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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > III : PARTE PRIMERA : LA... > CAPÍTULO XXVIII.—DIFUSIÓN DE LA POESÍA CASTELLANA EN LA REGIÓN DE LENGUA CATALANA DE LA CORONA DE ARAGÓN (CATALUÑA, VALENCIA Y MALLORCA).—CONCENTRACIÓN DEL MOVIMIENTO POÉTICO EN VALENCIA.—POETAS VALENCIANOS: MOSÉN JUAN TALLANTE; EL CONDE DE OLIVA; DON SER

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Coincidió con la triunfante difusión de la poesía castellana en Portugal, un movimiento análogo, aunque menos intenso, en aquella parte de la corona de Aragón cuya lengua nativa era la catalana, es decir, en Cataluña misma, en Valencia y en Mallorca. Pudiera creerse a primera vista que la unión de estos reinos con el de Castilla debió de hacer más activa allí la propaganda de nuestra lengua y literatura, puesto que tanto lo era en el reino occidental de la Península, no sólo independiente, sino inveterado enemigo de los castellanos y leoneses. Pero precisamente sucedió [p. 398] lo contrario, debiendo atribuirse este fenómeno a la diferencia mucho más profunda que media entre el habla catalana y la castellana que entre la castellana y la portuguesa, lo cual hacía mucho más difícil el uso promiscuo de ambas; y a la circunstancia de haber poseído Cataluña en la Edad Media una literatura mucho más adulta y variada que la de Portugal, siendo precisamente el siglo XV el de su apogeo, a lo menos en el campo de la poesía, puesto que el de la prosa más bien corresponde al XIV, en que florecieron sus principales cronistas, Desclot y Muntaner, y sus grandes escritores enciclopédicos, Ramón Lull y Eximenis. Pero a la centuria siguiente pertenecen el principal monumento de la prosa novelesca (Tirant lo Blanch); el mayor poeta lírico, Ausias March, superior al Petrarca en profundidad de sentimiento, aunque no en la forma, que es muchas veces árida y escolástica, el mayor satírico, Jaime Roig, cuyo Llibre de les dones puede considerarse como eslabón intermedio entre el Arcipreste de Hita y la novela picaresca; y el iniciador resuelto del gusto clásico, y precursor inmediato de Boscán, Mosén Ruiz de Corella.

Claro es que una literatura tan robusta, no podía ceder de un golpe a ninguna invasión extraña, si bien comenzaban a notarse en ella síntomas de decadencia. El movimiento poético, que nunca fué muy grande en la antigua Barcelona, y que siempre arrastró allí la vida artificial de los certámenes, había cesado casi del todo a fines del siglo XV, sin que dejasen de contribuir a ello las largas turbulencias civiles del reinado de D. Juan II, y la decadencia social y mercantil de la ciudad, que notaron viajeros contemporáneos, entre ellos Alonso de Palencia. El movimiento poético se había concentrado en Valencia, que era la Atenas de La corona de Aragón. Valencianos son todos los poetas dignos de mayor renombre en esa centuria.

Pero precisamente Valencia estaba mucho más abierta que Barcelona a la influencia del castellano, que penetraba por las tres fronteras de Aragón, de Cuenca y de Murcia, invadiendo las vegas del Segura y del Júcar. [1] Además, antiguos lazos históricos, [p. 399] nunca olvidados del todo, establecían cierto género de fraternidad entre los castellanos y los hijos de la alegre ciudad que se gloriaba de haber sido reconquistada por el Cid antes de serlo por D. Jaime. Los vínculos con Cataluña no eran tan estrechos como pudiera creerse por la comunidad de raza y de lengua, y en los últimos tiempos se habían aflojado no poco, a causa de ser Valencia reino aparte y regido por diversas instituciones. Pero más que todas estas causas, influyó una puramente fonética. El catalán sonaba en aquellas risueñas playas de un modo muy diverso que en las ásperas gargantas pirenaicas, y los labios que le modulaban podían sin grande esfuerzo adaptarse a la emisión de los sonidos castellanos. Valencia estaba predestinada para ser bilingüe, y lo fué muy pronto, y con mucha gloria suya y de la patria común. No abandonó la lengua nativa, pero cultivó amorosamente la castellana, y durante todo el siglo de oro fué uno de los centros más activos de la literatura nacional, compartiendo las glorias de Salamanca y de Sevilla. Sus poetas líricos rivalizaron con los mejores: sus poetas dramáticos, más bien que discípulos de Lope, fueron colaboradores en su obra, y acaso precursores suyos.

Ya a principios del siglo XVI era muy cultivada la poesía castellana en Valencia. Basta abrir la primera edición del Cancionero General, hecha en aquella ciudad en 1511, para cerciorarse de ello. El primer ingenio cuyos versos aparecen allí, es un valenciano, Mosén Juan Tallante, de quien hay diez y seis composiciones, todas de índole religiosa, siendo las más extensas una Obra en loor de las XX Excellencias de Nuestra Señora, en coplas de arte mayor, muy semejantes en el estilo a las del cartujano Juan de Padilla; y otra Sobre la libertad de Nuestra Señora del pecado original, también en dodecasílabos, pero combinados en un nuevo género de estancias de doce versos, que no deja de tener amplitud y solemnidad. Pero lo mejor de Tallante son los versos cortos, especialmente el bello y sentido romance de la Pasión:

        [p. 400] En los más altos confines
       D' aquel acerbo madero...

y esta invocación mirando a un crucifijo, la cual agrada por su misma sencillez y ausencia de arte:

       ¡Inmenso Dios perdurable,
       Qu' el mundo todo criaste
       Verdadero,
       Y con amor entrañable
       Por nosotros expiraste
       En el madero!
       Pues te plugo tal passión
       Por nuestras culpas sofrir
       ¡O Agnus Dei!
       
Llévanos do está el ladrón
       Que salvaste por decir
        ¡Memento mei!

Otros versos suyos al triunfo de la Cruz son notables porque contienen la misma leyenda que sirvió de base a Calderón para su grandioso drama simbólico La Sibila del Oriente. La lengua en Mosén Tallante no es enteramente pura; pero más bien que catalanismos o valencianismos (aunque hay algunos, como vincle, cangre) lo que se nota en él son latinismos y neologismos pedantescos, y aun a veces bastante impropiedad y torpeza de expresión.

El Conde de Oliva, Mecenas del colector Hernando del Castillo, sigue las huellas de Mosén Tallante, en unas coplas de arte mayor sobre el Ecce Homo, dispuestas también en estancias de a diez versos, pero con la novedad de ser pareados los finales: disposición que encontramos también en un Loor de San Eloy, compuesto por Nicolás Núñez, el continuador de la Cárcel de Amor, que, si no era valenciano, por lo menos residía en Valencia. [1] Hay también del Conde tres canciones amorosas, una ficción alegórica en forma de diálogo con un ermitaño, dos respuestas a otras tantas preguntas de los trovadores Quirós y Mosén Crespí de Valldaura, y otros juguetes de poca monta. Llamóse este personaje D. Seraphin de Centelles (+ 1536), y aunque hubo otros poetas en su familia, parece, por el tiempo en que floreció, que a éste ha de referirse el elogio de Gil Polo en el Canto del T'uria:

        [p. 401] Paréceme que veo un excelente
        Conde, que el claro nombre de su oliva
       
Hará que entre la extraña y patria gente,
       Mientras que mundo habrá, florezca y viva:
       Su hermoso verso irá resplandeciente
       Con la perfecta lumbre, que deriva
       Del encendido ardor de sus Centellas,
       
Que en luz competirán con las estrellas.

Entre sus contemporáneos tuvo mucho crédito, así de armas como de letras. Según refiere Juan Bautista Agnesio, [1] se le llamaba entre los magnates de su tiempo «el conde letrado» (comes litteratus). Militó en la guerra del Rosellón y en la resistencia contra los tumultos de la Germanía, y a sus campañas alude Nicolás de Espinosa, continuador del Orlando (canto 5º).

       Su brazo contra Salses diamantino
       Con gran valor y fuerzas señalaba.

Fué generoso protector de los ingenios de su tiempo, si bien no se mostró muy espléndido con el cordobés Luis de Narváez, que en desagravio escribió su libro de las valencianas lamentaciones. En cambio, el excelente versificador latino D. Jaime Juan Falcó, le dedicó un bello epitafio. [2]

Mejor poeta que Tallante y Oliva fué el comendador Escrivá, de quien en este tomo dimos larga noticia. Omitió su nombre Gil Polo en el Canto del Turia, acaso por considerarle catalán; pero se acordó con mucho encarecimiento de Mosén Crespí de [p. 402] Valldaura, otro de los ingenios del Cancionero, diciendo de él con la hipérbole propia de tales panegíricos poéticos:

       Que el verso subirá a la excelsa cima,
       Y ha de igualar al amador de Laura.

No justifican tales predicciones los insignificantes versos suyos que nos conservó Castillo, y son en general preguntas y glosas. Sólo merece citarse, porque realmente es muy linda, esta esparsa, «conhortando una dama, que estaba muy triste, porque un galán que la servía se era casado»:

       Las aguas terribles y nieblas escuras
       Muy presto se vuelven en muy claros días:
       Las guerras crueles e malas venturas
       Por tiempos se mudan en paz y alegría:
       El ave que mata la garza en el cielo,
       A su seno vemos muy mansa volver:
       Pues, dama discreta, vivid sin recelo;
       Que presto veréis tornar el placer.

Aunque escribiendo casi siempre en castellano, conocía y apreciaba Mosén Crespí a los poetas de su lengua nativa, como lo prueba el hecho de haber glosado una canción de Mosén Jordi de Sent Jordi. [1]

Descendía este D. Luis de la nobilísima familia de su apellido, a quien pertenecía el señorío de Sumacárcer y Alcudia en la ribera del Júcar. En 1502 era catedrático de Cánones en la Universidad de Valencia, y fué electo rector en 1506.

Figuran también como poetas castellanos el comendador don Luis de Castellví, D. Francisco Castellví, D. Francisco Fenollete, D. Francés Carroz, Mosén Jerónimo Artés, Mosén Cabanillas, y un D. Alonso de Cardona, de cuya ilustre prosapia catalana no puede dudarse. Algunos de estos trovadores manejan con bastante soltura la castiza forma del romance, y aun D. Alonso de [p. 403] Cardona se abrevió a acabar a su manera, esto es, en el gusto cortesano y sentimental, uno que califica de viejo:

       Triste estaba el caballero,
       Triste está, sin alegría...

En el mismo género tiene otro, enteramente de su composición, más afectuoso y menos alambicado de lo que suelen ser estos romances alegórico amatorios, que tan en boga estuvieron en tiempo de los Reyes Católicos:

       Con mucha desesperanza,
       Que es mi cierta compañía,
       Iba por un valle escuro
       Donde nunca amanescía...

Del comendador Castellví tenemos otro muy semejante:

       Caminando sin placer
       Un día, casi nublado,
       El pesar iba conmigo
       Que me tiene acompañado...
       Por los campos de Tristura
       Hacia el monte del Cuidado;
       Que allá tengo mi morada
       Y allá vivo aposentado.

Nada más difícil que caracterizar a estos poetas, tanto por el pequeño número de muestras que de cada uno poseemos, como por lo amanerado y monótono de la escuela a que todos ellos pertenecen. D. Alonso de Cardona [1] maneja con soltura el discreteo galante, por ejemplo:

       Mi alma de mí está ausente,
       Mis nuevas no las sé yo,
       Que después que me dexó,
       Allá está con vos presente;
       Vos verés lo que ella siente.

Lo mejor que tiene en este género, es una glosa a cierta canción que hizo Jerónimo Vich en loor de la Condesa de Concentaina. [p. 404] A veces extrema la hipérbole amorosa, comparando, por ejemplo, el desconsuelo en que le dejó la partida de su dama:

       Con aquel propio dolor
       Que tienen los condenados
       En no ver su Hacedor.

Aunque calificados por Amador de los Ríos de aragoneses D. Francés Carrós Pardo y Mosén Jerónimo de Artés, no encuentro sus nombres en la Biblioteca de Latassa, y todos los indicios me mueven a tenerlos por valencianos.

La principal composición de D. Francés es una visión del género dantesco, que puede titularse Consuelo de Amor, en la cual «finge que, paseándose por descansar de sus trabajos, halló gran número de personas de estado, en los gestos de las quales conosció alteración grande que denotaba en las entrañas ser cruelmente heridos; y deseoso de saber lo que no sabía, comenzóles de hablar en esta manera, y ellos le respondieron de la forma que aquí parescerá», y de la cual hago gracia al lector, que estará tan empalagado como yo de semejantes visiones, que sólo el incansable Amador era capaz de compendiar y exponer en su atildado estilo.

Glosó D. Francés una canción de Juan Rodríguez del Padrón, y escribió lindos versos a una dama con el motivo que en esta rúbrica se expresa: «Estando en una sala delante de una señora, arrimado a un paño de ras, mirándole la señora, y conosciendo en su rostro que debiera estar apasionado, le dixo: «¿Soys vos la pintura del paño, o soys vos el que yo veo?» Él, con una sonrisa, disimuló la respuesta; entonces ella, sabiendo que había servido a una muy hermosa dama, le dixo: «Decidme, ¿puédese bien amar más del primer amor?» A la cual respondió que no, si ella era la primera, y porque ella mostró enojarse de la respuesta, él haze esta obra» (núm. 910 del Cancionero). Una sola composición tiene en octavas de arte mayor, por cierto bien construídas:

       El túrbido cielo de nubes gravoso,
       Se haze muy claro, sereno, estrellado;
       Son hechas las iras de mortal desgrado,
       Segura amistad y paz con reposo;
        [p. 405] El árbol sin hojas floresce hermoso,
       Los campos desiertos las gentes poblaron,
       Las cosas caídas en alto se alzaron,
       Mis cuitas por siempre me tienen quexoso.

En el mismo metro, pero con la nueva combinación de estancias de diez versos (que pudiéramos llamar valenciana, puesto que no la he visto usada antes de estos poetas), está compuesto otro poema alegórico dantesco de Jerónimo de Artés, intitulado Gracia Dei. Perdido el poeta por oscuro valle, se encuentra con siete bestias ferocísimas, que eran los siete pecados capitales, de cuyas embestidas le libra un mancebo en hábito blanco. Lo que hay de trivial en este artificio, está compensado en parte con el mérito del estilo y de la versificación, que son vigorosos y entonados.

Un cierto Trillas, de quien nada más que el nombre sabemos, se asoció a Mosén Crespí de Valldaura, para llorar con poco numen la muerte de la Reina Católica en unas enfadosas sextinas, las primeras castellanas que he visto en esta ingrata combinación que de los provenzales pasó al Petrarca. Los seis finales se repiten en cada estrofa, pero los versos no son de once sino de doce sílabas, como todos los metros largos del Cancionero de 1511.

De D. Francisco Fenollete o Fenollet (seguramente deudo del traductor catalán de Quinto Curcio) y del jurado de Valencia Mosén Narcís Vinyoles, más conocido por su traducción de la célebre compilación historial de Fray Felipe de Bérgamo, Supplementum Chronicorum (1510), hay algunas glosas, canciones y preguntas. Mosén Vinyoles hizo también versos italianos, [1] y como trovador en su nativa lengua intervino en el famoso Procés de les Olives, dejando también poesías de más grave y honesto argumento, como las Cobles en laor de la gloriosa sancta Catalina de Sena, publicadas con la vida de la Santa que escribió Miguel Peres (1494). Mereció de Gil Polo esta mención en el Canto del Turia.

        [p. 406] Y al gran Narcís Viñoles, que pregona
       Su gran valor con levantada rima,
       Texed de verde lauro una corona... [1]

Mejor la hubiera merecido Mosén Bernardo Fenollar, a quien el mismo Gil Polo compara nada menos que con Virgilio, y de quien sin disputa puede afirmarse que fué el mejor poeta valenciano de su tiempo,

       eclesiastich
       molt graciós y molt fantastich
       y molt sabut,
       y entre la gent molt conegut
       per excellent,
       de molt gentil enteniment
       y singular,
       Mossen Bernart de Fenollar...

como escribió de él su amigo Gazull. Nada importan sus versos castellanos (que se reducen a una canción y a dos preguntas) pero no es indiferente saber que los hizo. Su verdadera gloria consiste en los que escribió en su dialecto natal, ya de materia piadosa, como el diálogo sobre la pasión que compuso con Pedro Martínez, [2] poema casi dramático, y que tiene algunos pasajes [p. 407] de gran fuerza patética, dignos de ser comparados con los mejores del auto castellano de Lucas Fernández sobre el mismo argumento; ya de profanos y aun picarescos asuntos, como el ya citado pleito o Procés de les Olives, cuyo tema es: si son más a propósito para el matrimonio los jóvenes o los viejos. Uno de los que terciaron en esta contienda, fué el ingeniosísimo Jaime Gazull, a quien debemos Lo Sompni de Joan Joan, que es lo más agudo y chistoso del libro, y la Brama deis llauradors del Orta de Valencia contra Mosén Fenollar, porque les reprendía algunos vocablos como impropios o menos puros. [1] Gracias a estos amenos poetas, cuyo donaire se perdió las más veces en cosas fútiles, persistió durante todo el siglo XVI la tradición de la festiva musa de Jaime Roig, siendo quizá Gaspar Guerau de Montmajor el último de sus imitadores, cada vez más castellanizados.

Es de notar que tanto Fenollar como Gazull y otros poetas bilingües, jamás hacen uso del verso de once sílabas en sus composiciones castellanas, aunque estuviesen tan habituados a emplearle en su propia lengua; y esto no sólo en la poesía elevada, donde era casi exclusivo, sino hasta en la familiar y festiva, puesto que vemos, por ejemplo, que en Lo Sompni de Joan Joan se interpolan en las coplas de pie quebrado estancias de diez endecasílabos con el obligado acento y pausa en cuarta sílaba, conforme al uso de la métrica catalana. Cualquiera de estos poetas hubiera podido dar el paso que dió Boscán, y, sin embargo, ninguno de ellos lo intentó; y es que, cuando escribían en castellano, procedían como imitadores tímidos, procurando no desviarse en nada de la pauta de sus modelos. Así Gazull glosa una copla amatoria de Jorge Manrique:

       No sé por qué me fatigo,
       Pues con razón me vencí,
       No siendo nadie conmigo
       Y vos y yo contra mí...

[p. 408] Y sigue el pésimo ejemplo de Garci-Sánchez de Badajoz, aplicando el Salmo De profundis a sus pasiones de amor.

En un poemita del bachiller Ximénez (que, si no era valenciano, no debía de vivir muy lejos de Valencia), titulado Purgatorio de amor (núm. 964 del Cancionero), se enumeran, entre los leales amadores, algunos de los poetas citados hasta aquí, y otros nobles señores de aquel reino, que probablemente lo fueron también, aunque no hemos visto coplas suyas: tales son: el Conde de Concentayna, el de Albaida, D. Rodrigo de Borja, D. Rodrigo Corella, D. Miguel de Vilanova, D. Juan y D. Pedro Buyl, D. Luis de Calatayud, D. Ramón Carroz. Todos estos apellidos, que son de los más ilustres de Valencia, prueban el carácter esencialmente aristocrático que tuvo allí, como en Portugal, la imitación de los trovadores castellanos.

Foco y centro de esta rezagada escuela trovadoresca, que conservó sus prácticas hasta muy entrado y aun mediado el siglo XVI, fué la corte de los Duques de Calabria, retratada tan al vivo en El Cortesano de Luis Milán, que, como poeta y como músico, fué uno de los principales ornamentos de ella, juntamente con su émulo Juan Fernández de Heredia. Éste figura ya en el Cancionero de 1511; pero sus obras más importantes y la colección de todas ellas pertenecen a tiempos muy posteriores, para los cuales reservamos el análisis de este curioso grupo artístico y social.

Hemos dicho que en Barcelona fué menos activa que en Valencia la propaganda de la poesía castellana. Sin embargo, ya en el Cancionero de Stúñiga, cuyo contenido pertenece casi por completo al reinado de Alfonso V, hay versos castellanos de trovadores catalanes, como Mosén Juan Ribelles, y el famoso detractor de las mujeres Pedro Torrellas. [1] No son de poeta catalán, como creyó su editor, sino aragonés, las notables estancias de arte mayor [2] con que en 1472 el cronista del príncipe D. Fernando exhortaba a la rendición a la ciudad de Barcelona, después de la [p. 409] sangrienta y porfiada guerra civil de los diez años, formulando en noble estilo una especie de programa de política monárquica:

       Con armas en guerra, en paz con las leyes
       Se quieren los reynos, Señor, conservar;
       Mas ¡guay de la tierra do todos son reyes,
       Do todos presumen regir e mandar!
       Un Dios en el cielo, un Rey en la tierra
       Se debe por todas las gentes temer.
       Quien esto no teme, comete gran yerra;
       Por cuanto do tanta malicia se encierra,
       No pueden los reynos, Señor, florescer.

[p. 410] Pero al tiempo de los Reyes Católicos pertenece un poeta indisputablemente catalán, y por añadidura catalán del Rosellón, que escribió en nuestra lengua la mayor parte de su Cancionero, y es el más digno de ser citado antes de Boscán. Llamóse Pedro Moner: su libro es de los más raros de la poesía española. Las noticias biográficas del autor constan en una carta, a modo de dedicatoria, escrita por Miguel Berenguer de Barutell, primo hermano del autor, ya difunto en 1529, a D. Hernando Folch, duque de Cardona:

«Las obras de Moner, primo hermano que fué mío, como yo mejor las he podido haber a mis manos, he acordado, muy ilustre Señor, de poner por orden y enmendallas y hacer que se imprimiesen. Hame movido a esto la obligación de deudo que con él tuve. De quienquiera hubiera lástima que se perdieran, cuanto más de un pariente tan cercano, que la honra de un ingenio que en la vida tanto floreció no era razón que en la muerte donde había de crecer se perdiese... Él en todas sus cosas vivió ganando honra, y así es razón que agora después de muerto no se la quitemos siendo tan suya...

»Nacido en tiempo que enemigos tenían cercado el castillo de Perpiñán, y su padre dentro y todos los suyos sufriendo los trabajos y peligros del cerco por servicio del Rey don Johan de Aragón, padre del Rey Católico, de edad de diez años le recibió el Rey por paje, al cual no sirvió más de seis años, porque el Rey se murió; fuése luego después desto a Francia, y sirvió allí dos años a un gran señor de aquel Reino, adonde aprendió la lengua francesa, y vuelto, anduvo en las galeras del Conde de Prades cerca de año y medio para probar su fortuna, porque había perdido su patria y sus bienes por servicio de su Rey: sucedió después la guerra de Granada, y fuese allá, porque vió cuán [p. 411] buena obra era servir en tal necesidad a Dios y a su príncipe. Después, recebida alguna merced del Rey Católico, vino a Barcelona y asentó con el Duque de Cardona, padre de Vuestra Señoría. En este tiempo amó una señora de su tierra con tanta verdad, que basta para descargo de las liviandades que suelen traer los amores. Después de haber andado en esto mucho tiempo, probada su persona así en hechos de esfuerzo como en otras obras de virtud y de honra, y en fin, menospreciando el mundo, de edad de veintiocho años se metió fraile en la religión de San Francisco en el Monasterio de Jesús en Lérida, a donde con mucha constancia y alegría hizo penitencia. Murió en esta casa de Barcelona de la misma Orden, a do vino por serle más natural, y parece que no sin misterio, porque murió al cabo del año o poco más el día mismo que le hicieron profeso, en tiempo que el hervor de su devoción se mostraba en mayor grado y le tenía más ocupado su juicio... De hombre que así vivió y murió no me ha parecido que su fama se callase, y así, como arriba dije, he querido publicar sus obras y agora enderezallas a Vuestra Señoría... Sus obras, aunque en algunas cosas traten materias livianas, son tratadas con tan gentil ingenio, con tan próspera invención, con tan graves sentencias, con tan derecho juicio, y en fin, con tan buen estilo, que la liviandad cesa y todas estas cosas quedan: cuanto más que no ha sido poca dificultad lo liviano tratallo gravemente sin pesadumbre. Dígolo de lo que menos él ha escrito: que de lo más que él compuso, y quizá todo, si bien se considerase, podráse muy bien ver que al cabo se reduce en cosas graves, y de donde se puede sacar mucho provecho, si en manos del que lo leyere no se pierde.» [1]

[p. 412] Empieza este volumen con una visión o fantasía moral en prosa: Obra intitulada «La noche de Moner», más propiamente llamada Vida Humana: la cual el autor dedicó a la Duquesa de Nájera Doña Juana de Cardona. En este castillo alegórico, que sigue la traza y pauta de las composiciones de su género, aparecen personificados el odio, el deseo, la pasión, el deleite, la tristeza, la esperanza, la desesperación, el temor, el descuido, la ira, la mentira, la pobreza; y todo género de vicios y virtudes.

Las poesías castellanas, que son en bastante número, pertenecen todas a la escuela de fines del siglo XV, entre cuyos autores el predilecto de Moner parece haber sido Juan del Enzina, a quien manifiestamente imita, sobre todo en los versos cortos, que son en uno y otro poeta mejores que los largos. Ni la versificación ni la lengua de Moner son intachables, y con frecuencia se conoce que no había vivido en Castilla, por lo cual claudica a veces en el legítimo acento no menos que en la propiedad de las palabras, pero tenía oído musical, y remeda con bastante soltura la manera de las canciones y los villancicos de Enzina. Citaré dos ejemplos, uno profano y otro sagrado. Sea el primero parte de un diálogo bastante fácil y gracioso entre un cazador y una águila, símbolo de la egregia señora a quien el poeta amaba y servía con poca fortuna:

       ¿ Dónde irás a posar,
       Aguililla caudal?
           
Polla zahareña,
       ¿Quién detrás te corre?
       Deja la cigüeña
       Del nido en la torre;
       Mas por [1] tu volar
       Que las nubes pasa,
       Mi vista es escasa,
       No puedo alcanzar
        Dónde irás posar.
            [p. 413] Las alas al cielo,
       No temes pihuelas:
       Es gran desconsuelo
       Que siempre más vuelas.
       Por ver dónde tiras
       Yo me fago mal,
       Tú muy bien lo miras,
       Aguililla caudal.
       .........................................
           ¿Qué gloria sería
       Poderte cebar,
       Dónde irás a posar?...
       ..........................................
           Reina de las aves
       En todas maneras,
       Mis pasos son graves,
       Tus alas ligeras...
       .........................................
           Aguililla ajena,
       Que en las nubes luces,
       No hay carne tan buena
        Que no la rehuses;
       No espere ninguno
       Que quieras bajar,
       Pues si vas de ayuno,
       ¿Quién puede acertar
       Dónde irás posar?
           Entre las hermosas
       Tú sola hermosa,
       Si en cumbre te pones,
       No sea fragosa:
       Pósate donde era
       El verde pradal,
       Si fuere ribera,
       No sea arenal,
       Aguililla caudal.
           Aguililla esquiva,
       Pósate en poblado
       Mientras que yo viva,
       Terné este cuidado;
       No espero que vea
       Cuál querrás tomar,
       Mas cualquier que sea,
       Bendito el lugar
       Donde irás posar.

[p. 414] Contesta el ave:

       Déjame volar,
       Cazador de mal.
       En balde te quejas
       Por cosas que sueñas,
       Ni es mucho si dejas
       Por mí las cigüeñas;
       Mas de mi vida
       No cures pensar,
       Que llevo por guía
       Mi vista sin par,
       Déjame volar.
       ....................................
       Encubre rodeos
       De tantos amaños,
       Que vuestros deseos
       Son todos engaños;
       Soy suelta aguililla,
       No me he de trabar,
       Ni tengo mancilla,
       Pues vas a engañar:
       Déjame volar.
       ....................................
       Cetrero dudoso,
       Que mal fantaseas
       Tú estás peligroso
       Si más me deseas.
       Según vas a tranco
       Y a más más andar,
       El llano es barranco,
       Podrás tropezar:
       Déjame volar.

El cuitado amador responde:

       No puedo olvidarte
       Después que te vi;
       Caer por mirarte
       Es bien para mí;
       Si estás enojada
       De mi porfiar,
       No pierdes tú nada,
       Déjame mirar
       Dónde irás posar.

                 [p. 415] ELLA
       Si tú ves tan poco
       Y yo voy tan alta,
       Dirán que eres loco,
       Que miras en falta;
       En tal cetrería
       No hay buena señal:
       Deja la porfía,
       Que es negro caudal,
        Cazador de mal.
   
                
EL
       Aguililla ufana,
       Cuant más alta vas,
       Me pone más gana
       De irte detrás:
       Qu' en sola fianza
       D' en ti contemplar,
       Mayor bien se alcanza
       Que de otra gozar:
        ¿Dónde irás volar?

Paréceme que el trovador rosellonés se acordaba de aquel lindo villancico de Juan del Enzina:

       Montesina era la garza
       Y de muy alto volar,
       ¡Quién la pudiera alcanzar!

La imitación del poeta salmantino es todavía más visible en estas Coplas a Nuestra Señora:

       Tú me guía, reina mía,
       Tú me guía.
       ........................................
       Tarde me vuelvo, señora,
       Pero más vale algún hora
       Que jamás;
       Porque eres dulce e muy pía,
       Todavía,
       Tú me guía, reina mía,
       Tú me guía.
       Tú no eres desconocida
       A ninguno,
       Ni es cualquiera que te pida
       Importuno:
        [p. 416] Quien te sirve, no desvía
       De alegría;
       Tú me guía, reina mía,
       Tú me guía.
       Tú nunca juzgas con ira
       Las personas;
       A aquel que por ti sospira
       Gualardonas;
       Tú no sigues fantasía
       Ni porfía;
       Tú me guía, reina mía,
       Tú me guía.
       ............................................
       Sin zelos son tus amores
       Escogidos;
       Por ser tus altos valores
       Infinidos;
       Cuantos siguen esta vía
       Van de día;
       Tú me guía, reina mía,
        Tú me guía.
       ............................................
       Entre Dios y mí te pone,
       Reina pura,
       Haz que tu hijo perdone
       Mi locura,
       Porque si más la seguía,
       Hundirme hía;
       Tú me guía, reina mía,
       Tú me guía.
       ............................................
       Sácame, Virgen, d' aquí
       D' esta selva,
       Haz que el que murió por mí
       Que me absuelva,
       Destruye la idolatría
       Que tenía;
       Tú me guía, reina mía,
       Tú me guía.
       Hoy comienzo, te sirviendo,
       Libro nuevo,
       En tus manos encomiendo
       Lo que llevo;
       Mi alma que se perdía
       Tú la guía,
       Tú me guía, reina mía,
       Tú me guía.

[p. 417] Basta con los trozos transcritos, para estimar que Moner, aunque bastante incorrecto (en lo cual tiene disculpa), no es un poeta indigno de memoria, siquiera por haber sido el primer catalán que hizo versos castellanos tolerables.

Entre las pocas obras que compuso en su lengua nativa, merece especial atención L' anima de Oliver, que es una imitación del famoso Sompni, de Bernal Metge. Supone el autor que se le aparece el alma de un caballero amigo suyo ya difunto, y que disputa con él copiosamente sobre el libre albedrío.

En Mallorca, cuyo aislamiento geográfico hacía más lenta las evoluciones literarias que en Cataluña y Valencia, no hubo poetas castellanos hasta muy mediado el siglo XVI, y después del triunfo definitivo del endecasílabo y de la escuela italiana, siendo Jaime de Oleza el primero digno de mención, como a su tiempo veremos.

La influencia de la poesía castellana en las regiones orientales de la Península a fines de la centuria décimaquinta, se manifiesta no sólo por la existencia de poetas bilingües, sino por la introducción y el empleo cada vez más frecuente del verso castellano de arte mayor, que Mosén Ruiz de Corella usó por lo menos una vez:

       Ma gran caritat, amor e larguesa...

y que sirvió a Fenoller y a Escrivá para su famoso diálogo sobre la Pasión, compuesto todo en estrofas como ésta:

       Qui, Deu, vos contemple | de la creu en l'arbre
       Penjat entre ladres, | per nostra salut,
       Tanchats te los ulls | e lo corde marbre
                         Ab ingratitut,
       Si tostemps no plore | d'amor gran vençut,
       Pensat quina mort | volgués humil pendre
       Per sols a nosaltres | la vida donar,
       Ab cap inclinat | los brassos estendre
                    Mostrant-nos amar;
       Perque-us desijam | en creu abrassar.

Hasta en Mallorca había penetrado el verso de doce sílabas, como lo prueba el Meyspreu del mon de Francisco Oleza:

        [p. 418] Ab manto de plors | el cel se cobría
       Y tota la terra | mostrava gran dol...

contestado en el mismo metro por Benito Espanyol.

Había una razón más para que la poesía castellana fuera infiltrándose rápidamente en la cultura del Levante de la Península. La Corona de Aragón era una monarquía federativa, que comprendía cuatro estados autónomos: tres de ellos de lengua catalana (el condado de Barcelona, el reino de Valencia, y el de Mallorca), y otro de lengua castellana, hablada con variantes de dialecto, que era el reino de Aragón propiamente dicho, destinado por su posición intermedia a servir de lazo entre ambas lenguas y literaturas. Este dialecto, que suele calificarse como de transición (aunque en rigor filológico sea muy dudoso que tal género de dialectos existan), tuvo en la Edad Media uso no solamente jurídico y diplomático, sino literario, como lo acreditan las numerosas traducciones y compilaciones historiales mandadas hacer por el famoso Maestre de San Juan, Fernández de Heredia. Pero parece que este cultivo se limitó a la prosa, puesto que los poetas aragoneses, ya bastante numerosos en el Cancionero de Stúñiga, en el llamado de Herberay, y en otros de la segunda mitad del siglo XV, si bien atentamente examinados pueden ofrecer algún provincialismo, en general se sujetan a la norma de los trovadores castellanos y escriben en la lengua común y corriente, es decir, en la insípida lengua de los cancioneros, que debía de ser muy fácil de manejar cuando con tanta presteza se la asimilaba todo el mundo. [1] Hemos dado a conocer, en capítulos anteriores, a [p. 419] algunos de estos ingenios, tales como Pedro de Santafé, Mosén Hugo de Urríes, D. Juan de Sessé, Pedro de Moncayo. Pero bien puede decime que antes de la aparición del notabilísimo Cancionero de D. Pedro Manuel de Urrea (1513), aunque hubiese versificadores en Aragón, no hubo propiamente poesía. La de Urrea lo es algunas veces, y con una sinceridad de sentimiento a que no nos tienen muy acostumbrados los líricos de la Edad Media.

Era este poeta hijo segundo del Conde de Aranda, D. Lope (primero de este título), y su nacimiento puede fijarse aproximadamente en 1468, puesto que él mismo dice que contrajo matrimonio a los diez y nueve años de edad, y la fecha de las capitulaciones es de 1505. Era muy niño cuando murió su padre, circunstancia a que alude en una notable composición que citaremos después, en la cual finge que en sueños se le aparece su sombra:

       Díxome: «¿No me conoces,
       D. Pedro Manuel de Urrea?
       A quien gran bien te desea,
       Óyele y no te alboroces.
       Soy aquel que te engendró,
       Que mi sangre en ti se encierra
       Según vi;
       Soy aquel que se partió;
        Cuando veniste a la tierra
       Me partí.»
       
Oyendo yo estos antojos,
       Con esfuerzo no liviano,
       Llegué y beséle la mano
       Con lágrimas en los ojos...
       Viendo lo que hubo hablado,
       De rodillas a él llegué
       Y las manos le besé
       Con el corazón quebrado;
       Díxele: «Señor, señor,
        [p. 420] En mi desdicha partiste
       Tú dichoso:
       Fuiste a ver al Salvador;
       Yo, triste, quedé en lo triste
       Sin reposo.
       Un dolor me veo tener:
       Entrando tú en blancos paños,
        Por no pasar de cuatro años
       No te pudo conocer...
       
Mas cuando sin ti me vi
       Que tan triste yo quedé,
       ¿Por qué yo no te alcancé
       O tú no alcanzaste a mí?
       Que en quitar lo que baldona,
       Excusado es ya que ande
        Mi porfía;
       Que en perder yo tu persona,
       ¡Oh qué pérdida tan grande
       Fué la mía!...
       ................................................
       Al tiempo de tu subida
       Comenzaba yo a subir:
       Comenzaba mi vivir
       Cuando se acabó tu vida...»

Su padre no le había dejado más señorío que el de Trasmoz, por la cual su fortuna nunca fué muy holgada, contristando además su generoso ánimo, cuando llegó a la edad de la razón, las disidencias de su familia, y sobre todo el largo y empeñado pleito que su hermana mayor sostuvo contra su madre Doña Catalina de Urrea, pleito escandaloso que fué para nuestro poeta una pesadilla, como lo declara a cada momento en sus versos, y hasta en la dedicatoria que de ellos hizo a la misma señora, a quien profesaba filial ternura: «Siendo el señor Conde tan cuerdo y sabio caballero como en nuestro linaje lo haya habido, enajenarse de sí en tal manera, mucho se debe hombre de maravillar. Tal madre Vuestra Señoría nos ha sido, que erraríamos nosotros en ser desobedientes, por haber sido madre con Dios, y por ser tal para con el mundo. Los bienes que Vuestra Señoría nos ha procurado, aunque la memoria de mí no los quita, no debría decirlos, porque se tiene por yerro y por propias alabanzas las de los padres y madres. Después que Vuestra Señoría ha levantado [p. 421] nuestro linaje de Urrea, ¿de quién otri nos ha venido consejo para los negocios y fuerza para las obras? ¿Quién otri nos ha dado la honra, hermana del alma?... Estos enojosos negocios de Vuestra Señoría, por haber sido por pleyto, se conoce claramente ser más procurados por puntos de letrados, que por voluntad de las partes, porque ellos no pueden perder y olvidan la ganancia de los otros.»

Nada menos que una larga composición en coplas de pie quebrado, imitando el estilo y la filosofía de Jorge Manrique, escribió sobre este pleito, desahogando en el pecho de su tío, D. Luis de Hijar, Conde de Belchite, el desconsuelo que aquella guerra doméstica le causaba, y rogándole que interviniera como medianero y reparador en aquel litigio. Con esta ocasión discurre largamente, mostrando más seso y madurez de lo que de sus verdes años podía esperarse, sobre la vanidad de los bienes de este mundo y sobre lo incierto y variable de la fortuna, con aquel mismo género de estoicismo senequista que hemos reconocido en el diálogo de Bías contra Fortuna, del Marqués de Santillana, y en otros poemas análogos, con los cuales, este de Urrea, a pesar de ser obra de principiante, puede ser sin gran desventaja comparado, a lo menos en algunos lugares y sentencias, expresados con mucho brío:

       El que conocer desea
       El varón que vive fuerte,
       Mírelo
       Cuando le viere en pelea,
       Porque vea si su suerte
       Teme, o no.
       ¿Quién será flaco varón,
       Si la fortuna le dexa
       Sosegar?
       Mas el recio corazón
       Huelga que fortuna texa
       Su telar.
       .........................................
       Los corazones mayores
       Nunca suelen desmayar
       Viendo la muerte;
       Que los buenos luchadores
       Siempre huelgan de luchar
       Con lo más fuerte.
        [p. 422] Estas cosas van en rueda;
       Dan, pues no están en un ser,
       De bien en males:
       La rueda nunca está queda,
       Siempre la vemos mover
       En los mortales.
       Cuándo abaxo, cuándo arriba,
       Siempre va dando sus vueltas,
       Muy redondas;
       Uno sube, otro derriba,
       Sus cosas van desenvueltas,
       Van en ondas...

No sabemos a punto fijo cuáles fueron los estudios de Urrea, pero no hay duda que su educación fué más caballeresca que literaria. Tuvo algunos principios de la lengua latina, pero nunca llegó a dominarla, según él mismo confiesa con la simpática ingenuidad de que no se aparta nunca. Sus obras manifiestan que le eran familiares los poetas italianos, especialmente el Petrarca, cuyos Triunfos imita y aun traduce en su poema de las Fiestas de amor. Su vocación poética y musical fué nativa, y aun puede decirse que hereditaria. Su padre había sido trovador, y su hermano lo era también, pero como solían serlo los grandes señores de entonces, es decir, como meros aficionados, y en composiciones breves y efímeras. Nuestro D. Pedro, por oculta e irresistible inclinación de su estrella, tributó a las musas culto mucho más formal y asiduo; y eso que tenía que luchar, de una parte, con su grandísima y no afectada modestia, y de otra con cierto género de altivez aristocrática, que le hacía considerar como de menos valer el ejercicio de hacer coplas, aterrándose sobre todo ante la idea de que llegaran a andar en manos de la plebe y a ser pasto de las venenosas lenguas de los maldicientes. Todo esto se halla expresado con el más delicioso candor en sus prólogos:

«Yo siempre, de muy pequeño, he sido muy codicioso de la lengua latina, y aunque carezca della, que no haya alcanzado tanto como quisiera y para esto me fuera necesario, con lo poco que della he oído, la doblada afición ha consentido una poca obra al mucho deseo: no que sea cosa merecedora de alabanza. Y cierto, señora, hoy va tan abaldonado el dezir, y más en metro, que ninguna cosa s'estima, considerando se halla en poder [p. 423] de hombres soezes. Yo debría callar, lo uno por mi dezir no ser bien dicho, lo otro porque el Conde mi señor, que santa gloria possea, ha dicho tan bien, que ha dexado tanta memoria de sí por aquello para entre trovadores, como por lo otro para entre caballeros. Pues si digo del señor Conde mi hermano, no menos dezir se puede. Lo que yo hasta aquí he hecho, no ha sido otra cosa sino una esperanza de ser algo... ¿Cómo pensaré yo que mi trabajo está bien empleado, viendo que por la emprenta ande yo en bodegones y cozinas, y en poder de rapaces, que me juzguen maldicientes, y que cuantos lo quisieren saber lo sepan y que venga yo a ser vendido?»

No es difícil adivinar cuál sería la principal materia de sus versos juveniles. Fueron de amor casi todos, y como el poeta contrajo matrimonio en edad temprana, y parece haber sido apasionadísimo galán de su legítima mujer Doña María de Sessé, debemos pensar piadosamente que son anteriores otros devaneos suyos, de que su Cancionero nos da testimonio. Urrea es un poeta tan absolutamente sincero, tan incapaz de fingir lo que no siente, que erraría mucho el que creyese que son mero tributo pagado a la moda literaria los versos que dedica a sus amigas. Pero si tales versos hubiesen sido escritos después de su casamiento, nunca un hombre de tanta rectitud moral se hubiese atrevido a incluirlos en un Cancionero que formó principalmente para obsequiar a su madre. La soltura de las costumbres de aquel siglo toleraba muchas cosas, pero no tanto.

Que no eran del todo platónicas estas pasiones, ni quiméricos los objetos de ellas, lo prueban los singularísimos versos que Urrea compuso a una gentil mora que se llamaba la Moragas. En un villancico exclama:

       Mahoma, cuéntame nuevas
       De la mora tan nombrada.
       —Juro a Alá qu'es desposada.
       Desposaron la una aljoma
       Con un morillo extranjero;
       Llámase también Mahoma,
       Tan manso como un cordero.
       Bayló con mi compañero
       Con una saya pintada,
       Dichosa más que entallada.

[p. 424] Cuando murió la linda mora, el poeta se afligió mucho, no sólo por el amor que la tenía, sino por el desconsuelo de que se hubiese ido al otro mundo sin bautizar. Entonces compuso estas coplas, donde expresa con ingenuidad una pasión muy verdadera:

       ¡Oh que mal tan fatigoso
       Para mí,
       Que tu cuerpo tan gracioso
       Esté en lugar tan dañoso
       Para ti!
       ................................................
       No se alegrarán jamás
       Ya mis días,
       Cuando pienso que do estás
       Ya levar no me podrás
       Como podías.
       No holgabas con mis canciones
       De tormento,
       Ni agora mis oraciones
       No quitarán tus prisiones
       Que yo siento.
       ¡Qué tan triste y cuán en calma
       Fué tu ida!
       Mis ojos limpia mi palma,
       Que lo que siente tu alma
       Siente mi vida.
       Mi amor no pudo crecer,
       Mas creció
       Cuando no te pudo ver;
       Mi mal con tu fenescer
       Se dobló.
       ...............................................
       El mismo poder llevaste
       Que tuviste;
       En vida me cativaste,
       Y con muerte me dexaste
       Muy más triste;
       Y aunque el daño que he tenido
       Tú consientes,
       El fuego que te ha venido
        Sentiré, siento, he sentido
       Lo que sientes.
       ¡Oh! ¡Si yo fuera Orfeo,
       Cómo entrara
       Con este fuerte deseo
        [p. 425] A sacarte do te veo
       Cuerpo y cara!
       Y las furias infernales
       Pararía;
       Si entrase yo con mis males,
       Entre todos los mortales
       Te vería.
       Queda tan atribulada
       Mi persona,
       Como tu triste morada;
       Viéndote tan desdichada,
       Se baldona
       Mi vida, con el pensar
       Donde moras.
       Con tu gracia singular
       ¡Ay! do te veo estar,
       Me enamoras.
       ...........................................
       Mas yo de tu desventura
       Me fatigo:
       ¡Ver que dió poder natura
       En tu gracia y hermosura
       Al enemigo!

Y luego prorrumpe en invectivas contra el falso renegado Mahometo, que se llevó tal mujer a las llamas donde arden sus secuaces.

No era la primera vez que un trovador español se confesaba enamorado de una mora. Antes que Urrea lo habían sido, entre otros, el Arcipreste de Hita, Alfonso Álvarez de Villasandino y el estrafalario Garci Ferrandes de Jerena; pero lo que en ellos fué pasajero capricho (y en el último cálculo interesado, aunque le salió fallido), parece haber sido muy otra cosa en el infantil corazón del hijo de la Condesa de Aranda.

Con la inconstancia, sin embargo, propia de tal edad y de tales amores, se declara prendado de otras varias bellezas, ya populares, ya cortesanas, y canta en donosos villancicos, de tono muy realista, a las zagalas de Trasmoz y de Illueca y a las gallardas bailadoras de Zaragoza:

           Con gran placer y alegría
       Tu grande gracia retoza,
       Pues en toda Zaragoza
        [p. 426] No hay tu par en lozanía.
       Eres linda en demasía;
       Ninguna zaragozana
       No puede ser más lozana.
           Con tu saya la amarilla
       Y tus chapines pintados,
       A todos das mil cuidados,
       De nadi tienes mancilla;
       La sortija y la manilla
       Te hacen ir muy lozana,
       Hermosa zaragozana.
           Vas, estirada la zanca,
       Con largo y justo calzado,
       Y tu bailar mesurado
       Gran sobra de tierra atranca.
       Tan colorada y tan blanca
       Como una linda manzana,
       Hermosa zaragozana.
           Sales tan chapa dorada
       Cuando sales los domingos,
       Haziendo dos mil respingos,
       Que turbas la garzonada.
       Hazes tú con tu bailada
       La sonada más galana,
       Hermosa zaragozana.
           La gente que se percata
       Lieva pasmadas las gestas,
       Porque de cara y de cuestas
       Pareces hecha de plata.
        Bailando, alzas la pata
       Como zagala lozana,
       Hermosa zaragozana.
       ..............................................
           Bailas con tantos antojos
       Cuando en el mandil te tocas,
       Que te miran con las bocas
       Abiertas como los ojos.
           Tú quitas todos enojos
       Con tu vuelta tan liviana,
       Hermosa zaragozana.

Hemos escogido de intento lo que tiene más color y brío, lo que más se aparta de la trivialidad ordinaria de los Cancioneros; pero aun en aquellas poesías amatorias que más participan del amaneramiento de escuela, tiene a veces rasgos felices, como éste:

        [p. 427] Vieja os vea yo esa mata
       Crecida como mi lloro,
       ¡Mata de cabellos de oro,
       Hasta ser color de plata!

Hemos dicho que D. Pedro Manuel de Urrea era muy joven, casi niño, cuando hizo todos estos versos. Los hombres de aquel tiempo madrugaban mucho en amores, como puede inferirse por lo que de sí propio cuenta Lope García de Salazar en su libro de las Bienandanzas e fortunas.

Por lo que toca a Urrea, parece haberse enmendado de todo punto desde que en abril de 1505 casó con Doña María de Sessé, a quien debió la felicidad doméstica y a quien consagró desde entonces los más delicados sones de su lira:

       A vos que sois mi alegría,
       Que jamás no me dejáis
       Ver querella;
       Vos que hacéis mi fantasía
       Alegre, sabiendo estáis
       Vos en ella.
       .................................................
       A vos, cordura y razón
       Os andan siempre llevando
       El cuerpo preso:
       Honestidad, discreción
       Andan siempre acompañando
       A vuestro seso.
       ...................................................
       Lo que agradezco a ventura,
       Es que me dió por mujer
       La hermosura y el valer,
       La riqueza y la cordura.
       Y el que con esto se halla,
       Puede decir se libró
       De la guerra
       D' este mundo que es batalla,
       Y que Dios más bien le dió
       Que há en la tierra.

Raros son los poetas, ni de nuestra literatura ni de las extrañas, que han cantado a su mujer (salvo después de muerta), y rarísimos los que han expresado este puro y limpio afecto (tan [p. 428] difícil de tocar sin profanación) con la plena sinceridad, con el noble candor, con la sana alegría, con la efusión de alma con que lo hace el aristocrático trovador aragonés. Leyendo tales versos, lo mismo que los que dirigió a su madre, es imposible dejar de estimar a tan excelente y honradísimo caballero. Sin que valgan contra esto, por ser fruta del tiempo, algunos desaguisados que cometió como banderizo, según vamos a ver.

Hemos dicho que su padre no le había dejado más heredamiento que el de Trasmoz, que, tras de no ser muy pingüe, le obligaba a residir en la aldea la mayor parte del año, lo cual en su mocedad debía de hacérsele muy cuesta arriba, según se infiere de una desenfadada composición en que desahoga cómicamente su aburrimiento de la vida monótona de lugar:

           Nunca medréis vos, Aldea,
       Y tan bien quien os fundó.
       ¿Por qué tengo de estar yo
       Donde nadi estar desea?
       Que cualquiera que me vea,
       Dirá estoy más retraydo
       Que ninguno nunca ha sido
       De mi linaje de Urrea.
           Ir de collado en collado
       Siempre en monte como zorro,
       Juzgadlo vos, aldeorro,
       Si estaré yo descansado,
       Según me habéis enojado
       En ver esta cuesta arriba,
       Si fuérades cosa viva,
       Ya os hubiera degollado.
           Pues andar siempre en la huerta
       Tras zarzales con el arco,
       Bien veis que tan poco abarco,
       Qu' es cosa poco despierta:
       Pues tal vida desconcierta
       El deleite más altivo,
       ¿Cómo puedo estar yo vivo,
       Estando en la cosa muerta?
           ¡Y que por tiempo de un año
       Me tengáis vos aquí preso!
       ¿Quién dirá que tengo seso
       Haciendo yerro tamaño,
       Donde, ni seda ni paño
        [p. 429] No vestiré, sino cuero,
       Pues que no soy caballero
       Con la vida de ermitaño?
            ¡Cazar liebres ni conejos,
       Cuando va mucho a la larga!
       ¡Es la vida muy amarga
       Ir tras grajas ni vencejos!
       Los que entienden mis arrejos
       Irán por alto volando,
       Sin holgar d' estar hablando,
       En la plaza, con los viejos...

Sentíase capaz de grandes cosas, aspiraba a una vida de acción, pero los tiempos no se lo consintieron:

       Yo con muy gran intención
       Me muero aquí sepultado,
       Como en guerra el mal armado
       Con valiente corazón.
       ....................................................
       Pensarán más de quinientos
       Por qué estoy yo retraído:
       ¿Será baxo mi sentido?
       ¿Pequeños mis pensamientos?

Alguna parte, aunque secundaria, tomó en la política de Aragón. Consta su asistencia a las Cortes de 1502, en que fueron jurados los Archiduques D. Felipe el Hermoso y Doña Juana, Príncipes de Aragón y herederos de la corona. Los bandos de la Edad Media vivían aun, aunque menos encarnizados que antes; y es sabido que en Aragón tuvieron un retoñar terrible a fines del siglo XVI con las turbulencias del Condado de Ribagorza, que abrieron camino a los tumultos de Zaragoza y al allanamiento según unos, reforma según otros, que Felipe II hizo de una parte de la antigua constitución del reino. Pero mucho antes de esta formidable explosión hubo chispazos de anarquía, así en tiempos del Rey Católico como en los del Emperador. En una de estas contiendas domésticas, pequeña por su origen, pero que llegó a degenerar en guerra civil entre las casas de Aranda y de Ribagorza, intervino nuestro poeta, y no a la verdad con la moderación y parsimonia que de su carácter debiera esperarse; si bien ha de tenerse en cuenta que la relación más detallada que [p. 430] tenemos de estos acontecimientos, escrita por un monje de Veruela, es altamente sospechosa de parcial, por proceder de una comunidad notoriamente interesada en el litigio, y muy apasionada de los Duques de Villahermosa por el apoyo que entonces la prestaron. De todos modos, es tan curioso lo que refiere, que conviene extractarlo. [1]

«Moviéronse cuestiones entre Litago y Trasmoz en el mes de marzo del año 1510, sobre el derecho de regar las eras los de Litago con agua de Alara, y, usando más de su fortaleza que de la razón, D. Pedro de Urrea, señor de Trasmoz, hizo una compañía de gente y la envió armada a Litago, para que ofendiesen a los que encontrasen; los cuales hirieron cinco de nuestros vasallos, que no pudieron guardarse de aquella tan intempestiva resolución: formaron éstos queja al Monasterio, y temiendo no hiciese algún estrago el de Trasmoz, se hizo levantamiento de hasta quinientos hombres por nuestra parte, para resistir al dicho D. Pedro de Urrea y defender nuestro lugar.

»Estando en esta disposición las materias, vino por parte del reyno a componerlas y asentar treguas el Vizconde de Biota, diputado de Nobles, y las asentó por seis meses, y aunque vinieron en ello las dos partes, las quebrantó el de Trasmoz, enviando su gente a Litago una noche, y, entrando en la casa de Juan Jaime, mataron un hijo de dicha casa, e hirieron a otro, el cual se les fué de entre las manos, y por temor de su aviso se volvieron a su lugar los agresores.

»El Monasterio, viendo tal alevosía y que con sus fuerzas no lo podía remediar, por ser hombre temerario el de Trasmoz, ordenó volverse a Dios, nuestro Señor, y maldecir aquella perversa gente públicamente en la iglesia, cantando el salmo de la maldición...

»Hecha esta diligencia, se dió noticia a S. M., y viendo que tardaba el remedio y que D. Pedro de Urrea siempre proseguía en [p. 431] sus temeridades, se tomó resolución de valernos del patrimonio del Sr. D. Alonso de Aragón, Conde de Ribagorza y señor de Pedrola, para lo cual fué allá el Sr. Abad (lo era D. Fr. Pedro Ximénez de Embún) y le representó lo sucedido y el temor de lo que había de suceder; y obligado este caballero, ofreció su vida y estado en defensa de tan justa queja: para lo cual despachó a Pedro de Erla, ciudadano de Borja, con cartas suyas al de Trasmuz, significándole estaban el Monasterio y todos sus lugares y vasallos debajo su protección, y que defendería con su estado y vida todas las vejaciones que les fuesen hechas. Escribió a más de esto a todos nuestros lugares para animarlos, que a la verdad tenían hartos sobresaltos.

»Los efectos de esta carta fueron el enviar a Añón quinientos hombres armados, acaso porque eran de nuestra parte. y les talaron las viñas porque habían regado con el agua sobrada, y Añón, viéndose agraviado, se valió de nuestros vasallos y de los de Torrellas y Los Fayos y Santa Cruz, y en despique talaron todo cuanto había en los términos de Trasmoz...

»A 13 de diciembre del mismo año, vino a visitar al Sr. Abad y Convento el Sr. D. Alonso de Aragón, el cual hizo nuevos ofrecimientos en defensa del Monasterio y Lugares, tomando por su cuenta los agravios hechos y los que se podían hacer; de lo cual, teniendo noticia el de Trasmoz, se fué a Épila, y dió cuenta al Conde de Aranda, el cual juntó todos sus deudos... Juntaron éstos 2.000 infantes y 250 de a caballo, los cuales, puestos en orden y gobernándolos el de Trasmoz, tomaron el camino de Pedrola a 19 de febrero del año 1512, y luego que llegaron a una casa de recreo que tienen los señores de dicha villa, cortaron dos pinos e hicieron fuego para guisar la comida.

»Dieron noticia del caso a nuestro D. Alonso, el cual envió un criado a saber qué es lo que buscaba aquella gente; el cual, llegando y preguntando quién era el capitán para darle la embajada, respondió D. Pedro de Urrea: Decid que soy yo, que tomo satisfacción de la tala que los de Añón, Torrellas y Abadiado de Veruela hicieron en mi lugar de Trasmoz; y con esto se fueron.

»Ofendido el Conde D. Alonso de este agravio, juntó su gente, al cual favoreció D. Francisco de Luna, Conde de Ricla y señor de Muel y Villafeliz, y se juntaron 3.000 infantes y 450 caballos, [p. 432] de los cuales estaban por Veruela 330 hombres armados y 16 caballos: los 120 envió Añón; y los otros fueron vasallos del Convento.

»Con esta prevención salió de Pedrola el Conde D. Alonso a 4 de julio de 1512, y a título de haber quebrantado las paces y treguas el de Aranda, se fué a Épila a desafiarlo, y pasando por Lumpiaque, lugar de dicho Conde de Aranda, dieron sobre él y lo derrotaron: desde allí pasó a la fuente de Épila, y le envió un trompeta con recado de desafío, al cual respondió el de Aranda que no estaba dispuesto para salir, con lo cual se hubo de volver a Pedrola; pero D. Francisco de Luna, que estaba en Calatorao con un trozo de gente, viendo que no había salido, por despicarse quemó el lugar de Luceni y derrotó a Salillas, ambos lugares del de Aranda, y dió la vuelta con el resto de gente a Pedrola.

»No quedó satisfecho con esto nuestro D. Alonso, y así estaba esperando que se previniese para batalla el Conde de Aranda, y habiendo aguardado hasta 8 de julio, salió segunda vez y se puso entre Pedrola y Lumpiaque, desde donde con un trompeta envió segundo desafío al de Aranda, el cual respondió estaba in dispuesto, y con esta respuesta se volvió a su villa de Pedrola.

»Corrían estas materias tan sangrientas, que fué necesaria la autoridad del Reyno segunda vez, y la del mismo Rey, con lo cual se sosegaron y despidieron la gente de guerra que cada uno tenía prevenida.

»Llevaba nuestro D. Alonso de Aragón un estandarte pequeño de damasco naranjado y morado, en el cual llevaba, de famosa bordadura, a la una parte la imagen de Nuestra Señora de Veruela, y a la otra al glorioso patriarca San Josef, con las armas de su real estirpe, el cual se puso colgado en la capilla mayor de la Iglesia, y hoy se conserva, y se debe conservar para perpetua memoria de tan generosa acción.

»Erigióle el Monasterio, en señal de agradecimiento a este esforzado caballero, un suntuoso sepulcro de alabastro blanco, para sí y para toda su familia, en el cual están grabadas sus armas, y lo puso en el segundo arco del presbiterio, hacia la parte de la Epístola.»

A pesar de lo que dice el cisterciense, Fernando el Católico dió la razón a los de Urrea. Zurita, que dedica un capítulo entero [p. 433] (X—80) a la relación de estos porfiados bandos, nos informa que se terminaron por sentencia del Rey Católico, dada en Buengrado a 6 de octubre de 1513, declarándose en ella que el Conde de Ribagorza había sido el quebrantador de la tregua, por lo cual se le condenó a destierro de todo el reino de Aragón, y a resarcir los daños que había causado.

Aquel mismo año apareció de molde en Logroño el Cancionero de las obras de D. Pedro Manuel de Urrea, bien contra la voluntad de su autor (cuyos escrúpulos conocemos ya), y sólo por maternal solicitud de la Condesa de Aranda, a quien debemos, por tanto, la conservación de las obras de uno de los poetas más personales y simpáticos de las postrimerías de la Edad Media. [1] Pero es cierto que él se resistió hasta el fin a la divulgación de sus versos, presumiendo más de caballero que de trovador: «Bien conozco a mi manera no ser conforme el trovar tanto en cantidad, sino en calidad, porque yo necesidad no tengo de hacerme nombrar por muchas coplas, porque no es cosa que se allegue a las cosas de galán, sino una copla o un mote, un villancico, una canción para entre caballeros o cuando hombre mucho se alarga, un romance, y esto que sea tan bien dicho, que ande entre caballeros, porque los caballeros han de hacer un mote o una cosa breve, que se diga no hay más que ser. Y cierto la otra prolijidad no conviene; que yo más debría usar de la gala del Palacio que del Arte de la Poesía; pues que de todo junto muy pocos pueden usar. Después de haber [p. 434] acabado el Cancionero... conocí su voluntad (la de su madre) estar deseosa de publicar mis bajas obras por el arte de la emprenta; y como a mí en esta ocasión acaeciese un voluntario desastre de una obrecilla que di a la emprenta, que era el Credo glosado, el cual con una carta enderecé a la señora Doña Catalina mi hermana; y cierto, señora, la obra no tiene tantas letras, cuantas yo veces me he arrepentido, aunque por ser cosa de Dios me queda consuelo dello. Agora mirando que con aquello poco debo escarmentar lo mucho, no solamente a todos, pero a ninguno querría mostrar nada.»

Hay en este Cancionero una parte considerable que es labor de imitación y, por tanto, de muy relativo mérito. El autor, como modesto aficionado que era, se creyó obligado a seguir las huellas de los trovadores castellanos que tenían más crédito, y malgastó gran parte de su ingenio en composiciones alegóricas y didácticas, como el Peligro del Mundo, las Fiestas de Amor, la Sepultura de Amor y el Testamento de amores. Tampoco tienen mucho espíritu poético las coplas contra la seta de Mahometo, y , en general, todos sus versos a lo divino, tales como el Credo glosado y la traducción del Stabat Mater. Son más bien ejercicios de piedad que de literatura, y lo que principalmente resplandece en ellos es la robusta fe del poeta:

       Pues basta sola la fe
       Que tuve, tengo y tendré:
       Si mis días mal obraron,
       Como sombras se pasaron,
       Yo, como flor, me sequé.

Pero lo que da originalidad y positivo valor al Cancionero de Urrea, son las poesías, casi familiares, pero en el más noble sentido de la expresión, en que se deja llevar de la espontaneidad de su genio, y nos muestra sin disfraz ni retórica su alma entera, sencilla y buena, desinteresada y noble. Entonces es un poeta natural, aunque nunca llegue a ser un gran poeta. Pero es tan raro encontrar en la fastidiosa y contrahecha lírica del siglo XV, en aquel erial de sentimientos falsos y de frases hechas, en aquella hueca gimnasia de rimas, algún acento que brote del alma, que sólo por haber reintegrado algunas veces los derechos de la [p. 435] verdad humana, es Urrea merecedor de grande estima. Ya hemos tenido ocasión de citar las mejores entre estas composiciones, porque son páginas de la vida moral de su autor: los versos a su mujer, los del pleito de su hermano, los de la vida de la aldea, y aun pueden añadirse otros, por ejemplo, las graves y sentenciosas coplas que dedicó a su madre con motivo del incendio de su castillo:

       Que los pintados palacios
       Do está la delectación,
       Do todos vicios despiertan...
       También les vendrá sazón
       Que en no nada se conviertan.
       Que todo acaba en tristura:
       ¡Qué placeres y dolores
       En pintados corredores!
       ¿Qué se hará aquella pintura?
       ¿Qué ha sido de los pintores?

Por haber herido diestra y gentilmente esta cuerda del sentimiento humano, D. Pedro de Urrea suscita desde luego el recuerdo de Jorge Manrique, pero es claro que la comparación tiene que serle desfavorable. Urrea es poeta a largos intervalos, escribe con difusión y desaliño, no tiene el instinto de la forma perfecta: ninguna de sus composiciones largas está inmune de caídas y prosaísmos; y carece, además, de la profunda melancolía, del inefable hechizo lírico que tienen las coplas del que bien podemos llamar su maestro.

Lo fué también Juan del Enzina en otros géneros de poesía ligera, y es evidente que Urrea le imita, no sólo en sus disparates (que bien pudo haber puesto a un lado), sino en sus canciones, en sus villancicos y aun en sus romances. Estos son nueve, y a excepción de uno de asunto histórico (sobre la muerte del Condestable de Navarra), todos pertenecen al género erótico-sentimental, según estilo de trovadores. Pero uno de ellos se abre con una introducción deliciosa (hasta por la mezcla de algún rasgo realista), introducción que tiene todo el sabor del buen lirismo popular, que cuando describe lo hace de un modo rápido e intenso:

        [p. 436] En el placiente verano,
       Do son los días mayores,
       Acabaron mis placeres,
       Comenzaron mis dolores.
       Cuando la tierra da yerba,
       Y los árboles dan flores;
       Cuando aves hacen nidos
       Y cantan los ruiseñores;
       Cuando en la mar sosegada
       Entran los navegadores;
       Cuando los lirios y rosas
       Nos dan los buenos olores;
       Y cuando toda la gente,
       Ocupados de calores,
       Van aliviando la ropa
       Y buscando los frescores;
       Do son las mejores horas,
       Las noche y los albores,
       En este tiempo que digo
       Comenzaron mis amores...

Los villancicos son lo más selecto del Cancionero de Urrea. El poeta aragonés, que era a la par músico, parece haberles tenido especial predilección, y no sólo los multiplicó sin medida, sino que hizo de ellos especial ramillete para obsequiar a su hermana Doña Beatriz, condesa de Fuentes. «Como se cantan (dice), parece que llevan consigo más placer y bullicio que ninguna de las otras obras.» Los hay exquisitos de gracia y soltura: la mayor parte son amatorios: alguno frisa con lo picaresco, como el de las viudas de Zaragoza. [1] Pero el más digno de citarse, por haber dado motivo a una célebre imitación, es el que principia:

        [p. 437] Ayer vino un caballero,
       Mi madre, a m' enamorar:
       No lo puedo yo olvidar.
           
Soy dél servida y amada,
       Él es de mí muy amado,
       Tan cortés y bien criado,
       Que me tiene sojuzgada.
       Juró en la cruz de su espada
       Nunca jamás me dejar;
        No lo puedo yo olvidar.
           
Su vista ya me consuela
       Tanto cuanto me consuelo...
       Que viene con su vihuela
       Cada noche aquí a cantar:
        No lo puedo yo olvidar.

Es sabido que nuestro insigne bibliógrafo D. Bartolemé Gallardo, que, sin presumir de poeta, hizo a veces apreciables versos, hábil remedo de lo mejor que en los libros antiguos encontraba, tuvo la suerte de acertar un día a componer una primorosa canción romántica que tituló Blanca-flor, la cual no podrá sin injusticia ser omitida en ninguna colección selecta de nuestro Parnaso. Pues bien, la planta (como diría Gallardo) de esta composición, o a lo menos la primera idea de ella, está tomada del citado villancico de Urrea, aunque el autor moderno le mejorase mucho:

       Yo me levantara un día
       Cuando canta el ruiseñor,
       El mes era de las flores,
       A regar las del balcón.
       Un caballero pasara,
       Y me dijo: «Blanca Flor»,
       Y de par en par abrile
       Las puertas del corazón.
       ...........................................
       Otro día a la alborada,
       Me cantara esta canción:
       «¿Dónde estás, la blanca niña,
       Blanco de mi corazón?»
       En laúd con cuerdas de oro,
       Y de regalado son,
       Que de par en par abrióme
       Las puertas del corazón...

[p. 438] Hay finalmente en el Cancionero de Urrea, y no es la menor curiosidad de él, una versificación del primer acto de la Celestina, tan fiel, tan ceñida al texto, que no discrepa de él en lo más mínimo, siendo una de las más relevantes pruebas, tanto de la popularidad que ya lograba aquel insigne monumento de nuestra literatura dramática, como de la rara pericia y destreza de versicador que tenía Urrea. Del encabezamiento de esta pieza, que lleva el título de égloga, introducido por Juan del Enzina, se deduce que fué escrita para ser representada en dos veces, es decir, dividida en dos escenas o pequeños actos. [1]

[p. 439] No hemos visto más obras de D. Pedro de Urrea que su Cancionero, pero Brunet cita una Penitencia de amor (probablemente en verso), impresa en Burgos en 1514, a la cual siguen diversas composiciones poéticas. [1] ¿Será ésta una segunda edición, o un suplemento del Cancionero? En el primitivo índice de la Inquisición se registra como prohibida otra obra de nuestro autor: Peregrinación a Iherusalem (Burgos, 1523). Es de suponer que Urrea hiciese en persona la peregrinación que describe, del mismo modo que Juan del Enzina hizo su Trivagia antes de narrarla.

No se sabe la fecha precisa de la muerte de nuestro poeta, pero seguramente fué anterior a 1536, puesto que en 17 de noviembre de dicho año otorgó testamento su viuda Doña María de Sessé.

Breve fué la vida de D. Pedro de Urrea, pero de ningún modo estéril, ni para la gloria de su linaje, ni para la de las letras. Modestamente se contentaba con que su Cancionero fuese una esperanza de ser algo, pero en verdad fué mucho más que eso, puesto que en él se manifestó y afirmó por vez primera el genio poético aragonés con algunos de sus esenciales caracteres. La patria de Marcial y de Prudencio no había tenido voz hasta entonces en el coro de las literaturas vulgares. La tuvo por primera vez con Urrea, que por la espontánea gravedad moral sin mezcla de dogmatismo pedantesco, por la rectitud de sus propósitos, por la franca y sana alegría, por la constante y honrada llaneza de su estilo, por el predominio de la razón sobre la fantasía, fué digno intérprete del sentir y del querer de su pueblo, en la brillante corte literaria de los Reyes Católicos.

Notas

[p. 398]. [1] . Ha de tenerse en cuenta, también, que, aunque en el reino de Valencia predominó el elemento catalán, y por tanto la lengua, no fueron pocos ni de pequeña consideración los lugares poblados por aragoneses, y en ellos siempre se ha hablado el castellano: así Aspe, Elda, Monforte y Callosa de Segura (en la actual provincia de Alicante), Cheste, Chiva y Buñol (en la de Valencia), Segorbe, Albocacer y Lucena (en la de Castellón). Prescindimos de Orihuela y Villena, que aunque pertenecen hoy al reino de Valencia, geográficamente y por otras razones corresponden más bien al de Murcia.

[p. 400]. [1] . Véase lo que hemos dicho de él en este tomo.

[p. 401]. [1] . En su Apología in defensionem virorum illustrium equestrium: bonorumque civium Valentinorum in civilem Valentini populi seditionem, quam vulgo «germaniam» olim appellarunt. (Valencia, 1543, fol. 18.) Estas y otras noticias de don Serafín constan en las notas de Cerdá y Rico al Canto del Turia de Gil Polo.

[p. 401]. [2] . Es el ep. 37 del libro I de sus obras:

       Hunc tumulum quicumque videt, vestigia sistat,
       Inclinetque suum terque quaterque caput.
       Purpureas post hoc violas et lilia fundat,
       Spargat odoriferas et super ossa rosas.
       Scilicet hac parva tegitur Seraphinus in urna,
       Quae quamvis auro sardonicisque caret,
       Non foret aethereis pretiosior urna sub astris,
       Si tegeret mores marmor, ut ossa tegit.

[p. 402]. [1] . Imitó también poesías castellanas de su tiempo, como el precioso villancico de Juan del Enzina, «Montesina era la garza». La trova de Crespí de Valldaura, que es muy inferior, comienza así:

       Tan subida va la garza
       Y tan alta en desamar,
       ¡Quién la pudiesse olvidar!

[p. 403]. [1] . De otro Cardona (don Juan) hay unas coplas en loor de doña Isabel, doña Brianda y doña Ana Mazas (núm. 927 del Cancionero).

[p. 405]. [1] . De las tres poesías suyas que hay en el famoso certamen de Les obres e troves, les quals tracten de lahors de la Sacratissima Verge Maria (1474) primer libro impreso en Valencia y en España, una de ellas está en toscano.

[p. 406]. [1] . Glosó Narciso Viñoles una canción que en todo el siglo XVI tuvo mucha fama, y que todavía alcanzó la honra de ser imitada por Baltasar de Alcázar:

       No soy mío, ¿cuyo só?
       Tuyo soy, señora, tuyo,
       Y si no tuyo, di cuyo,
       Señora, puedo ser yo;
       ¿Tu merced a quien me dió?

                                                              (Núm. 928 del Cancionero.)

Las redondillas del donoso poeta sevillano, comienzan así:

       Esclavo soy, pero cuyo
       Eso no lo diré yo;
       Que cuyo soy me mandó
       Que no diga que soy suyo.

[p. 406]. [2] . Histoire de la Passió de nostre Senyor Deu Jesuchrist, ab algunes altres piadoses contemplacions, segons lo Evangeliste Sant Joan (Valencia, por Jaime de Vila, 1493). Al fin va otro poemita piadoso, intitulado Contemplació a Jesús Crucificat, feta per Mossen Joan Escrivá, mestre racional, e per Mossen Fenollar.

 

[p. 407]. [1] . Reunió estas tres obrillas Onofre Almudévar en un tomito publicado en 1561. La primera edición del Procés es de 1497. Tuvo varias imitaciones, tales como el Procés de viudes y doncelles. La sátira de Gaspar Guerau contra los catedráticos de la Universidad de Valencia, en el metro de Roig, impropiamente llamado cadolada, es de 1586. Este poeta llevó la admiración por su modelo, hasta el punto de traducir en verso latino el Llibre de les dones.

 

[p. 408]. [1] . Véase el prólogo del tomo V de esta Antología, págs. 285 a 288 . [Ed. Nac. Vol. II págs. 263 a 266].

[p. 408]. [2] . Este poema, de 225 versos, fué publicado y doctamente ilustrado por A. Morel-Fatio en la Romania, abril de 1888, con el título de Souhaits de bien venue addressés à Ferdinand le Catholique par un poeta barcelonais, en 1473. Rectificó la fecha y ocasión del poema, y también la patria del autor, S. Sampere y Miquel, en la Revista de Ciencias históricas de Barcelona (IV, 188 y siguientes).

Ya Morel-Fatio, en el delicado análisis lingüístico que hizo de la pieza, había notado que la mayor parte de los catalanismos que contiene pueden ser también formas del castellano dialectal de Aragón. Sería inverosímil, además, que un escritor barcelonés, y más en aquella hora en que predicaba la concordia, hubiese prorrumpido contra su ciudad natal en una serie de invectivas, que recuerdan las más vehementes de Ezequiel y otros profetas de la Ley Antigua:

       ¿Pues qué dire yo de ti, Barcelona,
       Ciudat más perdida de cuantas lo son?
       Sino que trocaste tu noble corona
       Por otra muy negra de gran confusión;
       Cruel, deshonesta, que por tus maldades
       Ficiste peccado de gran adulterio,
       Siguiendo pasiones de tus voluntades,
       Buscando franquezas de más libertades,
       Tú mesma ganaste mayor cautiverio.
       ....................................................................
       La dueña casada, muy rica, potente,
       Donosa graciosa, de mucho valer,
       Que ser namorada de alguno consiente,
       La llaman la sucia, la mala mujer;
       Dexando su casa, después de salida,
       La ponen de dentro del sucio bordel,
       Do muchos rufianes, gastando su vida,
       La facen con pena vivir dolorida
       Y darle dineros en son del broquer.
       ....................................................................
       Mas no le provocha, que mil bufetadas
       Y palos y coces le dan por los ojos,
       También otras veces asaz sofrenadas,
       Azotes y colpes con otros enojos.
       Sus incomparables, terribles dolores,
       Su mucha fortuna, su poca ganancia,
       Le causan que busque diez mil amadores,
       Y andar la modorra, buscando señores
       De Portogaleses, Castilla, de Francia...

Hállase tan desaforada composición en el manuscrito 305 del fondo español de la Biblioteca Nacional de París.

[p. 411]. [1] . Obras nueuamete imprimidas assi en prosa como en metro de Moner, las más dellas en lengua castellana y algunas en su lengua natural catalana, compuestas en diversos tiempos y por diversos y nobles matiuos: las quales son más para conoscer y aborrescer el mundo q. para seguir sus lisonjas y engaños.

(Colofón:) Aquí acaba las obras q. se han podido hallar de Moner en prosa y en metro... emedadas co harto trabajo por ser en los traslados q. se ha hallado dellas corruptas y muy mal escritas. Imprimidas en la insigne ciutat de Barceloa por Carles Amoros a gustas de quien hay más ama y deue al auctor dellas. Laño de la nativitat de nuestro Redemptor. M.D.XXViij.

Fol. Letra gót. 52 hs. Con un grabado en madera alusivo a La Noche de Moner.

No he visto más que dos ejemplares de este rarísimo libro: uno que perteneció a la Biblioteca de Salvá, y otro que poseía don Manuel de Bofarull. Torres Amat (Diccionario de escritores catalanes) cita otros dos: uno de la Biblioteca del Cabildo de Toledo, y otro de la Episcopal de Barcelona.

[p. 412]. [1] . Incorrección catalana: por en vez de para.

 

[p. 418]. [1] . Esta misma facilidad existía respecto de la lengua trovadoresca catalana, no menos monótona y convencional que la nuestra. Por eso vemos figurar, entre sus poetas del siglo XV, algún que otro aragonés, como el escudero Martín García, Mosén Rodrigo Díaz (amigo de Ausias March), Mosén Navarro y pocos más, notándose en ellos que tienen predilección por los géneros musicales como la dansa y el lay. (Véase la Resenya dels antichs poetas catalans de Milá y Fontanals, en el tomo 3º de sus Obras completas). En la poesía a modo de centón de Francesch Ferrer, titulada Conort, se encuentran algunos versos castellanos muy estropeados de poetas aragoneses. Pero es singular que, a pesar de haber vivido en unión pacífica y gloriosa Aragón y Cataluña durante toda la edad heroica de su historia, jamás los dos pueblos se identificaron, ni siquiera se asimilaron el uno al otro, continuando cada cual su desarrollo propio, y tomando muy poco de casa del vecino. La verdadera afinidad de los aragoneses era con los navarros de la Ribera, y con los castellanos, especialmente de la Rioja.

Dióse también el caso rarísimo de uno o dos trovadores navarros (probablemente del séquito del Príncipe de Viana), que usaron el catalán como lengua poética: un Valtierra y un Francisco de Amescua. Creemos que este hecho puramente accidental nada tiene que ver con el uso mucho más antiguo del provenzal en el Burgo de Pamplona, de que el poema de Arneliers (siglo XIII) da testimonio.

[p. 430]. [1] . Escribió esta relación Fr. Atilano de Espina; y tomándola del tumbo o Registro universal de todas las escrituras que se hallan en el Archivo de este santo y Real Monasterio de Veruela, la ha dado a conocer don Martín Villar, distinguido catedrático de la Universidad de Zaragoza, en el curioso prólogo que antecede a la reimpresión del Cancionero de Urrea en la Biblioteca de Escritores Aragoneses.

[p. 433]. [1] . Cancionero | de las obras de | de Pedro Mau | el de Urrea.

Colof. «Fué la presente obra emprentada en la muy noble y muy | leal ciudad de Logroño a costa y espesas de Arnao Gui- | llén de Brocar maestro de la emprenta en la dicha ciudad. | E se acabó en alabanza de la Santissima Trinidad a siete di | as del mes de Julio. Año del nascimieto de nuestro Señor | Jesucristo Mil y quinientos y treze años.» Folio, letra gótica, 49 hojas foliadas, a dos y tres columnas. Hermosamente impreso, como cuadraba a la condición aristocrática del poeta.

A personas entendidas en libros he oído asegurar que existe otra edición antigua de este Cancionero; pero yo nunca he visto más que ésta, que es, por cierto, de gran rareza, como la mayor parte de los libros de su clase.

Ha sido reimpreso en Zaragoza, 1878, formando parte de la Biblioteca de Escritores Aragoneses que, con grande utilidad de las letras y de la historia, publica años hace La Diputación Provincial de Zaragoza. Este es el verdadero y útil regionalismo.

[p. 436]. [1] .             Madre, cuando enviudaré,
                                   A Zaragoza me iré.
                                   
Allí las viudas holgadas,
                                   Mucho más que las casadas,
                                   Allí son muy visitadas
                                   De los que les tienen fe...
                                   Viuda huelga en Zaragoza
                                   Más que casada ni moza,
                                    Cada cual dellas retoza
                                   Con mil casillas que sé...

[p. 438]. [1] . Égloga de la Tragicomedia de Calixto y Melibea, de prosa trovada en metro, por D. Pedro de Urrea, dirigida a la Condesa de Aranda, su madre.

«Esta Égloga ha de ser hecha en dos veces: primeramente entre Melibea y luego después Calixto, y pasan allí las razones que aquí parecen; y al cabo despide Melibea a Calixto con enojo, y sálese él primero, y después luego se va Melibea, y torna presto Calixto muy desesperado a buscar a Sempronio su criado; y los dos quedan hablando hasta que Sempronio va a buscar a Celestina para dar remedio a su amo Calixto. Y allí acaba: y por no quedar mal, vanse cantando el villancico que está al cabo.»

Hubo otros que intentaron dar forma poética a la Celestina. En el Registrum de don Fernando Colón, se menciona una Farsa en Coplas sobre la comedia de Calixto y Melibea, por Lope Ortiz de Stúniga. Inc.

       Hi de sam, y qué floresta
       Y qué floridos pradales...

Yo poseo un pliego suelto gótico, que contiene un compendio en verso de toda la famosa tragicomedia, con este título:

Romance nueuamete hecho de Calisto y Melibea q trata de todos sus amores y de las desastradas muertes suyas y de la muerte de aquella desastrada mujer Celestina, intercessora en sus amores. Está en forma de relación de ciego, y principia así:

       Un caso muy señalado
       Quiero, señores, contar,
       Como se iba Calisto
       Para la caza cazar:
       En huertas de Melibea
       Una garza vido estar...

El grabado que precede a las coplas está también en la Celestina, de Sevilla, 1502, lo cual puede servir para fijar aproximadamente la fecha de este pliego, que está encuadernado con la Égloga de Cristino y Febea, con el Romance de Gaiferos, etc., todos del mismo aspecto tipográfico.

Finalmente, existe la Tragicomedia de Calixto y Melibea: nueuamente trobada y sacada de prosa en metro castellano, por Juan Sedeño, vezino y natural de Aréralo (Salamanca, 1540), toda en versos octosílabos. Rarísimo libro.

[p. 439]. [1] . Penitencia de amor copuesta por don Pedro de Vrrea... Fué la presente obra empretada en Burgos, a costa y espensas de Fadrique alemán de Basilea... a viiij días del mes de Junio, año de... mill y quinietos y quatorce años. 4º gótico, 38 hojas.