. Rodrigo antes de la venganza del primero: el cantar de gesta descubierto por el Sr. Menéndez Pidal presenta la misma situación con más amplitud y pormenores más poéticos: D. Rodrigo va huyendo por toda Castilla de la venganza de Mudarra: éste le encuentra cuando sus gentes andaban en persecución de un azor: los dos adversarios se increpan desde dos alturas frente a frente. Todo esto tiene en el cantar un magnífico y épico desarrollo, y por ser tan novísimo el descubrimiento y no haber salido todavía del círculo de la pura erudición, no puedo menos de transcribir aquí los principales versos de este episodio:

           Desque el traydor lo sopo—de Saldaña se partió
       Agua de Carrión ayuso—e fuese para Monçon,
       Sópolo don Mudarra—del rastro no le salió...
       Ruy Velázquez [era ya]—en Torre de Mormojon,
       E Mudarra tras él siempre—por el rastro lo siguió
       E quando Mudarra en Campos—don Ruy a Dueñas se tornó,
       E.quando Mudarra en Dueñas—él en Pisuerga e Carrión;
       Fuese para Tariego—el castillo basteció.
       Mudarra salió de Dueñas—en el rastro le entró:
       Ruy Velázquez que lo sopo—fuese para Carrión.
       ...........................................................................................................
           Con dozientos cavalleros—que dél avian soldada
       Ellos buscando el açor—[don] Mudarra [que] asomava,
       Con [él] mil cavalleros—de Castiella e de Lara;
       Los atalayas llegaron—a do Ruy Vázquez y estava,
       Los otros desque los vieron—a don Rodrigo fablavan:
       «Señor, pensemos de foyr—afe aquí don Mudarra,
       Con muy grant cavalleria—cubierta viene la xara...
       ............................................................................................................
       Alli dixo Ruy Velázquez:—«Por aquel que vive e regna,
       Aqui me tiene fallar—en aquesta Val de Espera».
       ................................................................................................................
           Esora dixo a los suyos—el infante don Mudarra:
       «Señores [pensat de] andar—faremos tal cavalgada
        [p. 246] Que si yo bivo e no muero—el albricia vos sera dada.
       ¡Armas, armas, cavalleros,—el traydor no se nos vaya!»
           Hy veredes cavalleros—atan apriesa descir,
       E conpañas a compañas—todos [se van a] guarnir;
       Los que eran ya guarnidos—a las señas piensan de yr.
       Desque esto vio Ruy Velázquez—començo de apercibir.
       Acabdillando sus hazes—[bien] oyredes lo que diz:
       «Amigos, los que viniestes—cavalleros para mi,
        De todo lo que gané—[bien] convusco lo partí;
       Los que viniestes escuderos—cavalleros yo vos fis,
       [A fe] aleve sea llamado—qui me desampare [aqui],
       Que aunque solo me dexedes—non me avré de aqui a partir;
       Si veo al fijo de la renegada—tal golpe l' credo ferir
       Que non me ternie por ome—si a tierra nol fago venir,
       Que si a él abato, los otros—non se me pueden foyr,
       E a la vieja de mi hermana—malas nuevas faré yr».
           Quando della parte e della—se acabaron de guarnir,
       Veredes a don Mudarra—sus hazes aperçibir,
       Vna lança en la mano—començola de esgremir,
       Dixo a sus cavalleros—[e fablavales] así:
       «Estad [vos] quedos en haz—delante me dexad yr,
       Que si yo veo al traidor—de los otros se partir,
       Los que son oy por nascer—dende averán que dezir.
       E si vieredes que arrancan—todos luego me seguid,
       E si en el canpo me espera—tras mí no curedes yr;
       Vengaré a mis hermanos—o yo quedaré allí».
       ......................................................................................................
           Subense en sendos cabeços—que estavan en aquel val,
       E sin se querer saluar—alli fabló Ruy Velasquez:
       «Digades me, el cavallero—¿qué venides vos buscar?»
       Respondióle don Mudarra: «so—vuestro enemigo mortal,
       Vengo vengar la muerte—de mis hermanos [los infantes],
       Que vos como traydor—levastes descabeçar».
       «Vos sodes el traydor—respondióle Ruy Velasquez,
       Ca desque llegaste a Lara—fiziesteme mucho mal:
       Matasteme mios vasallos—e las mis villas quemastes;
       Agora m' lo pecharedes,—que en tal lugar estades.
       ........................................................................................................

Acuerdan lidiar cuerpo a cuerpo, y prosigue la narración de esta manera:

           Amos se desafiaron—uno de otro cerca están,
       Desque sus gentes ovieron castigadas—dixo Mudarra González:
       «Este es el dia—que yo deseava [más]
       Señor, tú cuyda—al que andava con verdad».
        [p. 247] Alli dix Gonzalo Gustios:—«fijo por amor de caridad,
       Fuerte cavallero es el traydor—non ha en España su pan;
       Yo que le conozco [bien]—con él me dexad lidiar,
       E vengaré los mis fijos—e quem' fizo cativar».
           Estonz dixo don Mudarra:—«Señor, non mandedes tal,
       Que pleito le tengo fecho—no lo puedo quebrantar,
       Non falsarie mi palabra—por quanto el mundo vale;
       Veamonos con salud—si al nuestro Señor plaz».
       Espoloneó el cavallo—e descendió por el valle,
       Muy agradoso el traydor—a rescebirse [lo] sale.
       Alli soltaban las riendas—uno contra otro van,
       Y las lanças abaxadas—[tan] fieros golpes se dan;
       Quebrantaron los escudos—que ninguna pro les han,
       Desmallaban las lorigas—como si fueran cendal.
       El poder de Jesucristo—[por] siempre amó la verdad:
       Un golpe dió don Rodrigo—a don Mudarra Gonçalez:
       La lançada del traydor—no le alcançó en la carne,
       Pero non dexó la lanza—de salir a la otra parte...

Comparado con el caudaloso torrente de esta poesía informe, parece un pobre arroyuelo el romance que imitó Víctor Hugo, pero su procedencia se revela clara en versos como éstos:

           Por hermanos me los hube—los siete intantes de Salas:
       Tú los vendistes, traydor—en el valle de Arabiana,
       Mas si Dios a mí me ayuda—aquí dejarás el alma.

Es tal, sin embargo, la distancia entre el romance y la gesta, que en este caso más que en otro alguno parece necesario admitir la existencia de un tercer cantar, o refundición del segundo.

A su vez el romance fué refundido durante el siglo XVI en uno entonces muy popular, pero que no entró en las colecciones:

           En un monte junto a Burgos—al pie de un verde haya
       Echado está Ruy Velázquez—cansado de andar a caza...

El Sr. Menéndez Pidal restauró la mayor parte de los versos de este romance, entresacándolos de las dos comedias que sobre este argumento compusieron Lope de Vega y D. Álvaro Cubillo, y posteriormente el Sr. Foulché-Delbosc ha tenido la suerte de encontrar íntegro el romance en un manuscrito de poesías varias recogidas y copiadas por D. Gregorio Mayans, dando a conocer [p. 248] esta versión en la Revue Hispanique de 1898 (vid. núm. 8 de nuestro primer suplemento a la Primavera).

El ciclo de los Infantes de Lara es excepcionalmente rico en romances viejos de primer orden, aventajando mucho en este concepto a los de Bernardo, Fernán González y D. Rodrigo. Tienen, además, la ventaja de contener íntegra la leyenda, sin que para rellenar los huecos sea preciso, como en otros grupos épicos, acudir a la poesía erudita y artística. No puede dudarse del carácter primitivo de los que empiezan: «A Calatrava la vieja» y «Ay Dios, qué buen caballero», aunque el segundo sea refundición del primero, más tosco sin duda y peor construído, pero más rico de materia épica, de tal modo, que parece formado por yuxtaposición de varios fragmentos muy antiguos, derivados probablemente de la gesta que siguió la Crónica de 1344. Lo más viejo del romance, como reconocieron Wolf y Milá, son las quejas de doña Lambra:

           «Yo me estaba en Barbadillo—en ésa mi heredad;
       Mal me quieren en Castilla—los que me habían de aguardar,
       Los hijos de doña Sancha—mal amenazado me han
       Que me cortarían las faldas—por vergonzoso lugar,
       Y cebarían sus halcones—dentro de mi palomar,
       Y me forzarían mis damas—casadas y por casar.
       Matáronme un cocinero—so faldas del mi brial.
       Si de esto no me vengáis,—yo mora me iré a tornar».

El largo romance «Ya se salen de Castilla» (número 25 de la Primavera) pertenece al género de los juglarescos cíclicos, pero es independiente de los anteriores, y puede servir también para restaurar o adivinar algunas circunstancias de la segunda gesta, que parece ser el origen más o menos remoto de todas estas composiciones. Sólo parece eximirse de esta ley un romance que, según conjeturas, empezaba:

       Convidarame a comer—el rey Almanzor un dia...
...................................................................................................................

No está en ninguna de las colecciones antiguas, y sólo se le conoce a través de las refundiciones de las comedias y en otra refundición semi-artística hallada por Milá y Fontanals en un [p. 249] cancionero del siglo XVI, manuscrito de la Universidad de Barcelona. Lo más nuevo y curioso de este romance es el detalle de las siete piedras que cada día hacía tirar doña Lambra (o según otras versiones don Rodrigo) a las ventanas de Gonzalo Gustios para recordarle la muerte de sus siete hijos.

           Que porque mis hijos cuente—y los plaña cada dia,
       Sus homes a mis ventanas—las siete piedras me tiran.

Es incierto el origen de este episodio (que quizá se remonte al tercer Cantar, cuya existencia sospecha el Sr. Menéndez Pidal), pero se encuentra no sólo en las comedias de Lope de Vega y de Hurtado de Velarde, sino también en la Historia septem infantium de Lara, que en 1612 (el mismo año de la comedia de Lope) publicó en castellano y latín el holandés Oto Venio para acompañar a cuarenta grabados de dibujos de Tempesta: curiosa ilustración pictórica de esta famosa leyenda en el gusto mitológico-alegórico propio de la época. (V. Ad. 14) .

No es posible compendiar aquí el delicado y sutil análisis que el Sr. Menéndez Pidal ha hecho de todos los romances de este cido, sin excluir los artísticos, entre los cuales hay algunos excelentes, como los dos del caballero Cesáreo (¿Pero Mexía?) amigo de Lorenzo de Sepúlveda, que son, sin duda, los mejores de su género, y de tanto sabor tradicional, y escritos con tanto desembarazo y gallardía que Durán, Wolf y Lemcke los tuvieron por antiguos sin ningún recelo, y por tales figuran en la Primavera con los números 21 y 22: («¿ Quién es aquel caballero?» y «Cansados de pelear»). Este error no debe persistir ya, conocido el nombre del autor verdadero, a quien hay que conceder el singular talento de haber comprendido e interpretado con valentía y buen gusto el fondo poético de las crónicas, sin caer en la transcripción servil y prosaica de los demás eruditos que las versificaron a mediados del siglo XVI.

La herencia de los romances fué recogida, como siempre, por el teatro, y para esta leyenda antes que para otras muchas. Ya en 1570 hizo representar Juan de la Cueva en Sevilla, En la huerta de doña Elvira, la «Tragedia de los siete infantes de Lara». Siguióle un autor anónimo en 1583 con una comedia, mucho más [p. 250] apreciable, «Los famosos hechos de Mudarra» [1] donde se hace oportuno empleo de las tradiciones consignadas en el Valerio de las Historias, fundado para esta parte en la Crónica General de 1344 o en alguna de sus refundiciones. Estos débiles ensayos dramáticos fueron oscurecidos muy pronto por El Bastardo Mudarra, de Lope de Vega (1612), que contiene la leyenda toda en su integridad épica, tal y como la Crónica (texto de Ocampo) la presenta; lo cual quiere decir que, en general, se atiene Lope a la versión de la primitiva gesta, pero sin desperdiciar ninguno de los nuevos elementos épicos que le suministraban los romances y el Valerio, pudiendo considerarse su pieza como un hábil ensayo de conciliación entre las principales versiones del tema. Algún detalle, como el recobrar D. Gonzalo la vista en el momento de recibir a su hijo, puede inducir a creer que tampoco fué desconocida para el gran poeta la Crónica de 1344, único texto en que dicha circunstancia se halla.

Posterior, pero no en mucho, a la comedia de Lope, debe de ser la Gran tragedia de los siete infantes de Lara, compuesta en lenguaje antiguo, por el poeta de Guadalajara Alfonso Hurtado de Velarde, e impresa en 1615. Esta obra contiene menos elementos tradicionales que la de Lope y transcribe menos literalmente los versos de los romances, pero en la parte de libre invención descubre ingenio nada vulgar, bastando citar en prueba la magnífica escena fantástica (imitada luego por el duque de Rivas) en que Ruy Velázquez, a punto de entrar en desafío con Mudarra, cree ver al lado de éste las sombras de sus siete hermanos, y Mudarra conjura a estos espectros para que le dejen cumplir a él solo su venganza.

Prosiguió siendo asunto dramático el de los Infantes de Lara durante todo el siglo XVII, pero cada vez más empobrecido de substancia épica. En las dos comedias de El Rayo de Andalucía y Genízaro de España, de D. Álvaro Cubillo de Aragón (anteriores a 1632), [p. 251] casi todo es pura novela y parto de la imaginación de Cubillo, que inventa para Mudarra amores y aventuras, le hace contemporáneo de la batalla de Clavijo y le trae a Castilla para cobrar el tributo de las cien doncellas. Sólo en la escena de la muerte de Ruy Velázquez hay reminiscencias de un romance viejo, el tan decantado de A cazar va don Rodrigo, por cierto con notables variantes que unas veces concuerdan con las de Lope y otras no, y que de todos modos suponen una refundición perdida, de la cual se valieron ambos poetas, y antes de ellos el autor de la comedia anónima.

Aunque la de Cubillo valga poco, todavía por lo correcto y limpio de la dicción poética aventaja en gran manera a la famosa comedia de D. Juan de Matos Fragoso, El Traidor contra su sangre (anterior a 1650), que con poca justicia la desterró de las tablas y ha reinado en ellas hasta el siglo presente. El portugués Matos Fragoso, ingenio de plena decadencia, de poca o ninguna inventiva y de estilo sobre toda ponderación campanudo y pedantesco, prescindió por completo de la tradición popular, y aun entre sus comedias ya existentes, no se valió de El Bastardo Mudarra de Lope, sino de la tragedia de Hurtado de Velarde, la cual refundió a su modo, borrando, no sólo todos los rasgos de costumbres bárbaras procedentes de la leyenda primitiva, sino hasta las invenciones más felices de su predecesor; por ejemplo, la escena de los ocho fantasmas. Pero como todo el mal gusto de Matos Fragoso no era capaz de destruir lo que la leyenda contiene de interesante y trágico, su obra llegó a ser popular, y no sólo se mantuvo en los teatros de la corte hasta 1821 por lo menos, sino que todavía hoy suele representarse por aficionados y cómicos ambulantes en lugarejos y villorrios de Castilla, incluso en la misma comarca donde pasa la acción de la gesta primitiva.

Sabido es que el romanticismo renovó esta leyenda antes y con más brillantez que ninguna otra. Con El Moro Expósito o Córdoba y Burgos en el siglo X, ganó D. Ángel Saavedra, en 1834, la primera y memorable victoria de la nueva escuela, que triunfó en el campo de la épica antes de invadir la poesía lírica y el teatro. Por la calidad del asunto, que es una tragedia doméstica; por lo complicado e ingenioso de la urdimbre y por la manera noblemente familiar que predomina en el relato, El Moro Expósito [p. 252] es una magnífica novela en verso, comparable con las mejores de Walter Scott. Por lo tradicional y heroico de la leyenda, por el contraste que el poeta quiere presentar entre dos civilizaciones, y aun por ciertos procedimientos análogos a los de la epopeya clásica, puede contarse entre los poemas épicos más aventajados de nuestra lengua. Su metro es el romance, aunque por desgracia no el castizo y octosilábico que el duque de Rivas manejaba tan bien, sino el monótono endecasílabo asonantado de las tragedias del siglo XVIII, cuyos inconvenientes están disimulados, pero no vencidos del todo, en esta obra insigne.

Después de ella, apenas merecen citarse otras versiones modernas de la leyenda de los Infantes, ninguna de las cuales ha sido muy leída, exceptuando el libro de caballerías de Fernández y González (1853), cuyas exóticas invenciones, aborto de una fantasía calenturienta, han tenido la rara fortuna de encarnar en la fantasía del vulgo, donde menos pudiera creerse, en el alfoz de Lara, en la Bureva, en aquellas comarcas de la Castilla épica, donde resonó por primera vez la voz de los juglares cantando la perfidia de Ruy Velázquez y la venganza de Mudarra. [1]

Notes

[p. 234]. [1] . Este trozo es uno de los que más patentes huellas de versificación asonantada ofrecen, como ya notó Milá, y es, además, curiosísima la superstición a que alude.

[p. 234]. [2] . Al sudeste de Soria.

[p. 240]. [1] . No es tan seguro que tomase del Gallien el lugar común de la partida de ajedrez, que está ya con circunstancias muy análogas en el Bernaldo de la General, y se repitió en varios romances.

[p. 244]. [1] . Es la 30.ª que empieza:

           Don Rodrigue est a la chasse
       Sans épée et sans cuirasse,
       Un jour d'été, vers midi...

Víctor Hugo la llamó romance mauresque (¡¡). Es una paráfrasis bastante fiel del romance castellano, salvo la invención romántica de la daga de familia que Mudarra llevaba desnuda hasta envainarla en el cuello de Ruy Velázquez:

           Si, jusqu'à l'heure venue,
       J'ai gardé ma lame nue,
       C'est que je voulais, bourreau,
       Que, vengeant la renégate,
       Ma dague au pommeau d'agate
       Eût ta gorge pour fourreau.

Véase un estudio de G. París sobre esta Oriental en su ameno libro Poëmes et légendes du Moyen-Age (1890).

Hay otra Oriental (XVI. La Bataille perdue) que es imitación del romance «Las huestes de Don Rodrigo».

[p. 250]. [1] . Hállase en una colección manuscrita de doce piezas dramáticas (todas sagradas, a excepción de ésta) que, con el título de Autos Sacramentales, se conserva en la Biblioteca Nacional, y procede de la de Osuna. De esta pieza, hasta ahora ignorada, ofrece amplios extractos el Sr. Menéndez Pidal.

[p. 252]. [1] . Véase sobre este punto el curiosísimo capítulo VI de la obra del Sr. Menéndez Pidal, titulado Los lugares y las tradiciones.