Buscar: en esta colección | en esta obra
Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > IX : PARTE SEGUNDA : LOS... > SUPLEMENTO A LA «PRIMAVERA... > ROMANCES PORTUGUESES DE ORIGEN CASTELLANO

Datos del fragmento

Texto

Recorriendo las copiosas y bien ordenadas colecciones que debemos a los eruditos del reino vecino, apenas se halla romance alguno que con certeza, ni siquiera con verosimilitud, pueda considerarse como portugués de origen. Los novelescos y caballerescos, que son los que más abundan, se encuentran también en versiones castellanas, y frecuentemente con los mismos asonantes, en todos los rincones de la Península adonde la investigación ha llegado; y otros figuran en los antiguos romanceros impresos. Algunas de estas variantes, por ejemplo las de Asturias, presentan carácter más arcaico que las portuguesas, cuyo relativo pulimento artístico las hace sospechosas de elaboración posterior. Los romances castellanos penetraban allí como en Cataluña, y se fueron traduciendo insensiblemente. En el siglo XVI se cantaban todavía, en castellano a juzgar por las referencias de los poetas artísticos. En castellano cita Gil Vicente los de «En París está Doña Alda...», «Los hijos de Doña Sancha...», «Mal me quieren en Castilla...» y la canción de La Bella Malmaridada. En castellano cita Camoens en sus comedias y en sus cartas el «Afuera, afuera Rodrigo», el «Riberas de Duero arriba—cabalgaban zamoranos», el «Ya cabalga Calaínos—a la sombra de una oliva», el «Mi padre era de Ronda—y mi madre de Antequera», el «Mi cama son duras peñas— mi dormir siempre velar». En castellano puso Jorge Ferreira de Vasconcellos en su Comedia Aulegraphía el principio del romance de Don Martín: «Pregonadas son las guerras—de Francia contra Aragón». En castellano, D. Francisco Manuel de Melo (ya bien entrado y aun mediado el siglo XVII) el de «A cazar va el caballero», [p. 338] y el de «Paseábase Silvana—por un corredor un día», que es hoy de los más vulgarizados en la tradición portuguesa. [1]

Admitiendo, como hoy admite todo crítico sensato, que en arte y en literatura no hubo fronteras entre Portugal y Castilla hasta el siglo pasado, hay que estimar el romancero portugués como un apéndice valiosísimo del castellano. Su carácter nada indígena se revela en la absoluta falta de temas históricos. Los únicos romances que se han compuesto sobre tradiciones portuguesas (con la sola excepción del romance devoto de Santa Iria) están en castellano, y figuran en nuestras colecciones, hasta el número de unos veinte, entre populares y artísticos. Así los de Doña Isabel de Liar, los de Inés de Castro, los de la muerte del duque de Guimaraens y de la duquesa de Braganza. Es muy probable que alguno de ellos fuera primitivamente compuesto en la lengua del país donde acontece la escena; pero el hecho de haberse perdido todos los originales, si es que existieron, indica que el caso sería excepcional y sin más importancia que una mera imitación. Castilla pagó a Galicia y Portugal comunicándoles su poesía narrativa la deuda que con ellas tenía por haberle comunicado en los albores de su literatura las formas líricas. Sólo dos indicios hay de que en muy remotos tiempos existiera en la parte occidental de la Península algún género de poesía épica.

Perdido en el gran Cancionero galaico de la Biblioteca del Vaticano, se encuentra con el núm. 466 un fragmento de cantar de gesta, que lleva el nombre de Ayras Nunes Clérigo, que acaso no seria el autor, sino el músico que asonó la canción. Son diez y ocho versos (ninguno de ellos en la combinación 8 + 8), distribuídos en seis grupos monorrimos, de tres versos cada uno. Parecen haber sido extraídos de un poema que se refería a lo menos en parte a D. Fernando el Magno, primer rey de Castilla. ¿Este poema estaba en castellano como los demás de su género que conocemos hoy ( Cid, Infantes de Lara, Crónica Rimada, etc.), y como parece que exigía su asunto, o fué compuesto originalmente en la lengua en que se halla? Desde luego la versificación, aunque [p. 339] no enteramente regular en cuanto al número de sílabas de los hemistiquios, que unas veces son de seis, otras de siete sílabas, tiene cierta disposición simétrica que indica la mano de un poeta artístico (probablemente el mismo Ayras Nunes) que refunde un texto más bárbaro y primitivo, y procura acomodarlo a los hábitos de la poesía culta. Pero tampoco es inverosímil, de ningún modo, que un juglar gallego y aun un clérigo como Ayras Nunes, haya podido componer, a imitación de los cantares de gesta castellanos, uno en su lengua. De todos modos, el trozo que tenemos es tan breve, que por sí solo no puede resolver cuestión alguna, aunque suscite muchas. Dice así, según la hábil restauración de T. Braga: [1]

       Desfiar enviarom—ora de Tudela
       filhos de Dom Fernando—d' el rey de Castela;
       e disse el-rey—logo:—«Hide alá Dom Vela»
       «Desfiade e mostrade—por mi esta razom,
       se quiserem per talho—do reino de Leom,
       filhem por en Navarra—ou o reino d' Aragom.
       Ainda lhes fazede—outra preitesia
       dar-lhes ey per talho—quanto ey en Galicia,
       e aquesto lhe faço—por partir perfía.
       E faço grave dito—cá mens sobrinhos som,
       se quiserem per talho—do reino de Leom,
       filhem por en Navarra—ou o reino d' Aragom.
       E veed' ora, amigos—se prend' en. engaño;
       e fazede de guisa—que ja sem meu dano,
       se quiserem tregoa—dade lh' a por un anno.
       Outorgo-a por mi—e por eles dom,
       c' as tem se quizerem—per talho de Leom,
       filhem por en Navarra—ou o reino d' Aragom.»

Hay en el mismo Cancionero una poesía burlesca con el siguiente título (núm. 1080): «Aquí sse começa a gesta, que fez Don Affonso Lopes a Don Meendo e a seus vassallos, de mal diser». Es en estilo y metro una parodia de los cantares de gesta, hecha en tres series monorrimas bastante largas (una de ellas de 24 versos), repitiéndose al fin de cada una el pneuma Eoy. Pero esta parodia sólo prueba que en Galicia y en Portugal eran conocidas las gestas castellanas y francesas, hecho que nadie pone en duda.

@340@ Gil Vicente en el Auto da Luzitania (Obras, edición de Hamburgo, tomo III, pág. 270) trae este fragmento de un romance del Cid traducido al portugués: [1]

       Ai Valença, guai Valença,—de fogo sejas queimada,
       primero foste de Mouros—que de Christianos tomada.
       Alfaleme na cabeça,—en la mano una azagaya.
       Guai Valença, guai Valença,—como estás bem assentada;
       antes que sejam tres días—de Moiros serás cercada.

En la tradición oral portuguesa se han conservado dos romances históricos de asunto castellano, y uno del ciclo carolingio. Creo necesario reproducirlos aquí, tanto por ser indudable su origen, cuanto por completar los ciclos respectivos.

El primero, o sea, el del paso de Roncesvalles, del cual publicó Almeida Garrett (II, 245) una versión procedente de Tras-os-Montes, es una hermosa variante del núm. 185 de la Primavera, «Por la matanza va el viejo» y del 185 a, «En los campos de Alventosa».

El segundo, que lleva el título de D. Rodrigo, no se refiere al último rey de los godos, como pudiera creerse, sino que está compuesto con reminiscencias de los romances relativos a la partición de los reinos hecha por D. Fernando el Magno, y al cerco de Zamora. Debe de ser bastante moderno, como lo prueba lo anti-histórico de los nombres (D. Ramiro, D. Gaiferos, D.ª Almansa, el conde Losada, padre de Ximena Gómez) tomados de otros romances o de historias posteriores; pero a pesar de esta degeneración, el fondo épico persiste. Este romance no se encuentra más que en el Algarve. Le ha publicado Estacio da Veiga (Romanceiro do Algarve, págs. 16-22) que obtuvo dos versiones poco diversas, una oída a una mendiga de la ciudad de Tavira, otra a una pobre mujer de Fuzeta.

El tercero es un curiosísimo romance del Cid, que se canta en la isla de la Madera, y ha sido publicado por A. Rodrigues de Azevedo en su Romanceiro (204-211). Pertenece al mismo período [p. 341] de degeneración que el anterior, y en él se mezclan con reminiscencias de los romances del Cid, otras de los romances fronterizos (Cf. Primavera, núms. 55 y 56).

                I.— Romance do Passo de Roncesval

                             (Versión de Trás-os-Montes)

       —«Quêdos, quêdos, cavalleiros—que el-rey os manda contar!»
       Contaram e recontaram,—só un lhe vinha a faltar;
       era esse Don Beltrao,—täo forte no batalhar;
       nunca o acharam de menos—senao n' aquelle contar,
       senäo ao passar do rio—nos portos do mal passar;
       deitam sortes a ventura—a qual o ha de ir buscar;
       que ao partir fizeram todos—preito homenagem no altar:
       o que na guerra morrese—dentro en França se enterrar.
       Sete vezes deitam sortes—a quem no ha de ir buscar;
       todas sete lhe cahiram—ao bom velho de seu pai.
       Volta rédeas ao cayallo,—sem mais dizer nem fallar...
       Que lh' a sorte näo cahira,—nunca elle havía ficar.
       Triste e só se vae andando,—näo cessava de chorar;
       de día vae pelos montes,—de noite vae pelo val,
       aos pastores perguntando—se viram allí passar
       cavalleiro de armas brancas,—seu cavallo tremedal.
       —«Cavalleiro de armas brancas,—seu cavallo tremedal,
       por esta ribeira fóra,—ninguem näo n' o viu passar.»
       Vae andando, vae andando,—sem nunca desanimar,
       chega áquella mortandade—dónde fora Roncesval:
       os braços ja tem cansados—de tanto morto virar.
       Viu a todos os francezes,—Dom Belträo nao pode achar.
       Volta atrás o velho triste,—volta por um areal,
       viu estar um perro mouro—em um adarve a velar:
       —«Por Deos te peço, bom mouro,—me digas sem me enganar,
       cavalleiro de armas brancas,—se o viste por' qui passar,
       honten a noite sería,—horas d' o gallo cantar,
       se entre vós está cativo—a oiro o hei de pesar.»
       —«Esse cavalleiro, amigo,—diz'-me tu que signaes traz?»
       —«Brancas säo as suas armas,—o cavallo tremedal,
       na ponta da sua lança—levaba um branco sendal,
       que lh' o bordou sua dama—bordado a ponto real.»
       —«Esse cavalleiro, amigo,—morto está n' esse pragal,
       com as pernas dentro d' agua,—o corpo no areal.
        Sete feridas no peito,—a qual será mais mortal:
       por una lhe entra o sol,—por outra lhe entra o luar,
        [p. 342] pela mais pequena d' ellas— um gaviäo a voar.»
       —«Nao tórno a culpa a meu filho—nem aos mouros de o matar:
       tórno a culpa ao seu cavallo—de o näo saber retirar.»
       Milagre! quem tal diría,—quem tal podará contar!
       O cavallo meio morto—allí se poz a fallar:
       —«Näo me tornes essa culpa,—que m' a näo podes tornar;
       tres vezes o retirei,—tres vezes para o salvar;
       tres me deu de espora e rédea,—co' a sanha de pelejar,
       tres vezes me apertou silhas,—me alargou o peitoral...
       A tercera fui a terra-d' esta ferida mortal. [1]

                                   Dom Rodrigo

                             (Versión del Algarve)

       Enfermo el-rei de Castella—em cama de prata estava;
       des que seu mal o turgira,—sete doutos consultava,
       qual d' elles de mais sabença,—quasi todos de Granada.
       Uns e outros lhe diziam—que o seu mal näo era nada,
       mas o mais velho de todos—outras falhas lhe fallava:
       —«Confessai vos, Dom Rodrigo,—fazei bem por vossa alma;
       sete horas tendes de vida,—e uma ja quasi passada.»
       —«Fazer quero testamento—n' esta hora atribulada;
       deixo a Dom Ramiro o burgo,—a Dom Gaifeiros a barra;
       a Dona Aimansa, a formosa,—minha riqueza contada.»—
       A iste acode a princeza—muito triste e magoada:
       —«Que Deus vos salve, o meu pae,—e a mim, filha abandonada,
       que assim daes a minha herança—a quem a vos näo e nada!
        [p. 343] Uma só filha que tendes,—bem que a deixaes desherdada!
       Ai, pobre de minha vida,—pobre de mim, malfadada!
       Para as portas de Sevilha—irei demandar pousada,
       ganharei com triste pranto—para ser alimentada!»
       —«Mulher que taes fallas resa,—devéra ser degollada;
       eu só te deixo em Zamora—uma torre por coutada;
       e a quem lá fôr procurar-te—seja a cabeça cortada. [1]
       Näo tenho mais que deixar—a uma filha deshonrada.»
       Ao romper do novo día—Zamora estava cercada.
       —«Que parta já Dom Ramiro,—leve em punho a minha espada,
       que parta ja Dom Gaifeiros,—commandando a minha armada,
       e que en Zamora näo fique—uma torre alevantada.»
       —«Lesto, lesto, Dom Ramiro,—com vossa real espada;
       lesto, lesto, Dom Gaileiros,—com a vossa nobre armada;
       que näo fique uma só torre,—Zamora fique arrazada!
       Dom Ramiro, avante, avante,—con vosso cavallo e malha;
       minha mae vos deu vestidos,—meu pae davos sua espada,
       e eu vos dou esporas de euro,—pendao de seda encarnada
       que de um lado leva o sol,—de outro a lua prateada.
       Vencei com esta bandeira—por minha mäo só lavrada;
        de ha muito que eu vol-a déra,—se essa mäo näo fora dada...
       Hoje e de Ximena Gomes,—filha do conde Lousada.
       Näo m' importara que o fôra,—se me nao devesseis nada.»
       —«Pois como assim e, senhora,—vai ella ser degollada.»
       —«Nao o queira Deus bendito, nem a virgem consagrada,
       que uniäo que o ceu permitte,—seja por mim apartada!
       Adiante, o Dom Ramiro,—com vossa real espada,
       que já lá vai Dom Gaifeiros—commandando nobre armada.
       Eu só nascí n' este mundo—para infanta desgraçada.»

                                        Ruy Cid

                     (Versión de la isla de la Madera)

       Pol-la veiga de Granada—el rei moiro passeiava,
       de sua lança na mäo,—com que passaros matava:
       nä lhe dava pol-los pés—nem pol-las azas lhe dava;
       dava lhe certo no bico,—que logo los derreava.
       E, nisto, Ihe chegam novas,—qu' Alfama lh' era tomada.
       —«Ai, Alfama, minh' Alfama,—que m' estavas mal guardada!
       Ainda hontem, dos moiros;—hoje, dos christöes ganhada!
        [p. 344] Ai, Alfama, minh' Alfama,—a fogo sejas queimada,
       s' àmanhä lo sol raiar—sem de moiros ser c' roada!»
       E chamou por seus moiricos—que lhe andavam na lavrada:
       nä lhe vinham um a um;—quatro, cinco, de manada.
       —Quem e lo aventoroso—que me ganh' esta jornada?»
       Repondeu lh' um moiro velho,—de cem annos, menos nada:
       —Esta batalha, bom rei,—só por vós será ganhada;
       e lo perro de Ruy Cid—lo tereis pela barbada;
       la sua Ximena Gomes—será vossa captivada;
       sua filha Don' Urraca—será vossa mancebada;
       e la outra, mais chiquita,—p' ra vos servir descalçada.»
       Ruy Cid, que estav' ouvindo—da torre, sua morada,
       logo chamou sua filha—dona Urraca chamada.
       —«Veste, filha, teus brocados—d' ir a festa mais honrada;
       de chapins d' airo, näo prata—vem, tu filha, bem calçada;
       e já, já, pôe-te a janella,—ao caminho defrontada.
       Em quanto vou cavalgar—e cingil la minha 'spada,
       detem-me tu lo rei moiro,—que ha de passar na estrada.
       Vae tu palavr' em palavra,—cada qual bem demorada;
       cada una dellas todas—que seja d' amor tocada.»
       —«Como lh' hei fallar d' amor,—se d' amor eu nä sei nada?
       —«Falla-lhe desta maneira—uma falla bem fallada:
       «Bem appar' cido rei moiro,—nesta hor' abençoada!
       Ha sept' annos, já sept annos,—que de vós sou namorada;
       já vae correndo nos oito;—quero m' ir por vós furtada.»
       Vestida de seus brocados,—de chapins d' oiro calçada,
        'stá Urraca de janella—ao caminho defrontada;
       e deitando olhos ao longo,—vê lo rei que vem na estrada.
       E lo moiro, que la viu,—la saudou, bem cortejada:
       «Alá vos guarde, senhora,—nesta hor' afortunada!»
       Éll, entäo, desta maneira—fallou falla bem fallada;
       e de palavr' em palabra—cada qual bem demorada,
       cada uma d' ellas todas—era do amor tocada:
       —«Bem appar' cido, rei moiro—nesta hor' abençoada!
       Ha sept' annos, ja sept annos,—que de vós sou namorada;
       já vae correndo nos oito;—quero m' ir por vós furtada.»
       —«Senhora, n' isso que qu' reis,—andaes bem aconselhada:
       de tantas mulheres qu' en tenho,—só vos sois de mim amada;
       sereis rainha dos moiros,—en grandes festas c' roada;
       de duzentos mil vassallos—tereis vossa mäo beijada.»
       Éll entao lhe diz, com pena,—já tal vez enamorada:
       —«I-vos d' aquí, meu rei moiro;—nä me cuideis refalsada.
       Assomar vi cavalleiros,—que lá vem de mäo armada
       Com meu pae, lo Dorn Ruy Cid,—a correr a desfilada.»
       —«Nä me temo de Ruy Cid,—nem de sua gent' armada;
       só temo lo seu Babieca,—filho da minh' egua baia:
        [p. 345] perdi-lo n' uma batalha—bem lhe sinto la patada.»
       E lo moiro lá se vae—de carreira desfechada,
       por meio d' uma courella—jä do arado cortada:
       —«Mal haja lo lavrador,—que fez tamanha lavrada!»
       Lo moiro sempre correndo—de carreira desfechada,
       vae a caminho do rio,—a barc' ahí costumada:
       —«Tambem mal hajas, barqueiro,—que tens la barca varada!»
       E na sua egua baia,—de carreira desfechada,
       logo se metteu ao rio,—que na hä qu' esp' rar nada.
       —«La mulher mae d' um só filho,—ai, que mae täo desastrada!
       Espora, que dalle caía,—por ninguem será tomada!
       Que lo firam, que lo matem,—nä tem la morte vingada!
       Mas, se desta me vou salvo,—oh, que des forra tirada!»
       No comenos, vem Ruy Cid,—vê lo moro ir a nado;
        e, de raivoso, lh' atira—um dardo bem apontado.
       —«Guardae-me lá, genro meu,—este dardo bem guardado.»
       E no corpo do rei moiro,—ficou lo ferro cravado.
       —«Como guardarte-te, Ruy Cid,—esse dardo traiçoado,
       se me vae a dentro d' alma,—no corpo atravessado?
       Mas nä morra desta feita,—que te prometto, sagrado,
       varar-te c' um cento delles,—sem precisar ser rogado.»

Notes

[p. 338]. [1] . Véanse reunidas éstas y otras indicaciones análogas, que por brevedad omitimos, en el prólogo de Teófilo Braga a su libro Floresta de varios romances (Porto, 1869) .

[p. 339]. [1] . Cancioneiro Portuguéz da Vaticana. Ediçäo critica restituida sobre o texto diplomatico de Halle... Lisboa, 1878, pág. 88.

[p. 340]. [1] . Cf. el original castellano que es el que principia:

       Hélo, hélo, por do viene—el moro por la calzada.

[p. 342]. [1] . A este romance puso Almeida Garrett la siguiente nota:

«Con ser este um dos mais bellos que tem o romanceiro de Castela, eu acho-o mais bonito en portuguez, mais repassado d' aquella melancholia e sensibilidade que faz o character da poesia do nosso dialecto, e que principalmente o distingue dos outros todos de Hespanha.

«O cavallo moribundo que se levanta deante do pae de seu senhor, para se justificar de seu procedimento na batalha, de como fez tudo para o salvar—e digno da Iliada e näo desdiz do mais grandioso de nenhuma poesía primitiva.»

Confieso que este elocuente caballo, que en ninguna otra versión aparece (puesto que T. Braga se limita a reproducir la de Almeida Garrett), me infunde algunas sospechas de invención artística y moderna, nada inverosímil en Garrett, único que parece haber oído este romance, y que acaso no hizo más que imitarle de las colecciones castellanas, añadiéndole este lindo final, de su cosecha.

[p. 343]. [1] . En otra versión:

       Que minha maldiçao haja.