Aunque la mayor y mejor parte de los romances castellanos sólo ha llegado a nosotros por la tradición escrita (ya en los pliegos sueltos góticos, ya en los romanceros del siglo XVI), no es poco ni insignificante lo que todavía vive en labios del vulgo, sobre todo en algunas comarcas y grupos de población que, por su relativo aislamiento, han podido retener hasta nuestros días este caudal poético, que, al parecer, ha desaparecido casi completamente en las regiones centrales de la Península, en las provincias que por antonomasia llamemos castellanas, donde, según todo buen discurso, tuvo el romance su cuna, o alcanzó, por lo menos, su grado más alto de vitalidad y fuerza épica. Las versiones tradicionales, si bien muchas veces aparezcan incompletas, y otras veces estropeadas por adiciones modernas, nacidas del nefando contubernio de la poesía vulgar con la popular, merecen alto aprecio, lo mismo cuando son variantes de romances ya conocidos, que cuando nos conservan temas evidentemente primitivos, pero que no han dejado rastro en los romanceros impresos. Así lo comprendió Wolf, incluyendo en la Primavera dos romances tradicionales recogidos en Cataluña y uno procedente de Andalucía. Hoy puede ampliarse mucho esta sección, merced a los hallazgos y trabajos folklóricos de estos últimos años; y por nuestra parte vamos a recoger en el presente volumen todos los que nos parecen ofrecer, más o menos puros, los caracteres de la genuina poesía popular, y pueden alternar sin desdoro con los romances viejos.
[p. 152] El grupo más considerable y digno de estudio es sin duda el de los romances asturianos, tanto por el número y variedad de las versiones, como por la integridad y pureza con que generalmente se han conservado. Las condiciones geográficas y sociales del antiguo Principado dan satisfactoria explicación de este hecho. Para evitar confusiones que en esta materia abundan, y en que a veces incurren personas muy doctas, no parece superfluo advertir que estos romances se llaman asturianos por haber sido recogidos en Asturias y ser tradicionales allí, pero que no deben considerarse como poesía indígena y peculiar de aquella nobilísima región española, sino como restos de una poesía narrativa enteramente castellana y no dialectal. No sólo carecen de color local asturiano, de alusiones a la historia provincial (de la cual parecen ignorar hasta los temas más célebres, como el de Pelayo), de vestigios de las muy curiosas supersticiones que aún persisten allí como reliquias de la primitiva mitología ibérica, sino que están compuestos, sin excepción alguna, en castellano corriente, y no hay ni uno solo en el antiguo y venerable dialecto del país, llamado bable; si bien al pasar estos romances por las bocas de los rústicos hayan sufrido y continuamente sufran todas las alteraciones fonéticas propias de quien habla en una lengua y canta en otra: fenómenos que con caracteres más singulares encontraremos en Cataluña. No es esto negar la posible y aun verosímil existencia, en tiempos remotos, de una poesía narrativa asturiana por los asuntos y aun por el dialecto; pero la verdad es que de esta poesía, si existió, no quedan huellas. La poesía bable popular no ha pasado de la forma lírica de coplas o cantares sueltos; y el cultivo artístico del dialecto no data más que del siglo XVII, cuando ingeniosos y agudos versificadores comenzaron a servirse de él en parodias clásicas, romances festivos y picantes entremeses.
Pero si no la gloria de haber engendrado las bellísimas canciones populares que en sus valles y montañas se han recogido (puesto que basta leerlas para comprender que en algún tiempo fueron comunes a todos los reinos de Castilla y León, y aun pudiéramos decir que a toda la Península, como lo evidencian las versiones similares recogidas en Andalucía y Portugal), corresponde a Asturias la gloria no menor de haber conservado los textos más genuinos y completos que la tradición oral ha revelado hasta [p. 153] ahora, y de haber tenido diligentes colectores que muy a tiempo han salvado toda esta riqueza, próxima ya a desaparecer ante la fiera invasión centralista e industrialista de nuestros días.
Las más antiguas noticias acerca de romances asturianos se remontan a la célebre carta de Jove-Llanos sobre las romerías de Asturias, octava de las que dirigió a D. Antonio Ponz. [1] Descríbese allí la danza prima en estos curiosos términos:
«Aunque las danzas de los hombres se parece en la forma a las de las mujeres, hay entre unas y otras ciertas diferencias bien dignas de notarse. Seméjanse en unirse todos los danzantes en rueda, asidos de las manos, y girar en rededor con un movimiento lento y compasado, al son del canto, sin perder ni interrumpir jamás el sitio ni la forma. Son una especie de coreas a la manera de las danzas de los antiguos pueblos, que prueban tener su origen en los tiempos más remotos y anteriores a la invención de la gimnástica. Para cada sexo tiene su poesía, su canto y sus movimientos peculiares, de que es preciso dar alguna razón.
Los hombres danzan al son de un romance de ocho sílabas, cantado por alguno de los mozos que más se señalan en la comarca por su clara voz y por su buena memoria; y a cada copla o cuarteto del romance responde todo el coro con una especie de estrambote, que consta de dos solos versos o media copla. Los romances suelen ser de guapos y valentones, pero los estrambotes contienen siempre alguna deprecación a la Virgen, a Santiago, San Pedro u otro santo famoso, cuyo nombre sea asonante con la media rima general del romance.
Esto me ha hecho presumir que tales danzas vienen desde el tiempo de la gentilidad, y que en ellas se cantarían entonces las alabanzas de los héroes, interrumpidas y alternadas con himnos a los dioses. Lo cierto es que su origen es muy remoto; que el depravado gusto de las jácaras es muy moderno , y que la mezcla de ellas con las súplicas a los santos es tan monstruosa, que no pudieron nacer en un mismo tiempo, ni derivarse de una misma causa.»
Leyendo atentamente estos renglones se ve que el inmortal Jove-Llanos, adelantándose en esto, como en tantas otras cosas, [p. 154] a su tiempo, fijó la atención en los desdeñados romances del vulgo, que había oído cantar en las romerías asturianas; pero no se fijó bastante en su letra, puesto que aun degenerados como están ahora (y él debió de alcanzarlos mucho más puros) no tratan, por lo común, de guapos y valentones, ni participan del gusto de las jácaras, si bien en algunos se advierta el natural contagio de la poesía popular por la vulgar.
Pero no terminan aquí las noticias del sabio gijonés. Aunque sea de un modo algo confuso, y sin establecer la debida distinción entre lo castellano y lo bable, y entre los romances y las coplas, apunta otras especies que por tratarse de un escritor del siglo XVIII, deben ser cuidadosamente recogidas, en obsequio a la memoria de quien fué sin duda uno de los más calificados precursores del Folk-lore español.
Distingue Jove-Llanos, y en su tiempo eran distintas, las danzas de hombres y mujeres, y notado el carácter bélico de las primeras, dice sobre las segundas:
«Su poesía se reduce a un solo cuarteto o copla de ocho sílabas, alternando con un largo estrambote, o sea estribillo, en el mismo género de versos, que se repite a ciertas y determinadas pausas. Del primer verso de este estrambote que empieza:
Hay un galán de
esta villa...
vino el nombre con que se distinguen estas danzas.
El objeto de esta poesía es ordinariamente del amor, o cosa que diga relación a él. Tal vez se mezclan algunas sátiras o invectivas, pero casi siempre alusivas a la misma pasión, pues ya se zahiere la inconstancia de algún galán, ya la presunción de alguna doncella, ya el lujo de unos, ya la nimia confianza de otros, y cosas semejantes.
Lo más raro, y lo que más que todo prueba la sencillez de las costumbres de estas gentes, es que tales coplas se dirigen muchas veces contra determinadas personas; pues aunque no siempre se las nombra, se las señala muy claramente, y de forma que no pueda dudarse del objeto de la alabanza o la invectiva. Aquella persona que más sobresale en el día de la fiesta por su compostura, o por algún caso de sus amores; aquel suceso que es más reciente y notable en la comarca; en fin, lo que aquel día ocupa [p. 155] principalmente los ojos y la atención del concurso, eso es lo que da materia a la poesía de nuestros improvisadores asturianos...............................................................................
Supongo que para estas composiciones no se valen nuestras mozas de ajena habilidad. Ellas son las poetisas, así como las compositoras de los tonos, y en uno y otro género suele su ingenio, aunque rudo y sin cultivo, producir cosas que no carecen de númen y de gracia.»
Cita Jove-Llanos dos ejemplos de coplas de cuatro versos, uno y otro en bable, y continúa de este modo su interesante descripción:
«Los estribillos con que se alternan estas coplas, son una especie de retahíla que nunca he podido entender; pero siempre tienen sus alusiones a los amores y galanteos, o a los placeres y ocupaciones de la vida rústica. Los tonos son siempre tiernos y patéticos, y compuestos sobre la tercera menor. Llevan la voz de ordinario tres o cuatro mozas de las de más gallarda voz y figura, colocadas a la frente del corro, y las otras van repitiendo ya la mitad de la copla, ya el estribillo, a cuyo compás giran todas sin interrupción sobre un mismo círculo, pero con lentos, uniformes y bien acordados pasos. Entretanto, resuena en torno una dulce armonía que, penetrando por aquellos opacos y silenciosos bosques, no puede oírse sin emoción ni entusiasmo. No constan estas danzas, como nuestros modernos bailes, de fuertes y afectadas contorsiones, propias para expresar unas pasiones violentas y artificiosas, sino de movimientos lentos y ordenados, que indican las tranquilas afecciones de un corazón inocente y sensible.»
Bien se ve leyendo este pasaje que Jove-Llanos, por excepción singularísima entre los hombres de su siglo, no era insensible, ni mucho menos, al hechizo de la poesía y de la música populares, como tampoco lo fué a la peculiar belleza de las construcciones religiosas y civiles de la Edad Media. De sus palabras se deduce, además, que entonces como ahora existían en Asturias dos géneros de poesía vulgar, uno lírico, en el dialecto del país, y otro narrativo, en lengua castellana. De la primera pareció cuidarse más que de la segunda: no son raras en su correspondencia en el canónigo González Posada las citas de coplas asturianas, y en la instrucción que formuló como preliminar para un [p. 156] diccionario bable, [1] menciona, entre las autoridades más dignas de tenerse en cuenta, «los cantares usados en las danzas, endechas, esfoyazas y otras juntas y diversiones del pueblo de Asturias».
Contemporáneo y amigo de Jove-Llanos fué un estrafalario personaje, entre naturalista y poetastro, traductor de Virgilio y curandero afamado, D. Benito Pérez Valdés, farmacéutico de Oviedo, que solía añadir a su firma el sobrenombre de El Botánico, con el cual suelen recordarle los pocos que se cuidan de él. Inflamado de ardor patriótico durante la temporada constitucional de 1820 a 1823, compuso con pedestre numen el Romancero de Riego, que años después dió a la estampa en Londres el canónigo D. Miguel, hermano del infortunado caudillo de Las Cabezas de San Juan. [2] En este libro, muy curioso a pesar de su exiguo valor poético, no sólo se habla de «la gran danza circular o prima», sino que se da testimonio de que en nuestro siglo ha servido para acompañar romances políticos de circunstancias. «Yo he presenciado (dice Valdés) el 14 de Septiembre de 1819 en Candás una danza de más de 500 mozos, con otra dentro de mozas, cantando el romance triste de la muerte de Porlier, composición (creo) del escribano D. Ramón de Miranda, hombre nada vulgar.» Resulta de esta curiosa noticia que todavía entonces eran distintos los corros de hombres y de mujeres, y que el segundo iba en medio, y como protegido por el primero.
No faltaban, como se ve, algunas indicaciones dispersas sobre cantos y danzas populares de Asturias, pero en el contenido de los romances nadie se había fijado hasta que en 1849, el eminente estadista y literato asturiano D. Pedro José Pidal, por tantos conceptos benemérito de su patria, comunicó a su grande amigo D. Agustín Durán, la curiosa nota inserta como ápéndice al discurso preliminar del Romancero general en la colección de Rivadeneyra. Allí aparecieron por primera vez cuatro romances asturianos de los más curiosos, supliendo ingeniosamente Pidal, con gran sentido de la poesía popular, algunos versos que no [p. 157] recordaba en el bello romancillo de Don Bueso, que no había vuelto a oír desde su niñez. Entusiasmado Durán con el hallazgo de estos romances y la noticia de que existían otros muchos, exclamaba: «Sus formas típicas, su espíritu sencillo y épico, parecen pertenecer esencialmente a la poesía primitiva, aunque su lenguaje esté modernizado. En estos romances se percibe un sabor oriental, una sencillez bíblica admirables... Hay en ellos un lujo de imaginación, pero sencilla y natural; hay una cultura inartificiosa y apacible de que carecen los rudos romances viejos históricos... y de que sólo se hallan vestigios en algunos de los moriscos primitivos. ¿De dónde ha venido esta clase de romances puramente hechos en castellano, y de que sólo hay vestigios en Asturias, y entre la gente vulgar, cuando parecen hechos hasta para la gente culta?»
Fácil es descontar de este pasaje la parte de inexactitud y de hipérbole, propia del estado de los estudios cuando Durán escribía, pues lo del colorido oriental es pura imaginación, y los romances moriscos nada tienen de primitivos. Además, los temas de los romances asturianos, que son generalmente novelescos, pertenecen al fondo común de la canción popular en el Mediodía de Europa; y por lo que toca a nuestra Península, no sólo se conocen variantes castellanas de algunos de ellos en otras provincias y hasta en boca de los judíos de Constantinopla y Salónica, sino que casi todos se conservan en portugués, y algunos hasta en catalán. Pero lo que importa es dejar consignado el gran aprecio que tan fino conocedor de la poesía del pueblo como era Durán hizo de estas canciones.
Seis años después de la publicación del gran Romancero de Durán, visitó el Principado de Asturias un arqueólogo artista, cuyo nombre no puedo mencionar sin cariñoso respeto: D. José María Quadrado, español de los más memorables de nuestro siglo en virtud, entendimiento y ciencia. En el curso de su pintoresco viaje, no podía menos de tropezar Quadrado con los rasgos de la poesía popular, y en efecto, describe la danza prima, traslada íntegro el famoso romance de el galán de esta villa, que sirve de constante acompañamiento a dicha danza, y advierte con mucha verdad que «de la poesía bable no aparece vestigio alguno anterior al siglo XVII: los romances antiguos y tradicionales [p. 158] que parecen más indígenas del país, como desconocidos fuera de sus límites, llevan la marca castellana pura, sin el menor resabio de provincialismo».
Descubierto ya el rico filón de los romances asturianos, fué el primero en beneficiarle el sabio historiador de nuestras letras en la Edad Media, D. José Amador de los Ríos, el cual en varias excursiones veraniegas recogió, ya por sí mismo, ya con el concurso de varios aficionados asturianos, un pequeño, pero muy selecto ramillete de estas flores campesinas, con que obsequió en 1859 a su amigo Wolf, que le dió a conocer inmediatamente en el Jarhrbuch für romanische und englische Literatur, siendo reproducido poco después en la Revista Ibérica, y también en un cuaderno aparte. Precede a la coleccioncita de Amador una carta a Wolf, en que haciéndose cargo de la penuria de cantos históricos en Asturias, al mismo tiempo que de la existencia de tradiciones orales relativas a los primeros tiempos de la Reconquista, emite la hipótesis de que estas tradiciones (que quizá supone más antiguas de lo que son) dieron acaso materia a una poesía heroico-popular hoy perdida, habiéndose conservado sólo los tonos y danzas que la acompañaban, y que fueron aplicadas luego a los romances castellanos que publica, cuya antigüedad exagera un poco, suponiéndolos, por ciertas analogías de espíritu, coetáneos de la época de las Cantigas y de la Crónica de Ultramar, aunque en el lenguaje hayan sido modernizados. Años después, en el tomo VII (y último que llegó a publicar) de su Historia crítica (1865), volvió a ocuparse con especial cariño en estos romances, rebajando algo de la antigüedad que antes parecía atribuirles, y estudiándolos en la época más remota a que algunos de ellos, en su estado actual, pueden referirse, es decir, en el período de los Reyes Católicos. Por lo demás, hoy como entonces, conservan su valor las siguientes palabras del sagaz y laborioso crítico, y queda en pie el problema que él planteó, y que sólo podrá ser resuelto por un estudio cabal y amplio de la poesía popular en toda la Península: «Debe llamar seriamente la atención de los doctos cómo, en medio del tenaz empeño con que se han adherido a la localidad las primeras leyendas de la Reconquista, han desaparecido de los valles asturianos los primitivos cantos guerreros de los soldados de Pelayo, y cómo a los ecos históricos de sus [p. 159] maravillosas victorias, han sustituido en el centro mismo de las montañas otras más recientes tradiciones, nacidas sin duda en lejanas comarcas, e hijas, por tanto, originariamente, de muy diversa cultura. Y sube de punto la extrañeza que esta observación produce, el considerar que ni aun siquiera ha sobrevivido en los cantares que hoy guarda la tradición oral, el dialecto nativo de las montañas asturianas.»
Los curiosos romances recopilados por Amador llamaron la atención de varios folk-loristas, como el Conde de Puymaigre, que les dedicó un apéndice en su libro sobre Les Vieux Auteurs Castillans (t. II. 1862). Pero su empresa no tuvo imitadores, hasta que en 1885, un joven y aventajado escritor asturiano, D. Juan Menéndez Pidal, conocido ya por felices ensayos poéticos, acometió con los bríos de la mocedad y con el más ferviente entusiasmo, una exploración metódica del Principado bajo el aspecto de la poesía popular, penetrando en lo más recóndito de sus montañas, y sorprendiendo en labios de los rústicos la canción próxima a extinguirse. Fruto de este viaje artístico fué el precioso libro que lleva por título Poesía popular. Colección de los viejos romances que se cantan por los asturianos en la danza prima, esfoyazas [1] y filandones, [2] recogidos directamente de boca del pueblo. Los romances llegan a 98, aunque algunos son variantes del mismo tema, y otros no merecen estrictamente la calificación de populares. Pero la mayor parte lo son, sin género de duda, y algunos merecen figurar al lado de los más bellos de las antiguas colecciones. Con el beneplácito del Sr. Menéndez Pidal, a quien damos mil gracias por esta prueba de cariñosa amistad, reproducimos aquí todos los que, a nuestro juicio, presentan rasgos de poesía primitiva, incluyendo no solamente los impresos en 1885, sino algunos inéditos hasta ahora, que el mismo colector ha recogido en posteriores excursiones y que liberalmente nos ha facilitado.
Dividió Amador estos romances en religiosos, históricos, novelescos y caballerescos. Amplía esta clasificación el Sr. Menéndez [p. 160] Pidal añadiendo un grupo, el de apólogos, y subdividiendo los romances novelescos en tres clases: 1.ª, de moros y cristianos; 2.ª, caballerescos; 3.ª, puramente novelescos; y los romances religiosos en otras dos: 1.ª, místicos; 2.ª, sagrados. Por mi parte, me abstengo de clasificarlos, tanto por no ser muy numerosos los que aquí figuran, cuanto por respetar el carácter esencialmente novelesco que en su estado actual tienen casi todos los que en su origen fueron históricos, hasta el punto de haberse borrado a veces los nombres propios de los personajes y casi todas las circunstancias de lugar y tiempo. Muestras de otra evolución no menos curiosa, pero en sentido contrario, ofrecen los romances devotos, que son seguramente más modernos que todos los demás, y suelen ser transformación de viejos romances novelescos. Es un fenómeno, todavía no explicado, pero innegable, que la inspiración religiosa, a lo menos en su forma directa, falta casi del todo en nuestras antiguas canciones narrativas, las cuales son siempre heroicas o novelescas. Si algo de aquel género se encuentra, o no es popular (y a veces ni siquiera español de origen) o no se remonta más allá del siglo XVI, en que ciertamente hubo un progreso en la vida religiosa de nuestro pueblo. Durante la Edad Media, la poesía religiosa florece sólo en la escuela monacal del Mester de clerecía y en algunas escuelas de trovadores. Nada tiene de singular, por consiguiente, que ni en la Primavera de Wolf, ni en la voluminosa colección de Durán, figure ni un solo romance religioso. Los que hay en el llamado Romancero sagrado de la Biblioteca de Rivadeneyra, son todos artísticos y modernos. La tradición oral, en Asturias, Andalucía y otras partes, conserva mayor número de canciones de este género, y sirve para llenar ésta y otras lagunas de los romanceros impresos.
Hemos puesto en la mayor parte de los romances breves notas, prescindiendo de la parte crítica que reservamos para el estudio general, y limitándonos a apuntar las correspondencias con otras canciones populares análogas. Aun en este punto, seremos muy sobrios, puesto que apenas saldremos de los límites de la Península Ibérica, y sólo por excepción citaremos los cantos de algunos pueblos que tienen con nosotros muy estrecha conexión étnica e histórica, cuales son los de Italia y Mediodía de Francia. Proceder más adelante sería temerario y hasta pueril. Dado el [p. 161] creciente progreso de los estudios folklóricos, y el enorme número de materiales publicados, nada más fácil que llenar muchas páginas y afectar muy varia erudición, registrando a tontas y a locas coincidencias reales o soñadas con canciones de todos los pueblos de Europa y Asia, y hasta de las razas bárbaras y salvajes de África, América y Oceanía. El lector me perdonará que no haya seguido este farraginoso procedimiento, que hoy no tiene utilidad ni excusa, por lo mismo que está al alcance de todo el mundo. Lo que ahora nos interesa son las versiones peninsulares, y en esta parte he procurado llegar a donde han alcanzado mis medios.
Como he de citar con frecuencia romances portugueses y catalanes, creo oportuno indicar, para evitar repeticiones, las principales fuentes a que he acudido.
Romanceiro de J. B. de Almeida Garrett. (Los tomos segundo y tercero, únicos que para este caso nos interesan, tienen la fecha de 1851. Del tomo primero, que en realidad no pertenece al Romancero tradicional, sino a la colección de las poesías de Garrett, hay ediciones incompletas de Londres, 1828, y Lisboa, 1843: la última y definitiva es de 1853.)
Esta colección, formada por un delicioso poeta, que era al mismo tiempo hombre de gusto finísimo, no fué hecha para los eruditos, sino para las gentes de mundo, y tuvo el mérito de despertar el gusto por la poesía popular, completamente olvidada o desdeñada en Portugal. El Romanceiro de Garrett es libro estético y no científico: la mayor parte de los textos están restaurados libérrimamente, no sólo escogiendo lo mejor de las varias lecciones (como hacía Durán), sino intercalando versos y aun episodios de propia cosecha. Comprende 37 composiciones, no todas tradicionales, y algunas muy sospechosas como las tornadas de los supuestos manuscritos del caballero Oliveira. Garrett se valió mucho de los romances castellanos para llenar huecos de las versiones escasas y fragmentarias que pudo lograr. No parece que pusiese gran diligencia en su tarea de colector, ni sus hábitos y aficiones artísticas lo permitían. Las advertencias y notas que añadió son de dilettante; pero aunque no enseñen mucho, recrean sobremanera, y demuestran a veces una intuición muy delicada del alma poética del pueblo.
[p. 162] Romanceiro Geral, colligido da tradiçao por Theophilo Braga. Coimbra, 1867.
Comprende 61 canciones (no todas romances), fidelísimamente recogidas de la tradición oral en todas las provincias peninsulares de Portugal, especialmente en la Beira Baja, y en Tras os Montes, donde, al parecer, este género de poesía se conserva mejor que en Extremadura y en el Alemtejo. T. Braga tiene grandísimo mérito como colector. En sus notas hay especies muy útiles, curiosas comparaciones y algunas ideas originales; pero es lástima que estén deslucidas por resabios de hueco filosofismo y por una aprensión exagerada del valor sociológico e histórico de la poesía popular, cuyas genuinas bellezas campean mejor cuando se las contempla con ánimo sencillo y sin el velo de interpretaciones sofísticas.
Cantos populares do Archipielago Açoriano, publicados e annotados por Theophilo Braga. Porto, 1869.
Contiene 82 romances y jácaras, recogidos casi todos por el Dr. Teixeira Soares, a quien el libro está dedicado, y doctamente ilustrados por Braga. Las versiones insulares son mucho más completas, auténticas y primitivas que las del continente. Tanto en las Azores como en Madera, ha contribuído el aislamiento geográfico a conservar estos cantos en forma muy próxima a aquella en que hubieron de importarlos los conquistadores. Acaso una exploración inteligente en las Islas Canarias (de cuya poesía popular sabemos tan poco) nos daría igual resultado respecto de los romances castellanos, que es de presumir se conserven allí con más pureza que en Andalucía.
Floresta de varios romances colligidos por Theophilo Braga. Porto, 1869.
Son artísticos, y tomados de los poetas de los siglos XVI y XVII, casi todos los romances de esta coleccioncita.
Romanceiro do Algarve, por Estacio da Veiga. Lisboa, 1870.
Contiene, además de varias leyendas, 26 romances. Estacio da Veiga siguió el método de Almeida Garrett, fundiendo varias versiones en una, y retocando algo los textos. Así y todo, los romances del Algarbe son curiosísimos, y hay entre ellos alguno histórico.
Romanceiro portuguez coordinado, annotado e acompanhado [p. 163] d' uma intruducçao e d' um glosario, por Víctor Eugenio Hardung. Leipzig. Brockaus, editor. 1877. Dos volúmenes.
Reúne, metódicamente clasificadas, todas las versiones dadas a conocer por Almeida Garrett, T. Braga y Estacio da Veiga, pero esta compilación, aunque utilísima, no excusa de recurrir a los libros originales, porque omite las advertencias y comentarios de los primitivos editores.
Romanceiro do Archipelago da Madeira, colligido e publicado por Álvaro Rodrigues de Azevedo. Funchal, 1880.
La Madeira, juntamente con las Azores, ha sido uno de los principales refugios de la tradición poética peninsular. Algunos de los lindos romances que este tomo contiene, no se encuentran más que en aquella isla.
Cantos populares do Brazil, colligidos pelo Dr. Sylvio Romero (con introducción y notas de Teófilo Braga). Lisboa, 1883. Dos tomos.
Contiene este florilegio algunos romances tradicionales revueltos con muchas jácaras modernas, pero en general, se observa que las versiones del Brasil son fragmentarias y algo mestizas.
Menos numerosas, pero no menos importantes, son las colecciones de romances catalanes o entreverados de castellano y catalán (grupo muy curioso que estudiaremos aparte). Las principales son:
Observaciones sobre la poesía popular con muestras de romances catalanes inéditos, por D. Manuel Milá y Fontanals. Barcelona, 1853. (Traducido en parte al alemán por Wolf en 1857, y reimpreso en el tomo sexto de las Obras completas de Milá. Barcelona, 1898.)
Este libro, cuya parte doctrinal y teórica es admirable para el tiempo en que se escribió, contiene, por vía de muestra, un selecto ramillete de 70 canciones populares catalanas, no todas romances.
Romancerillo catalán. Canciones tradicionales. Segunda edición refundida y aumentada por D. Manuel Milá y Fontanals. Barcelona, 1882. (Es el tomo séptimo de las obras completas de su autor.)
Aunque este libro se titula segunda edición por un rasgo de humildad propio del carácter de mi venerado maestro, debe considerarse como una obra enteramente nueva en su plan y [p. 164] método, a la cual tampoco cuadra el modesto título de Romancerillo, puesto que comprende, más o menos íntegras, quinientas ochenta y seis canciones, y gran número de variantes, con las melodías de algunas de ellas. La mayor parte de estos romances fueron recogidos por Milá y sus amigos en el Principado de Cataluña, pero también hay algunos del reino de Valencia, de las Islas Baleares, del Rosellón y de la ciudad catalana de Alguer en la Isla de Cerdeña. Transcríbense todos con sus diferencias fonéticas, que son notables aun dentro de una misma región.
Cansons de la terra, cants populars catalans. Barcelona, 1866-1877, cinco tomos.
El colector fué D. Francisco Pelayo Briz, catalanista más entusiasta que docto, pero muy apreciable por su laboriosidad. Esta abundante colección de poesías populares le honra más que sus innumerables versos propios y más que las desdichadas ediciones que publicó de algunos poetas antiguos como Jaime Roig y Ausías March.
Romancer popular de la terra Catalana recullit y ordenat per En M. Aguiló y Fuster. Cançons feudals cavalleresques. (Barcelona, 1893.)
Este libro, que es un primor literario y tipográfico, pero que pertenece al mundo de la poesía más que al de la erudición, con tiene 33 romances; todos, a excepción de dos, conocidos ya por las publicaciones de Milá y Briz. Aguiló, que ha sido el más profundo conocedor de la lengua catalana y de sus tesoros bibliográficos, era además un gran poeta lírico, y el sentimiento estético se sobrepuso en él a la severidad del método científico. De todos los romances había recogido innumerables versiones en todas las comarcas de lengua catalana, pero se limitó a publicar una sola, que naturalmente no corresponde a ninguna de ellas en particular, sino que es una nueva forma selecta y artística de la canción. Que nadie podía hacer este trabajo mejor que Aguiló es indudable; pero conviene notar el peculiar carácter de su colección; y además se ha de tener en cuenta que este tomo es sólo una pequeñísima muestra de los materiales que en cantidad enorme tenía acopiados Aguiló para su gran Romancero, que continúa inédito, lo mismo que su bibliografía y su diccionario y la mayor parte de las obras colosales en que empleó su vida.
[p. 165] No hay para qué suscitar enojosas cuestiones de prioridad entre Milá y Aguiló, considerados como colectores de poesía popular. Toda duda se resuelve leyendo las francas declaraciones que uno y otro estamparon en sus respectivos libros. Empezaron a trabajar casi al mismo tiempo, pero con entera independencia el uno del otro, y si algún lazo pudo haber entre ellos, debióse a la común amistad con Piferrer, que tenía un sentido muy profundo de la poesía y de la música popular, y que escribió algo sobre melodías catalanas. Y ateniéndonos a las fechas, que es lo más seguro, la honra de haber publicado el primer romance catalán (y por cierto uno de los más bellos), el titulado Don Juan y Don Ramón, se debe a D. José María Quadrado, que en el penúltimo cuaderno de La Palma, periódico mallorquín de 1840, le dió a la estampa, ponderándole en estos notables términos: «La rapidez del diálogo, lo misterioso del suceso, lo lúgubre y al par homérico de los incidentes, forman de esta corta pieza una excelente producción que ningún genio pudiera desdeñar; y no creemos que pierda nada de su mérito por los vulgares labios que lo repiten.» Este romance fué reproducido por Piferrer (que además le tradujo al castellano) en el tomo de Mallorca de los Recuerdos y bellezas de España, que se acabó de imprimir en 1845.
Un año antes Milá había publicado su Arte poética, donde después de afirmar muy sabiamente que «la poesía popular de portugueses y catalanes forman sólo dos ramificaciones particulares de la española» (principio que no debe olvidarse nunca), inserta por vía de nota el romance de La Dama de Aragón, y manifiesta la esperanza, mezclada de temor, de ver llegar pronto el día «en que la moda, que todo lo invade y todo lo devora, se apodere también de la inocente poesía de nuestros abuelos». De 1853 es la primera edición del Romancerillo, a cuyo frente se leen las consideraciones más profundas que pluma española hubiera escrito hasta entonces sobre la poesía popular: páginas que nadie, salvo su propio autor, ha superado después.
Esto baste por el momento acerca de las colecciones poéticas de pueblos españoles cuya lengua nativa no es el castellano. Falta todavía y es grave falta, el romancero gallego, que debe de parecerse mucho al portugués, aunque en Galicia, como en [p. 166] Asturias, los romances suelen cantarse en castellano, según tenemos entendido.
De los libros extranjeros que por incidencia hemos utilizado, iremos dando cuenta en sus lugares respectivos.
Los romances que llevan asterisco son los que no figuran en la primitiva colección del Sr. Menéndez Pidal, y que él mismo nos ha facilitado.
M. M. P.
[p. 153]. [1] . Obras de Jovellanos (ed. Rivadeneyra), II, Pág. 299.
[p. 156]. [1] . Obras de Jove-Llanos, II, 207.
[p. 156]. [2] . El Romancero de Riego, por D. Benito Pérez, llamado «el Botánico de Oviedo», publicado por D. Miguel Riego, canónigo de la Catedral ovetense. En Londres, por Carlos Wood, 1842.
[p. 159]. [1] . Deshojas del maíz.
[p. 159]. [2] . Llámanse así en Asturias las tertulias de aldea en torno al llar. En la Montaña de Burgos (actual provincia de Santander) se denominan hilas, y Pereda las ha descrito en uno de sus más admirables cuadros de costumbres (Al amor de los tizones).