Romances de la Historia de España
procedentes de pliegos
sueltos
ROMANCE DE LOS SIETE INFANTES DE LARA
En fuerte punto
salieron—los siete infantes de Lara,
Que esse traydor de
su tio—trayción les tiene armada,
Que con la su
muerte quiso—dar venganza a doña Lambra,
Concertando con los
moros—una trydora celada.
Creyéndolo los
infantes—van hazer su cavalgada,
Don Ruyz Velázquez
su tio—adelante se passava,
Para avisar a los
moros—y complilles la palabra.
Los infantes
caminando—desseosos de batalla,
Su ayo Nuño
Salido—qu' en virtudes los criara,
Viera una águila
caudal—que encima de un pipo estaua,
Batiendo rezío sus
alas—y muy grandes gritos daua.
Viéndolo Nuño
Salido—a los siete Infantes habla,
Diziendo quán mal
agüero—aquel águila mostrava,
Que su consejo
sería—dexar aquella jornada,
Que si adelante
passauan—su muerte no se escusaua;
[p. 442] Mas ellos le respondieron—que no
volverían a zaga,
Que sabían que su
tio—dos días los esperaua.
Como llegaron ya
cerca—do la trayción se armaba,
Vieron don Ruyz
Velázques—con Alicante y Viara,
Estos son dos reyes
moros—qu' el traydor los avisara,
Ofresciéndoles de
dar—los siete infantes de Lara.
Quando los infantes
vieron—tanta morisma llegada,
Conocieron la
trayción—qu' el tio tenía armada.
Mas como ellos
fuessen tales—con una rabiosa saña,
Arremeten con los
moros—y comiençan su batalla,
Pelean como
leones—mas non les prestaua nada,
Que con cada uno
dellos—más de mil moros lidiauan,
Y el traydor d' el
rey
(Sic por Ruyz) Velázquez—que a los moros ayudaua.
Cansados ya de
matar—los caballos les faltauan,
Sus armas tenían
rotas—mucha sangre derramada,
Allí perdieron las
vidas—mas no perdieron la fama,
Y después perdió su
tio—por ello el cuerpo y el alma.
OTRO ROMANCE DE LOS INFANTES DE LARA
A caza va don
Rodrigo—esse que dizen de Lara,
Perdido avía los
azores—no hallaua ninguna caza,
Con la gran siesta
que haze—arrimóse a una haya,
Juramento está
haziendo—sobre la cruz de su espada,
Que si topaua a
Mudarrilla—que le ha de sacar el alma.
Estas palabras
diziendo—un cauallero assomaua:
«Bien vengays el
caballero—que venis por la montaña,
Nora buena, esteys,
señor,—qu' estays debaxo la haya,
Si me dezis vuestro
nombre—deziros he yo mi gracia,
A mí llaman don
Rodrigo—esse que dizen de Lara,
Hermano de Gonçalo
Gustos—cuñado de doña Sancha,
Por sobrinos me los
huve—los siete infantes de Lara,
Los quales hize
matar—por una trayción muy mala.»
Allí habló el
caballero—desta suerte comenzara:
«A mi llaman
Mudarrilla—hijo de la renegada,
También de Gonzalo
Gustos—alnado de doña Sancha,
Por hermanos me los
huve—los siete infantes de Lara,
Los que té heziste
matar—siendo malicia muy clara:
Aquí, aquí, don
Rodrigo—aveys de perder el alma.»
Alçose sobre el
estribo—y arrojárale la lanza,
Passóle de parte a
parte—y enclauáralo en la haya:
Assí murió don
Rodrigo—esse que dizen de Lara.
[p. 443]
Romances tomados de un códice de la segunda mitad
del siglo XVI
DEL RREY DON PEDRO Y MUERTE DE LA RREYNA
Por los campos de
Xerez—a caza va el rey don Pedro,
Ha llegado a una
laguna—y allí quiere ver un vuelo;
Vió salir della una
garza—remontóla un sacre luego;
Lanzóle un neblí
presciado—degollado se le ha luego,
A sus pies cayó el
neblí—túvolo por mal agüero;
Sube la garza muy
alta—paresció llegar al cielo;
Hacia Medina
Sidonia—vió venir un bulto negro,
Mientras más se le
acercaba—más miedo le va poniendo;
Salió dél un
pastorcico,—llorando viene y gimiendo,
Con un bastón en su
mano,—los ojos en tierra puestos,
Sin bonete su
cabeza,—todo cubierto de duelo,
Descalzo, lleno de
espinas,—de traylla traya un perro,
Aullidos daba muy
tristes—que los ponía en el cielo;
Sus cabellos va
mesando—y su cara va rompiendo.
A voces dize:
«Castilla,—Castilla, perderte has cedo,
Que en ti se vierte
la sangre—de tus nobles caballeros;
Matanlas contra
justicia,—reclaman a Dios del cielo».
Los gritos daba muy
altos,—todos se espantan de vello,
Su cara llena de
sangre—se llegara al rey don Pedro:
Dixo: «rey, lo que
te digo,—sin duda te verná presto:
Serás muy
acaluniado,—y serás por armas muerto;
Quieres mal a doña
Blanca,—a Dios ensañas en ello;
Perderas por ella
el reino,—perderás por ella el cuerpo,
Y si quiés volver
con ella—Dios te dará un heredero».
El rey fué mucho
turbado—mandó que el pastor sea preso,
Mandó hazer gran
pesquisa—si la reina fuera en eso;
El pastor se le
soltara,—nadie sabe qué se ha hecho;
Mandó matar a la
reina—luego por un caballero,
Pareciéndole
acabara—con la muerte el mal agüero.
ROMANCE DE LA MUERTE DE LA RREYNA DOÑA BLANCA
«iDoña Maróa de
Padilla—no os mostrades triste vos,
Que si me casé dos
voces—hícelo por vuestra pro,
Y por hazer
menosprecio—a doña Blanca Borbón;
A Medina Sidonia
envío—a que me labre un pendón,
Será el color de su
sangre,—de lágrimas la labor,
[p. 444] Tal pendón, doña María,—lo hare
hacer por vos».
Llamó a Alonso
Ortiz,—un virtuoso varón,
Díxole fuese a
Medina—a dar cima a este pendón.
Respondiera Alonso
Ortiz:—«Eso, señor, no haré yo,
Que ensuciaría mi
sangre—vertiendo la de Borbón;
Y si mato a mi
señora—hago aleve a mi señor».
Sañudo el rey, sin
hablalle,—en su cámara se entró,
Y llamó a dos
maceros,—a los quales los crió;
Los dos fueron a la
reyna—halláronla en oración;
Como vido a los
maceros—amortecida cayó,
Y volviendo en su
sentido—desta manera habló:
«Ya sé a qué venís,
amigos,—que mi alma lo sintió;
No avedes vosotros
culpa,—pues el rey os envió;
De doña María
Padilla—tampoco me quexo yo,
Que los daños que
ella pudo—siempre me los estorbó:
¡Oh Francia, mi
tierra buena,—oh mi casa de Borbón!
Hoy cumplo XVIII.º
años,—XVIII. º que más non;
El rey no me ha
conocido,—virgen y mártir me voy;
Yo os perdono la mi
muerte,—también al rey mi señor;
Pues que matarme le
place—alegre la sufro yo».
Los maceros le dan
prisa,—ella pide confisión,
Sale vestida de
luto—y pidiendo a Dios perdón,
Danle golpes con
las mazas—y así sin culpa murió.
ROMANCE DE LA RREYNA DOÑA BLANCA
Entre las gentes se
dize,—mas no por cosa sabida,
Que del maestre de
Santiago—la reina estaba parida;
Entre unos es
secreto,—y entre otros se publica;
El rey don Pedro
está lexos,—que nada desto sabía,
Porque si él lo
supiese—muy bien lo castigaría;
La reina, de
congojada,—su secreto descubría
A un criado del
maestre,—hombre de gran fiaduría:
Llamárale en su
palacio,—de noche que no de día;
Desque le tuvo
presente,—esta suerte le dezía:
—«¿Qué es del
maestre de Santiago—que es dél que no parecía?
Para ser de sangre
real—hecho me avie villanía,
Que se dize en mi
palacio—y es público por Sevilla,
Que una de mis
doncellas—del Maestre parido había;
Si el rey mi señor
lo sabe—muy bien lo castigaría».
El camarero,
turbado,—desta suerte respondía:
—«El Maestre,
señora reina,—cercada tiene a Coimbra,
Si él tal nueva
supiese,—presto sería su venida;
Si tú, gran reina,
lo mandas,—yo por él me partiría,
Cuanto más, señora
reina—que eso verdad no sería.»
«Verdad es, el
camarero,—y yo te lo mostraría:
[p. 445] Ven acá, mi camarera,—haz lo que te
mandaría:
Sácame fuera al
infante—que la doncella tenía.»
Sacóle la
camarera—envuelto en una faldilla,
Tomóle la reina en
brazos,—desta suerte le decía:
—«Mira, mira,
Alonso Pérez,—el niño a quien parescía».
—«Al
ltaestre, mi señora,—no a otra criatura viva».
—«Tómale tú,
Alonso Pérez,—y a criar tú le darías;
No lo digas a
persona—ni a criatura viva,
Si no fuese al
maestre—que don Fadrique decían».
Toma el niño Alonso
Pérez—y pártese de Sevilla,
Queda la reina
llorando,—consolar no se podía;
Con lágrimas de sus
ojos—de aquesta suerte dezía:
—«¡Oh reina
más desdichada—que nunca fuera nascida!
Casóme el duque mi
padre—con este rey de Castilla;
De la noche de la
boda—nunca más visto le había,
Dexárame
encomendada—al Maestre en compañía,
Si alguna cosa es
mal hecha,—la culpa toda era mía;
Si el rey don Pedro
lo sabe,—de entrambos se vengaría,
Por poder mejor
gozar—de la su doña María»,
Llegado avie Alonso
Pérez—a Llerena aquesa Villa,
Dexara el niño a
criar—en poder de una judía;
Vasalla era del
maestre,—la
paloma se decía.
ROMANCES HISTÓRICOS
RECOGIDOS DE LA
TRADICIÓN ORAL
Romances de la muerte del príncipe D. Juan
(Versión recogida en Almanza, provincia de León)
Villanueva,
Villanueva,—¿qué se cuenta por España?
La muerte del rey
don Juan—que está malito en la cama;
Siete doctores le
curan—de los mejores de España;
Unos le curan con
vino,—otros le curan con agua,
Otros por no darle
pena—dicen que su mal no es nada.
Ahora falta por
venir—el redentor de las almas,
Ese le tomará el
pulso—y dirá cómo se halla,
——Muy
malito estás, don. Juan,—la muerte tienes cercana;
Tres horas tienes
de vida—hora y media ya pasada,
La media pa
despedirte—de la gente de tu casa,
La una pa
disponer—de las cosas de tu alma.
[p. 446] —«Ahora llamen a mi
padre,—tan solita una palabra:
Padre, mire
por mi esposa—que es niña y queda preñada;
De los dones que le
di, padre—no le quite nada;
Tampoco el anillo
de oro—que le di de namorada.
—«Si tú se le
diste de oro,—yo se le daré de plata.»
Entre estas
palabras y otras—entra la rosa temprana.
—«¿Dónde
viene la mi esposa,—solita y tan de mañana?»
—«Vengo de
Santo Domingo—de oir la misa del alba,
De rogar a Dios por
ti—te levantes de esa cama».
—«Luego me
levanto, esposa,—el lunes por la mañana
Con los pies
amarillitos—y la cara amortajada.
Tú te vestirás de
luto—llorando desconsolada,
Y te irás para la
iglesia,—y volverás a tu casa,
Hallarás las calles
tristes—y las tus puertas cerradas,
Y la justicia a la
puerta—pidiéndote las fianzas.
Y no tendrás quien
te fíe,—esposa mía del alma;
Ahí te fiarán mis
padres—que a ellos te dejo encargada».
En estas palabras y
otras—se ha caido desmayada;
No la han sido de
volver—ni con vino ni con agua.
Luego la abrieron
el vientre—y de sus entrañas sacan
Un niño como una
rosa,—parece un rollo de plata,
Se le llevan a su
padre,—que la bendición le echara.
—«La
bendición de Dios Padre,—la de Dios hijo te caiga.
Si te crías para el
mundo—serás príncipe en España,
y si no irás a
gozar—al Redentor de las almas.»
( Versión recogida en la Sequeera, provincia de Burgos.)
Voces corren, voces
corren,—voces corren por España,
Que don Juan el
caballero—está malito en la cama.
Le asisten cinco
doctores—de los mejores de España;
Uno le mira los
pies,—otro le mira la cara
Y otro le coge la
sangre—que de su cuerpo derrama,
Otro le dice a don
Juan:—«el mal que tenéis no es nada.
Toavia tie que venir—aquel doctor de la Parra.
Estando en estas
razones—cuando allí se presentaba,
Sube la escalera
arriba,—camino para la sala
.............................
adonde el enfermo estaba.
Ya se ha hincado de
rodillas,—el pulso ya le tomaba.
—«Mucho mal
tenéis, don Juan,—mucho mal os acompaña,
Tres horas tenéis
de vida,—hora y media va pasada,
Otra hora y media
tenéis—para disponer de tu alma.»
—«No siento
más que mi esposa—que es niña y está ocupada» (?).
Estando en estas
razones—cuando allí se presentaba.
—«¿De dónde
vienes, esposa?— ..........................
—«Vengo de
San Salvador—de rogar a Dios por tu alma,
[p. 447] Si el Señor me lo concede—te
levantes de la cama»,
—«Sí que me
levantarán—el lunes por la mañana,
Y en un altarón de
pino—y entre sábanas y holandas
Me llevarán
pa la iglesia,—mucha gente me acompaña,
Y tú ya te
quedarás—muy triste y desconsolada.»
La esposa al oir
esto,—hacia atrás se desmayaba;
Ni con agua, ni con
vino—no pueden resucitarla,
Sacan un niño del
vientre—como un rollito de plata,
Se lo llevan a su
padre—que la bendición le echara.
—«La
bendición de Dios Padre—la de Dios Hijo te caiga.»
Todos mueren en un
hora,—todos mueren en un día,
Todos se van a
gozar—con Dios y Santa María.
(Fragmento recogido en Valencia de Don Juan, provincia de León)
Tristes nuevas,
tristes nuevas—que se cuentan por España
Que el caballero
don Juan—malito que está en la cama
Siete doctores le
asisten—los mejores de la España;
Todos eran a
decirle—que su mal no era nada.
Y ya que estaban en
esto—sale un doctor de la Parra,
Le ha agarrado por
la mano—y hasta el pulso le tomara:
—«Tres horas
tienes de vida,—hora y media ya pasada,
Media para
despedirte—de la gente de tu casa,
Media
pa hacer testamento—media
pa el bien de tu alma.
ROMANCES FRONTERIZOS
El Sr. Menéndez Pidal (D. Ramón) acaba de descubrir un nuevo romance fronterizo, en un manuscrito de la Biblioteca de Palacio, que lleva la signatura 2 — H—4, y dice en el tejuelo Romances manuscritos. Es copia del siglo XVII, que perteneció a un D. Francisco de Henao Monjaraz, y contiene, además de muchas poesías en diversos metros, una regular colección de romances todos artísticos o eruditos a excepción del presente:
Romance de la pérdida de Ben Zulema
De Granada partió
el moro—que se llama Ben Zulema,
allá se fuera hazer
salto—entre Osuna y Estepa.
Derribado ha los
molinos—y los molineros lleva,
y del ganado
vacuno—hecho había grande presa,
[p. 448] y de mancebos del campo—lleva las
trayllas llenas;
por hacer enojo a
Narváez—pásalos por Antequera;
los gritos de los
cristianos—hacían temblar la tierra.
Oído lo había
Narváez—qu' está sobre la barrera,
y como era buen
cristiano,—el corazón le doliera.
Hincado se ha de
rodillas—y aquesta oración dixera:
«Señor, no me
desampares—en esta ympresa tan buena;
que por te hazer
servicio—dejo yo sola Antequera.»
Mandó apercebir su
gente,—quanta en la villa hubiera,
y por un xaral que
él sabe—al encuentro le saliera.
Quinientos eran los
moros,—sólo uno se les fuera,
que era el alcayde
de Loxa—que buen caballo truxera.
Con la presa y
cabalgada—vuélvese para Antequera.
El Sr. Menéndez Pidal, al publicar este romance en el Homenaje a Almeida-Garrett (Génova, 1900) le ha ilustrado con oportunas indicaciones históricas. Es de los romances fronterizos que tratan sucesos mas antiguos, punto que se refiere a una batalla acaecida en 1.º de mayo de 1424. El Narváez a quien se refiere es el alcaide de Antequera Rodrigo, célebre por su cortesía con el moro Abindarráez, tema de tantas narraciones poéticas. De la hazaña que se decanta en este romance hace larga relación el Licenciado Alonso García de Yegros, en su Historia de Antequera (manuscrita todavía) que terminó en 1609; y advierte que «esta vitoria, como tan famosa, fué por los christianos muy celebrada en Antequera, y hoy aquella ciudad haze grandes fiestas todos los años el día de San Filipe y Santiago en memoria della. En aquel tiempo hizieron unos versos que están en el archivo de la ciudad de Antequera. Por estas coplas o versos, aunque torpes, se puede notar los trabajos que la gente de Antequera padecía en defensa de la ciudad».
Estos versos, que Yegros transcribe y de los cuales puede decirse que es un trasunto su narración en prosa, son unas coplas de arte mayor, compuestas por un Juan Galindo, vecino de Antequera y soldado jinete que asistió a aquella jornada. [1] Su congruencia con el romance indica que éste también es muy antiguo y contemporáneo del hecho que narra, lo cual acrecienta su interés.
[p. 449] No es romance, pero sí poesía lírico-narrativa, de carácter esencialmente popular y de metro muy afín al de los romances, el lúgubre Cantar de los Comendadores de Córdoba, que es la más preciosa muestra que tenemos de las endechas o cantos fúnebres usados en el siglo XV. No debemos omitirle, por consiguiente; y a continuación va, conforme al texto de Durán (núm. 1.902), que tuvo a la vista, además del pliego suelto gótico intitulado Lamentaciones de amor, el Cancionero llamado Flor de enamorados, de Juan de Linares (Barcelona, 1573) y un códice del siglo XVI. Sobre la espantosa historia que sirve de argumento a este cantar he escrito largamente en los prolegómenos al tomo XI de las Comedias de Lope de Vega recientemente publicado por la Academia Española.
Cantar de los Comendadores
«¡Los Comendadores,—por mi
mal os ví!
Yo
ví a vosotros,—vosotros a mí.»
Al comienzo
malo—de mis amores
convidó
Fernando—los Comendadores
a buenas
gallinas—capones mejores.
Púsome a la
mesa—con los señores:
Jorge nunca
tira—los ojos de mí.
«¡Los Comendadores,—por mi mal
os vi!»
Turbó
con la vista—mi conoscimiento:
de ver en mi
cara—tal movimiento,
tomó de
hablarme—atrevimiento.
Desque oí
cuitada—su pedimiento,
de amores
vencida—le dije que sí.
«Los Comendadores, etc.
Los
Comendadores—de Calatrava
partieron de
Sevilla—a hora menguada,
para la
cibdad—Córdoba la llana,
con ricos
trotones—y espuelas doradas.
Lindos pajes
llevan—delante de sí.
«Los Comendadores, etc.
Por
la puerta del Rincón—hicieron su entrada,
y por Sancta
Marina—la su pasada.
Vieron sus
amores—a una ventana:
a Doña
Beatriz—con su criada.
Tan amarga
vista—fuera para sí.
[p. 450] «Los Comendadores, etc.
Luego que
pasaron—d' esta manera,
ante que
llegasen—a la Corredera,
le vino de
presto—la mensajera:
dice que
Fernando—estaba en la Sierra;
qu' en los quince
días—no verná de allí.
«Los Comendadores, etc.
Desque
ellos oyeron—aquella nueva,
la respuesta
dieron—desta manera:
—Idos, madre
mía,—en hora buena;
que la noche es
larga—y placentera:
cenaremos
temprano,—iremos dormir.
«Los Comendadores, etc.
Cenan
los señores—y se dan prisa,
llegan donde
amores—los atendían.
Acuéstase
Jorge—con la su dama,
también el su
hermano—con la criada,
y los cuatro
gozan—de gustos sin fin.
«Los Comendadores, etc.
Entre
mil regalos—Jorge se durmió,
pero sueño
malo—dicen que soñó;
consigo
puñaba—y se dispertó
temiendo la
muerte,—que cierta halló.
Cubrióse su
rostro—de frío sudor,
guarecerse
quiso—de Doña Beatriz.
«Los Comendadores, etc.
Aun
la media noche—no era llegada,
ya subía
Hernando—por una escala,
y entra muy
feroz—por la ventana,
un arnés
vestido—y espada sacada.
—Caballeros
malos,—¿qué haceis aquí?
«Los Comendadores, etc.
Y
luego en entrando—sólo a una cuadra,
vido con sus
ojos—su afrenta clara.
Pasó el pecho a
Jorge—de una estocada,
y a Beatriz la mano
dejóla cortada,
y luego
furioso—se salió de allí.
«Los Comendadores, etc.
Habló
el hermano:—«Aquí me tenéis;
mi señor
Hernando,—vos no me matéis:
a mi hermano
Jorge—ya muerto le habéis.
La suya os
perdono—si dejáis a mí.
Dijo
la cuitada—con gran recelo:
—Vos, amores
míos,—tenedme duelo,
pues ya veis mi
mano—por ese suelo.—
La triste
tendida—sobre su velo,
[p. 451] bien junta con Jorge—degollóla
allí,
«Los Comendadores, etc.
Después
de haber muerto—cuantos allí son,
anda por la
casa—muy bravo león.
Vido un
esclavo—detrás un rincón:
—Tú, perro,
supiste—también la traición,
por lo cual,
malvado,—morirás aquí.
«Los Comendadores, etc.
Jueves
era, jueves,—día de mercado,
y en Sancta
Marina—hacían rebato,
que Fernando
dicen,—el que es veinticuatro,
había muerto a
Jorge—y a su hermano,
y a la sin
ventura—Doña Beatriz.
«Los Comendadores—por mi mal os
ví.»
La precedente Lamentación debe de ser muy poco posterior al trágico suceso que refiere, acaecido en 1448. Consta que era ya muy popular en 1503, pues con ocasión de la heroica muerte de D. Alonso de Aguilar se escribieron aquel año unas Coplas sobre lo acaescido en la Sierra Bermeja y de los lugares perdidos: tiene la sonada de los Comendadores. (Pliego suelto gótico de la Biblioteca Nacional de Lisboa.—Reimpreso en Sevilla, por D. José Vázquez Ruiz en 1889.) Esta especie de trova o parodia no tiene gran valor poético, pero por su interés histórico y por enlazarse con varios romances fronterizos (nums. 95 y 96 de la Primavera) he creído que no debía omitirla.
Ay
Sierra Bermeja—por mi mal os ví,
que el bien que
tenía—en tí lo perdí.
En tí los
paganos—hallaron ventura,
tú de los
cristianos—eres sepultura,
tinta tu
verdura—de su sangre ví,
y el bien que
tenía—en tí lo perdí.
Mis ojos
cegaron—de mucho llorar,
cuando lo
mataron—aquel d' Aguilar,
no son de
callar—los males de tí,
que el bien que
tenía—todo lo perdí.
Es notorio a
todos—el crescido mal
deste que a los
godos—hallan ser igual,
¡oh mundo
final!—¿Qué diré de tí?
Que el bien que
tenía—todo lo perdí.
Muchos
caballeros—con él se quedaron,
de sus
escuderos—pocos escaparon,
[p. 452] todos acabaron.—las vidas en tí,
y el bien que
tenía—todo lo perdí.
Pues de los
peones—no bastaba cuento,
hechos dos
montones—pasaban de ciento,
si Dios fué
contento—que pasase así,
ay Sierra
Bermeja—por mi mal os ví.
En tí los
mataban—sin ser socorridos,
el cielo
rasgaban—con sus alaridos,
de arneses
lucidos—cubierta te ví,
y el bien que
tenía—todo lo perdí.
En tí se
arrastraron—mil caras lucidas,
las
despedazaron—con dos mil heridas,
las vidas
perdidas—quexarán de tí,
que el bien que
tenía—todo lo perdí.
¡Oh qué gran
quebranto—de tal noche escura,
a do creció
tanto—dolor e tristura,
do la
desventura—hizo presa en mí,
y el bien que
tenía—en tí lo perdí.
Mis barbas
mesadas—con tales contrallos
vi tus
albarradas—hechas de caballos:
¿Quién podrá
contallos—los daños que ví?
Que el bien que
tenía—en tí lo perdí.
¿Qué memoria
ruda—podría olvidalla?
Pelea tan
cruda—sin haber batalla,
es para
lloralla—y decir así:
«Ay Sierra
Bermeja,—por mi mal te ví.»
Mas dexando
esto—que es para doler,
con turbado
gesto—diré lo de ayer.
¿Quién podrá
creer—lo que pasó allí,
que el bien que
tenía—todo lo perdí?
Sin traer
reguarda—ni tener socorros
dieron por
Monarda— cuatrocientos moros:
señores, con
lloros—ayudad a mí,
aquel bien que
tenía—en tí lo perdí.
Habed gran
dolor—de tamaño estrago,
yo con
disfavor—mis lágrimas trago,
día de
aciago—para muchos ví,
yo el bien que
tenía—todo lo perdí.
Nuevas sin
placeres—para doloridos,
niñas y
mujeres—daban alaridos,
todas sus
maridos—llevan ante sí,
el bien que
tenía—todo lo perdí.
A Axobrique
fueron—ninguna dexaron,
tres se
defendieron—allí los mataron,
todo lo
llevaron—luego van de allí,
[p. 453] y el bien que tenía—todo lo perdí.
La fortuna
aviesa—como sea vil,
llevólos
apriesa—a Gin
Alguazil,
y aun de
Setenil— muchos van allí,
y el bien que
tenía—todo lo perdí.
Dicha se les
da—a los moros presta,
Abenabeda— pasan luego desta,
sin armar
ballesta—sacan los de allí,
y el bien que
tenía—todo lo perdí.
Sin más
reparar—salen de poblado,
a
Benestepar— presto han arribado,
todo lo han
robado—cristianos sentí,
que el bien que
tenía—todo lo perdí.
Con el
alegría—hacen maravillas,
ya bien alto el
día—dieron en
Rotillas,
puestos en.
traíllas—todos van de allí,
y el bien que
tenía—todo lo perdí.
De
Benarraba— salen muy aina,
y con estos
va—luego
Tristelina,
pena muy
contina—será para mí,
pues si bien
tenía—todo lo perdí.
No fué
menester—llegar a prendellos,
debéis de
creer—que se van con ellos,
a Dios mil
querellas—de tal cosa dí,
que el bien que
tenía—todo lo perdí.
Presto son
salidos—con gran afición,
siendo
descreídos—desde su nación,
¡oh mortal
pasión—ésta para mí,
que el bien que
tenía—todo lo perdí!
Van por la
mar—juntos mil y tantos,
¡con qué
blasfemar—rasgaban los sanctos!
Sean hechos
llantos—por ser esto así,
que el bien que
tenía—todo lo perdí.
A la mar
allegan—con poco revés,
cuatrocientos
llevan—y más veinte tres,
señores,
vereys—tal dolor sentí,
que el bien que
tenía—en tí lo perdí.
¡Oh tristes
litijos—para recontallos,
ver madres e
hijos—
aginchineallos (sic),
viendo
aporreallos—van diziendo así:
«Ay Sierra
Bermeja—por mi mal te ví.»
A tales
industrias—los moros atentos
entran en las
fustas—mil e ochocientos,
sin contrallos
vientos—partieron de allí,
y el bien que
tenía—todo lo perdí.
[p. 454] No les valió
Ronda,—Marbella e
Ximena,
van por la mar
honda—cresciendo su pena,
muerte será
buena—a ellos e a mí,
que la negra
Sierra—por mi mal la ví.
ROMANCES
DEL CICLO
CAROLINGIO Y CABALLERESCOS
Romances atribuídos a Juan Rodríguez del Padrón
1
Allá en aquella
ribera—que se llama de Ungría,
Allí estaba un
castillo—que se llama Chapiva:
Dentro estaba una
donzella—que se llama Rosaflorida;
Siete condes la
demandan,—tres reyes de Lombardía;
Todos los ha
desdeñado,—tanta es la su loçanía.
Enamoróse de
Montesinos—de oydas, que no de vista,
Y faza la media
noche—voces da Rosaflorida:
Oydo lo avie
Blandinos,—el su ayo que tenía,
Levantárase
corriendo—de la cama do dormía.
—«Qué habedes
vos, la Rosa?—qué habedes, Rosaflorida?
que en las voces
que dades—parecés loca sandía.»
—Ahí fabló la
donzella,—bien oyrés lo que diría:
—Ay bien
vengas tú, Blandinos,—bien sea la tu venida,
Llévesme aquesta
carta,—de sangre la tengo escrita;
Llévesmela a
Montesinos,—a las tierras do vivía.
Que me viniese a
vere—para la Pascua Florida;
Por dineros no lo
dexe,—yo pagaré la venida;
Vestiré sus
escuderos—de una escarlata fina,
Vestiré los sus
rrapazes—de una seda broslida.
Si más quiere
Montesinos—yo mucho más le daría,
Dalle yo treynta
castillos,—todos rriberas de Ungría;
Si más quiere
Montesinos,—yo mucho más le daría;
Dalle yo cien
marcos d' oro,—otros tantos de plata fina;
Si más quiere
Montesinos—yo mucho más le daría;
Dalle yo este mi
cuerpo—siete años a la su guisa,
Que si dél no se
pagare—que tome su mejoría.
¡Quién tuviese atal
ventura—con sus amores folgare
Como el ynfante
Arnaldos, la mañana de San Juane!
Andando a matar la
garça—por rriberas de la mare,
Vido venir un
navío—navegando por la mare,
Marinero que dentro
viene—diziendo viene este cantare:
Galea, la mi
galea,—Dios te me guarde de male,
De los peligros del
mundo,—de las ondas de la mare,
Del rregolfo de
Leone,—del puerto de Gibraltare,
De tres castillos
de moros—que combaten con la mare.
Oydolo ha la
princesa—en los palacios do estáe:
Si saliésedes, mi
madre,—saliésedes a mirare;
Y verédes cómo
canta—la sirena de la mare.
Que non era la
sirena,—la sirena de la mare,
Que non era sino
Arnaldos,—Arnaldos era el ynfante
Que por mí muere de
amores,—que se quería finare.
¿Quién lo pudiese
valere—que tal pena no pagase?
3
Yo me iba para
Francia—do padre y madre tenía;
Errado había
el camino,—errado había la vía;
Arimeme a un
castillo—por atender compañía.
Por y viene un
escudero,—cabalgando a la su guisa.
—¿Qué faces
ahí, donzella—tan sola y sin compañía?
Yo me iba para
Francia—do padre y madre tenía,
Errado había el
camino,—errado había la vía;
Si te plaze, el
escudero,—llévesme en tu compañía.
Plázeme (dijo),
señora,—sí faré por cortesía,
Y a las ancas de un
caballo—él tomado la había.
Allá en los Montes
Claros—de amores la rrequería.
—Tate, tate,
el escudero,—no fagays descortesía,
Fija soy de un
malato,—lleno es de malatía,
Y si vos a mí
llegades—luego se vos pegaría.
Andando jornadas
çiertas—a Francia llegado había.
Allí fabló la
doncella,—bien oyrés lo que diría:
—Es cobarde
el escudero—bien lleno de cobardía,
Tuvo la niña en sus
braços—pero no supo servilla.
[1]
[p. 456] ROMANCES
NOVELESCOS Y
CABALLERESCOS SUELTOS
ROMANCE DE FLORENCIOS
«Galiarda,
Galiarda—¡oh quién contigo holgase,
Y otro día de
mañana—con los mil moros lidiase!
Si a todos no los
venciese,—luego matarme mandases,
Porque con tan gran
sabor—muy gran esfuerzo ternía»—
—«De dormir
con vos, Florencios,—de dormir si dormiría,
Pero eres muchacho
y niño,—en cortes te alabarías».
Miró al cielo
Florencios,—su espada empuñado había:
—«Con esta
muera, señora—con esta muera mi vida,
Si jamás por
pensamiento—tal cosa me pasaría».
Aquella noche
Florencios—cuanto quisiera hacía,
Y otro día de
mañana—a todos se lo decía:
—«Esta noche
caballeros—dormí con una doncella,
Que en los días de
mi vida—no ví yo cosa más bella.»
Todos dicen a una
voz:—«Cierto, Galiarda es ella».
Oídolo ha su
hermano,—tomado ha en sí la querella:
—«Por Dios te
ruego, Florencios,—que te casases con ella».
—«No quiero
hacer, caballeros,—por mí, cosa tan fea,
Que es tomar yo por
mujer—la que tuve por manceba.»
Aun no acabara
Florencios—de decir aquella nueva,
Cuando todos a una
voz—luego dicen: «muera, muera».
Galiarda, que lo
supo,—¡oh qué dolor recibiera;
—«Pésame, mis
caballeros,—hagáis cosa atan mal hecha;
Lo que aquel loco
dezía—no era cosa creedera;
Hasta sabello de
cierto—no le aviades de dar pena.
[1]
[p. 457] ROMANCES CASTELLANOS TRADICIONALES
EN ASTURIAS
(Fragmento de una versión asturiana)
Lo que le
encargo, mi padre,—lo que siempre le encargaba
Que la doña
Teresina—de mí queda embarazada.
Estando en estas
palabras—don Pedro cayó de cama.
Llamaron siete
doctores—de los mejores de España;
Unos le miran el
pulso—y otros le miran el habla,
Y unos dicen
«muere, muere»—y otros dicen «ya no hay nada».
—«¿Qué dice
el doctor más viejo—que tanto me mira y calla?»
—«Lo que te
encargo, don Pedro,—que dispongas de tu alma.
Tienes tres horas
de vida,—cuatro con la encomenzada.»
Estando en estas
palabras—Teresina ya llegaba
Con la barriga en
la boca—para parir muy cercana.
—«¿Dónde
vienes, Teresina,—tan rendida y tan cansada?»
—«Vengo de
una romería—que se llamaba Santa Ana
De pedir a Dios del
cielo—que te saque desa cama.»
—«Sacarme,
sí, Teresina.........................
En unas andas de
plata—de las mejores de España.»
—«Aquí te
traigo tres peras—tres peras y una manzana,
Si te atreves a
comerlas—te las doy de buena gana.»
Estando nel medio
de una—el alma se le arrancara
Don Pedro murió en
la noche—Teresa por la mañana.
Aquí se acaba la
historia—de dos amantes del alma;
Válgame el señor
San Pedro—y la Virgen Soberana.
(Publicadas por D.ª María Goyri de Menéndez Pidal en el Bulletin Hispanique, tomo VI, núm. 1, enero a marzo de 1904).
ROMANCES TRADICIONALES DE VARIAS PROVINCIAS
De intento omití, al tratar de los romances tradicionales de las Montañas de Burgos y León, uno genealógico que puso Durán con el núm. 1.894 con este título: «Queréllase el señor de Linares de que a sí et a sus fijos les non atiende et fase tuerto.» [p. 458] Basta leerle, en efecto, para comprender, como ya insinuó Durán, que se trata de uno de tantos pedestres y tardíos abortos de la musa heráldica y linajuda, compuesto en lenguaje afectadamente arcaico y lleno de nacronismos. Pero es tan singular el modo y forma en que este romance ha llegado a nosotros, y tanto el aprecio que sin razón han hecho de él muy doctos escritores, que a título de curiosidad quiero consignarle, copiándole de un manuscrito inédito, que poseo, del gran investigador montañés D. Rafael Floranes y Vélez de Robles, señor del despoblado de Tavaneros. Su texto difiere en muchísimas cosas del que Amador de los Ríos comunicó a Durán: las variantes de éste van apuntadas al pie.
«Por complemento de esta materia (dice Floranes en sus observaciones sobre la colección de poetas anteriores al siglo XV que formó D. Tomás A. Sánchez) pondré ahora un monumento de poesía perpetuado en forma de inscripción en las piedras de la fachada de la antiquísima hermita de San Pelayo, del barrio de este nombre, en el Concejo de Varo, de la provincia de Liébana, mi Patria, y poco más de tres quartos de legua del lugar de mi nacimiento (Tanarrio). El estilo y fineza de la dicción parece mostrar haberse compuesto en el Reynado de Alfonso XI (!), aunque introduciendo el poeta en la escena personas y acciones antiquísimas del tiempo del Rey Mauregato, contra cuya veleidad y mal gobierno son las querellas del caballero de la casa de Linares (siempre Patrona de esta hermita) en cuya cabeza y nombre se exponen, no sabemos si porque antiguamente estuviesen así escritas en latín, y en alguna renovación del edificio, cuando ya dominaba la lengua castellana, se tradujeron. En pieza acéfala: faltan los dos o más primeros versos, por haberse por allí consumido las piedras y la letra, esta sin duda, de la antigüedad que hemos dicho (?). Los demás dicen como se sigue, aunque sin división de renglones, que aquí va hecha como corresponde. Por su antigüedad, elegancia y porción de historia que envuelve, no parece pieza indigna de merecer algún lugar en la colección de poesías de su género que trae entre manos el señor Sánchez:
[p. 459] Non vos tengo merescido—el tan
menguado favor,
[1]
non me deis
mezquino sueldo,—que home comunal no soy.
[2]
He años ochenta e
cinco—y en ellos sabedes vos
[3]
cuanta
[4] sangre este mío cuerpo—por el
vuestro amor vertió.
Non me fallé en
Cobadonga,—más el mío Padre se halló
[5]
cuando por el suo
[6] Pelayo—peleó el mío Señor.
Por ende le fizo en
Cangas— el suo merino mayor,
con que a las
morismas haces
[7] —llevaba vuestro pendón.
Y apenas el pelo en
barba—tuviera e sabedes vos
cuantas valentías
fice—en las huestes de Almanzor
[8]
a quince
[9] valientes moros—en el cerco de
León
por un portillo
siñero—la entrada defendí yo.
[10]
Corrí las mesnadas
moras—con los míos fillos dos,
y algunos míos
escuderos—hasta la puesta del Sol.
[11]
Y entre las
morismas haces
[12] —una águila me guió,
despertándome sus
alas,—me la dieron por blasón.
En batalla en
Cobadonga—mío padre ganó el honor
de la su empinada
torre—como fuerte guerreador,
[13]
e quando en mi
mancebía—tan alto volaba yo,
[14]
el águila me
llamaron—que en fijo
[15] miraba el Sol.
Lo que yo miraba en
fijo—los Reyes pasados son,
Porque non cegó mis
ollos
[16] —el suo
[17] lindo resplandor.
Mas agora mis
[18] fazañas—cuido que ciegan a
vos,
[19]
porque non temais
(?) en mientes—el daylos (sic) buen galardón.
[20]
[p. 460] Negasteis á los míos fillos—el
vuestro real pendón,
y ficisteis vuestro
alférez—otro
[1] que es menos que nos.
Mandastes
[2] que los casase—muy alueñe
[3] de su honor,
que mayores
[4] infanzones—non fincan dentro en
León.
Mas antiguos que el
de Mier—tan nobles como Quirós,
tan ricos como
Quiñones—nobles
[5] como Estrada son.
Lindeza
[6] de fidalguía—la Montaña nos
llamó
magüer que nunca la
rueda—nos miró con un favor
[7]
Mandaisme vuelva á
la casa—que el pasado me fundó
cuando se fundó
Trasmiera,—¡lucido quedaba yo!
Bien sé yo cuando
pudiera—la mía mucho mejor
ser la primera del
mundo—que otras que agora lo son,
magüer que las mías
partes—podían ser Reys de León
por las fazañas tan
grandes—que tan conocidas son,
[8]
yo vos fago
pleytesía—magüer que mandares vos
[9]
cabo era cuando
pude
[10] —facerme rey de León,
la mía bondad
honrosa—nunca lo tal consintió
[11] ,
aunque si lo
consintiera
[12] —cuydo non fuera traidor.
A los servicios tan
leales—que fizo mi padre y yo,
nunca creí que
tuvieran—tan menguado galardón.
Ficisteis
[13] treguas con moros—non vos
fago mengua, non,
que cuando fincais
sin lides—los buenos non son de pró;
asaz teneis
consejeros—tan mancebos como vos:
finquen con vos en
solaz—que yo á la mía torre voy
[14] .
A poca distancia de la hermita se conserva la antiquísima torre de que aquí habla, y todavía en posesión de los caballeros Linares de aquella provincia, aunque hace tiempo no viven en ella, sino en otros lugares donde tienen mayorazgos».
[p. 461] El número de variantes que arroja la copia de Floranes, comparada con la que enviaron de Liébana a Amador de los Ríos es inverosímil tratándose de un texto grabado en piedra y que no podía leerse de tan distintas maneras, pero puede explicarse sin superchería de nadie por haber desaparecido la inscripción original que todavía existía en tiempo de Floranes (a cuyo texto me atengo), y quedar otras copias más o menos alteradas y retocadas.
A Floranes las letras le parecieron del siglo XIV; a Durán le dijeron que eran de mediados o fines del XV; pero el estilo del romance, afectado y contrahecho, desmiente tal antigüedad, y parece que le coloca en los últimos años del siglo XVI, en que algunos romanceristas eruditos y autores de comedias comenzaron a escribir en la jerigonza que llamaban fabla o lenguaje antiguo. El «non es de sesudos homes», y algunos otros romances del Cid que tuvieron inmerecida boga a costa de los populares y primitivos, pueden servir de tipo de este ridículo género, verdadera caricatura de la poesía nacional.
ROMANCES CASTELLANOS TRADICIONALES
EN CATALUÑA
Entre las canciones genuinamente catalanas cité (pág. 249) la de la Dama d' Aragó (núm. 218 de Milá). Examinándola ahora más atentamente, y fijándome en lo que de ella escribió Wolf, que la da por versión del castellano, reconozco que aunque enteramente catalanizada en el lenguaje, corresponde al muy lindo romance que a principios del siglo XVI glosó Antonio Ruiz de Santillana.
«En Sevilla está una hermita—cual dicen de San Simón».
NOTAS
I. El enigmánitico fragmento de cantar de Gesta, que lleva el nombre de Ayras Nunes clerigo, en el Cancionero gallego de la Biblioteca Vaticana (vid., tomo X de la presente Antología, página 237 [Ed. Nac., vol. IX, pág. 338], y en cuya interpretación nos habíamos extraviado todos, acaba de ser rectamente interpretado por D.ª Carolina Michäelis de Vasconcellos (Zeit. für rom. Philol. XXVI, págs. 219-229), mostrando que está sacado de la Crónina de D. Sancho IV, cap. V. [1]
II. Como nada de lo que se refiere a los romances viejos puede ser indiferente, y conviene reunir el mayor número de lecciones posibles de ellos, juzgo cosa útil dar aquí noticia de un pliego suelto gótico de la Biblioteca Nacional, que no ha sido utilizado hasta ahora, que yo sepa, y que contiene con variantes, más o menos felices, los romances de D. Tristán, de la gentil dama y el rústico pastor, de Rosa fresca; y el de El Palmero, que Wolf excluyo sin razón de la Primavera, siguiendo el erróneo dictamen de Durán, que le tuvo por semialegórico y trovadoresco, cuando es tan popular que todavía algunos de sus versos se repiten por el vulgo más indocto en campos y plazas (vid. núm. 37 de nuestro [p. 463] primer apéndice a la Primavera, núm. 53 de los romances asturianos, núm. 24 de los romances andaluces). El pliego suelto de la Biblioteca Nacional da mejor texto que el de Sepúlveda, único que cita Durán, y mucho más completo que el del pliego suelto de Praga descrito por Wolf.
Aquí comiençan diez maneras de romances co sus villancicos: e aqueste primero fué hecho al conde Oliva.
a) Yo me partí de Valencia—para yr en Almería...
(Romance lírico, estilo de trovadores.)
b) Romance de D. Diego de Acuña:
Alterado el pensamiento—de ejercicio enamorado...
c) «Este romance añadió Quirós desde donde dize: ¿qué es de ti, señora mía.»
Triste estaba el caballero—triste y sin alegría...
d) Villancico:
Cuydado, no me
congoxes,
pues no dura
la vida do no hay
ventura.
e) Otro romance viejo hasta donde dize «mi vida quiero hazer», y de ahí adelante hizo Quirós.
Amara yo una señora—y améla por más valer...
f) Villancico.
g) Este romance fizo Quirós al Marqués de Cenete por los amores de la señora Fonseca:
Mi desventura cansada—de los males que hazía...
h) Canción por deshecha.
i) Otro romance de D. Tristán de Leonís:
Herido esta Don
Tristán—de una mala lanzada,
diera se la el rey
su tío—con una lanza herbolado,
dió se la dende una
torre—que de cerca no osaba,
tan mal está Don
Tristán—que a Dios quiere dar el alma:
[p. 464] va se lo a ver Doña Yseo—la su
linda enamorada
cubierta de
paño negro—que de luto se llamaba.—
—«Quién vos
hirió, Don Tristán—heridas tenga de rabia,
y que no hallasse
hombre—que hubiesse de sanalla.—
Tanto están boca
con boca—como una misa rezada,
llora el uno, llora
el otro—la cama toda se baña,
el agua que de allí
sale—una azucena regaba,
toda mujer que la
bebe—luego se haze preñada,
que assí hize yo
mezquina—por la mi ventura mala,
no más que della
bebí—luego me hize preñada,
empreñé me de tal
suerte—que a Dios quiero dar el alma.—
Allí murió Don
Tristán—y su linda enamorada.
j) Otro romance de un caballero, cómo le traen nuevas que su amiga era muerta:
En los tiempos que me
ví—más alegre y plazentero,
yo me partiera de
Burgos—para yr a Valladolid,
encontré con un
palmero—él me fabló y dixo assí:
—¿Dónde vas
tú, desdichado?—¿Dónde vas, triste de tí?
¡Oh persona
desdichada—en mal punto te conocí,
muerta es tu
enamorada—muerta es que yo la ví,
las andas en que la
llevan—de negro las ví cobrir,
los responsos que
le dizen—yo los ayudé a dezir,
siete condes la
llevaban—caballeros más de mil,
lloraban, las sus
donzellas—llorando dizen assí:
—¡Triste de
aquel caballero—que tal pérdida perdí.—
De que aquesto
oyera mezquino—en tierra muerta cayó (sic),
desde aquellas dos
horas—no tornara triste en mí,
desque me hube
retornado—a la sepultura fuí,
con lágrimas de mis
ojos—llorando dezía assí:
—Acoge me, mi
señora,—acoge me a par de tí.—
Al cabo de la
sepultura—una triste voz oí:
—Vive, vive,
enamorado—vive, pues que yo morí,
Dios te de ventura
en armas—y en amores assí,
que el cuerpo come
la tierra—y el alma pena por tí.
k) Otro romance como un caballero pregunta a su pensamiento, y de la respuesta.
Dezí vos, pensamiento—dónde mis males están...
Deshecha.
El día de alegría
al que es triste
de mayor dolor le
viste.
[p. 465] l) Síguese un romance de una gentil dama y un rústico pastor.
Estase la gentil
dama—paseando en su vergel,
los pies tenía
descalzos—que era maravilla ver,
hablara me desde
laxos,—no le quise responder,
respondíle con gran
saña:—¿Qué mandays, gentil mujer?—
Con una voz
amorosa—comenzó de responder:
—Ven acá, el
pastorcico—si quieres tomar plazer,
siesta es de medio
día—y ya es hora de comer,
si querrás tomar
posada—todo es a tu plazer.
—No era
tiempo, señora—que me haya de detener,
que tengo mujer e
hijos—y casa de mantener,
y mi ganado en la
sierra—que se me iba a perder,
y aquellas que lo
guardan—no tenían que comer:
—Vete con
Dios, pastorcillo—no te sabes entender,
hermosuras de mi
cuerpo—yo te las hiciera ver,
delgadita en la
cintura—blanca so como el papel,
la color tengo
mezclada—como rosa en el rosél,
las teticas
agudicas—que el brial quieras hender,
el cuello tengo de
garza—los ojos de un esparver,
pues lo que tengo
encubierto—maravilla es de lo ver.—
—Ni aunque
más tengáis, señora,—no me puedo detener.
m) Romance de rosa fresca.
Rosa fresca, rosa
fresca,—tan crescida con amor,
cuando yo os tuve
en mis brazos—no vos supe servir, no,
y agora que os
serviría—no vos puedo aver, no.
Vuestra fué la
culpa, amigo,—vuestra fué que mía no,
embiastes me una
carta—con un vuestro servidor,
y en lugar de
recaudar—él dixera otra razón,
que érades casado,
amigo,—allá en tierra de León,
que teneys mujer
hermosa—e hijos como una flor.—
—Quién vos lo
dixo, señora,—no vos dixo verdad, no,
que yo nunca entré
en Castilla—ni en tierras de León,
sino quando era
pequeño—que no sabía de amor.
[p. 441]. [1] . Nota del Colector.— Reunimos en este Apéndice, agrupándolos en las secciones correspondientes, las notas y romances dispersos en los tomos X, XI y XII de la primera edición de la «Antología de Poetas Líricos». Si en ésta no los hemos intercalado se debe, como ya hemos dicho en otra parte respecto a Adiciones a otros vols., al carácter de rectificación o aclaración que tienen las notas de varios de estos romances que disonarían impresas en la misma página que, después de algún tiempo y nuevas investigaciones, quisieron rectificar.
[p. 448]. [1] . Pueden verse parte de estas coplas en. el tomo IV del Ensayo de Gallardo (col. 1183).
[p. 455]. [1] . Lieder des Juan Rodriguez del Padrón nach der Handschrift des Brit. Mus. (Ms. Add. 10.431) herausgegeben von Dr. Hugo A. Rennert... Halle a. S. 1893. (Tirada aparte del Zeitschrift für Romanische Philologie, t. XVII) .
[p. 456]. [1] . Hasta diez y seis romances viejos, con variantes de mayor o menor entidad, tal como aparecen en el último tomo de El Principado del Orbe, por Alonso Téllez de Meneses, compilación historial del siglo XVI, ha reproducido en sus Anales de Literatura Española (1904) D. Adolfo Bonilla y San Martín. Como el libro del Sr. Bonilla está o debe estar en manos de todos los aficionados a estos estudios, reproduzco sólo tres romances del ciclo de D. Pedro (cf. pp. 130, 131 y 139 del presente tomo XII [Ed. Nacional vol. VII, págs. 53 y 60]; y una curiosa variante del de Florencios y Galiarda (cf. ns. 138 y 139 de la Primavera).
[p. 459]. [1] . Falta este primer verso en Durán.
[p. 459]. [3] . En los ochenta fizo,—en ellos sabedes vos.
[p. 459]. [5] . Mi padre se halló.
[p. 459]. [7] . Y entre las morismas lides.
[p. 459]. [8] . Este verso y el anterior faltan en Durán, y además los cuatro que hablan de Covadonga y de Cangas están antepuestos a los de años ochenta.
[p. 459]. [9] . Estos moros no son más que siete en el texto de Durán.
[p. 459]. [10] . La entrada por el Portillo—señero defendí yo.
[p. 459]. [11] . Fasta las crestas del Sol.
[p. 459]. [12] . Porque a las morismas lides.
[p. 459]. [13] . Este verso y el anterior faltan en Durán.
[p. 459]. [14] . También falta este.
[p. 459]. [16] . Que nunca cegó a mis güeyos.
[p. 459]. [19] . Creo que ciegan a vos.
[p. 459]. [20] . Pues que no teneis en mientes—el dalles su galardón.
[p. 460]. [7] . Con deseo y con favor.
[p. 460]. [8] . Este verso y los siete que le anteceden faltan en Durán.
[p. 460]. [9] . Magüer non lo dudais vos.
[p. 460]. [10] . Cá hobo era en que yo pude.
[p. 460]. [11] . Mas la mía bondad honrosa—nunca lo tal amañó.
[p. 460]. [12] . Y aunque lo tal amañara.
[p. 460]. [14] . El texto de Durán añade dos versos al fin:
De Linares. Esto dijo—aquel
anciano señor
al nieto de Don Pelayo,—primero
rey de León.
[p. 462]. [1] .... e que ficiesen al rey de Aragón que soltase a don Alfonso e a don Fernando, fijos del infante don Fernando, e que tomarían voz con él e que farían que tomase voz de rey... E luego don Diego, fijo del conde, se fué para el rey de Aragón e envió su mandado a don Gascón de Bearne que viniese luego y; e desque don Gascón y llegó acordó el rey de Aragón que soltasen a don Alfonso e a don Fernando... e don Diego fijo del conde tomó por rey e por señor de los reinos de Castilla e de León a don Alfonso... e mandó que ficiesen guerra desde los castillos que tenía su padre el conde al rey don Sancho... E vinose el rey don Sancho para Castilla [de las vistas con el de Portugal] e llegado a Palencia llegaron y caballeros del rey de Aragón e de don Alfonso e dijeron al rey en como le enviaban a desafiar. E el rey don Sancho fizoles muchas honras e dioles sus dones e envió dos caballeros suyos al rey de Aragón e a don Alfonso a desafiarlos; e con tanto se volvió la guerra.