Xavier Agenjo Bullón
Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos
Director (en excedencia) de la Biblioteca de Menéndez Pelayo
Director de Proyectos de la Fundación Ignacio Larramendi
ORCID: http://orcid.org/0000-0001-8338-8087
Se edita en la web la obra digitalizada de Marcelino Menéndez Pelayo, transcurridos diez años desde la presentación en la Biblioteca de Menéndez Pelayo de Santander, en la Hispanic Society of America de Nueva York y en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México, esta última en compañía de José Luis Martínez (1918-2007), recientemente fallecido y a quién quiero rendir homenaje en esta introducción a la Biblioteca Virtual de Menéndez Pelayo que se integra en la Bibliotecas Virtuales FHL y que constituye justamente uno de sus cimientos.
He tenido ocasión de explicar en el magnífico libro Mecenazgo cultural de Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano: crónica y testimonios que a su memoria dedicó en 2002 la Fundación MAPFRE Tavera a ese hombre extraordinario que fue don Ignacio la génesis de aquel proyecto. En aquellas páginas reproduje, de forma más o menos literaria, una conversación que venía a resumir una década de tareas comunes a las que Ignacio tuvo la amabilidad de convocarme asiduamente.
Decía entonces yo, más o menos, que, convencido don Marcelino de que era necesario defender la tesis de que la historia y la ciencia españolas habían existido, aunque se encontrara negada en aquel momento por los krausistas, se aplicó a sí mismo aquella frase que viene a decir que las opiniones se discuten, pero que los hechos se comprueban. Y de esta manera don Marcelino se lanzó a comprobar que el pensamiento, la ciencia española, había existido. Entre los elementos que utilizó de forma sistemática, si bien este hecho no es tan conocido como debiera, figuran los índices de la Bibliotheca hispana vetus (1672) y de la Bibliotheca hispana nova (póstuma, impresa en 1696) de Nicolás Antonio, que permitieron al jovencísimo Marcelino, de veintiún años de edad, allegar una gigantesca bibliografía en la que sustentar sus tesis, aparte, por supuesto, de sus constantes e importantísimas lecturas.
Creo haber demostrado en algún otro momento, en la edición que llevé a cabo de De re bibliographica, título que recuerda inmediatamente el nunca traducido al español De re diplomatica del Abate Mabillon, de cuyo trabajo viene la expresión "paciencia benedictina" (por cierto, que en 2006 sin ISBN y con número de DL, se publicó una edición de De re bibliographica sin que la menguada introducción de una hoja considerara oportuno hacer referencia alguna a la edición que acabo de citar y que, al fin y al cabo, había editado y coordinado el director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo en una colección que se denomina Biblioteca Cántabra y por una librería y editorial situada a 500 metros de la Biblioteca Menéndez Pelayo), creo haber demostrado, decía, que el trabajo de don Marcelino estaba basado en una metodología bibliográfica hasta entonces muy pocas veces utilizada en España; ya Simón Díaz ha comentado en La bibliografía: conceptos y aplicaciones cómo, aunque son importantes las realizaciones bibliográficas españolas, son muy escasas por el contrario las reflexiones de carácter teórico. Creo haber probado en mi edición de De re bibliographica cómo se benefició don Marcelino de haber contado con el ilustre bibliógrafo asturiano Máximo Fuertes Acevedo (Oviedo 1832- Madrid 1890), como profesor suyo, aunque de Física y Química, en el Instituto de Santander y que muchos años más tarde, como puede comprobarse en su Epistolario seguía llamando a Marcelino el 23 de mayo de 1889 "mi querido amigo y discípulo". Entre otros trabajos bibliográficos Fuertes Acevedo publicó en 1885 el Bosquejo acerca del estado que alcanzó en todas épocas la literatura en Asturias, seguido de una extensa bibliografía de los escritores asturianos. También dejó dos obras manuscritas de caracter bibliográfico que, con seguridad, don Marcelino cita en su De re bibliographica, donde llega a decir "Las Asturias. Asturias de Santillana o Montaña de Santander", diferenciándolo de "Las Asturias de Oviedo" y dónde también cita al "Sr. Fuertes, catedrático de este Instituto y se guarda el manuscrito en la Biblioteca Nacional". Puede verse un análisis más detallado sobre el tema en el libro de Juan Delgado Casado Los premios bibliográficos de la Biblioteca Nacional
Menéndez Pelayo elaboró, pues, La ciencia española y buena parte de Historia de los heterodoxos españoles y de su Horacio en España e incluso las papeletas de la Bibliografía Hispano-latina clásica, con un fuerte soporte teórico, tanto implícito como explícito. Si lo hago constar aquí es porque este hecho se olvida muchísimas veces, no se conoce como se debiera y, sobre todo, explica de una manera coherente los enormes conocimientos de don Marcelino mucho mejor que partiendo del calificativo lopesco "monstruo de la naturaleza" o "asombroso polígrafo". Tampoco se valora como mereciera e incluso es desconocido por los hispanistas, incluso italianos, la obra de Cesare Cantú, Gli eretici d'Italia (1865), a pesar de la evidente similitud de los títulos y de los contenidos, aunque el libro de don Marcelino sea muchísimo más erudito y profundo. Cesare Cantù y su Historia Universal, publicada entre 1838 y 1846, fue un autor cuya obra traducida resultó difundidísima en España y como comentaba Julio Camba formaba parte del mobiliario de todas las casas burguesas, junto a El Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias y Artes publicado entre 1887 y 1889 por la editorial Montaner y Simón de Barcelona, una las principales obras de referencia en español del siglo XIX, tan utilizada por don Marcelino, y la Historia del telescopio. Se conserva un ejemplar de El Diccionario Enciclopédico en la Biblioteca de Menéndez Pelayo, muy usado.
Ahora bien, don Marcelino se daba cuenta de que aunque había probado mediante la elaboración de las obras citadas y la enumeración de autores y títulos la existencia de esa ciencia y ese pensamiento español, era necesario dar un paso más allá. También conviene señalar aquí que su amigo y mentor Gumersindo Laverde Ruiz (Estrada, Cantabria, 5 de abril 1835 - Santiago de Compostela, 12 de octubre 1890), "que escribió poco, pero muy selecto" –dice don Marcelino en un texto fundamental para el objetivo de esta Introducción–, autor del libro Ensayos críticos sobre Filosofía, Literatura e Instrucción Pública (1868), depuró parcialmente el acarreo bibliográfico de La ciencia española, pero que introdujo, sin duda, cierta acrimonia que don Marcelino ya en su madurez, es decir a los veintitantos, empezó a eliminar de sus obras y que remató por completo en las Advertencias preliminares a la segunda edición de los Heterodoxos, en julio de 1910.
El siguiente paso fue de carácter biblioteconómico (seguíamos comentando Ignacio y yo), no sólo bastaba con citar aquellos títulos, sino que había que pasar del documento secundario, la referencia bibliográfica, al libro mismo, para lo cual comenzó a reunir una fabulosa biblioteca donde una gran parte de aquellas obras citadas pasaban de estar en extraños plúteos a su biblioteca de Santander. Esta biblioteca, obra de mi paciente esfuerzo, única obra mía de la cual estoy medianamente satisfecho, la donó al pueblo y ciudad de Santander casi incondicionalmente en un Testamento memorable que publicamos Pablo Beltrán de Heredia y yo en el año 2000. Elemento constitutivo de aquel testamento era la figura del bibliotecario, único requisito que solicitaba a la ciudad de Santander y que, cuando esto escribo, no se cumple.
Por lo tanto, decía yo, era necesario dar un nuevo paso y hacer que todos aquellos libros reunidos en Santander estuvieran en la red... y no hizo falta decir más. Ignacio Hernando de Larramendi que conocía bien y admiraba la obra de Marcelino Menéndez Pelayo, inmediatamente trazó un proyecto para dar a conocer ese inmenso legado bibliográfico, no sólo para refrendar la tesis de la existencia de la cultura española, sino para que ésta sirviera de soporte y apoyo teórico a la presencia cada vez mayor de lo hispano y de lo ibérico en el mundo del siglo XXI, que él, como principal ejecutivo de MAPFRE conocía perfectamente.
De hecho, son dos caras de la misma moneda la expansión de MAPFRE por Iberoamérica y la fabulosa Colección de MAPFRE 1492 que publicó la Fundación MAPFRE América con el pretexto del V Centenario del Descubrimiento de América. Es decir, era necesario establecer los principios intelectuales de aquella acción extraordinaria de España en América y en el mundo basándose en sólidas razones. Y no puede haber razones más sólidas que más de 250 libros, en cuya realización colaboraron 330 historiadores de 40 países que, agrupados en una pluralidad de colecciones, analizan desde todos los puntos el momento histórico en el que, como afirma Jaime Vicens Vives (o afirma algo muy parecido), España introdujo su cuña en la Historia. Todavía quedaron sin publicar 53 libros más que aparecieron posteriormente en formato digital en la obra colectiva Tres grandes cuestiones de la Historia de Iberoamérica, en 2005.
La verdad es que nada parece más lógico que el hecho de que don Ignacio Hernando de Larramendi coincidiera en tantos postulados teóricos e intelectuales con don Marcelino Menéndez Pelayo, y que recurriera al bibliotecario de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, a quién don Marcelino encomendaba en su testamento tareas tan concretas como que elaborase a principios del siglo XX la Biblioteca Virtual de Menéndez Pelayo, para que edificase sobre aquello las Bibliotecas Virtuales FHL, cuyos primeros listados comenzamos a enumerar por entonces.
Para que la coherencia fuera aún mayor pudimos contar con la obra de don Adolfo Bonilla y San Martín (Madrid, 1875 - Madrid, 17 de enero de 1926).
No deja de ser significativo haber podido tomar las referencias y las tres imágenes de don Marcelino, don Adolfo y don Ignacio del proyecto Filosofía en español que promueve la Fundación Gustavo Bueno y que lleva a cabo el profesor Gustavo Bueno Sánchez, buen especialista tanto en la historia de la filosofía española como en la automatización de la información bibliográfica dónde ha jugado un papel transcendental y muy poco conocido.
Cuántas veces se recuerda la relación entre don Ramón Menéndez Pidal y don Marcelino y la relación maestro-discípulo que existía entre ellos, cómo don Ramón acudía todos los veranos a Santander a estudiar en la biblioteca de don Marcelino y cómo le sucedió en su cátedra cuando don Marcelino la abandonó para ocupar el cargo de director de la Biblioteca Nacional. Sin embargo, muchísimo menos se recuerda la obra del otro discípulo directo de Menéndez Pelayo, don Adolfo Bonilla y San Martín (entre paréntesis, uno no deja de imaginar lo que podía ser la biblioteca de don Marcelino funcionando casi como una biblioteca pública en la que trabajaban codo con codo, don Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), don Adolfo Bonilla y San Martín (1875-1926) y Miguel Asín Palacios (1871-1944), por citar sólo tres nombres señeros. Me permito señalar la proximidad de la fecha de nacimiento de los tres polígrafos y la enorme disparidad de las fechas de su muerte.
Adolfo Bonilla y San Martín de quien ha dejado un vívido testimonio Pedro Saínz Rodríguez (Madrid, 1897 - 1986), a quien habrá que volver más tarde, no disfrutó de la larguísima vida del autor de los Orígenes del español. Por el contario, Bonilla ni siquiera alcanzó la edad de su maestro, don Marcelino, y no llegó a cumplir 51 años. Dejó una labor asombrosa que, justamente, y actuando yo en este caso como poligrafista –ya explicaré más adelante a lo que me refiero–, estoy reuniendo minuciosamente. Bonilla y San Martín, junto con importantes trabajos jurídicos y literarios, emprendió verdaderamente el estudio sistemático de la filosofía española. Los conocimientos de Menéndez Pelayo y de Bonilla y San Martín causaron el asombro del joven Mircea Eliade en su periodo de formación en Italia.
Es claro que cuando don Marcelino contestó respectivamente a los sendos discursos de ingreso de Menéndez Pidal y de Bonilla y San Martín en la Real Academia de la Lengua y de la Historia, respectivamente, pudo exclamar aquello de si no vencí reyes moros, engendré quien los venciera, que en estos tiempos dominados por la political correctness se explican por el contexto en el que fueron pronunciadas, es decir en una alabanza del mejor conocedor de los romances viejos, de donde esos dos versos están tomados. En efecto, Bonilla y San Martín publicó en vida de don Marcelino, y cuando nadie podía pensar que ambos iban a morir, no sólo los dos primeros tomos de La historia de la filosofía española (desde los primeros tiempos al siglo XII) en 1908, e Historia de la filosofía española: (Siglos VIII-XII: judíos) en 1911, sino el programa completo de lo que podríamos llamar la disciplina aparecida en el primero de los volúmenes citados en las páginas 44 a 54 y recogida de forma justificadísima, por José Luis Abellán en 1979 como apéndice en las páginas 359 a 370 del primer tomo de su Historia crítica del pensamiento español. Metodología e introducción histórica; en honor del profesor Abellán se debe reconocer y admirar que por primera y única vez se ha concluido una historia completa del pensamiento español. En cualquier caso, el profesor Gustavo Bueno Sánchez, sin duda uno de los mejores conocedores de la Historia de la Filosofía Española, no está de acuerdo con este planteamiento y conviene dejar muestra de ello aquí.
Abellán menciona entre los precedentes lo que se ha denominado el 'corpus de historia de la filosofía' y que completaban los dos primeros tomos de Bonilla, es decir la:
En la página 63 de su citada Historía crítica José Luis Abellán expresaba su esperanza de una posible publicación del mencionado "corpus". Transcurridos ya treinta años quizá deba descartarse la idea y no puedo ocultar que, en cierto sentido, aspiro a que estas Bibliotecas Virtuales FHL ocupen su lugar, incluyendo, como es lógico, y dentro de lo que permitan los derechos de autor, las obras de Bonilla, los hermanos Carreras, Cruz Hernández y Solana. De hecho, las obras de Bonilla están ya digitalizadas en su gran mayoría y próximas a convertirse en una biblioteca de autor de la que yo seré el poligrafísta.
Como se ha dicho, Ignacio Hernando de Larramendi no sólo vio con claridad el proyecto de poner en la red el acervo bibliográfico reunido por don Marcelino y depositado en su biblioteca de Santander, sino que tenía clarísimo que era necesaria una segunda Biblioteca Virtual de Polígrafos Portugueses, una tercera de Polígrafos Brasileños y una cuarta de Polígrafos Hispanoamericanos. Esta última alcanzó a impulsarla personalmente y así, y tras costosas negociaciones, pudo publicarse tanto el Andrés Bello digital, como el Alfonso Reyes digital. Y fue en México, D.F., dónde se lograron aquellos acuerdos con motivo de la presentación que ya he citado del Menéndez Pelayo Digital en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México, presentada, como ya dije, por José Luis Martínez (director de la Academia Mexicana de la Lengua entre 1980 y 2002, y desde 2003 su director honorario perpetuo, y Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en 1993), y a la que asistió Jesús Manuel Zaballa, entonces presidente de la Obra Social de Caja Cantabria que tanto impulsó (en aquel momento) la realización del proyecto que, por cierto, también presentamos a la Fundación Marcelino Botín, por ser don Marcelino callealtero, meses antes de que ésta se embarcara en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
De hecho, se decidió adoptar el nombre de Andrés Bello para titular a la Biblioteca Virtual de Polígrafos Hispanoamericanos, así como la de José de Anchieta (San Cristóbal de la Laguna, Tenerife, 1534 - 1597) para los escritores brasileños y Francisco Manoel de Melo (Lisboa, 1608 - Alcántara, Portugal, 1666) para los polígrafos portugueses, aunque en este último caso quizá hubiera sido más acertado utilizar el nombre de Joaquim Pedro Oliveira Martins (Lisboa, 1845 - Lisboa, 1894), riguroso contemporáneo y buen amigo de don Marcelino, como puede comprobarse en las cartas cruzadas entre ambos y recogidas en el Epistolario de Menéndez Pelayo y, lo que es más importante, las referencias que a la obra del portugués hacen corresponsales y correspondientes. Por cierto, que cuando se reeditó, de forma que tal vez podría mejorarse en la actualidad, la Historia de la civilización ibérica en 1974, José Antonio Maravall (Xátiva, 1911 - Madrid, 1986) le antepuso un magnífico prólogo, muy en línea con lo que se viene diciendo en esta introducción, y en general con los propósitos de las Bibliotecas Virtuales FHL, pues el profesor Maravall ha sido uno de los máximos estudiosos del pensamiento histórico hispánico.
Entre las múltiples ayudas con las que contamos para elaborar aquellas listas que tan interesantes han resultado me gustaría citar especialmente a Miguel León-Portilla (Ciudad de México; 22 de febrero de 1926- ), director de la Academia Mexicana de la Historia que, hermanado con el director de la Academia de la Lengua Mexicana, ya citado, la avalaron sin que esto signifique ningún compromiso formal, como algunos años más tarde Pedro Luis Barcia (28 de junio de 1939, Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos), director de la Academia Argentina de las Letras.
También buscamos desde un primer momento la colaboración de la Asociación de Hispanismo Filosófico. En primer lugar, la Fundación Tavera financió la edición de las III Jornadas de la Asociación, Estudios sobre historia del pensamiento español.
Posteriormente, la Fundación Ignacio Larramendi asumió, sin ningún protagonismo, esa labor con la edición y publicación de las IV Jornadas, Hacia un nuevo inventario de la ciencia española (1999), las V Jornadas, Nuevos estudios sobre historia del pensamiento español (2001) y las VI y VII Jornadas, Pensamiento español e iberoamericano : una aproximación desde el siglo XXI (2003 y 2005 respectivamente).
La Fundación colaboró, así mismo, en la financiación de la organización de las IV Jornadas, que tuvieron lugar con las protestas inexplicables de los obstáculos tradicionales en el, sin duda, santuario del Hispanismo Filosófico, la Biblioteca de Marcelino Menéndez Pelayo. Todo ello se describe en la Crónica que firmaba el director del Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, año LXXVI, enero-diciembre 2000, páginas 707 a 726. Hay que lamentar, a todo esto, la temprana muerte de Antonio Jiménez García (1950-2008), catedrático de Historia de la Filosofía Española como sucesor de José Luis Abellán, presidente de la Asociación de Hispanismo Filosófico y editor de varias de las actas citadas.
Llegados a este punto conviene volver y circunscribirse al proyecto de Menéndez Pelayo Digital que, transformado hoy en Biblioteca Virtual de Menéndez Pelayo, se edita en la red.
Conviene ahora hablar de las diferentes ediciones anteriores y no es posible resistir la tentación de cederle el papel a Gustavo Bueno Sánchez, que en las páginas que dedica tanto a Menéndez Pelayo como a Ignacio de Larramendi (y a Eloy Bullón Fernández (1879-1957), discípulo directo de don Marcelino, primero como director de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia cuando don Marcelino no sólo era el director de la Real Academia sino que vivía allí, y cuyo testimonio recoge Dámaso Alonso en Menéndez Pelayo, crítico literario: (Las palinodias de don Marcelino) acerca del método que seguía Menéndez Pelayo para componer su obra). Así, Gustavo Bueno dedica una entrada sucinta, pero suficiente y sumamente informativa a cada una de las diferentes ediciones de Menéndez Pelayo: Colección de escritores castellanos, Obras completas, «edición definitiva, revisada por el autor», Edición Nacional, Epistolario, Menéndez Pelayo digital.
También es interesante ver la reseña que dedicó en la revista digital El Catoblepas a Mayans y Siscar, donde se dan interesantísimas noticias sobre la continuidad del proyecto de don Ignacio, percibida desde una institución como la Fundación Gustavo Bueno que tiene, a pesar de la lejanía ideológica de los principios de la Fundación Ignacio Larramendi, como puede verse en la Biblioteca Virtual de Pensadores Tradicionalistas, una correspondencia exacta en el estudio, promoción y difusión del pensamiento español en la red.
En la reseña de Gustavo Bueno se menciona la Edición Nacional a cargo del laborioso y continuado esfuerzo de don Enrique Sánchez Reyes, director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, y publicada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Lo que no menciona Gustavo Bueno, aunque estaba publicado en el propio cederrón de forma un tanto escondida, lo que se ha subsanado en esta edición en la web, es cómo el Consejo Superior de Investigaciones Científicas a través de su Servicio de publicaciones, dirigido entonces por Miguel Ángel Garrido, cedía los derechos de la edición nacional a la Fundación para la edición de Menéndez Pelayo Digital, muy en la línea de lo que había sucedido hasta entonces. En efecto, y como puede leerse en el citado testamento de don Marcelino, éste legó sus derechos de autor a su hermano Enrique y estos pasaron posteriormente a su viuda doña María que, con el objetivo de difundir de la mejor manera posible la obra de Menéndez Pelayo, los cedió a la Sociedad Menéndez Pelayo. Cuando en 1939 y siendo Ministro de Educación Nacional José Ibáñez Martín, como éste indica en su Prólogo a la presente edición, Miguel Artigas, director de la Biblioteca Nacional y titular de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, y Enrique Sánchez Reyes, Director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, en su Avertencia preliminar, la Sociedad Menéndez Pelayo cedió los derechos al CSIC para que éste procediera a la Edición Nacional y ya hemos visto cómo los derechos de esa edición pasaron el 23 de agosto de 1998 a la Fundación Tavera, según se documenta en la Crónica del Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, año LXXV, enero-diciembre de 1999, en las páginas 677-678.
La prensa de la época recogió el momento de la firma del acuerdo entre Manuel Garrido del CSIC e Ignacio Larramendi. La firma tuvo lugar en el despacho y mesa de don Marcelino Menéndez Pelayo, bajo la mirada atenta y sonriente del Concejal de Cultura Rafael de la Sierra. En realidad, los derechos de Menéndez Pelayo como autor habían ya prescrito en 1992, aunque muy avanzada la década se le seguían cobrando nada menos que a la Biblioteca de Autores Católicos, lo que habría asombrado a don Marcelino, hasta que esto se cortó desde la dirección del centro. En cualquier caso, pueden seguirse algunas de estas incidencias, tanto en las actas de la Sociedad de Menéndez Pelayo, aún inéditas pero que se dispusieron en formato informático en la preparación del 75 aniversario de la Sociedad Menéndez Pelayo, como en el magnífico estudio de Julio Neira "Menendezpelayismo y ortegafobia", publicado en 2000
Llama por ello un tanto la atención que la Sociedad Menéndez Pelayo haya publicado parcialmente el contenido del Menéndez Pelayo Digital en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. La reciente elaboración de un convenio para editar conjuntamente la obra de Rafael Altamira me ha hecho saber que la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes se asegura de que la contraparte dispone de los derechos para la edición digital de los textos, lo que no es el caso. De todas las maneras, cuanto mayor sea la presencia en la red de Menéndez Pelayo mejor será y, desde luego, don Marcelino no podía faltar en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes dónde, de hecho, ya estaban buena parte, si no todas, las introducciones de don Marcelino al Teatro de Lope de Vega, ediciones que la Real Academia Española consideró oportuno encargar a don Marcelino a finales del siglo XIX.
Dentro de la lógica de estos acontecimientos fue completamente normal que don Enrique Sánchez Reyes, sucesor de Miguel Artigas al frente de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, fuera el que, disponiendo –como es lógico– de todos los materiales, se encargara de la Edición Nacional publicada por el Consejo. Aquí convendría hacer un pequeño aparte y citar que el trabajo de don Enrique fue verdaderamente exhaustivo, publicando incluso material inédito con los que se formaron los 10 volúmenes Bibliografía hispano-latina clásica y los 4 volúmenes de la inconclusa Biblioteca de traductores españoles, como advierte don Enrique en su "Advertencia del Colector" a la primera y en la "Advertencia" a la segunda.
Poco sería lo que quedó fuera del alcance de don Enrique, con alguna pequeña excepción. En efecto, don Marcelino había dejado inéditas las papeletas para una tipografía montañesa que pensaba publicar y a la que se refería en varias ocasiones y que tuve la ocasión de publicar en el Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, dedicado específicamente a honrar en su jubilación al ya fallecido Manuel Revuelta. Al igual que he dicho antes acerca de la edición en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes del Menéndez Pelayo Digital, se puede decir lo mismo del Boletín, que se encuentra recogido con las mismas características técnicas que tienen los discos, es decir en modo facsimilar sin reconocimiento de texto y sin que conste por sitio alguno el Ayuntamiento de Santander y la Fundación Ignacio Larramendi, que fueron los que sufragaron la referida edición digital. Confiemos en que sea posible el que todos los números a partir de 1997 puedan incorporarse, esta vez a texto completo, en alguna edición digital hasta la fecha actual con su correspondiente año de embargo, como suele ser la práctica habitual.
Lo mismo puede decirse de la edición del Epistolario que la Fundación Universitaria Española (FUE) encargó a Manuel Revuelta, así mismo, director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, y que éste publicó diligentemente entre 1982 y 1991. La FUE, siempre bajo la inspiración del gran menendezpelayista Pedro Sainz Rodríguez, ya citado, concluyó, por el momento, su generosa política cediendo para la edición digital su magnífica bibliografía, preparada por Amancio Labandeira Fernández, Jerónimo Herrera Navarro y Julio Escribano Hernández para su incorporación en el Menéndez Pelayo Digital.
En la actualidad se están volviendo a publicar algunas obras de Menéndez Pelayo, como es el caso de los Orígenes de la novela editada en 2008 y otros textos editados por la Universidad de Cantabria en 2007 que reúnen las ponencias presentadas al I Encuentro Nacional Centenario de Marcelino Menéndez Pelayo celebrado en Santander los días 11 y 12 de diciembre de 2006, y también por una curiosa coincidencia los Orígenes de la novela en la colección de erudición y crítica Nueva Biblioteca Románica Hispana, fundada por Dámaso Alonso y dirigida en esta nueva etapa por Francisco Rico en la Editorial Gredos, que ahora continua RBA. Es lástima que se haya limitado a reproducir a plana y renglón las ediciones ya conocidas, pues disponiendo de la edición digital era perfectamente posible (incluso con la metodología con las que se han preparado las de Ortega y Gasset por la Fundación del mismo nombre) una edición crítica de las obras de Menéndez Pelayo.
Todo ello es posible porque en la Biblioteca de Menéndez Pelayo y en el antiguo despacho de don Marcelino se conservan –en pésimas condiciones que los obstáculos tradicionales han impedido mejorar– gran cantidad de los originales de sus obras que permitirían, sin duda alguna, modificar el estado actual de dichas ediciones y tal vez encontrar material inédito, como las ya citadas notas para la tipografía montañesa. También podrían utilizarse las anotaciones de puño y letra de don Marcelino a –por citar un ejemplo– su ejemplar de la Biblioteca de Autores Españoles. Es fama (como ya relató Pablo Beltrán de Heredia, sobrino como se sabe de Enrique Sánchez Reyes) que Juan Hurtado utilizó vastamente estas anotaciones para su difundidísima, durante décadas Historia de la literatura española, escrita con Ángel González Palencia.
DIGIBÍS acaba de poner en la Web, completamente renovado, el sitio de la Fundación Ignacio Larramendi. Además de un amplio conjunto de páginas referidas a los fines de la institución, la nueva edición digital de esta Fundación se caracteriza por presentar unas nuevas Bibliotecas Virtuales FHL, entre las que se encuentra la Biblioteca Virtual Ignacio Larramendi de polígrafos, elaboradas con la última versión del programa DIGIBIB.
Algunas de las numerosas nuevas funcionalidades de DIGIBIB 6.0 se han incorporado como fruto de la profunda revisión de la estructura de información de la web de la Fundación. Entre ellas cabe destacar la especial atención que se dedica a los ficheros de autoridades. Por un lado se presenta la información en forma de ficha enciclopédica y, por otro lado, se utiliza, de forma pionera en España, la codificación Resource Description and Access (RDA) aprobada para el Formato MARC 21 en la décima actualización de octubre de 2009. En ella hay campos radicalmente nuevos que suben de nivel la información recogida en los campos 1XX que en un primer momento, tanto desde el punto de vista catalográfico como de codificación se utilizaban para romper homonimias. Así, se añaden nuevos campos para referenciar un autor en su contexto geográfico (lugares de nacimiento, muerte y actividad); su contexto cronológico (fechas de nacimiento, muerte y actividad) o su contexto lingüístico (idiomas utilizados en sus obras). Esto permite posteriormente un tratamiento de la información sumamente rico.
También se aprovechan de forma sistemática los enlaces a las obras publicadas por los autores mediante hipervínculos, así como a las fuentes de información de las que se ha partido. En ambos casos esas fuentes de información están catalogadas como registros bibliográficos y como recursos electrónicos. Un caso especial lo constituyen los epistolarios en los que se está trabajando actualmente para presentar su contenido documento a documento. Esta es la situación del Epistolario de Menéndez Pelayo que se está estructurando para que sea posible la localización carta a carta (más de 12.000), de forma individualizada, y la de la Bibliografía que se incorporará a la Biblioteca Virtual Ignacio Larramendi como registros bibliográficos recatalogados según MARC/RDA, lo que mejorará la búsqueda y recuperación de la información.
La Biblioteca Virtual Ignacio Larramendi presenta además una importante novedad. Siguiendo el modelo del Virtual International Authority File, aunque con mayor riqueza de datos, se dispone de un repositorio OAI-PMH que se alimenta dinámicamente desde el repositorio MARC y para el que se ha establecido el correspondiente mapeo. También ha crecido notablemente el número de herramientas de la web 2.0, con especial atención a las redes sociales y a los sistemas de gestión de referencias, habiéndose incorporado la estructura de información COinS para facilitar la importación a aplicaciones como Zotero, CiteUlike, RefWorks o Mendeley.
La nueva página recataloga como recursos electrónicos antiguas publicaciones en disco de la Fundación Ignacio Larramendi o vinculadas con ella, tales como las Tres grandes cuestiones de la historia de Iberoamérica, los Comentarios a la Política de Aristóteles, o la colección Luis Hernando de Larramendi. Estas publicaciones, tratadas como recursos electrónicos en formato MARC/RDA, alimentan así mismo un segundo repositorio OAI-PMH para aumentar su visibilidad y accesibilidad en la red.
DIGIBIB 6.0 dispone de herramientas, módulos y aplicativos para el tratamiento sumamente detallado de las publicaciones periódicas y para la gestión de las búsquedas a texto completo que pueden realizarse, en su caso, con ficheros ALTO (Analysed Layout Text Object) que mantienen la presentación facsimilar y permiten la búsqueda de textos resultantes del OCR en sus coordenadas precisas en una estructura XML.