Algunos escritores, inclinados en demasía a ver dondequiera el influjo de la sociedad en las letras, y a ligar sistemáticamente las vicisitudes políticas con las del arte, han considerado como de notable postración y decadencia, y aun como un vergonzoso paréntesis en nuestra historia literaria, el reinado de Enrique IV, dando por supuesto que en él padeció total interrupción el brillante movimiento intelectual que en la corte de D. Juan II había comenzado a desarrollarse, y que luego con mayores bríos iba a reflorecer bajo el cetro de los Reyes Católicos. Son sin duda los veinte años de aquel reinado, y especialmente los diez últimos, uno de los más tristes y calamitosos períodos de nuestra historia: nunca la justicia se vió tan hollada y escarnecida: nunca imperó con mayor desenfreno la anarquía: nunca la luz de la conciencia moral anduvo tan a punto de apagarse en las almas. Roto el freno de la ley en grandes y pequeños; vilipendiada en público cadalso y en torpe simulacro la majestad de la corona; mancillado con escandalosas liviandades el tálamo regio; [p. 286] enseñoreados de no pocas iglesias la simonía y el nepotismo; dormida y estéril, ya que no vacilante, la fe, e inficionadas en cambio las costumbres con el secreto y enervador contagio de los vicios de Oriente; inerme el brazo de la justicia; poblados los caminos de robadores; enajenada con insensatas mercedes la mayor parte del territorio y de las rentas; despedazada cada región, cada comarca, cada ciudad por bandos irreconciliables; suelta la rienda a todo género de tropelías y desmanes, venganzas privadas, homicidios y rapiñas, pareció que todos los ejes de la máquina social crujían a la vez, amagando con próxima e inminente ruina.
Tal era el cuadro general que por aquellos tiempos ofrecía la vida pública, y no hay que recargar las tintas para que resalte con toda su peculiar y nativa fealdad, puesto que cuanto más se ahonda en su estudio, más excede la realidad al encarecimiento, y para tal sociedad aún parece blando el cauterio de las Décadas, de Alonso de Palencia. ¿Pero hemos de inferir de tal pintura que en ese reinado desapareciesen de Castilla todos los vestigios de la cultura anterior, como Prescott afirma, entre otros muchos? Tal como este insigne historiador y tal como la tradición dominante en España entienden y presentan la obra regeneradora de la Reina Católica, habría que considerarla como un patente milagro, muy duro de admitir en el orden general de los casos humanos, aun siendo tan grande como es, y en aquella ocasión lo fué, la parte del genio individual para dirigir o torcer su curso. Una sociedad de malhechores convertidos de pronto, y como por golpe de tramoya, en hombres de bien y en héroes, satisface en verdad las exigencias de la imaginación artística; pero no tanto las del severo criterio histórico. Para que la transformación se cumpliese tan rápidamente como se cumplió, era preciso que hubiese mucha vida en el fondo de aquella agitación monstruosa. La fuerza que tan miserablemente se perdía era fuerza al cabo, y sólo faltaba darla digno empleo y abrir el amplio cauce por donde habían de desbordarse sus aguas.
Veinte años no son período bastante largo para que en ellos se suspenda la actividad de un pueblo en ninguno de los órdenes de la vida, y menos que en ninguno en el orden de la literatura y del arte. Ni siquiera son espacio suficiente para que se forme una nueva generación de escritores que llegue a determinarse con [p. 287] propio y peculiar carácter. Los que en tiempo de Enrique IV escribían eran ingenios formados en la escuela del reinado anterior, o eran los que iban a realzar la gloria del reinado siguiente. Atravesaron, como su nación, tiempos duros, y su literatura áspera y polémica se coloreó vivamente con los matices de la pasión enfurecida y desbordada; pero si en general les sobró dureza y acritud, no hay duda que esto mismo dió cierta originalidad y extraño sabor a las dos manifestaciones más características del arte literario de este tiempo, la sátira política y la prosa de los cronistas. Y aunque la diatriba personal fuese entonces predilecta ocupación de las plumas, no faltó quien se elevase a otra más noble y ejemplar manera de sátira, ni quien filosofase con gravedad y magisterio sobre los azares de la fortuna, ni quien prestase a la musa de la elegía la expresión más alta y solemne que hasta ahora ha alcanzado en lengua castellana. Tuvo aquella corte su Plutarco en Hernando del Pulgar, que con buril menos hondo, y toque más complaciente que Fernán Pérez de Guzmán, pero con más amenidad y viveza de fantasía, nos legó los retratos de todos aquellos que él llama claros varones, ladeándose un tanto al panegírico, pero no de tal modo que atenuase las sombras de sus modelos. Tuvo su Tácito, aunque más vengador que justiciero, en Alonso de Palencia, historiador digno de haber nacido en tiempos mejores y más clásicos, y de haber manejado instrumento menos férreo y desapacible que aquella latinidad suya tan enfática y zahareña. Pero cuando escribía en lengua vulgar y no cedía al prurito de latinizar excesivamente en ella, describía y contaba con fuerza pintoresca, con notable precisión y brío. Páginas hay, y no pocas, en el Tratado de la perfección del triunfo militar, que son dignas de cualquiera de los mejores prosistas del tiempo del Emperador, aunque se escribiesen medio siglo antes.
Cuando tales progresos hacía el arte de la prosa literaria, siempre más lento y tardío en su aparición y desarrollo, no había de permanecer muda la poesía lírica, que, si no en calidad, a lo menos en cantidad, había llevado la palma a los demás géneros en el reinado de D. Juan II. Fué en el de su hijo menos abundante, sin duda; pero tuvo en desquite un carácter de actualidad viva, de pasión y lucha del momento, una sinceridad y franqueza [p. 288] a veces brutales, que la hacen inapreciable para el historiador. Y no hay duda que en algunas composiciones aisladas, especialmente de ambos Manriques, excedió con gran ventaja lo mejor del reinado anterior, logrando una belleza positiva y permanente que antes del siglo XVI es rarísima. Se componían menos versos en la segunda mitad del siglo XV que en la primera, pero eran en general versos más sinceros, menos triviales y menos vacíos.
Gómez y Jorge Manrique, Juan Álvarez Gato, Antón de Montoro, Pero Guillén de Segovia, son los principales poetas de este período, y aun de tres de ellos existen cancioneros especiales. Pero antes de estudiarlos, conviene dar idea de las dos famosas sátiras anónimas, Coplas del Provincial y Coplas de Mingo Revulgo.
La primera de estas composiciones no es más que un pasquín infamatorio, que ni ha salido hasta ahora, ni es de presumir que en tiempo alguno salga, de lo más recóndito de la necrópolis literaria. Ni aun clandestinamente ha habido quien se atreviera a imprimirle: tal es lo soez de su forma, lo brutal y tabernario de sus personalísimos ataques. La mordaz agudeza que puede encontrarse en tal o cual redondilla, está ahogada en las restantes por una desvergüenza tan procaz y desaliñada, que impide todo efecto artístico, dado que el autor se le propusiera, de lo cual dudamos muy mucho. No es una obra poética, sino un libelo trivialmente versificado, una retahíla de torpes imputaciones, verdaderas o calumniosas, que afrentan por igual a la sociedad que pudo dar el modelo para tales pinturas, y a la depravada imaginación y mano grosera que fueron capaces de trazarlas, deshonrándose juntamente con sus víctimas. Es una sátira digna de Sodoma o de los peores tiempos de la Roma imperial. El cuadro monstruoso que describe provoca a náuseas el estómago mas fuerte. Ni en las tablillas, que el consular Petronio envió a Nerón antes de morir, se encontraría tal cúmulo de abominaciones como el que en estas nefandas coplas se enumera y registra. El artificio con que están engarzadas no puede ser más tosco: el maldiciente autor transforma la corte en convento, y hace comparecer ante el Provincial a los caballeros y damas de ella, para recibir, no una corrección fraterna, sino una serie de botonazos de fuego:
[p. 289] El Provincial es llegado
A aquesta corte
real,
De nuevos motes
cargado,
Ganoso de decir
mal.
Y
en estos dichos se atreve,
Y si no, cúlpenle a
él
Si de diez veces
las nueve
No diere en mitad
del fiel.
Las coplas son 149, y en cada una hay, por lo menos, un nombre propio, sobre el cual recae con odiosa monotonía el sambenito de sodomita, cornudo, judío, incestuoso, y tratándose de mujeres, el de adúltera o el de ramera. Los apellidos más ilustres de Castilla están infamados allí con tales estigmas, que los descendientes de los que los llevaban trabajaron con ahinco, aunque sin fruto, en el siglo XVI, para aniquilar las famosas coplas, valiéndose hasta del auxilio de la Inquisición para destruir los numerosos traslados que de ellas corrían en alas del escándalo por todos los ámbitos de España. Pero todo fué inútil: la prohibición acrecentó el valor de la fruta vedada, y fué tan imposible destruir las afrentosas Coplas, como el Libro Verde de Aragón o el famoso Tizón de España. No hubo colección de papeles genealógicos en que no se copiasen, y llegaron hasta a ser invocados, como testimonios dignos de crédito, en pleitos y memoriales ajustados. En cada copia se extremaban las incorrecciones y los errores, y también solían adicionarse o suprimirse nombres y versos, conforme lo dictaban particulares afectos de simpatía o de odio respecto de las familias. El texto, por todas estas razones, ha llegado a nosotros estragadísimo, y sólo el hallazgo de un manuscrito del siglo XV podría fijar la verdadera lección de un opúsculo que, si sólo puede inspirar asco y repugnancia al amante de la poesía viendo aplicado a tan viles usos su lenguaje, puede, no obstante, ser de alguna utilidad para el historiador, porque, desgraciadamente, el testimonio de autores tan graves como Alonso de Palencia en sus Décadas latinas, prueba que no era todo calumnia lo contenido en los metros del Provincial, y que éste dió en la mitad del fiel más veces de lo que al decoro de nuestra historia conviniera. [1]
[p. 290] Para fijar este valor histórico (y nunca puede ser muy grande el que se conceda a los libelos), no es indiferente averiguar la fecha probable de la composición de esta sátira. De su mismo [p. 291] contexto se infiere que hubo de ser escrita después de 1465 y antes de 1474, puesto que se designa ya en ella con el título de Duque de Alburquerque a D. Beltrán de la Cueva, que no obtuvo [p. 292] tal merced hasta el primero de los dos años citados, y se denigra además como persona viva al condestable Miguel Lucas de Iranzo, que fué asesinado en la iglesia mayor de Jaén el 22 de marzo [p. 293] de 1473, fecha de la más espantosa matanza de los conversos. Las alusiones de las coplas han de referirse, por consiguiente, a estos nueve años últimos del reinado de D. Enrique, que fueron en verdad los mas afrentosos.
[p. 294] El nombre del encubierto autor de este padrón de infamias prosigue hasta hoy ignorado, y no ciertamente porque hayan faltado conjeturas y aun afirmaciones demasiado resueltas de nuestros eruditos, achacando la paternidad ya a una, ya a otra persona. D. Luis de Salazar y Castro, con el peso de su indiscutible autoridad como príncipe de nuestros genealogistas, quiso y logró acreditar en varios escritos suyos, especialmente en las Advertencias históricas (folio 159) y en el opúsculo que tituló Satisfacción de seda a agravios de esparto (pág. 47) la especie de ser autor de las coplas nada menos que el cronista Alonso de Palencia. Si bien se mira, esta opinión, que también han patrocinado Gallardo y otros no tiene más peso que el que le da el nombre de Salazar, puesto que no sabemos que Alonso de Palencia, de quien tantas obras en prosa nos quedan, hiciese versos jamás; y, por otra parte, la gravedad de su carácter moral, que tanto se levanta sobre el nivel de la corrompida sociedad en que le tocó vivir y de la cual fué inexorable censor, excluye toda sospecha de que pudiera descender jamás al empleo de armas ilícitas, al villano recurso de divulgar a sombra de tejado un escrito anónimo procaz y escandaloso. Palencia dijo en sus Décadas latinas, a cara descubierta y sin ningún género de atenuaciones, cuanto malo podía decirse de aquella corte y de aquellos hombres; ¿qué necesidad tenía de ocultarse en la sombra para herirlos más a mansalva? Si la sangrienta narración del ceñudo cronista coincide en muchas cosas con las detracciones del coplero anónimo, atribúyase a la identidad del modelo, pero no se achaquen imaginarias culpas a quien fué uno de los varones más honrados y de los espíritus más sanos y rectos de su tiempo, y [p. 295] que cuando tentó, con cruda mano sin duda, las llagas de aquel siglo, lo hizo puestos los ojos en la posteridad y en las severas leyes de la historia, no para escándalo de un día, sino para ejemplar escarmiento.
Vagamente se ha insinuado también el nombre de Rodrigo de Cota, de quien tan pocas noticias personales tenemos, pero ciertamente que, a juzgar por el tosco artificio y ruin estilo de las Coplas del Provincial, el último poeta a quien sentiríamos tentación de atribuírselas sería al autor del delicadísimo Diálogo entre el amor y un viejo.
Con más visos de probabilidad se ha indicado el nombre de Antón de Montoro, y en verdad que al cinismo de su musa cuadraría bien la bárbara licencia de aquellas Coplas, aunque la mayor parte de ellas no sean dignas de su epigramático ingenio. Pero desgraciadamente no era Montoro el único que entonces cultivase tal género de poesía: al contrario, nunca brotó tan pujante como en el siglo XV la planta malsana de la literatura infamatoria y obscena, que no satírica. Montoro aventajaba a todos en talento, pero había muchos que competían con él en desvergüenza. Por otra parte, como hombre de baja condición y pendiente del favor de los poderosos, rara vez sus tiros llegaron tan alto como los del Provincial, y en los mayores arrojos de su musa se detuvo ante el prestigio del trono, que, por el contrario, el autor anónimo se complace en salpicar de lodo y vilipendio. Además, la acusación de judío, tan prodigada en las coplas, no parece natural en labios de un cristiano nuevo como Antón de Montoro, que tuvo el valor moral de salir en una ocasión memorable a la defensa de los conversos, cuando el hierro y el fuego empezaban a dar cuenta de ellos en Castilla y en Andalucía. Y si es cierto que en algunas copias del Provincial se encuentran textualmente dos versos de un epigrama de Montoro:
Cuexcos de uvas y
mosquitos
Salen por las
sangraduras;
también lo es que estos versos y toda la copla relativa a Leonor Sarmiento tienen visos de intercalación, y no se encuentran en otras copias más correctas y de buena nota, como la que perteneció a Gallardo.
[p. 296] Tenemos, además, un testimonio coetáneo, que prueba, a mi juicio, que las Coplas del Provincial no fueron obra de un solo poeta. En el cancionero de Juan Álvarez Gato, manuscrito en la Academia de la Historia, se leen al folio 53 vuelto unos versos dirigidos a los maldisientes que fisieron las Coplas del Provincial, porque disiendo mal, crescen en su merescimiento. Y realmente, leyendo con atención las Coplas, parecen notarse en ellas dos estilos diversos, puesto que al paso que hay algunas que no carecen de gracia dentro de su género brutal, y pueden tener cierto valor como epigramas aislados, hay otras en sumo grado insípidas y chabacanas, y no faltan algunas que pecan contra la medida o contra la rima, si ya no queremos achacar parte de estos defectos a la incuria de los copiantes. De este género de pasquines escritos en colaboración abundan los ejemplos, y alguno muy reciente.
Con las Coplas del Provincial se citan siempre las de Mingo Revulgo, aunque ningún parentesco haya entre ellas, pues siendo una misma la materia, aparece tratada de modo enteramente diverso. Todo es en las Coplas del Provincial sucio y desenfrenado: todo es grave y doctrinal en las de Mingo Revulgo. En las primeras no hay sátira general, sino infamias particulares; en las segundas el propósito social es evidente, y sólo el celo del bien público mueve la pluma del escritor, dictándole a veces rasgos de generosa indignación y ardiente elocuencia. Los denuestos del Provincial apenas tienen forma artística; no pasan del insulto procaz y desgreñado, de la agresión directa y personal. Por el contrario, las lecciones de Mingo Revulgo van envueltas en una forma alegórica y emblemática, que aun para los contemporáneos mismos tuvo necesidad de prolijo comentario. El autor o autores de las Coplas del Provincial pudieron ser maldicientes vulgares, ajenos a toda literatura; pero del que escribió la sátira de Mingo Revulgo no puede dudarse que era hombre culto y reflexivo, aunque afectadamente quisiese imitar la llaneza del pueblo. El más antiguo de sus comentadores, Hernando del Pulgar, a quien algunos atribuyen las coplas mismas, las caracteriza perfectamente en estos renglones, que además dan clarísima idea del plan de la composición y excusan todo análisis:
«Para provocar a virtudes y refrenar vicios, muchos [p. 297] escribieron por diversas maneras. Unos en prosa ordenadamente; otros por vía de diálogo; otros en metros proverbiales, y algunos poetas haciendo comedias y cantares rústicos, y en otras formas, según cada uno de los escritores tuvo habilidad para escrebir... Estas coplas se ordenaron a fin de amonestar el pueblo a bien vivir. Y en esta Bucólica, que quiere decir cantar rústico y pastoril, quiso dar a entender la doctrina que dicen so color de la rusticidad que parecen decir; porque el entendimiento, cuyo oficio es saber la verdad de las cosas, se ejercite inquiriéndolas, y goce, como suele gozarse cuando ha entendido la verdad de ellas.
La intención de esta obra fué fingir un Profeta o adivino, en figura de pastor, llamado Gil Arribato, el cual preguntaba al pueblo (que está figurado por otro pastor, llamado Mingo Revulgo), que cómo estaba, porque le veía en mala disposición. Y esta pregunta se contiene en la primera y segunda copla. El pueblo (que se llama Revulgo), responde que padece infortunio, porque tiene un pastor que, dejada la guarda del ganado, se va tras sus deleites y apetitos; y esto se contiene en las siete coplas siguientes, desde la tercera hasta la décima. En las cuatro coplas que se siguen, muestra cómo están perdidas las cuatro virtudes cardinales, conviene a saber: Justicia, Fortaleza, Prudencia y Temperancia, figuradas por cuatro perras que guardan el ganado. En las dos coplas siguientes, desde la catorce hasta la diez y seis, muestra cómo perdidas o enflaquecidas estas cuatro perras, entran los lobos al ganado, y lo destruyen. En las otras dos siguientes, que son diez y siete y diez y ocho, concluye los males que generalmente padece todo el pueblo. Y de aquí adelante el pastor Arribato replica, y dice que la mala disposición del pueblo no proviene todo de la negligencia del pastor; mas procede de su mala condición. Dándole a entender que por sus pecados tiene pastor defectuoso, y que si reynase en el pueblo Fe, Esperanza y Caridad, que son las tres virtudes teologales, no padecería los males que tiene... Después... muestra algunas señales, por donde anuncia que han de venir turbaciones en el pueblo, las cuales... declara que serán guerra y hambre y mortandad... Le amenaza y amonesta que haga oración y confesión y satisfacción, y que haya contrición, para excusar los males que le están aparejados... En la última y primera alaba la vida mediana, porque [p. 298] es más segura, y en treinta y dos coplas se concluye todo el tratado.»
Lo primero que llama la atención en las Coplas de Mingo Revulgo, es su forma de diálogo, diálogo a la verdad sin acción por lo cual no puede calificarse de dramático, pero que no dejo de influir de un modo indirecto en los orígenes del teatro, siendo naturalísimo el tránsito desde él hasta las primeras églogas de Juan del Encina, que no le exceden mucho en artificio, y que visiblemente le imitan en el empleo de un lenguaje rústico y pastoril, algo convencional, como todos los de su especie, pero cuyos elementos parecen tomados del habla popular de la Extremadura alta y de ciertas comarcas de las provincias de Salamanca y Zamora. Como esta especie de églogas de nuevo cuño, esencialmente realistas y llenas de detalles prosaicos, ningún parentesco tienen con las bucólicas clásicas (que por otra parte el mismo Juan del Encina fué el primero que intentó naturalizar en castellano, traduciendo libremente las de Virgilio), y por otra parte tampoco se enlazan con la tradición lírica de las serranillas castellanas y gallegas, y de las vaqueras y pastorelas provenzales, hay que atribuir al ignorado autor de las coplas el haber dado la primera muestra de un nuevo género de representación de la vida de las cabañas, fielmente copiada del natural, sin ningún género de eufemismo, y destinada a entrar, como elemento nada secundario ni despreciable, no sólo en los primitivos conatos de nuestra escena, sino en el definitivo y glorioso teatro de Lope y de Tirso.
Pero aun siendo tan digna de notarse esta nueva y original manera de exposición, que rompiendo con la monotonía de los Cancioneros desciende al pueblo para hablarle en su lengua, todavía es cierto que lo pastoril y serrano no es en las Coplas de Mingo Revulgo una forma directa, una representación poética desinteresada, como lo había de ser en Encina y sus discípulos, sino un mero disfraz, a través del cual se trasparenta continuamente el fin satírico, la aplicación política, que el autor quiere inculcar bajo este velo alegórico. Aunque comedida en la dicción, la sátira es violentísima en el fondo, y casi todos los tiros van directamente contra la persona del Rey y de su mayor privado D. Beltrán de la Cueva. No otro que D. Enrique IV es el pastor Candaulo de esta sátira (alusión a aquel necio rey de Lidia, que [p. 299] por su insensatez perdió el reino de la manera que Herodoto refiere), el que encenagado en torpes vicios y en miserable ociosidad,
Ándase tras los
zagales
Por esos
andurriales
Todo el día
embebecido;
el que abandona la guarda de sus ovejas, por andar tras cada seto a caza de grillos;
Burlan de él
los mozalvillos
Que andan con él en
el corro.
Ármanle
mil guadramañas:
Uno l'pela las
pestañas,
Otro l'pela los
cabellos;
Así se pierde tras
ellos
Metido por las
cabañas.
Uno le quiebra el cayado,
Otro le toma el
zurrón,
Otro l'quita el
zamarrón,
Y él tras ellos
desbabado,
Y
aún el torpe, majadero,
Que se precia de
certero,
Fasta aquella
zagaleja,
La de Nava
Lusiteja
Le ha traído
al retortero.
Alusión evidente a los escandalosos amores del rey con la portuguesa Doña Guiomar de Castro, dama de la reina. Y en todo este enérgico pedazo, ¿quién dejará de reconocer la misma extraña fisonomía y condición de aquel degenerado, como hoy diríamos, a quien con tal vileza ponen delante de nuestros ojos las descripciones de los cronistas, sus contemporáneos? No acudamos al testimonio de Alonso de Palencia, ni siquiera al de Hernando del Pulgar, para que no se los recuse por sospechosos, como enemigos políticos que eran del Rey. Baste la semblanza, a ninguna inferior, que hizo su capellán y fiel servidor Diego Enríquez del Castillo, propenso siempre a excusarle en todo lo que puede. «Era persona de larga estatura y espeso en el cuerpo, y de fuertes miembros; tenía las manos grandes, y los dedos largos y recios; el aspecto feroz, casi a semejanza de león, cuyo [p. 300] acatamiento ponía temor a los que miraba; las narices romas e muy llanas, no que así nasciese, mas porque en su niñez rescibió lisión en ellas; los ojos garzos e algo esparcidos; encarnizados los párpados; donde ponía la vista, mucho le duraba el mirar; la cabeza grande y redonda; la frente ancha; las cejas altas; las sienes sumidas; las quixadas luengas y tendidas a la parte del ayuso; los dientes espesos y traspellados; las cabellos rubios; la barba luenga e pocas veces afeytada; el faz de la cara entre roxo y moreno; las carnes muy blancas; las piernas muy luengas y bien entalladas; los pies delicados... Holgábase mucho con sus servidores y criados; avía placer por darles estado y ponerles en honra...; compañía de muy pocos le placía; toda conversación de gentes le daba pena; a sus pueblos pocas veces se mostraba; huía de los negocios; despachábalos muy tarde... Acelerado e amansado muy presto... El tono de su voz dulce e muy proporcionado; todo canto triste le daba deleite; preciábase de tener cantores, y con ellos cantaba muchas veces... Estaba siempre retraydo... Tañía muy dulcemente el laúd; sentía bien la perfección de la Música; los instrumentos de ella le placían. Era gran cazador de todo linaje de animales y bestias fieras; su mayor deporte era andar por los montes, y en aquéllos hacer edificios e sitios cercados de diversas maneras de animales, e tenía con ellos grandes gastos... Las insignias e cerimonias reales muy ajenas fueron de su condición.»
En tal conformidad con la voz de la historia se nos presentan las Coplas de Mingo Revulgo, y esta es sin duda su principal importancia, aunque tampoco parezca despreciable su valor poético si se perdonan algunos rasgos afectados y sutiles que hacen revesada la lectura y obligan a recurrir con demasiada frecuencia al comento. Tres glosas nada menos han llegado a nuestros días, la de Hernando del Pulgar, que acompaña constantemente a las ediciones sueltas de estas Coplas, desde las más antiguas; [1] otra [p. 301] anónima, publicada por Gallardo, y otra de Juan Martínez de Barros, vecino de Madrid y natural de la villa del Real de Manzanares, compuesta en 1564. Tal abundancia de comentadores es indicio de la popularidad larga y persistente de estas Coplas, con las cuales apareció en Castilla un nuevo tipo de sátira política, una especie de poema de la Mesta, logrando el pastor Revulgo y el profeta Arribato notoriedad análoga a la de Pasquino y Marforio en Italia. La idea de hacer razonar a dos rústicos en su dialecto sobre los negocios públicos, reaparece en la literatura satírica de fines del sigloXVII, especialmente en los coloquios de Perico y Marica, y ha sido después arbitrio muy usado, especialmente en la poesía regional (gallega, bable...), y aun en los diálogos gauchos de la América Meridional.
Las Coplas de Mingo Revulgo continúan tan anónimas como las del Provincial, por más que sin fundamento se hayan echado a volar diversos nombres. Únicamente merece tenerse en cuenta el de Hernando del Pulgar, siquiera por el respeto debido a la autoridad del P. Mariana (libro 23, cap. 17), que afirmó sin vacilación y como cosa creída en su tiempo, que «Pulgar trazó unas coplas muy artificiosas que llaman de Mingo Revulgo, en que calla su nombre por el peligro que le corriera.» A lo cual añade el P. Sarmiento (núm. 872 de sus Memorias para la Historia de la Poesía) que «sólo el poeta se pudo comentar a sí mismo con tanta claridad, y no otro alguno, y que sólo el comentador pudo haber compuesto aquellas coplas.» Pero ni consta que Pulgar fuese poeta, ni el sentido político de las coplas es tan intrincado que [p. 302] no fuera empresa fácil para Pulgar o para cualquier otro contemporáneo el descifrarlas sin necesidad de haber sido su autor.
La forma métrica de las Coplas de Mingo Revulgo no ofrece materia a particulares observaciones. El metro es el octosílabo popular, como lo pedía la índole de la composición, y cada copla se compone de una redondilla y una quintilla, desligadas entre sí y con consonantes independientes.
[p. 289]. [1] . A título de curiosidad voy a imprimir (creo que por primera vez) algunas coplas de las que me han parecido menos soeces. Sigo la copia más
esmerada que he visto, la que sacó Gallardo de un manuscrito de don Vicente Noguera (conocido anotador de la Historia del P. Mariana en la edición de Valencia), el cual a su vez la había trasladado de otra copia de la biblioteca del marqués de la Romana:
¡Ah,
Fr. Conde sin condado,
Condestable sin
provecho!
¿A cuánto vale el
derecho
De ser villano
probado?
(Alude al condestable Miguel Lucas de Iranzo, uno de los
advenedizos levantados por Enrique
IV del estiércol, según la expresión de Palencia, pero que,
a diferencia de otros muchos, no se mostró indigno de su
elevación.)
.....................................
A
ti, fraile mal cristiano,
Que dejaste el
monasterio,
¿Por qué haces
adulterio
Con la mujer de tu
hermano?
—Por
haber generación
Que no se pierda el
linaje,
Ni se acabe ni se
baje
Por falta de algún
varón.
..............................
A
vos, Fr. Conde real,
Gran señor de
Benavente,
En venir
secretamente
Nos hiciste mucho
mal.
Difamáis
a la Abadesa,
Deshonráis a
Benavides,
Y a doña Aldonza de
Mesa,
Porque sin verla os
ides.
De
Rivadeo Fr Conde
Que de Villandrando
quedas,
Paga, paga las
monedas;
Que verdad nunca se
esconde.
Y aun me dijo una
tu tía,
Que lo diga y no lo
calle,
Que estando en
Fuenterrabía
Hiciste bodas con
Valle.
El
de Rojas, cuya es Cabra,
¿Conocéisle? Decí,
hermanos:
Hombre de muy buena
labia,
Mas no tiene pies
ni manos.
De Treviño fraile y
conde,
Manrique de
Sandoval,
La verdad nunca se
esconde:
Bien la sabe el
Provincial.
Que
de hoy más el escote
Podéis poner por
reseña:
Hijo de una casta
dueña
No os podrán poner
por mote.
¿A
cómo vale, Molina,
el cuerno que te
destroza?
A Fr. Duque de
Medina
Y a Fr. D. Juan de
Mendoza.
..............................
A
ti, fraile Adelantado
Que desciendes de
una negra,
¿Por qué haces tal
pecado
Con la hermana de
tu suegra?
—No
se haga de eso estima,
Pues el Prior de
León,
Sin tener
dispensación,
Hace bodas con su
prima.
.............................
Águila,
castillo y cruz,
Dime, ¿de dónde te
viene,
Pues que tu pila,
Capuz,
Nunca las tuvo ni
tiene?
El águila es de San Juan,
El castillo el de
Emaús,
Y en cruz pusiste a
Jesús,
Siendo yo allí
capitán.
(Al contador Diego Arias de Ávila, motejándole de judío.)
Trovador
era D. Duelo
De la parte de su
abuela,
Y D. Abraham, su
abuelo,
Hizo coplas en
cazuela.
.............................
A
ti, fraile Pero Moro
De la casa de
Guzmán,
¿Por qué cantas en
el coro
Las leyes del
Alcorán?
Dícenme
que siendo aún viva
Tu mujer doña
Francisca,
Te casaste a la
morisca
Con doña Isabel de
Oliva.
..............................
A
ti, Fr. Cuco Mosquete,
De cuernos
comendador,
¿Qué es tu ganancia
mayor?
¿Ser cornudo o
alcahuete?
—Así
me perdone Dios
(Y no lo digo por
salva)
Que de entrambas
cosas dos
He servido al Conde
de Alba.
A
ti, Fr. Diego de Ayala,
Marido de doña
Aldonza,
¿A cómo vale la
onza
De cuerno (así Dios
te vala)?
—A
Fr. D. Juan de Mendoza
Y al señor
comendador.
Que me dan con
grande honor
Miel, borra, pluma
y coroza.
Gil González Bobadilla,
Aquí quedarás
confuso,
Que andarás en esta
villa
Con una rueca y un
huso.
Porque
ha jurado Contreras
A la muy santa
Cruzada,
Que nunca en burlas
ni en veras
Pusistes mano a la
espada.
..............................
Fr.
Pedro Méndez,
hermano Privado de
Jeremías,
Dime tú: ¿Cuánto
darías
Por un cuarto de
cristiano?
..............................
A
ti diosa del deleyte,
Gran señora de
vasallos
Dícenme que tienes
callos
En el rostro del
afeite.
Y
que vuestra señoría
Tiene tres dientes
postizos,
Que sabe mucho de
hechizos
Y estudia
nigromancía.
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Vos,
doña Isabel de Estrada,
Declaradme sin
contienda
Pues tenéis abierta
tienda,
¿A cómo pagan de
entrada?
—Vaya
vuestra reverencia
A doña Inés
Coronel,
Que se ha visto en
el burdel
De la ciudad de
Valencia.
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A
vos, doña Inés Mejía,
Más fría que los
inviernos,
¿A cómo valen los
cuernos
Que ponéis a D.
García?
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¡Ah,
fraila, doña Mencía!
¡Como parecéis al
padre!
¡Bendita sea la
madre
Que tales hijas
paría!
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Por
la corte va y se suena
Que es muy gran
intercesora
Del Obispo de
Zamora
Doña Constanza de
Mena.
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Decidme, doña Lucrecia,
(En el nombre y no
en la fama),
¿A cómo vale el ser
necia
Y fingir mucho de
dama?
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Es
ya común opinión
Que doña Ana de
Guevara
Hace doblegar la
vara
Al alcalde
Mondragón.
Y que tiene su
deporte
Con D. Álvaro
Pacheco:
En decirlo yo no
peco,
Pues es público en
la corte.
Esto es lo más honesto y menos infamatorio de las coplas. Júzguese cómo será lo demás.
Hubo otro Provincial escrito por un don Diego de Acevedo en el reinado de Carlos V; pero los tiempos eran diversos, y esta nueva sátira no prosperó, fué olvidada muy pronto, y no sé siquiera que se haya conservado íntegra.
[p. 300]. [1] . La primera edición conocida de las Coplas de Mingo Revulgo parece ser la siguiente, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Lisboa:
Coplas d' mi / go revulgo glo= / sagas por Fer= / nando de Pul= / gar.
(Grabado y título circuído de una orla de madera, en cuya parte inferior dice: Germán Galhartd.)
4.º, letra gótica, a renglón tirado la prosa, y a dos columnas las coplas
20 páginas sin foliatura ni reclamos, signaturas a, c, de ocho páginas las primeras y de cuatro las últimas.
Portada.—Glosa de las Coplas de Mingo Revulgo, fecha por Hernando del Pulgar para el señor conde Haro (sic), condestable de Castilla.
Ocupa entera la página última el escudo de las armas reales de Portugal, grabado en madera.
Formar catálogo de las posteriores sería tarea poco útil. En el Catálogo de Salvá pueden encontrarse descritas algunas.
Hállanse reimpresas estas Coplas al fin de la Crónica de Enrique IV, de Diego Enríquez del Castillo (edición Sancha, 1787), y en el primer tomo del Ensayo, de Gallardo.