ADVERTENCIA PRELIMINAR
Aunque la cosecha de romances castellanos, en ninguna parte del territorio español es tan abundante ni de tan selecta calidad como en Asturias, no dejan de encontrarse también en otras provincias, especialmente en las del Mediodía, si bien por lo común son versiones menos completas y más estragadas.
El primero que fijó la atención en los romances tradicionales de Andalucía [1] fué el ingenioso, ameno y castizo escritor D. Serafín Estébanez Calderón (El Solitario), que a sus dotes de pintor de costumbres juntaba rara erudición en cosas españolas, y un amor sin límites a todo lo indígena y tradicional. En 21 de abril de 1839 escribía desde Málaga a D. Pascual de Gayangos: «Por no perder tiempo, voy recogiendo algunos romances orales que se encuentran en la memoria de los cantadores y jándalos, [p. 270] mis antiguos camaradas; romances que no se encuentran en ninguna colección de las publicadas, ni antigua ni moderna. El uno es el romance de Gerineldo, otro es el del Ciego de la Peña, y me han prometido cantarme y dejarme aprender otro que se llama el de la Princesa Celinda, que sospecho pueda ser alguno de lo moriscos del Romancero general. Si me preguntas por qué estos romances no se hallan impresos, de dónde han venido, por qué se han conservado en esta parte de Andalucía y no en otra parte, son cuestiones a que no podré satisfacer cumplidamente. Esto añade algo al vague, que tan bien sienta a esta quinta esencia de lo romántico. Por supuesto, que en estos cantares se sorprenden a veces versos y aun cuartetillos casi íntegros de los antiguos romances, lo que hace conocer que son todos débris de una propia fábrica.»
En otra carta de 18 de junio, añadía: «Ya creo que te dije que he recogido cuatro romances desconocidos, que andaban en la boca de los jándalos y cantadores del país. Éstos oyen mis tonadas moriscas con sumo gusto, y dicen que mi estilo es lo más legítimo que se oye, y que el cante del Señorito sabe al hueso de la fruta.» [1]
Resulta, en efecto, de las confidencias de su ilustre biógrafo y cariñoso deudo D. Antonio Cánovas del Castillo, que «no sólo entre jándolos y cantadores, sino entre la gente principal solía echar el Solitario sus tonadas moriscas en los patios floridos de Sevilla, aunque no presumía de músico; y que de los romances moriscos, sobre todo, creía poseer auténticamente los tonos, las exactas notas y el aire mismo con que por allá se modulaban al tiempo de la rebelión de la Alpujarra y de la total expulsión de los vencidos de aquella tierra». [2]
Júzguese como se quiera de estas que probablemente serían ilusiones, es lo cierto que D. Serafín Calderón tuvo el mérito de publicar antes que nadie dos romances populares de los mejores y más genuinos, el de Gerineldo y el de El Conde del Sol, intercalándolos en una de sus preciosas Escenas andaluzas (1847). Por [p. 271] comentario les puso estas líneas: «La música con que se cantan estos romances, es un recuerdo morisco todavía. Sólo en muy pocos pueblos de la Serranía de Ronda o de tierra de Medina y Xerez, es donde se conserva esta tradición árabe, que se va extinguiendo poco a poco, y desaparecerá para siempre. Lo apartados de comunicación en que se encuentran estos pueblos de la Serranía y el haber en ellos familias conocidas por descendientes de moriscos, explican la conservación de estos recuerdos.» [1]
D. Agustín Durán, que había pasado parte de su juventud en Andalucía, insertó en su gran Romancero general (1854) los dos romances publicados por Estébanez, y alguno más que éste le comunicó; haciendo notar que la gente del campo daba a este género de romances conservados por tradición, el nombre de corrido o carrerilla, sin duda por el modo de recitarlos.
A estos eruditos siguió, con menos doctrina, pero con gran instinto de la poesía popular, la admirable mujer que hizo famoso en toda Europa el seudónimo de Fernán Caballero. Precisamente la vitalidad de sus novelas se debe en gran parte al empleo hábil de todo género de elementos tradicionales, coplas, cantares, adivinanzas, oraciones, cuentos. [2] Son varios los romances que intercaló en sus novelas, algunos viejos y genuinamente populares; y además acertó a describir con hondo sentimiento el peculiar efecto de su música. Léase esta página de La Gaviota (1856) :
«El pueblo andaluz tiene una infinidad de cantos; son éstos boleras, ya tristes, ya alegres; el ole, el fandango, la caña, tan linda como difícil de cantar, y otras con nombre propio, entre las que sobresale el romance. La tonada del romance es monótona, y no nos atrevemos a asegurar que, puesta en música, pudiese satisfacer a los dilettanti ni a los filarmónicos. Pero en lo que consiste su agrado (por no decir encanto) es en las [p. 272] modulaciones de la voz que lo canta; es en la manera con que algunas notas se ciernen, por decirlo así, y mecen suavemente, bajando, subiendo, arreciando el sonido o dejándolo morir. Así es que el romance, compuesto de muy pocas notas, es dificilísimo cantarlo bien y genuinamente. Es tan peculiar del pueblo, que sólo a estas gentes, y de entre ellas a pocos, se lo hemos oído cantar a la perfección; parécenos que los que lo hacen, lo hacen como por intuición. Cuando a la caída de la tarde, en el campo, se oye a lo lejos una buena voz cantar el romance con melancólica originalidad, causa un efecto extraordinario, que sólo podemos comparar al que producen en Alemania los toques de corneta de los postillones, cuando tan melancólicamente vibran, suavemente repetidos por los ecos entre aquellos magníficos bosques y sobre aquellos deliciosos lagos. La letra del romance trata generalmente de asuntos moriscos, [1] o refiere piadosas leyendas, o tristes historias de reos. Estos famosos y antiguos romances, que han llegado hasta nosotros de padres a hijos, como una tradición de melodía, han sido más estables sobre sus pocas notas confiadas al oído, que las grandezas de España apoyadas con cañones y sostenidas por las minas del Perú.» [2]
Además de las poesías populares intercaladas en sus novelas, Fernán Caballero publicó dos colecciones: Cuentos y poesías populares andaluces (Sevilla, 1859), y Cuentos, oraciones, adivinanzas y refranes populares e infantiles (1878), pero en una y otra prescindió de los romances, sin duda porque llegó a recoger muy pocos.
No son muchos tampoco los que se hallan en las numerosas y útiles publicaciones del grupo folk-lorista de Sevilla, nacidas en gran parte de la iniciativa y propaganda eficaz del malogrado joven D. Antonio Machado y Álvarez (Demófilo), a quien secundaron, con otros varios, el eminente escritor D. Francisco Rodríguez Marín (Bachiller Francisco de Osuna), el tierno y elegante poeta D. Luis Montoto, el ingenioso J. A. de la Torre y [p. 273] Salvador (Micrófilo), sin contar varios colaboradores de fuera de Andalucía. Resultado de este movimiento fueron los doce tomos de la Biblioteca de tradiciones populares españolas (1883-1886), las revistas tituladas El Folk-Lore andaluz (1882) , El Folk-Lore bético extremeño (1883, Frexenal) y el Boletín Folk-lórico español (1885); las coleccioncitas de enigmas y de cantes flamencos de Machado, la segunda de las cuales dió ocasión al magistral estudio de Hugo Schuchardt sobre la fonética andaluza (1880-81), el opúsculo de Micrófilo sobre el Folk-Lore de Guadalcanal (1891) , y otra porción de trabajos de mayor o menor extensión, entre los cuales debe ocupar el primer puesto la opulenta colección de Cantos populares españoles, recogidos, ordenados y doctamente ilustrados por D. Francisco Rodríguez Marín (1882-1883).
Como en los cinco tomos de la colección el Sr. Rodríguez Marín se concreta a la poesía lírica, quedaron fuera de ella los romances; pero no ciertamente por olvido, sino para formar una colección aparte, que muy pronto verá la luz pública, según nuestras noticias. Como anuncio de ella pueden considerarse los interesantes romances inéditos que engalanan las páginas de este libro, y que el señor Rodríguez Marín nos ha facilitado con aquel noble desprendimiento que tan bien sienta en los que saben y valen lo que él.
Algunos de los modernos folk-loristas, separándose en esto de la antigua práctica literaria, han transcrito los romances con su propia ortografía fonética; y por mi parte, aunque me disuenan algo las palabras estropeadas, he creído que debía imitarlos, porque este sistema implica mayor fidelidad y puede dar útiles materiales a quien se dedique al estudio del dialecto andaluz, siguiendo las huellas de Schuchardt. [1]
A los romances andaluces hemos añadido algunos procedentes de Extremadura, especialmente de la Extremadura baja (provincia de Badajoz), región limítrofe y hasta cierto punto análoga en lenguaje y costumbres al reino de Sevilla, al cual pertenecen ahora algunos pueblos como Guadalcanal, que antes fueron extremeños. [p. 274] Las muestras de romances andaluces recogidas hasta ahora nos hacen entrever o adivinar la existencia de muchos más, que acaso podrían lograrse en la Andalucía alta (reinos de Jaén y Granada) que han sido muy poco explorados bajo este aspecto, y que por sus condiciones geográficas se prestan más a la conservación de tal género de poesía. Hasta ahora, casi todos los colectores, desde Fernán Caballero hasta Rodríguez Marín, han sido de Sevilla o de los puertos, donde las reliquias de la poesía narrativa tienen que luchar, no sólo con la invasión de los elementos extraños, sino con el predominio de una poesía lírica popular extraordinariamente rica y que se renueva de continuo, al par que lo épico y legendario, allí como en todas partes, va borrándose de la memoria del vulgo.
Siendo muchos de estos romances versiones distintas de los que ya conocemos por la tradición asturiana, son aplicables a ellos las notas que en la sección anterior pusimos, y sólo advertiremos algo que peculiarmente se refiere a las variantes de Andalucía.
[p. 275] ROMANCES TRADICIONALES DE ANDALUCÍA
Y EXTREMADURA
1
Romance de Gerineldo.—I
«Gerineldos, Gerineldos,—mi camarero pulido,
«¡quién te tuviera
esta noche—tres horas a mi servicio!»
—«Como soy
vuestro criado,—Señora, burlais conmigo.»
—No me burlo,
Gerineldos,—que de veras te lo digo.»
—«¿A cual
hora, bella Infanta—complireis lo prometido?»
—«Entre la
una y las dos, cuando el rey esté dormido.»
Levantóse
Gerineldos,—abre en secreto el rastrillo,
calza sandalias de
seda—para andar sin ser sentido.
Tres vueltas le da
al palacio—y otras tantas al castillo.
«Abraisme, dijo,
señora,—abraisme, cuerpo garrido.»
—«¿Quién sois
vos el caballero—que llamais así al postigo?»
—«Gerineldos
soy, señora,—vuestro tan querido amigo.»
Tomáralo por la
mano,—a su lecho lo ha subido,
y besando y
abrazando—Gerineldos se ha dormido.
Recordado había el
rey—del sueño despavorido,
tres voces lo había
llamado—ninguna lo ha respondido.
«Gerineldos,
Gerineldos,—mi camarero pulido,
¿si me andas en
traición—trátasme como a enemigo?
O con la Infanta
dormías—o el alcázar me has vendido.»
Tomó la espada en
la mano,—con gran saña va encendido,
fuérase para la
cama—donde a Gerineldos vido.
Él quisiéralo
matar,—más criole desde niño.
Sacara luego la
espada,—entre entrambos la ha metido,
para que al volver
del sueño—catasen que el yerro ha visto:
recordado hubo la
Infanta—vió la espada y dió un suspiro.
[p. 276] «Recordar heis, Gerineldos,—que ya
érades sentido;
que la espada de mi
padre—de nuestro yerro es testigo.»
Gerineldos va a su
estancia—le sale el rey de improviso.
«¿Dónde vienes,
Gerineldos,—tan mustio descolorido?»
—«Del jardín
vengo, señor, de coger flores y lirios,
y la rosa más
fragante—mis colores ha comido.
—«Mientes,
mientes, Gerineldos,—que con la Infanta has dormido,
testigo de ello mi
espada,—en su filo está el castigo.»
[1]
2
Gerineldo.—II
(Variante de Osuna.)
—Gerineldo,
Gerineldo,—paje del rey más querido:
¡quién te cogiera
una noche—tres horas a mi albedrío!
—Como soy
vuestro criado,—señora, burlais conmigo.
—No me burlo,
Gerineldo,—que de veras te lo digo.
—¿A qué hora,
gran señora,—se cumple lo prometido?
—Entre las
doce y la una,—cuando el rey esté dormido,
con alpargatas de
seda;
[2] —porque no seas sentido,
das tres vueltas a
palacio—y otras tres das al castillo.
—¡Traición,
traición en palacio!—¿Quién ha sido el atrevido
que se arrima a mi
aposento—sin pedir permiso mío?
—No se asuste
usté, señora,—que es Gerineldo pulido,
que entre las doce
y la una—viene a lo prometido.
Entablaron una
lucha—los dos a brazo partido,
a eso de la media
noche—el sueño los ha rendido.
A eso de la
madrugada,—procura el rey sus vestidos.
—¡Gerineldo,
Gerineldo,—paje del rey más querido!
Unos dicen: no está
en casa.—Otros dicen: ha salido.
Tiró el rey de la
espada,—al cuarto 'e la infanta ha ido;
los ha cogido
durmiendo—como mujer y marido.
Tiró el rey de la
su espada;—entre los dos l' a metido;
al resfrior de la
espada—despierta despavorido.
—Gerineldo,
Gerineldo,—paje del rey más querido,
que la espada del
mi padre—entre los dos ha dormido.
—¿Dónde me
iré, gran señora,—que no sea conocido?
[p. 277] —Retírate a ese
jardín—cogerás flores y lirios.
—Gerineldo,
Gerineldo,—paje del rey más querido,
¿dónde vienes
Gerineldo,—tan triste y descolorido?
No te mato,
Gerineldo,—que te crié desde niño,
y si mato a la
Princesa,—queda er palacio perdido.
[1]
Gerineldo.—III
(Variante de Guadalcanal.)
—Gerinerdo,
Gerinerdo,—mi camarero pulido,
¡quién estubiera
'sta noche—tres horas en tu arbedrío!
—Como soy
buestro criado,—burlarse queréis cormigo.
—No es
mentira, Gerinerdo,—que de beras te lo digo.
Han dado las doce y
media:—Gerinerdo en er castiyo,
con arpagatas de
seda,—para no ser sentidiyo.
Cada escalón que
subía—le costaba un suspiriyo:
Ar subir el úrtimo
escalón—la Princesa lo ha sentido.
—¡Oh! ¿quién
será 'ste aleboso?—¡Oh! ¿quién será 'ste atrebido?
—Señora, soy
Gerinerdo,—que bengo a lo prometido.
Lo ha agarrado por
la mano,—en su cama lo ha metido:
entre juegos y
deleites—los dos se quedan dormidos.
Ha despertado el
rey—dos horas del sol salido:
ha subido la
escalera,—los ha encontrado dormidos.
—No te mato,
Gerinerdo,—que te crié dende niño,
y si mato a la
Princesa—dejo ar palacio perdido:
pondré mi espada
por medio—pa que sirva de testigo.—
Despierta la
Princesa,—tres horas del sol salido:
—Lebántate,
Gerinerdo,—mira que somos perdidos,
que la espada de mi
padre—sirbiendo está de testigo.
—¿Por dónde
me iré yo ahora—para no ser sentidiyo?
—Por los
jardines del rey,—cogiendo rosas y lirios.
El rey, como lo
sabía,—al encuentro le ha salido:
—¿D' aonde
bienes, Gerinerdo,—tan triste y tan aburrido?
—Bengo del
jardín, güen rey,—de coger rosas y lirios;
la fragancia d' una
rosa—er color me lo ha comido.
—Es mentira,
Gerinerdo,—con la Princesa has dormido.
—Dáme la
muerte, güen rey,—que bien me la he meresido.
—Del jardín
vengo, señor,—de coger flores y lirios;
la fragancia de una
rosa—el color me habrá comido.
[p. 278] —No lo niegues,
Gerinerdo,—que con la infanta has dormido.
—Máteme
usted, gran señor,—que delito he cometido.
—No te mato,
Gerinerdo,—que te crié dende niño,
y si mate a la
Princesa—queda mi reino perdido.
Yo vos pondré en
una casa—como mujer y marido.
[1]
4
El Conde del Sol.—I
(Variante de Osuna.)
Se publicaron las
guerras—que de Francia a Portugal
nombra al conde
Gerineldo,—su capitán general.
La reina como es
tan niña,—no hace más que llorar.
—Cuántos
días, cuántos meses—hombre ha de echar por allá?
—Si a los
siete no viniere,—niña, te puedes casar.
Ya los siete van
pasados—camino de ocho va:
le pidió licencia
al padre,—para salirlo a buscar.
El padre como es
tan niña, —no se l' a querido dar;
se vistió de
pelegrino—y le ha salido a buscar.
En una montaña
oscura,—se ha encontrado una vacá.
—Vaquerito,
vaquerito,—por la santa Trinidad,
que me niegues la
mentira—y me digas la verdad.
—De quién son
tantos ganados—con tanto hierro y señal?
—Son del
conde Gerineldo—que ya está para casar.
—Toma este
doblón de oro,—vaquerito, y ponme allá.
La ha agarrado de
la mano—y la puso en el portal.
Fué pidiendo una
limosna—por la Santa Trinidad.
Salió el conde
Gerineldo—y se la ha salido a dar.
—¿Eres
Roberto, señora,—que me ha salido a buscar?
—No soy
Roberto, señor,—que soy tu esposa estimá.
Toma este puñal
dorado—y dame de puñalás.
—Cómo quieres
que te mate,—si eres mi esposa estimá?
[2]
El Conde del Sol.—II
Grandes guerras se
publican—entre España y Portugal;
y al Conde del Sol
le nombran—por capitán general.
La Condesa, como es
niña,—todo se la va en llorar.
—«Dime,
Conde, cuantos años,—tienes de echar por allá.»
—«Si a los
seis años no vuelvo,—os podréis, niña, casar.»
Pasan los seis y
los ocho,—y los diez se pasarán,
y llorando la
Condesa—pasa así su soledad.
Estando en su
estancia un día.—la fué el padre a visitar.
—«¿Qué
tienes, hija del alma,—que no cesas de llorar?»
—«Padre,
padre de mi vida,—por la del Santo Grial,
[1]
que me deis vuestra
licencia—para el Conde ir a buscar.»
—Mi licencia
teneis, hija;—cumplid vuestra voluntad».
Y la Condesa a otro
día,—triste fué a peregrinar.
Anduvo Francia y la
Italia—tierras, tierras sin cesar.
Ya en todo
desesperada—tornábase para acá,
cuando gran vacada
un día—halló en un ancho pinar.
«Vaquerito,
vaquerito,—por la Santa Trinidad,
que me niegues la
mentira,—y me digas la verdad:
¿de quién es este
ganado con tanto hierro y señal?»
«Es del Conde el
Sol, señora,—que hoy está «para casar.»
—«Buen
vaquero, buen vaquero.—¡así tu hato veas medrar!
que tomes mis ricas
sedas—y me vistas tu sayal,
y tomándome la
mano—a su puerta me pondrás,
a pedirle un.a
limosna,—por Dios, si la quiere dar.»
Al llegar a los
umbrales,—veis al Conde que allí está,
cercado de
caballeros,—que a la boda asistirán.
—«Dadme,
Conde, una limosna. El Conde pasmado se ha.
—«¿De qué
país sois, señora?»—«Soy de España natural.»
—«¿Sois
aparición, romera,—que venisme a conturbar?
—«No soy
aparición, Conde,—que soy tu esposa leal.»
Cabalga, cabalga el
Conde,—la Condesa en grupas vá,
y a su castillo
volvieron,—sanos, salvos y en solaz.
(Publicado por D.
Serafín Estébanez Calderón en
sus Escenas andaluzas,
1847, págs.
209-211 Es variante muy abreviada del núm
135 de la
Primavera)
Delgadina.—I
Tenía
una vez un rey—tres hijas como una plata;
la más chica de las
tres—Delgadina se llamaba.
Un día estando
comiendo,—dijo al Rey que la miraba:
—Delgada
estoy, padre mío—porque estoy enamorada.
—Venid,
corred, mis criados,—a Delgadina encerradla:
si os pidiese de
comer,—dadle la carne salada;
y si os pide de
beber,—dadle la hiel de retama.—
Y la encerraron al
punto—en una torre muy alta.
Delgadina se
asomó—por una estrecha ventana,
y a sus hermanas ha
visto—cosiendo ricas tohallas.
—¡Hermanas!
¡si sois las mías...—dadme un vasito de agua,
que tengo el
corazón seco,—y a Dios entrego mi alma!
—Yo te la
diera, mi vida,—yo te la diera, mi alma;
mas si padre Rey lo
sabe— nos ha de matar a entrambas.
Delgadina se
quitó—muy triste y desconsolada.
A la mañana
siguiente—asomóse a la ventana,
por la que vió a
sus hermanos—jugando un juego de cañas.
—¡Hermanos!
¡si sois los míos....—por Dios, por Dios, dadme agua,
que el corazón
tengo seco—y a Dios entrego mi alma!
—Quítate de
ahí, Delgadina, que eres una descastada:
si mi padre el Rey
te viera,—la cabeza te cortara.
Delgadina se
quitó—muy triste y desconsolada.
A otro día apenas
pudo—llegar hasta la ventana,
por la que ha visto
a su madre—bebiendo en vaso de plata.
—¡Madre! ¡si
es que sois mi madre,—dadme un poquito de agua!
que el corazón
tengo seco—y a Dios entrego mi alma.
—Pronto,
pronto, mis criados,—a Delgadina dad agua,
unos en jarros de
oro,—otros en jarros de plata.—
Por muy pronto que
acudieron,—ya la hallaron muy postrada.
A la cabecera
tiene—una fuente de agua clara.
Los ángeles la
rodean—encomendándole el alma,
la Magdalena a los
pies—cosiéndole la mortaja,
el dedal era de
oro,—y la aguja era de plata.
Las campanas de la
gloria—ya por ella repicaban:
los cencerros del
infierno—por el mal padre doblaban.
(Variante andaluza
publicada por Fernán Caballero en su diálogo
Cosa cumplida...
sólo en la otra
vida. Madrid, 1857, págs. 16-18. Wolf, Beiträge zur
spanischen
Volkpoesie aus den
Werken Fernán Caballero's, Viena, 1859, 9-11.)
Algarina (Delgadina).—II
Tres
hijas tiene el Rey Moro—más bonitas que la plata,
y la más
rechiquitita,—Algarina se llamaba.
Un día estando en
la mesa,—su padre la recreaba:
—Algarina,
anda a comer.—Padre, si no tengo gana.
—Acucid todos
los mozos,—para que sea encerrada
en el cuarto más
oscuro,—que hubiera en toda la casa:
y si pide de
comer,—dadle carne muy salada;
y si pide de
beber,—dadle sumo de retama.
Se entró Algarina llorando,—llorando que reventaba,
con lágrimas de
sus ojos—toda la sala regaba;
con las trensas de
su pelo,—toda la sala esteraba.
Al otro día
siguiente,—se ha asomado a una ventana;
vió a su hermano en
el jardín,—jugando a broches de plata.
—Hermano, si
eres mi hermano,—dadme una poca de agua,
que el corazón me
lo pide—y a Dios le entrego mi alma.—
—Yo te la
diera, Algarina,—yo te la diera, mi alma,
pero si padre se
entera—a tí y a mí nos mataba.
Se entró Algarina llorando,—llorando que reventaba,
con lágrimas de
sus ojos—toda la sala regaba;
con las trensas de
su pelo,—toda la sala esteraba.
Al otro día
siguiente,—se ha asomado a la ventana;
ve a su hermana en
el jardín,—y de este modo le habla:
—Hermana, si
eres mi hermana,—dame una poca de agua,
que el corazón me
lo pide,—y a Dios le entrego mi alma.—
—Yo te la
diera, Algarina,—yo te la diera, mi alma,
pero si padre se
entera—a tí y a mí nos matara.
Se entró Algarina llorando,—llorando que reventaba,
con lágrimas de
sus ojos;—toda la sala regaba;
con las trensas de
su pelo,—toda la sala esteraba.
Al otro día
siguiente,—se ha asomado a la ventana;
ve a su padre en el
jardín,—sentado en sillón de plata.
—Padre, si
usted es mi padre,—déme una poca de agua,
que el corazón me
lo pide,—y a Dios le entrego mi alma.—
—Entrate, só
recochina,—entrate, só avergonzada,
que no quisistes
hacer—lo que tu padre mandaba.—
Se entró Algarina llorando,—llorando que reventaba,
con lágrimas de
sus ojos,—toda la sala regaba;
con las trensas de
su pelo,—toda la sala esteraba.
Al otro día
siguiente,—se ha asomado a la ventana;
ve a su madre en el
jardín, —sentada en sillón de plata.
[p. 282] —Madre, si usted es mi
madre—déme una poca de agua,
que el corazón me
lo pide,—y a Dios le entrego mi alma.—
—Acudid todos
los mozos,—a darle a Algarina agua,
y el que llegase
primero,—con Algarina se casa.—
Unos con jarros de
oro,—otros con jarros de plata,
por muy pronto que
acudieron,—Algarina muerta estaba.
A los pies la
Magdalena—cortándole la mortaja,
y a la cabecera
tiene—una pila de agua clara.
Los cencerros del
infierno,—para su padre tocaban:
las campanas de la
gloria,—por Algarina doblaban.
[1]
8
Delgadina.—III
(Versión de Guadalcanal.)
Este era un hombre muy
rico—que tenía tres hijas,
y la más chica de
todas—se yamaba Dergadina.
Un día estando 'n
la mesa—su padre la requebraba:
—Padre, ¿que
tengo yo,—que mira tanto mi cara?
—Que si
fueras mi mujer—fueras la reina de España.
—No lo
permitan los cielos—ni la hostia consagrada.
—Subir todos
mis criados—y enserrarla 'n una sala;
y si pide de
beber—darle sumo de retama,
y si pide de
comer,—carne de perro salada;
y si pide de
corchón—los ladrillos de la sala.—
Ar cabo d' unos
tres días,—y también d' una semana,
Dergadina s' ha
asomado—por una bentana arta,
y bido a sus
agüelitas—peinándose ricas canas:
—Agüelas, si
seis agüelas,—por Diog, una poca d' agua,
que 'r corasón se
me seca—y la vida se m' acaba.
—Quítate,
perra judía,—quítate, perra marbada,
que si padre rey
nos biera—la cabeza nos cortaba.
Dergadina s' ha
metido—muy triste y desconsolada;
con lágrimas de sus
ojos—toda la sala regaba;
con la sangre de
sus benas—las paderes charpicaba.
Ar cabo de unos
tres días,—y también d' una semana,
Dergadina s' ha
asomado—po' una bentana mág arta,
y bido a sug
hermanitas—bordando ricas tohayas:
—Hermanas, si
seis las mías,—por Diog, una poca d' agua,
que er corasón se
me seca—y la bida se m' acaba.
[p. 283] —Quítate, perra
judía,—quítate, perra marbada,
que si padre rey
nos biera—la cabeza nos cortaba.—
Dergadina s' ha
metido—muy triste y desconsolada;
con lágrimas de sus
ojos—toda la sala regaba;
con la sangre de
sus benas—las paredes charpicaba.
Ar cabo d' unos
tres días,—y también d' una semana,
Dergadina s'
asomado—po' 'otra bentana mág arta,
y bido a su padre
rey,—sentado en siyón de plata:
—Padre rey,
si usté es mi padre,—por Dios, una poca d' agua
que 'r corasón se
me seca—y la bida se m' acaba.
—Yo te la
daré, si jases—lo que padre rey te manda.
Dergadina s' ha
metido—muy triste y desconsolada;
con lágrimas de sus
ojos—toda la sala regaba;
con la sangre de
sus benas—las paderes charpicaba.
Ar cabo d' unos
tres días,—y también d' una semana,
Dergadina s' ha
asomado—po' 'tra bentana mág arta,
y bido a su madre
reina—en siyón d' oro sentada:
—Madre reina,
si es mi madre,—por Diog, una poca d' agua,
que mág de sé que
de jhambre—a Dios le entriego mi arma.
—Subir todos
mis criados,—y echarle a mi hija agua,
unos con basos d'
oro—y otros con basos de plata.
Ar subir por la
'scalera—Dergadina que espiraba,
y a la cabesera
tiene—una fuente que le mana,
con un letrero que
dice:—«Murió por farta de agua.»
Las campanas de la
gloria—por Dergadina doblaban;
las campanas del
infierno—por su padre repicaban.
[1]
Delgadina (Bergardina).—IV
Un
padre tenía tres hijas,—más bonitas que la plata,
y la más
rechiquitita,—Bergardina se llamaba.
Bergardina se
pasea—por una sala cuadrada,
con gargantilla de
oro—y el pelo que le arrastraba.
Estando un día
comiendo,—su padre la retrataba,
y le
dijo—Bergardina,—tú has de ser mi enamorada.
—No lo
permita Dios, padre,—ni la Virgen consagrada.
—Vengan
pronto los criados—y a Bergardina encerrarla
en un cuarto muy
profundo—que en este palacio haiga.—
Ella se metió
pá dentro—con las lágrimas saltadas,
con lágrimas de sus
ojos—todo el cuarto lo regaba.
—Y si pide de
comer—darle carne muy salada,
y si pide de
beber—darle zumo de retama.—
Al otro día
siguiente—por un balcón se asomaba,
y vió a sus dos
hermanitos—jugando al juego de damas.
—Hermano, por
ser mi hermano,—dame una poca de agua,
que tengo más sed
que hambre—y a Dios le entrego mi alma.
—Calla,
puerca, deshonesta,—cochina, desvergonzada,
que no quisistes
hacer—lo que el Rey padre mandaba.
Al otro día
siguiente—por un balcón se asomaba,
y vió a su madre
venir—peinándose puras canas.
—Madre por
ser vos mi madre,—dadme una poca de agua,
que tengo más sed
que hambre—y a Dios le entrego mi alma.
—Hija de mi
corazón,—te la diera de buena gana;
pero si padre se
entera,—el pescuezo me cortara.
Al otro día
siguiente—se asomó por otra ventana,
y vió a su padre
sentado—en sillón de rica plata.
—Padre, por
ser vos mi padre,—dadme una poca de agua,
que tengo más sed
que hambre,—y a Dios le entrego mi alma.
—Vengan
pronto los criados,—y a Bergardina con agua,
unos con jarros de
oro—y otros con jarros de plata;
el que venga más
primero,—con Bergardina se casa.—
A la vuelta los
criados—a Bergardina encontraron
con ángeles a la
cabecera...............................
y a los pies la
Magdalena—que tristemente lloraba.
Repiquen las
campanas de la gloria—por Bergardina que ha muerto.
y para su
padre,—las campanas del infierno.
[1]
Delgadina (Angelina).—V
Rey
moro tenía tres hijas—bonitas como la plata,
la más bonita de
todas—Angelina se llamaba.
Un día estando en
la mesa —su padre que la miraba.
—¿Qué me
miras, padre mío,—qué me miras a la cara?
—Yo te miro,
hija mía,—que has de ser mi soberana.—
—No lo
permita mi Dios—ni mi Virgen soberana,
que sea madre de mi
madre—y madre de mis hermanas.
Mandó el padre la
encerrasen—en una sala cuadrada.
Si pidiera de
comer,—carne de perro salada.
Para dormir le
pusieron—un montoncito de paja.
A los tres días se
ha asomado—Angelina a una ventana,
y vió a su querido
hermano—que a la pelota jugaba.
—Hermano, si
eres mi hermano,—dame una poca de agua,
que el corazón
tengo seco—y a Dios entrego mi alma.—
—Métete para
adentro—cochina, desvergonzada,
que no quisistes
hacer,—lo que tu padre mandaba.—
Se mete Angelina
dentro,—llorando que reventaba.
A los tres días se
ha asomado—Angelina a otra ventana,
y vió a su hermana
querida—bebiendo en jarro de plata.
—Hermana, si
eres mi hermana,—dame una poca de agua,
que el corazón
tengo seco—y a Dios quiero dar el alma.
—Métete para
adentro—cochina, desvergonzada,
que no quisistes
hacer—lo que padre te mandaba.—
Se mete Angelina
dentro—llorando que reventaba,
con lágrimas de sus
ojos—toda la sala regaba.
A los tres días se
ha asomado—Angelina a otra ventana,
y vió a su querida
madre—peinando sus ricas canas.
—Madre, si
eres mi madre,—dame una poca de agua,
que el corazón
tengo seco—y a Dios pienso dar mi alma.—
—Yo te la
quisiera dar,—pero si padre se entera
las dos moriremos
juntas................................
Se mete Angelina
dentro—llorando que reventaba.
Con el pelo que
tenía—toda la sala barría,
con las lágrimas
que echaba—toda la sala regaba.
A los tres días se
ha asomado—Angelina a otra ventana,
y vió a su querido
padre—que en su trono descansaba.
—Padre, si
eres mi padre,—dame una poca de agua,
que el corazón
tengo seco—y a Dios pienso dar el alma.—
Ha mandado a sus
ministros—con jarros de oro y de plata,
y el que llegara
primero—con Angelina se casa.
[p. 286] Todos han llegado juntos,—Angelina
muerta estaba,
los ángeles le
cantaban—con clarines y guitarras,
y al cielo se la
llevaban...............................
[1]
11
Delgadina.—VI
(Versión de Zafra.)
Este era un rey con
tres hija—más hermosas que la plata,
A la más
rechiquetita—Delgadina la llamaban.
Estando un día
merendando—su padre el rey la miraba.
—¿Qué me mira
usté mi padre,—qué me mira usté a la cara?
—Que antes de
salir el sol—has de ser mi enamorada:
—No lo quiera
Dios del cielo—ni la reina soberana,
del padre que me
engendró—sea yo la enamorada.—
Mandó a los cuatro
criados,—los que trajo de Granada,
que la lleven a
matar,—la encierren en una sala,
y si pide de
comer—le den sardinas saladas,
y si pide de
beber—le den zugo de retama.
Ya se va la
Delgadina,—ya se va la desgraciada;
con lágrimas de sus
ojos—toda la sala regaba.
Al cabo de ocho
días—s' ha asomado a una baranda,
y ha visto a sus
hermanitos— jugando un juego de cañas.
—Mi hermano,
por ser mi hermano,—que me des una sed de agua;
que no la pido por
vicio,—que a Dios le entrego mi alma,
que se me seca la
boca—y el aliento se m' acaba.
—Yo te la
diera, alma mía,—yo te la diera, mi hermana;
pero si padre lo
sabe la cabeza nos cortara.—
Ya se va la
Delgadina,—ya se va la desgraciada;
con lágrimas de sus
ojos—todas las salas regaba.
Al cabo de ocho
días—s' h' asomado a otra baranda,
y ha visto sus
hermanitas—haciendo medias caladas.
—Mi hermana,
por ser mi hermana,—que me des una sed de agua,
que no la pido por
vicio,—que a Dios le entrego mi alma,
que se me seca la
boca—y el aliento se m' acaba.
—Yo te la
diera, alma mía,—yo te la diera, mi hermana;
pero si padre lo
sabe—la cabeza nos cortara.
Ya se va la
Delgadina,—ya se va la desgraciada;
con lágrimas de sus
ojos—toda la sala regaba.
Al cabo de ocho
días—s' h' asomado a otra baranda,
[p. 287] y ha visto su madrecita—alisándose
las canas.
—Mi madre,
por ser mi madre,—que me des una sed de agua;
que no la pido por
vicio,—que a Dios le entrego mi alma,
que se me seca la
boca—y el aliento se m' acaba.
—Yo te la
diera, hija mía,—yo te la diera, mi alma.
Mas si tu padre lo
sabe—la cabeza me cortara.
Ya se va la
Delgadina,—ya se va la desgraciada;
con lágrimas de sus
ojos—toda la sala regaba.
Al cabo de ocho
días—s' h' asomado a otra baranda
y ha visto al rey,
su padre,—sentado en sillón de plata.
—Mi padre,
por ser mi padre,—que me des una sed de agua;
que no la pido por
vicio,—que a Dios le entrego mi alma,
Que se me seca la
boca,—y el aliento se m' acaba.
—Yo te la
diera, hija mía,—yo te la diera, mi alma,
pero h' hecho
juramento—sobre la cruz de mi espada,
de no darte de
beber—a no ser mi enamorada.
.........................................................................
Ya murió la
Delgadina—ya murió la desgraciada.
.......................................................................
Las Campanas de la
Gloria—por Delgadina doblaban.
Las Campanas del
Infierno—por su padre repicaban.
[1]
12
Las tres Cautivas
A la
verde, verde,—a la verde oliva,
donde
cautivaron—a mis tres cautivas.
El pícaro
moro—que las cautivó,
a la reina
mora—se las entregó.
¿Qué nombre
tienen—estas tres cautivas?
—La mayor
Constanza,—la menor Lucía,
a la más
pequeña,—yaman Rosalía.
—¿Qué oficios
daremos—a estas tres cautivas?—
Constanza
amasaba,—Lucía cernía,
y la más
pequeña—agua les traía.
Diendo un día por agua—a la Fuente Fría,
se encontró un
anciano—que d' ella bebía.
—¿Qué hace
usté ahí, buen viejo—en la Fuente Fría?
—Estoy
aguardando—a mis tres cautivas.
[p. 288] —Pues usté es mi padre—y yo
soy su hija;
voy a darle
parte—a mis hermanitas.
—Ya sabes,
Constanza,—ya sabrás, Lucía,
como he visto a
padre—en la Fuente Fría.
Constanza
yoraba,— Lucía mía,
y la más
pequeña—así les decía:
—No
yores, Constanza,—no gimas, Lucía;
que en viniendo el
moro—larga nos daría.
La pícara
mora—que las escuchó,
abrió una
mazmorra—y ayí las metió.
Cuando vino el
moro—de ayí las sacó,
y a su pobre
padre—se las entregó.
[1]
13
Don Pedro
(Versión de Zafra.)
Ya viene D.
Pedro—de la guerra herido;
viene con el
ansia—de ver a su hijo.
—Cúreme usté,
madre,—estas tres heridas,
que me voy a
ver—la recién parida.
—¿Cómo estás,
Teresa,—de tu feliz parto?
—Yo buena, D.
Pedro,—si tú vienes sano.
—Acaba,
Teresa,—con esas razones;
que m' esta
aguardando—el rey en la corte.
Al salir del
cuarto—don Pedro que espira;
se quedó la
madre—triste y afligida.
Tocan las
campanas;—vienen por don Pedro,
se quedó la
madre—haciéndole el duelo,
—Madre la mi
madre,—la mi siempre amiga,
pero ¿esas
campanas—por quién las repican?
—Por tí, la
mi alma,—por tí la mi vida;
son juegos de
cañas—porque estás parida.
—Madre, la mi
madre,—la mi siempre amiga,
¿qué saya me
pongo—para ir a la misa?
[p. 289] —La negra, mi alma,—la negra,
mi vida;
yeva la de
sarga—que te convenía.
Al entrar en
misa—la gente decía:
—La viudita
honrada,—la viudita linda;
¡qué saya me
trae—pa venir a misa!
Trae la de
sarga—que le convenía.
—Madre, la mi
madre,—la mi siempre amiga,
¿pero esas
palabras—por quién las dirían?
—Por tí, la
mi alma,—por tí, la mi vida,
que don Pedro es
muerto,—tú no lo sabías.
Se metió en su
sala,—corrió las cortinas,
—Si don Pedro
es muerto,—no es razón yo viva.
[1]
14
La esposa infiel.—I
Estando
un caballerito—en la isla de León,
se enamoró de una
dama—y ella le correspondió.
Que con el
aretín,—que con el aretón.
[2]
—Señor,
quédese una noche,—quédese una noche o dos;
que mi marido esta
fuera—por esos montes de Dios.
Estándola
enamorando,—el marido que llegó:
—Abreme la
puerta, cielo,—abreme la puerta, sol.
Ha bajado la
escalera,—quebradita de color;
—¿Has tenido
calentura?—¿o has tenido nuevo amor?
—Ni he tenido
calentura,—ni he tenido nuevo amor;
me se ha perdido la
llave—de mi rico tocador.
—Si las tuyas
son de acero,—de oro las tengo yo.
¿De quién es aquel
caballo—que en la cuadra relinchó?
—Tuyo, tuyo,
dueño mío,—que mi padre lo mandó,
porque vayas a la
boda—de mi hermana la mayor.
—Viva tu
padre mil años,—que caballos tengo yo.
¿De quién es aquel
trabuco—que en aquel clavo colgó?
—Tuyo, tuyo,
dueño mío,—que mi padre lo mandó,
[p. 290] para llevarte a la boda—de mi
hermana la mayor.
—Viva tu
padre mil años,—que trabucos tengo yo.
¿Quién ha sido el
atrevido—que en mi cama se acostó?
—Es una
hermanita mía,—que mi padre la mandó,
para llevarme a la
boda—de mi hermana la mayor.
La ha agarrado de
la mano,—al padre se la llevó:
—Toma allá,
padre, tu hija,—que me ha jugado traición.
—Llevátela
tú, mi yerno,—que la iglesia te la dió.
La ha agarrado de
la mano,—al campo se la llevó.
Le tiró tres
puñaladas,—y allí muerta la dejó.
La dama murió a la
una—y el caballero a las dos.
[1]
[p. 291] 15
La esposa infiel.—II
(Versión de Guadalcanal.)
Mañanita,
mañanita,—mañanita e San Simón,
estaba una
señorita—sentadita 'n su balcón,
muy peinada y muy
lavada,—los ojitos d' arrebol.
Ha pasad' un
cabayero,—hijo del emperador,
con la guitarra en
la mano—tocándol' el estrebol.
—¡Quien
durmiera con ti, luna!—¡quién durmiera con ti, sol!
—Mi marido no
'sta en casa;—benga usté una noche o dos;
mi marido no está
en casa,—que está en montes de León;
y para que no
biniere—le 'charé una mardisión.—
A eso de benir er
día,—er marío que yamó:
—Ábreme la
puerta, luna,—ábreme la puerta, sol,
que te traigo un
pajarito—de los montes de León.—
Se ha levantado la
niña,—mudadita de color:
—¿Has tenido
calentura,—o has tenido mal d' amor?
—Ni he tenido
calentura—ni he tenido mal d' amor;
me s' ha perdido la
yabe—de tu hermoso tocador.
—Si la yabe
era de jhierro,—de plata te l' haré yo;
que 'r jherrero
está 'n la fragua,—y er platero 'n er mesón.
Estando en estas
rasones—er cabayo relinchó:
—¿De quién es
ese cabayo—que 'n la cuadra relinchó?
—Tuyo, tuyo,
cabayero,—mi padre te lo compró.
—Biba tu
padre mir años,—que 'n bida lo heredo yo.
—¿De quién es
esa escopeta—que 'n er rincón beo yo?
—Tuya, tuya,
cabayero,—que mi padre te la dió,
pa que caces los
sirgueros—de los montes de León.
—¿De quién es
ese capote—que 'stá ensima ese siyón?
—Tuyo, tuyo,
cabayero,—mi padre te lo compró.
—¿De quién es
aquer sombrero—que en la siya beo yo?
—Tuyo, tuyo,
cabayero,—que mi padre te lo dió.
—¿Y las botas
qu' hay debajo,—que desd' aquí beo yo?
Tuyas, tuyas,
cabayero,—mi padre te las compró.
Y la agarra de la
mano—y en la arcoba la metió.
—¿Quién es
aquer cabayero—qu' en la cama veo yo?
Es er novio de mi
hermana...—de mi hermana la mayor.
Y la coje de la
mano—y a su padre la yebó:
—Tío, tenga
'sté su hija—y enséñela 'sté mejor.
[p. 292] —Que la enseñe su marío—que
tiene la obligación.
Y la coje de la
mano—y a los montes la yebó.
...................................................................................
La niña murió a la
una—y er caballero a las dos.
[1]
16
La Esposa infiel.—III
Mañanita, mañanita,—mañanita del Señor,
estaba una bella
dama—sentadita en su balcón,
muy peinada, muy
lavada,—su poquito de arrebol.
Ha pasado un
caballero—hijo del emperador;
con la guitarra en
la mano—una coplita le echó.
[2]
—Abreme, cara
de luna,—abreme, cara de sol.—
—Mi marido
está cazando—en los montes de León,
y
pa que no vuelva más—le echaré una maldición:
cuervos le saquen
los ojos—y águilas el corazón,
y los perros con
que caza—lo arrastren en procesión.
[3]
—¿Dónde pongo
este caballo?—En la cuadra lo metió.
—¿Dónde pongo
esta escopeta?—En un rincón la dejó.
—¿Dónde pongo
esta chaqueta?—En la percha la colgó.
—¿Dónde pongo
estos calzones?—En la silla los dejó.
Estando en estas
razones—su marido que llamó:
—Abreme la
puerta, luna,—abreme la puerta, sol.—
Ha bajado
Margarita—mudadita de color.
—O tú tienes
calentura—o tú tienes mal de amor.
—Yo no tengo
calentura—ni tampoco mal de amor,
me se ha perdido la
llave—de tu rico comedor.
—Si la tuya
era de plata,—de oro la traigo yo.—
Entraron más
adelante,—y un perrito que ladró.
—¿De quién es
ese perrito—que en mi casa veo yo?
—Tuyo, tuyo,
caballero,—que mi padre te lo dió
para que fueras de
caza—a los montes de León.
—Viva tu
padre mil años;—muchos perros tengo yo,
[p. 293] y cuando no los tenía,—no me los
mandaba, no.—
Entraron más
adelante,—y un caballo relinchó.
—¿De quién es
aquel caballo—que en mi cuadra veo yo?
—Tuyo, tuyo,
caballero,—que mi padre te lo dió,
pa que vayas a la boda—de mi hermana la mayor.—
—Viva tu
padre mil años,—caballos no quiero yo,
cuando yo no los
tenía,—tu padre no me los dió.—
Entaron en una
sala—y una escopeta allí vió.
—¿De quién es
esa escopeta—que en mi casa veo yo?—
—Tuya, tuya,
dueño mío,—que mi padre te la dió,
para que fueras de
caza—a los montes de León.—
—Viva tu
padre mil años,—que escopeta tengo yo;
cuando yo no la
tenía—tu padre no me la dió.—
Entraron más
adelante,—y en la percha se fijó.
—¿De quién es
esa chaqueta—que en mi percha veo yo?
—Tuya, tuya,
caballero,—que mi padre te la dió.—
—¿De quién es
aquella sombra—que va por el corredor?
—La sombra
será mi muerte,—que bien la merezco yo.—
La ha cogido por la
mano,—a su casa la llevó.
—Aquí tiene
usté a su hija,—sin honra ni estimación.—
—Si mi hija
no tiene honra,—con honra te la di yo.—
La ha cogido por la
mano—y al campo se la llevó,
y allí le ha dado
la muerte,—y con eso concluyó.
[1]
(De la colección
manuscrita de Rodríguez Marín.)
17
Blanca Flor y Filomena.—I
(Versión de Osuna.)
Por las calles de
Morón—se pasean dos donseyas;
una era
Branca-Fró—y la otra Filomena;
se pasea un
cabayero—con mucho caudar y hasienda,
se enamoró' e
Branca-Fró—no despresió a Filomena.
Dispusieron su
bodita;—marcharon hasia su tierra;
a eso de los nuebe
meses—yega Taquino a la puerta.
—Madre, sabe
usté que bengo—por mi cuñá Filomena.
—Hombre, no
te lo consiento,—porque es mosita y donseya.
—No le ha de
pasar nada,—apuesto con mi cabesa,
[p. 294] y si no apuesto con eso,—con mi
casiya y hasienda.
—Pues si eso
es asin, Taquino,—a Filomena te yebas.—
A la subida de un
serro,—a la bajá de una güerta,
s'echó abajo der
cabayo,—logró su gusto con eya.
Biba le sacó los
ojos,—biba le arrancó la lengua.
S' ha aparesido un
pastó—qu' embiado de Dios era;
traía tinta y
papé—metidiyo en la montera:
—La pluma se
me ha quedao—en los cerros de Guinea,
Mi lengua sirba de
pluma;—mis ojos de tinta negra.
[1]
..................................................................................
18
Blanca Flor y Filomena.—II
(Variante de Guadalcanal)
Por la corte de
Madrí—se pasean dos donseyas:
la una era
Blanca-Flor—y la otra Filomena.
Se pasea un
cabayero—con grande caudiá y hasienda.
Er pretende a
Blanca-Flor—sin despreciar a Filomena.
En este mismo
momento—Tarquino se jhué a la guerra,
a la benida pa
cá—se entró en casa de su suegra:
—Güenas
noches tenga 'sté,—yo no las tengo mu güenas,
sólo por
Blanca-Flor—qu' en bísperas de parir queda.
Sab' usté que soy
benido—por mi cuñá Filomena.
—Yo mi hija
no la doy,—porque es mosita y donseya.
—Apuesto con
mi caudiá—y la mitá de mi hasienda,
y si no tengo
bastante—respondo con mi cabesa.
—Con estos
cargos la doy,—con estos cargos la yebas,
con estos cargos,
Tarquino,—Tarquino, mira por eya.—
Tarquino montó a
cabayo,—Filomena en una yegua.
—Quedarse con
Dios, muchachas,—que mi cuñado me yeba.—
A la salía der
pueblo—d' amores me la requiebra;
a la bajá d' un
arroyo—a la subía d' una cuesta,
allí se bajó
Tarquino;—cumplió su gusto con eya.
Después d' haberlo
cumplido—jhiso un jhoyito en la tierra:
medio cuerpo le
dejó drento—y medio le dejó jhuera.
—¡Si biniera
un pastorsito,—mandado de Dios venga,
para escribirle una
carta,—a Blanca-Flor que la lea!
Disiendo estas
palabras—el pastorsito que llega.
—Yo traigo
tinta y papel,—y papel de mi montera,
[p. 295] para escribir una carta—a
Blanca-Flor que la lea...
Ha recibido la
carta,—de mar parto murió ella,
y el mar parto que
tubo—lo friyó en una casuela,
para darle de
senar—a Tarquino cuando venga.
Apartándolo der
fuego,—Tarquino yama a la puerta:
—Abreme la
puerta, sol,—abreme la puerta, reina.
¿Tenemos argo que
senar?—Y le plantaron la mesa.
—¡Ay qué
riquito está er cardo!—más rica 'starán las presas.
—Más rico
estará el olor—de mi hermana Filomena,
que la dejaste
enterrada—en los montes de Gilena.—
Tarquino cuando oyó
esto—cayó amortesido en tierra.
Se levantó
Blanca-Flor—como una leona fiera.
Le ha dado de
puñaladas,—le ha sacado la lengua,
le ha puesto por
las esquinas—para que escarmiento sea,
pa que ningun
atrevido—desgonsare a una donseya.
[1]
19
Don Manuel
(Versión de Guadalcanal.)
Una noche muy
oscura,—de relámpagos y agua,
ha salido Don
Manuel—a visitar a su dama.
Tres plumas en su
sombrero,—una verde y dos moradas.
El pasage que le
dieron,—hundirlo de puñaladas,
donde se vino a
encontrar—en la puerta de su dama:
—Abreme,
Polonia mía,—abreme, Polonia hermana,
que yo vengo muy
herido,—y las heridas son malas.
Polonia, si yo me
muero,—no me entierres en sagrado;
entiérrame en un
pradito—donde no paste ganado,
y a la cabecera
pongas—un Cristo crucificado,
con un letrero que
diga: —«Aquí murió un desdichado
no ha muerto de mal
de amor,—ni de dolor de costado,
que ha muerto de
calenturas—de la justicia matado.»
[2]
(Folk-Lore Guadalcanalense, 91-92)
El Cid y el Conde Lozano
En el
tiempo que reinaba—el santo rey D. Fernando,
primo de aquel
alevoso—nuestro rey que fué D. Sancho,
mandó hacer un
pendón,—con seda todo labrado
y en el medio una
cruz roja—del apóstol Santiago,
y cuando lo tuvo
hecho,—en la corte se ha plantado,
«¿Hay alguno entre
vosotros—de los míos, mis vasallos,
que me guarde este
pendón,—que me lo tenga guardado,
pá que cuando se lo
pida—sea hombre para darlo?»
Levantóse de su
asiento—uno de los más ancianos:
«Deme, buen rey, el
pendón,—que yo bien sabré guardarlo.
Tres hijos mancebos
tengo,—en armas aventajados,
pá que cuando lo
pidáis—sean hombres para darlo.»
Levantóse de otro
asiento—ese que llaman Lozano;
le ha pegado un
bofetón,—diciendo: «¡Vaya el villano!
porque hay hombres
en la corte—más capaces de guardarlo.»
Se fué el buen
viejo a su casa,—corrido y avergonzado;
................................—la
mujer le ha preguntado.
Dióle en callar la
respuesta—y ha sus tres hijos llamado;
vino el mayor,
luego vino—el que era de edad mediano
y también vino el
muy chico,—con el sombrero en la mano.
Lo agarró por la
muñeca,—lo más delgado del brazo;
tres veces le dijo:
«¡Suelta!»—y viendo que no ha soltado,
ha sacado de la
cinta—un puñal y así le ha hablado:
«..........................................—juro
por el cielo santo
que el no quitaros
la vida—es porque me habéis criado.
¿Es posible, padre
mío,—es posible, padre amado,
que habéis perdido
el sentido—U os ha la razón faltado?»
—Ni yo he
perdido el sentido,—ni la razón me ha faltado;
La honra sí, que me
hizo afrenta—ese conde de Lozano.
¿Sabes lo que
siento, hijo?—......... ....................
El verme, como me
veo,—viejo y cargado de años,
sin atreverme a
salir—con ese traidor al campo.
—No sienta la
pesadumbre;—siéntese y tome un bocado.
Mientras el padre
comía,—el muchacho se fué armando;
corrió salas y
aposentos—y vió colgada de un clavo
una espada ya
mohosa—y estas palabras le ha hablado:
«Bien sé que te
correrás—de verme niño muchacho;
pero confío en tu
cruz—que he de volver bien vengado.»
Y montándose en
Babieca,—que es un ligero caballo,
hacia la corte
camina—y pregunta por Lozano.
[p. 297] El rey le mandó a
decir—.........................................
«Deten, Rodrigo,
batalla—por término de dos años.»
Rodrigo dijo que
no:—«Dos horas le doy de plazo.»
El Conde, como es
valiente,—en cólera se fué armando:
Apriesa cogió la
silla;—apriesa cogió el caballo;
con una mano lo
enfrena;—con la otra lo fué ensillando;
con los dientes de
su boca—la cincha le fué apretando,
y sin poner pie en
estribo—montó en el veloz caballo,
saltó por medio de
todos,—corriendo y galopando,
y las damas le
decían—que no le hiciera agravio,
porque es Rodrigo
muy niño—y no era razón matarlo.
Rodrigo dijo que
fuertes—eran su lanza y su brazo,
y al Conde enciende
la rabia—y ambos caminan al campo.
—Ven acá,
rapaz,—le dijo.—¿Me andas amenazando?
Corre, vé y dile a
tu padre—y también a tus hermanos,
que con ellos y
contigo—haré batalla en el campo.
—Eso no,
Conde atrevido;—eso no, Conde villano;
que lo que yo no
hiciere—no lo han de hacer mis hermanos.
El Conde tiró su
lanza,—que iba los vientos rajando;
Rodrigo tiró la
suya,—mas no la tiró jugando;
que atravesó cota y
pecho,—silla, y alcanzó al caballo.
También dicen los
escritos—que pasó la tierra un palmo.
Viéndose el Conde
así herido, —se ha apeado del caballo;
Rodrigo que vido
esto—también del suyo ha saltado,
y echan mano a las
espadas—y el combate se ha trabado.
............................................................
Y le cortó la
cabeza;—también le cortó la mano.
En la punta de su
lanza—por bandera la ha clavado
y ufano a la corte
llega,—estas palabras hablando:
«¿Hay alguno entre
vosotros,—primos, parientes o hermanos,
que salgan a la
demanda?—aquí para el campo aguardo.»
Viendo que nadie
salía,—a su casa ha caminado,
y a su padre le
presenta—la cabeza con la mano:
«Este es Rodrigo
Ruy Díaz
(sic),— el sin igual castellano,
hijo de Diego
Lainez,—que mató al Conde Lozano.»
[1]
Romance de la Princesa Celinda
Por las
puertas de Celinda—galan se pasea Zaide,
aguardando que
saliera—Celinda para hablalle.
Salió Celinda al
balcón—más hermosa que no sale
la luna en escura
noche—y el sol entre tempestades.
—Buenos días
tengáis mora.—A tí, moro, Alá te guarde.
—Escucha,
Celinda, atenta,—si es que quieres escucharme.
¿Es verdad lo que
le han dicho—tus criados a mi paje,
que con otro hablar
pretendes— y que a mí quieres dejarme,
por un turco mal
nacido,—de las tierras de tu padre?
No quieras tener
oculto—lo que tan claro se sabe.
¿Te acuerdas cómo
dijiste—en el jardín la otra tarde
«tuya soy, tuya
seré,—y tuya es mi vida, Zaide?»
De verse
reconvenida—la mora en enojos arde,
y cerrando su
balcón—al turco deja en la calle.
El galan
soberbecido—pisotea su turbante,
y con rabiosas
fatigas—ha cantado estos cantares:
—«¿Quieres
que vaya a Jerez,—por ser tierra de valientes,
y te traiga la
cabeza—del moro llamado Hamete?
¿Quieres que me
vaya al mar—y las olas atropelle?
¿Quieres que me
suba al cielo—y las estrellas te cuente,
y te ponga a tí en
la mano—aquella más reluciente?»
La estrella sale de
Venus—al tiempo que el sol se pone,
y la enemiga del
día—su negro manto descoge.
[1]
Lucas Barroso
Allá va
Lucas Barroso,—baquero de gallardía:
lleva las bacas
cansadas—de subir cuestas arriba,
de pelear con los
moros—dos o tres beses ar día,
una bes por la
mañana,—otra bes ar medio día,
y otra bes ayá a
tarde,—cuando er sor se trasponía:
—Suba, suba,
mi ganado—por las cañadas arriba,
que si argún daño
jisiere,—mi amo lo pagaría
con er mejor
beserriyo—qu' hubiere en la baquería,
hijo der toro
Pintado—y la baca Girardiya:
la crió Dios tan
ligera,—que bolaba, y no corría.
[1]
(Osuna.)
23
Carmela
(Versión de la Puebla de Cazalla.)
Carmela se
paseaba—por una sala adelante,
con los dolores de
parto,—qu' er corasón se le parte.
—¡Ay, Dios
mío, quién tubiera—una sala en aquer baye
y por compaña
tubiera—a Jesucristo y su madre!
La suegra que la
escuchaba—qu' era dina d' escucharse
(are?)
—Carmela, coge tu ropa;—bete a parí en cá e tu madre;
si a la noche biene
Pedro,—yo le daré de sená;
si me pide ropa
limpia,—yo le daré pá mudá.—
A la noche viene
Pedro:—¿Mi Carmela, donde 'stá?
—Carmela está
con su madre;—que m' ha tratado muy má;
que m' ha puesto de
tunanta—hasta el último linaje.—
Monta Pedro en su
cabayo—con su moso por delante;
a la salida der
pueblo—s' ha encontrado a la comadre.
—Bien benido
seas, Pedro;—ya tenemos un infante;
del infante
gosaremos;—de Carmela, Dios la sarbe.
—Lebántate,
mi Carmela.—¿Cómo quiés que me lebante?
De dos horas de
parida—no hay mujer que se lebante.
—Lebántate,
mi Carmela,—no buerbas a replicarme.—
[p. 300] S' ha lebantado Carmela—con su moso
por delante;
han andado siete
leguas—uno y otro sin hablarse.
—¿Por qué no
hablas, Carmela?—¿Cómo quieres que te hable,
si los lomos der
cabayo—ban bañados en mi sangre?
—Confiésate,
mi Carmela;—qu' a mí me confesó un padre,
que detrás de
aqueya ermita—hago intensión de matarte.—
Las campanas d'
aquer pueblo—eyas solas se combaten.
—¿Quién s' ha
muerto, quién s' ha muerto?—La princesa de Olibares.
—No s' ha
muerto, no s' ha muerto;—que l' ha matado mi padre,
por un farso
testimonio—qu' han solido lebantarle.
Una agüela que yo
tengo,—rebiente por los hijares.
—M' espanta
qu' hable este niño—tan chiquito y de pañales.
[1]
(De la colección manuscrita de Rodríguez Marín.)
24
La Aparición
(Variante de Osuna.)
—¿Dónde ba usté,
cabayero?—¿Dónde ba usté por ahí?
—Boy en busca
de mi esposa—que hace años que la bi.
—Su esposa de
usté s' ha muerto—y yo la bide enterrar;
las señales que
yebaba—yo se las puedo explicá.
La cara era de
sera—y los dientes de marfí,
y er pañuelo que
yebaba—era rico carmesí;
la yebaban cuatro
duques,—cabayeros más de mí.
—Haya muerto
o no haya muerto,—a su casa m' he de ir.—
Ar subir las
escaleras—una sombra bide ayí;
mientras más me
retiraba,—más s' acercaba hasia mí.
—Siéntese
usté, cabayero;—no te asustes tú de mí,
que soy tu querida
esposa,—que hase un año que morí.
Los brasas que te
abrasaban—a la tierra se los di;
la boca que te
besaba—los gusanos dieron fin.
—Cásate, buen
cabayero,—cásate y no andes así;
la primer hija que
tengas—ponle Rosa como a mí,
pá cuando a
llamarla fueras,—que te acuerdes tú de mí.
[2]
(De la colección de Rodríguez Marín, que le recogió en 1880.)
Canción de una gentil dama y un rústico pastor
—Pastor, que estás en el campo,—de amores tan retirado,
yo te vengo a
proponer—si quisieres ser casado.
—Yo no quiero
ser casado,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—a Dios, que me quiero ir.
—Tú que estás
acostumbrado—a ponerte esos sajones;
si te casaras
conmigo—te pusieras pantalones.
—No quiero
tus pantalones,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—a Dios, que me quiero ir.
—Tú, que
estás acostumbrado—a ponerte chamarreta;
si te casaras
conmigo,—te pondrías tu chaqueta.
—Yo no quiero
tu chaqueta,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—a Dios, que me quiero ir.
—Tú que estás
acostumbrado—a comer pan de centeno;
si te casaras
conmigo,—lo comieras blanco y bueno.
—Yo no quiero
tu pan blanco,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—a Dios, que me quiero ir.
—Tú, que
estás acostumbrado—a dormir entre granzones;
si te casaras
conmigo,—durmieras en mis colchones.
—Yo no quiero
tus colchones,—responde el villano vil;
tengo el ganado en
la sierra:—a Dios, que me quiero ir.
—Si te
casaras conmigo,—mi padre te diera un coche,
para que vengas a
verme—los sábados por la noche.
—Yo no quiero
ir en coche,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—a Dios, que me quiero ir.
—Te he de
poner una fuente—con cuatro caños dorados,
para que vayas a
ella—a dar agua a tu ganado.
—Yo no quiero
tu gran fuente,—responde el villano vil:
ni mujer tan
amorosa—no quiero yo para mí.
[1]
La Infanticida.—I
Est'
era un probe mansebo—casao con una dama,
que lo cuar tenía
un hijo—que de esta cuenta le daba.
—Padre, mir'
uste qu' han bisto—qu' el arféres entra en casa
y s' acuesta con mi
madre—entre sábanas d' holanda,—
Er padre no jiso
caso—de lo qu' er niño declara.
La madre, de que
oyó esto—bibito lo degoyaba;
la carne la echó en
adobo,—la cabesa la salaba,
la lengüita entre
dos platos—al arféres se la manda.
L' arferes la
conosió—y a los perros se la echaba;
los perros son tan
humirdes,—del suelo no la alebantan.
De l' assura der
niño—ha jecho una gran fritada,
pá cuando biniera
er padre—tenérsela preparada.
Apartándola der
fuego,—er padre a la puerta yama,
procurando por su
hijo—querido de sus entrañas.
Doña Inés le
respondió,—le respondió sin tardansa:
—Como
chiquito y pequeño—en los mandaos se tarda.—
Al echar la
bendisión,—er niño en el plato habla:
—Padre, no
comas tú eso,—que comes de tus entrañas;
que esta madre que
yo tengo—merecía degollarla
con un cuchiyo d'
acero—que le traspasara 'l arma.—
Doña Inés, de que
oyó esto,—en un cuarto s' enserraba.
yamando ar demonio
a boses,—que biniera por su arma.
—Doña Inés,
¿qué tiene usté?—¿Qué tiene que tanto yama?
—Que me
quites de este mundo—y me lleves a tu casa.
(Torre,
Folk-Lore Guadalcanalense, págs. 69-71.)
27
La Infanticida.—II
(Versión de la Puebla de Cazalla.)
Un padre tenía un
hijo—y le cuenta lo que pasa:
—Escucha,
padre querido,—escucha, padre del arma,
.......................
—que la fiera
(sic) ha entrado en casa
y se ha acostado
con madre—en su regalada cama.—
El padre no se
hacía caso—de lo que el niño le hablaba;
se le ha ofrecido
un viaje—de Cádiz para Granada,
[p. 303] por una poca de seda—de aquella más
encarnada.
Mientras qu' er
padre fué y bino—ar niño lo degoyaba,
con un cuchiyo de
asero—que le traspasaba el arma,
y le sacaba la
lengua—y a los perros se la echaba;
los perros son tan
humirdes,—der suelo no la lebantan.
De las entrañas der
niño—hiso una gran casolada,
pá cuando biniera
er padre—el lunes por la mañana.
Al otro día
temprano—er padre a la puerta yama,
lo primero que
pregunta—por su hijo de su arma.
—Siéntate,
Francisco, y come,—que er niño en la caye anda
y como es tan
pequeñito,—en los mandados se tarda.
Echando la
bendisión,—la carne en er plato habla.
—Detente,
detente, padre,—que comes de tus entrañas;
que esta madre que
yo tengo—meresía degoyarla
con un cuchillo de
asero—que le traspasara el arma.—
Oyendo la madre
esto—se ha enserrado en una sala,
yamando ar demonio
a boces—que la saque de su casa.
Er demonio es tan
astuto—que tras de la puerta estaba:
¿Qué quieres, mujer
de bien,—que tan aprisa me yamas?
—Que me
agarres por los pelos—y me arrastres por la sala
y me yebes al
infierno,—que ayí penará mi arma.
La ha agarrado por
los pelos,—l' ha arrastrado por la sala,
cuando bino la
justicia—se jayó aún cuerpo y arma;
en una sarta e
pimientos—donde eya se recreaba,
en una siyita
chica—donde er niño se sentaba.
[1]
28
Altamare (Tamar)
Er rey
moro tenía un hijo—que Taquino le yamaban;
s' enamoró de
Artamare—qu' era su querida hermana.
Biendo que no podía
ser,—malito cayó en la cama,
y fué er padre a
bisitarlo—un lunes por la mañana.
[p. 304] —¿Qué tienes, hijo
Taquino?—¿Qué tienes, hijo del arma?
—[Mi] padre,
una calentura—que me ha traspasado el arma.
—¿Quieres que
te guise un bicho—d' esos que se crían en casa?
—Guísemelo
usté, mi padre;—que me lo traiga mi hermana;
y si mi hermana
biniere,—benga sola y sin compaña.—
[Y] como era en
berano—l' ha mandado en naguas blancas.
Apenas l' ha bisto
entrar,—como un león se le abansa;
l' h' agarrado de
la mano—y la echó sobre la cama;
gosó d' este
hermoso lirio—y d' esta rosa temprana.
—Benga
castigo der sielo—ya qu' en la tierra no hay (ga).
—Que
castiguen a mi padre,—qu' e' 'rque ha tenido la causa.
[1]
(Osuna.)
29
El Ciego
Huyendo
del fiero Herodes—que al niño quiere perder,
hacia Egipto se
encaminan—María, su hijo y José.
En medio de aquel
camino—pidió el niño de beber.
—No pidas,
agua, mi niño,—no pidas agua, mi bien,
que los ríos vienen
turbios—y no se pueden beber.
Andemos más
adelante—que hay un verde naranjel,
y es un ciego que
lo guarda,—es un ciego que no ve.
—Ciego, dame
una naranja—para callar a Manuel.
—Coja usted
las que usted quiera—que toditas son de usted.
—La Virgen
como es tan buena—no ha cogido más que tres:
una se la dió a su
niño,—y otra se la dió a José,
otra se quedó en la
mano—para la Virgen oler.
[p. 305] Saliendo por el vallado—el ciego
comenzó a ver.
—¿Quién ha
sido esta Señora—que me ha hecho tanto bien?
será la Virgen.
María—que al que es ciego le hace ver.
[1]
30
Santa Catalina.—I
(Versión de Osuna)
Por las barandas der
cielo—se pasea una sagala
bestida de azur y
blanco—que Catalina se yama.
Su padre era un rey
moro, —su madre una renegada;
todos los días qu'
amanece—su padre la castigaba.
—No me
castigue usté, padre,—que con Cristo estoy casada.—
Mandó haser una
rueda—de cuchiyos y nabajas;
estando la rueda en
punto—un marinero bogaba.
—¿Qué me das,
marinerito,—y te saco de esas aguas?
—Te doy mis
tres nabíos—yenitos d' oro y de plata.
—No quiero
tus tres nabíos—yenitos d' oro y de plata;
lo que quiero es
que en muriendo—a mí m' entregues el arma.
—El arma es
para mi Dios,—que la tiene bien ganada,
y er cuerpo para
los peses—que están debajo del agua;
los guasos pá 'r
campanero—que repica las campanas.
[2]
31
Santa Catalina.—II
Por la
baranda del cielo—se pasea una zagala,
vestida de azul y
blanco,—que Catalina se llama.
Su padre era un
perro moro,—su madre una renegada;
todos los días del
mundo—el padre la castigaba.
[p. 306] Mandó hacer una rueda—de cuchillos
y navajas,
para pasarse por
ella—y morir crucificada.
Y bajó un ángel del
cielo—con su corona y su palma
y le
dice:—Catalina,—toma esta corona y palma
y vente conmigo al
cielo—que Jesucristo te llama.
Subió Catalina al
cielo—como una buena cristiana.
A eso del mismo
punto—ha caído una borrasca
llena de aires y
centellas—que al mundo atemorizaban;
los marineros del
mar—de pecho se van al agua.
—¿Qué me das
marinerito—porque te saque del agua?
—Te doy mis
tres navíos—cargados de oro y de plata,
y mi mujer que te
sirva—y mi hija por esclava.
—No quiero
tus tres navíos—ni tu oro ni tu plata;
ni tu mujer que me
sirva—ni tu hija por esclava:
lo que quiero es
que en muriendo—que me se entregues el alma.
—El alma es
para mi Dios—que se la tengo mandada,
y lo demás que me
queda—pa la Virgen soberana.
Santa
Catalina—cabellos de oro,
mataste a tu
padre—porque era moro.
Santa
Catalina,—cabellos de plata,
mataste a tu
madre—porque era falsa.
[1]
32
El mendigo
Un labradó muy
piadoso,—tres horas antes der día,
caminaba,
caminaba,—aonde su apero tenía.
Ayí se le puso er
só,—a su casa se gorbía,
y en er camino
encontró—un probe que le decía
que si quería
recogerlo,—que Dios se lo pagaría.
Le daría de
cená;—de tres mantas que tenía
....................................—la
méjó l' escogeria.
A eso de la media
noche—...............................
se lebantó er
labradó—.........................
a echarle pienso a
la mula,—a be si er pobre dormía.
S' encontró con
Jesucristo;—la crus por cama tenía;
le contestó er
labradó:—...........................................
[p. 307] Si yo lo hubiera sabío—la compaña
que tenía,
hubiera puesto una
cama—de oro y de prata fina.
Te imprometo,
labradó,—pan para toda tu bida,
y a la hora de tu
muerte—tendrás la groria cumprida.
[1]
[p. 269]. [1] . Alguna vaga indicación hay ya en los Tales of the Alhambra de Wáshington Irving, que son de 1829:
«Los arrieros españoles tienen un inagotable repertorio de cantares y baladas con las que se entretienen en sus continuos viajes. Sus aires musicales son severos al par que sencillos, y consisten en suaves inflexiones. Las coplas que cantan son casi siempre referentes a algún antiguo y tradicional romance de moros, o alguna leyenda de algún santo, o de las llamadas amorosas; otras veces, y esto es lo más frecuente, entonan una canción sobre algún temerario contrabandista. Se siente una mezcla de severidad y encanto al oír estas estrofas en los agrestes y salvajes parajes en que se modulan, y más, yendo acompañadas del especial retintín de las campanillas de las mulas.»
(Cuentos de la
Alhambra, por el Caballero Wáshington Irving.—Versión directa
del inglés por J. Ventura
Traveset. Granada,
1888, pág. 23.)
[p. 270]. [1] . El Solitario y su tiempo... por D. Antonio Cánovas del Castillo. Madrid, 1333, tomo 2.º, pp. 338 y 343.
[p. 270]. [2] . El Solitario y su tiempo, I, 302, y II, 122.
[p. 271]. [1] . Escenas andaluzas... primera edición. Madrid, 1847, pág. 211.
[p. 271]. [2] . Para formar exacta idea del rico material folk-lórico que contienen las novelas de Fernán Caballero, es muy útil el siguiente opúsculo de Fernando Wolf:
Beiträge zur spanischen Volkspoesie aus den Werken Fernán Caballero's... Viena, 1859.
Adviértase, sin embargo, que sólo da cuenta de las obras publicadas por la ilustre novelista hasta dicho año, 1859.
[p. 272]. [1] . Esto no parece muy exacto, pues de todos los romances andaluces publicados hasta ahora, sólo hay uno que pertenezca al género de los moriscos.
[p. 272]. [2] . Obras completas de Fernán Caballero. (En la Colección de Escritores castellanos), tomo 2.º, La Gaviota, 173-174.
[p. 273]. [1] . Die «Cantes Flamencos», por H. Schuchardt. Halle, 1881. (En el Zeitschrift für rom. Philologie, V.)
[p. 276]. [1] . Variante del num. 161 a de la Primavera, pero muy abreviado. Publicó esta colección D. Serafín Estébanez en sus Escenas andaluzas 214-215.
[p. 276]. [2] . En otra lección:
«Calza zapato de seda.»
[p. 277]. [1] . De la colección manuscrita de D. Francisco Rodríguez Marín.
[p. 278]. [1] . Publicado por D J. A. Torre (Micrófilo) en su curioso opúsculo Un capítulo de Folk-Lore Guadulcanalense (Sevilla, 1891), pág. 93.
[p. 278]. [2] . De la colección manuscrita de D. Francisco Rodríguez Marín.
[p. 279]. [1] . Este rasgo erudito, y que en ninguna otra versión se halla, fué seguramente añadido por El Solitario.
[p. 282]. [1] . De la colección manuscrita de Rodríguez Marín.
[p. 283]. [1] . Un capítulo del Folk-Lore Guadalcanalense por Micrófilo (J. A. de la Torre y Salvador). Sevilla, 1891, págs. 78-82. Dice que «ha escogido entre varias la versión del texto por ser la más completa de cuantas copió de la tradición oral». Añade que en algunas de ellas la heroína se llama Doña Elvira , y que en el final intervienen, ya San José y Santa Ana, ya la Magdalena:
San José tiene la
vela,
Santa Ana la
amortajaba...
.......................................
La Magdalena a los
pies
haciéndole la
mortaja,
con agujitas de oro
y dedalito de
plata.
[p. 284]. [1] . Versión de Bormujos (provincia de Sevilla), publicada por Machado y Álvarez, en el Folk-Lore andaluz (p. 320).
[p. 286]. [1] . Versión de Sevilla, publicada por A. Machado y Álvarez en El Folk-Lore Andaluz (pág. 324).
[p. 287]. [1] . Publicó esta notable versión D. Sergio Hernández en El Folk-Lore Bético-Extremeño (Fregenal, 1883), pp. 125-127.
[p. 288]. [1] . Folk-Lore Bético-Extremeño, 128-129. El colector D. Sergio Hernández pone esta nota antes de los dos últimos versos: «Hasta aquí llega la canción tal como la aprendimos en Zafra cuando pequeños; posteriormente la hemos oído cantar a una niña en El Montijo, y a lo ya referido, agregaba, como conclusión, la última cuarteta.» Por el metro y por el estilo, esta linda canción recuerda la de Don Bueso.
[p. 289]. [1] . Esta preciosa variante recogida en Zafra, ha sido publicada por don Sergio Hernández en El Folk-Lore Bético-Extremeño, pp. 129-130. En la misma revista (182-183) publicó D, Antonio Machado y Álvarez algunos fragmentos de otras versiones menos puras del mismo romancillo, procedentes de Badajoz, Montánchez (provincia de Cáceres) y Constantina (provincia de Sevilla).
Compárese con los romances asturianos que llevan los números 42 y 43.
[p. 289]. [2] . Este estribillo se repite en todas las coplas del romance.
[p. 290]. [1] . Fernán Caballero publicó este romance en La Gaviota (Madrid, 1858), tomo 1.º, págs. 128-131. No dice dónde le recogió: probablemente en alguno de los pueblos de la Bahía de Cádiz.
Fernán Caballero intercaló en sus libros otras poesías populares, que por el metro no son enteramente romances, pero sí por su origen. Tal es la siguiente canción que trae en su novela ¡Pobre Dolores! (1857, páginas 210-11), y que seguramente es una forma degenerada del Romance de una gentil dama y un rústico pastor (núm. 45 de la Primavera) y de la glosa de Alonso de Alcaudete:
Llamábale la doncella
y dijo el vil:
al ganado tengo de ir.
—Pastor, que
estás en el campo—de amores tan retirado,
yo te vengo a
proponer—si quisieres ser casado.
—Yo no quiero
ser casado,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—adiós, que me quiero dir.
—Tú, que
estás acostumbrado—a ponerte esos sajones,
si te casaras
conmigo—te pusiera pantalones.
—No quiero
tus pantalones,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—adiós, que me quiero ir.
—Tú, que
estás acostumbrado—a ponerte chamarreta,
si te casaras
conmigo—te pondrías tu chaqueta.
—Yo no quiero
tu chaqueta,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—adiós que me quiero ir.
—Tú, que
estás acostumbrado—a dormir entre granzones,
si te casaras
conmigo—durmieras en mis colchones.
—Yo no quiero
tus colchones,—responde el villano vil:
tengo el ganado en
la sierra:—adiós, que me quiero ir.
—Te he de
poner una fuente—con cuatro caños dorados,
para que vayas a
ella—a dar agua a tu ganado.
—Yo no quiero
tu gran fuente,—responde el villano vil:
ni mujer tan
amorosa—yo no quiero para mí.
[p. 292]. [1] . Micrófilo (Torre), Folk-Lore Guadalcanalense, 75-78.
[p. 292]. [2] . En otra variante:
Le ha cantado una canción.
[p. 292]. [3] . También hay en Andalucía una copla que dice, con visible reminiscencia del romance:
Cuervos te saquen los
ojos—y águilas el corazón,
y serpientes las
entrañas—por tu mala condición.
[p. 293]. [1] . En otra variante:
Le tiró tres
puñaladas—y allí muerta la dejó.
La dama murió a la
una—y el galán murió a las dos.
[p. 294]. [1] . De la colección manuscrita de Rodríguez Marín.
[p. 295]. [1] . Torre (Micrófilo), Folk-Lore Guadalcanalense, 71-75.
[p. 295]. [2] . Compárese con el romance asturiano núm. 54 y con los que se citan en la correspondiente nota.
[p. 297]. [1] . Casi completado, entre unos fragmentos que D. Juan Quirós de los Ríos aprendió, siendo niño, en Antequera, de boca de un pariente de su abuelo, llamado José González, y otros fragmentos que recogí en Osuna, por los años de 1876 ó 77, de un viejo pordiosero de la Alameda (Málaga) que pedía limosna recitando una porción de romancillos populares, casi todos religiosos.
(Nota del Sr. Rodríguez Marín.)
Es un tipo muy curioso de romance juglaresco moderno, compuesto por un poeta semi-letrado que había leído el Romancero de Escobar o había visto representar la comedia de Guillén de Castro, y que refunde el tema poético con cierta originalidad y no sin brío. La rareza de los romances históricos en la tradición oral, le hace todavía más apreciable, pues del Cid no sabemos que se canten actualmente otros que éste en Andalucía, y otro portugués en la Isla de Madera, también juglaresco y centonario, que veremos más adelante.
[p. 298]. [1] . Publicado por D. Agustín Durán, número 54 de su Romancero general, con esta nota.
«Este romance, que tal como está parece una mezcla inconexa de varios trozos de los romances moriscos impresos, da una idea de otros muchos que con iguales circunstancias se cantan tradicionalmente en la Serranía de Ronda por los jóvenes aldeanos y campesinos... Me lo comunicó el señor D. Serafín Calderón.»
[p. 299]. [1] . De la colección manuscrita de Rodríguez Marín.
[p. 300]. [1] . Compárese con los romances de Doña Arbola y Marbella (números 31 y 32).
[p. 300]. [2] . Compárese con el romance asturiano núm. 53.
[p. 301]. [1] . Es derivación popular del núm. 145 de la Primavera:
Estase la gentil dama—paseando en su vergel,
y del villancico que glosó Alonso de Alcaudete:
Llamábalo la doncella,
y dijo el vil:
al ganado tengo de
ir.
Publicó esta variante andaluza Fernán Caballero en su cuento ¡Pobre Dolores! (Madrid, 1857, pp. 210-211). Otra lección menos completa ha recogido en Sevilla Rodríguez Marín.
[p. 303]. [1] . De la colección manuscrita de Rodríguez Marín.
Este bárbaro romance, que recuerda con circunstancias todavía más atroces la cena de Tiestes, pertenece, en opinión de algunos, a la categoría de los mitos solares, como el de Osiris. Idéntico sentido tiene el cuento popular de Ursuleta, del cual se han publicado variantes recogidas en el Mediodía de Francia, en Escocia y en Alemania, y una española, de Ulldecona (provincia de Tarragona) transcrita y doctamente analizada por el profesor D. Manuel Sales Ferré en El Folk-Lore Andaluz (1882). Véase también el libro de Husson La Chaîne Traditionnelle París, 1874, páginas 19 y 20.
[p. 304]. [1] . Publicado por Rodríguez Marín en el Boletín Folklórico Español. Es el único romance popular que conozco sobre asuntos del Testamento Viejo (II, Samuel, XIII, 1-15). Puede ser obra de algún judío o morisco, como parece indicarlo la anteposición del articulo Al al nombre de Tamar. La sustitución de Amón por Taquino o Tarquino (¿el forzador de la romana Lucrecia?) es un caso de contaminación muy singular entre dos temas poéticos: uno de Oriente y otro de Occidente. Ya hemos visto que el nombre de Tarquino (en Asturias Turquillo) sustituye también al de Tereo en los romances de Blanca Flor y Filomena. Existen en Andalucía la comparación vulgar Más malo que Taquino (vid. Rodríguez Marín, Quinientas comparaciones andaluzas. Osuna, 1884, núm. 286).
[p. 305]. [1] . Cuentos y poesías populares andaluces coleccionados por Fernán Caballero. Sevilla, 1859, pp. 421-22.
En la misma colección se hallan otros romances piadosos La Pastora de Belén, El Nacimiento de Dios, El Niño perdido, que no reproduzco por no encontrar en ellos el genuino carácter de la poesía popular, aunque sí algunos rasgos de ella. Pertenecen, como otros muchos versos devotos, al género de la poesía artística popularizada.
[p. 305]. [2] . De la colección, manuscrita de Rodríguez Marín.
[p. 306]. [1] . De la colección manuscrita de Rodríguez Marín. Compárese con el romance asturiano de El marinero (núm. 57) y con los romances portugueses de La Nau Catherineta.
[p. 307]. [1] . Es variante fragmentaria del romance asturiano núm. 26. Oída por Rodríguez Marín a un mendigo de Alameda (Málaga), que la solía recitar pidiendo limosna, si bien prefería por más corto el romancillo que empieza
A tu puerta llega un pobre.